domingo, 11 de abril de 1999

El nieto del fusilado


Compuso y cantó María la portuguesa, y eso vale más que todas las novelas que pueda llegar a escribir uno. A su abuelo, que era militar y andaluz, lo fusilaron los nacionales y su abuela, que tenía un par de huevos, lo enseño desde chinorri a ser rojo y a no achantarse. Lo llevaba de la mano y le hablaba del abuelo, de la guerra y de la República. Supo lo que es pasarlas canutas y así aprendió a ser rojo de verdad, sin pasteleos ni pepinillos en vinagre.

Por eso cuando era jovencito cantaba coplas o lo que fuera con la policía en la puerta, la oreja atenta. Y por eso cuando quienes antes le hacían palmas, los señoritos del pesoe que luego se tiraron al barro con la Expo y con los 100 años de honradez y con la madre que los parió a casi todos, descubrieron los trajes de Armani, y el Vega Sicilia, y el trinque con la mano tonta, no le perdonaron que siguiera cantando lo que había cantado toda la vida. Nos ha jodido aquí el pepito grillo, decían. Y se volvió un testigo molesto, una presencia incomoda. Una voz que les recordaba su claudicación y su poca vergüenza. A mí me gusta Carlos Cano. Me gusta ese tío, aunque no sé si llamarlo exactamente amigo. No sé si los cafés y las cervezas que me he tomado con él bastaran para conocerlo a fondo o no, pero lo que conozco me parece bien. Me gusta esa voz de hombre de verdad que tiene cuando canta, el tono cansado y lento conque dice las letras de las coplas. Me gusta que se acuerde como yo me acuerdo de Emilio el Moro, y que le haga homenajes. Me gusta cómo se presento el día que nos conocimos, y el modo en que me hablo de su corazón recién remendado en el guiri, del trabajo y de la vida. Y sobre todo tengo con él una deuda de la que apenas le he hablado nunca; pero, yo las deudas, hable o no de ellas, nunca las olvido. Ni las buenas ni las malas. Y una de sus canciones, Habaneras de Sevilla, tiene mucho que ver con el arranque de una novela mía, tal vez porque un día, durante un largo viaje, escuche su voz cantando: Aún recuerdo el piano / de aquella niña / que había en Sevilla, y ya no pude desprenderme durante el resto del viaje, ni en los días siguientes, de la sensación, agridulce, melancólica, que aquella bellísima canción me había dejado. La Carlota Bruner de “La piel del tambor” tiene mucho que ver con ese momento, con esa canción decadente y nostálgica que, aunque la letra fue escrita por otro, es para mí lo que es, precisamente gracias a la voz del hombre al que hoy me refiero. Imposible imaginarla en otra voz.

Hace unos meses, Carlos y el arriba firmante se tomaron unas cervezas en Madrid, él me contó el proyecto que tenía entre manos: la copla. Pero no la copla en peineta y sangría y turista contaminada, como tantas otras cosas de la memoria de España, por la apropiación indebida del franquismo que la hizo a menudo grotesca y falsa. Él quería recobrar a la copla de verdad, la del café de la puñalá de mis bisabuelos, las de sangre y vino y navajazo, y también la de tragedia y de campo y de guardia civil caminera con almas de charol y calaveras de plomo, y de gitanas bien pagás, y para tus manos tumbagas, y niñas de Puerta Oscura y vaquerillos enamorados a los que abandonan mujeres cegadas por el brillo de los dineros. La copla de peones sudorosos de señoritos hijos de puta, y de hombres cabales que el domingo se ponían si traje negro de pana. De jornaleros hambrientos, desesperados, que un día se tiznaron la cara con picón para liarse a tiros en Casas Viejas.

Ahora estas canciones están grabadas y listas. El otro día me telefoneo, y fui al estudio de Madrid donde terminaba de ajustar su trabajo. Estuve allí con él, donde el control, escuchando, conmovido a veces. Eran las hermosas canciones de siempre, devueltas a su contexto. ”María de la O”, “Chiclanera”, “Los mimbrales”, ”Ojos verdes”... Sin folclore de guardarropía, clásicas y actualizadas al mismo tiempo, incluso con algún guiño de humor —Tani— en ciertos arreglos. En cualquier caso bellísimas. Al terminar me volví a él y le dije: “Es como devolverle a la copla su dignidad”. Sonrió y me puso una mano en el hombro. Este domingo 11 de abril, Carlos estrena ese disco, o ese CD, o como carajo se diga ahora, en el teatro Romea de Murcia. Va a cantar esas coplas todas juntas en público por primera vez, y yo no sé si podré estar allí para escucharlo, como le prometí una vez. Por eso escribo hoy esta página. Porque le di mi palabra, y porque escribirla es como si estuviera.

11 de abril de 1999

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