domingo, 5 de noviembre de 1995

La bomba del gabacho


Ahora que ya ha pasado la fiebre, y el presidente de los galos de las Galias ha hecho estallar cuatrocientas bombas en Mururoa como tenía previsto, y a los estrategas de Greenpeace les han hecho la limpieza étnica interna por -como dicen en los pueblos- escapárseles el cerdo mal capado, al arriba firmante le mola matizar un par de cosas sobre el evento.

Vaya por delante que el suprascrito considera que el mejor destino de la bomba nuclear franchute es dejarla caer exactamente sobre la vertical del Elíseo, para que el presidente Chirac y sus expertos puedan apreciar sin necesidad de irse a Mururoa, que está en el quinto carajo y cuesta una pasta en billetes de Air France y dietas, los efectos del invento. Lo mismo deberían hacer los respectivos con la bomba norteamericana, la rusa, la israelí, la pakistaní, la china, la andorrana y la que el profesor Franz de Copenhague le pueda estar fabricando a la policía municipal de Villaberzas del Llobregat. Lo que pasa es que eso no va a ocurrir nunca, y las bombas seguirán ahí, y Chirac y el alcalde de Villaberzas pasarán mucho. Y el que no tenga fors de frape, que decía De Gaulle, que se espabile o que se fastidie.

Dicho lo cual, voy a lo que iba. Porque si el arriba firmante fuera ciudadano de la Francia, a lo mejor se lo pensaba dos veces antes de criticar la decisión de Chirac de ir a lo suyo. A estas alturas, una cosa son las intenciones maravillosas, y otras las realidades. Y está claro que por muchas florecitas y mucho verde y mucho yupi-yupi hermanos que le echemos al asunto, el mundo conserva un elevadísimo porcentaje de hijos de puta por metro cuadrado que no muestra tendencia a disminuir en los próximos tiempos, sino todo lo contrario. Quien tal y como está el patio crea de verdad que van a reconvertir el átomo en guarderías infantiles y en capas de ozono, no sabe con quién se juega los cuartos. La bomba nuclear es una baza diplomática impresionante. Eso es un hecho espantoso, triste, infame, ruin. Pero es un hecho. Y Chirac lo sabe.

Si yo fuera gabacho, que es un suponer, a lo mejor consideraba poco tranquilizador para mis nervios el futuro de una Europa en la que Javier Solana, verbigracia, puede llegar a presidir durante seis meses la diplomacia exterior comunitaria. Una Europa dividida y cobarde en los Balcanes, camino del IV Reich en su parte central, amenazada en su flanco mediterráneo por un integrismo islámico que de aquí a veinte años habrá sumergido todo el norte de África y frente al que la línea más avanzada -que se dé Europa por jodida- será esa España que nos están dejando aquí mis primos de los cien años de honradez y trece de limpia ejecutoria (a la que habrá que añadir, para entonces, la ejecutoria de los mienteusté que vienen de relevo). Una Europa incapaz de tomar decisiones colectivas, y que se verá obligada, como en la crisis bosnia tras mucho marear la perdiz, a ponerse en manos de Clinton para que, como de costumbre, sus Schwarzkopf -cielo santo- saquen las castañas del fuego,

Si yo fuera franchute, digo, me quitaría mucho el sueño pensar en el futuro de esa Europa entre san Juan y san Pedro, o sea, en manos de los Estados Unidos mamá pupa -y también rehén de esa tutela-, y al otro lado con el peligro de que a Yeltsin se le vaya la mano con el vodka en el desayuno y le dé por apretar botones, o que a cualquiera de los mañosos que ahora mandan en aquella merienda de negros en que se ha convertido la extinta URSS le dé por defender su cadena de burdeles, o de restaurantes blanqueadores de narcotráfico, o de lo que sea, quitándole el óxido con Tres-en-Unoski a cualquiera de las muchas bombas nucleares ex soviéticas que andan de aquí para allá, en manos de quién sabe quién, o quién sabe dónde, Lobatón.

Así que ustedes me van a perdonar: odio las bombas nucleares y a quienes las trajinan, pero comprendo perfectamente que a Chirac se la refanfinflen las protestas. El quiere que Francia sea respetada y tenga peso internacional; así que va a lo suyo, y el que venga detrás, que arree. Al menos es consecuente. ¿Se imaginan, si hubiera intentado España pruebas nucleares, no sé, en las Chafarinas, a Felipe González y su elenco soportando impávidos toda esa presión internacional? Venga ya. Aquí se la habría envainado todo cristo, los barcos de Greenpeace bloquearían hasta el bidé de Carmen Romero, el Gobierno estaría yéndose de vareta por la pata abajo, y la bomba nuclear se la habríamos regalado a Marruecos, para congraciarnos, a ver si en vez de descargar en puertos marroquíes el doscientos por ciento de capturas, nuestros pescadores descargaban sólo el cien por ciento.

Hay veces que dan ganas de ser francés.

5 de noviembre de 1995

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