lunes, 16 de abril de 2001

Ritmo marcial


Yo no sé si es que nos hemos vuelto idiotas con eso de la moda y el diseño, o como se diga. Pero lo que está pasando no es normal. Enciendes la tele, y en mitad del telediario, entre los diez mil muertos del terremoto y lo último sobre Milosevic -con quien, por cierto, nuestro incombustible Javier Solana se hacía fotos, muy sonriente y pelotillero, hace siete u ocho años-, repito, en mitad de todo aparecen unas topmodels con esos andares que ahora por lo visto son inevitables en la profesión, clic, clac, golpe de cadera a la derecha, golpe de cadera a la izquierda, naturales que te vas de vareta, mientras el reportero o reportera te cuentan, sin que les tiemble la voz lo más mínimo, lo imprescindible que es la nueva colección de Chichita Goicoechevarrieta O'Shea para la cultura moderna. Y no se crean que lo de la cultura moderna lo digo a lo tonto; porque al día siguiente, nunca falla, vemos las fotos de ese desfile en las páginas de Cultura -antes iba en las de Sociedad, pero eso era antes- de los más acreditados diarios nacionales. Incluso las revistas y suplementos dominicales -incluido éste- nos obsequian a menudo con veinte o treinta apasionantes páginas de señoras y señores guapos y flacos mirando el horizonte, con pies de foto explicando que la corbata es de Luchino y Cochetti, que las gafas son diseño aerodinámico de Calvin Ramoni, y que las bragas son de algodón strecht de Tommy Gilipollifiger. No quiero ni pensar la de pasta y la de soplapollez que tiene que estarse meneando por ahí, al fisty-fisty -que como todos saben significa cuarto y mitad-. Pero esa es otra historia.

Lo que yo quería contarles es que el pasado fin de semana me topé con un amplio reportaje sobre lo que se lleva esta temporada, que es lo militar. A los mangantes que ya no saben que inventarse para que la gente sea un poquitín más frívola y tonta del culo cada día, se les ha ocurrido que lo que debe vestirse ahora son los colores caqui y verde, y los estampados de camuflaje típicos de la indumentaria castrense, con cinturones de los que sirven para llevar pistolas y granadas y cosas así. Y para animar a la gente sobre lo moderno y lo elegante que es ir por la calle disfrazados de Rambo, a los diseñadores o a los fotógrafos o a no sé quién coño se les ocurrió hacer y publicar a doble página una foto en la que hay siete u ocho modelos y modelas -me extraña que las feministas chorras, los políticos y los cretinos de plantilla no utilicen ese brillante neologismo- agazapados en un bosquecillo de pinos, vestidos la mitad de militares y la otra mitad de civiles. Los militares, que son tres modelas hembras y un modelo macho, tienen expresión dura e intrépida, miran a la cámara como Chuck Norris y visten una mezcolanza de indumentos que más que una colección de moda parece fruto de una incursión de albañiles por el Rastro. Los civiles, dos mujeres y un hombre, visten ropa normal -es un decir porque lo más barato vale 80.000 calas-, tienen la cara maquillada con manchas para expresar angustia, sufrimiento y cosas así, y una de las mozas se tapa los oídos con gesto que se autosupone aterrado. Para completar el cuadro todos miran hacia arriba, como esperando de un momento a otro la bomba malvada que los mandará a tomar por saco. Ritmo marcial dice el titular. La ropa de inspiración militar marca el paso de la temporada.

¿Y saben lo qué les digo?... Pues que mirando esa foto con mucho detenimiento, mientras recordaba escenas que nadie me contó ni vi en la tele, pensé: pero qué inaudita irresponsabilidad. Además de frívolos, qué estúpidos y qué miserables. Ojalá les tocara a ellos verse así alguna vez, y que unos cuantos serbios o croatas le arreglaran el cuerpo. Tal vez les cambiara la perspectiva encontrarse mirando de verdad hacia arriba agazapados entre los matorrales, esperando la bomba, el tiro, los soldados que te arrancaran de los brazos de tus padres o de tu marido para llevarte a un burdel y violarte durante semanas y meses. Correr por la nieve con tu hijo en brazos, como perros acosados. Verte mutilado sin ni siquiera una aspirina. Acabar en las fosas comunes apestando a sangre y a moscas. Pero con qué derecho, pensé, una panda de cabrones que sólo piensa en lucrarse a toda costa, que se exprime la olla temporada tras temporada en busca del más difícil todavía y no se detienen ante nada con tal de facturar una pasta, se ponen a manipular ciertas imágenes, ciertas situaciones, ciertos horrores que para miles de infelices son realidad diaria, pesadilla, cementerios. Y todo eso porque a un fotógrafo de moda se le ocurre una foto impactante -doble página- y los diseñadores de la campaña publicitaria se frotan las manos. Cojonudo, oyes. Tan original y eficaz lo tuyo. Enhorabuena porque vamos a vender un huevo. Pero qué mundo de mierda y qué moda de mierda, concluí. Pero cómo se atreven. Pero qué hijos de la gran puta.

15 de abril de 2001

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