domingo, 21 de noviembre de 1999

A buenas horas


Vaya, hombre. Resulta que se habían equivocado. Resulta que todo fue un error de lo más tonto, y que ahora la Iglesia católica y el papa de Roma le piden disculpas a Lutero. Metimos la gamba, dicen. Gambetta metita, excusatio petita. Reconocemos que se nos fue un poco la mano, Lute, chaval. Unas hogueritas de más, o sea. Tampoco la cosa fue para tanto, comparada con la que tú nos liaste, colega, con las tesis de Wittenberg y la Liga de Smalcalda y el cisma y la madre que te parió. Total, unos cuantos chicharrones por aquí y por allá, leña al hereje hasta que hable inglés y todo eso. Cosa de los tiempos y las costumbres. Al fin y al cabo, nosotros mandábamos quemar los cuerpos para salvar las almas. Y conste que siempre torturamos con cuerda, agua y fuego para no derramar sangre, y que la última pena siempre la aplicaba el brazo secular. Además, cuando un perro luterano, perdón, un hereje, un hermano de Cristo desorientado, abjuraba a pie de quemadero, teníamos el detalle de hacerlo estrangular antes de que ardiese la pira, y así iba al cielo sin decir palabrotas al sentir luego las llamas, y condenarse. Además, como dice el tango, cuatro siglos no es nada. ¿Qué suponen tropecientos mil encarcelados y torturados y degollados y quemados en comparación con la inmensidad del océano y el tictac de la eternidad? Nada. Un charquito, un momento de je ne sais pas quoi. Así que perdona y olvida, tío. Pelillos a la mar.

Es curioso esto de la Iglesia católica y el perdón. Siempre lo pide tarde. Y no hay que remontarse al XVI o a los calabozos de la Inquisición. El sistema sigue vigente, con las actualizaciones obligadas. Que se lo pregunten a los teólogos disidentes, a Boff, a Castillo, a Toni de Melo, a Curran, a los obispos alemanes y sus centros de asesoramiento sobre el aborto, a los de la Iglesia de la Liberación, a los curas guerrilleros, a los que no tragaron ni tragan con el cerrojazo de la mafia polaca. Ya no te queman, claro; pero son capaces de aplastarte en vida, si estás en el engranaje y gastas alzacuello, o amargarte y manipularte la existencia si andas en la periferia. La base del sistema es la misma: primero se plantea el tragas, o palmas: la intransigencia, y el dogma, la infalibilidad del papa y la revelación de san Apapucio bendito, que tiene hilo directo con la zarza ardiente. Luego, cuando se caen los palos del sombrajo y la propia naturaleza de las cosas y de la Historia pone las cosas en su sitio, y todo resulta tan evidente que no hay más hilo que darle a la cometa, entonces vienen el acto de reparación y pública, y el donde dije Digo digo Diego. Y el hablar de reconciliación y tolerancia. Y a todos aquellos a quienes les arruinaron la vida, a Galileo, a los judíos, a los moriscos, a los herejes, a los disidentes, a los quemados y los desterrados y los degollados, a las supuestas brujas de catorce años, a las víctimas del fanatismo y del Dios lo quiere, a ésos que les vayan dando.

A mí, francamente, que cuatro siglos después de Trento la Iglesia católica le pida perdón a Lutero, me importa un carajo. Lo que me pregunto es, a ese ritmo de contrición, cuánto tiempo tendrá que transcurrir todavía para que tal perdón les sea pedido a todos los curas y teólogos arrojados a las tinieblas exteriores por sus posturas sobre la actividad social de su ministerio, o sobre el celibato. O para que se deploren tantas ejecuciones ante fusiles rociados con agua bendita, torturados y arrojados al mar drogados y desnudos, desde aviones donde un pater impartía la absolución sub conditione. O para que Roma pida perdón a los homosexuales por tantas pobre vidas arruinadas en los siglos de represión, marginación y desprecio, o lamente tantos matrimonios guiados hacia la frustración desde ciertos cerriles confesionarios. A ver cuándo se disculpa alguien por las niñas obligadas a ser madres porque todo embrión es sagrado. O por las víctimas del fanatismo, la ignorancia, el odio étnico y el tiro en la nuca fraguados en sacristías. Por las infelices mujeres que se desangran en abortos clandestinos. Por tantos matrimonios atados en el cielo e indisolubles en la tierra, pero disueltos por tribunales eclesiásticos previo pago de su importe. O por los millones de africanos que en los próximos años morirán de Sida, porque resulta que el preservativo impide la procreación; y todo acto sexual que no se encamina a la procreación es condenable.

Ya ven. Toda esa bagatela pendiente, y Roma nos sale ahora con Lutero. Menuda prisa se dan mis primos. Así no me extraña que les escasee la clientela.

21 de noviembre de 1999

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