domingo, 10 de febrero de 2002

Corbatas y don de lenguas


Reconocerán que fue un bonito espectáculo. Una de esas cosas plurales y modernas, para que luego digan que no atamos los perros de la diversidad con longanizas. Fue uno de esos momentos brillantes de la cosa nacional, o de lo que carajo sea esto, que luego, cuando viajas, hacen que intentes pasar inadvertido cuando la gente pregunta de dónde eres. Apátrida, dices. Yo soy apátrida. Primero por vergüenza, y luego por ignorancia. O sea, que realmente hay días en que me levanto y no sé de dónde coño soy. Y es que observen el cuadro. Estrasburgo. Parlamento europeo. Solemne apertura. España, es decir, nosotros -aunque lo de nosotros sea un anacronismo- estrenando presidencia. Todo cristo mirando. El presidente Aznar muy repeinado. Los ministros con la cara lavada y las uñas limpias, luciendo esas espantosas corbatas verde o rosa fosforito que ahora usan todos los políticos y que son, hay que joderse, el non plus de la elegancia. Todo, en fin, a punto de caramelo para que Europa se entere de que, pese a que nuestra política exterior y nuestra defensa las lleva el Pentágono, y de que nuestra política cultural la lleva Carmen Ordóñez con la bisectriz de su ángulo obtuso, en cuestiones europeas no hay quien nos moje la oreja, y que desde Carlomagno no hubo paladín de la cosa como la España que viste y calza. Todo en ese registro, les digo, con los telediarios y sus enviadas especiales en plan burbujas de Freixenet. Y entonces empieza el espectáculo.

En francés. Les juro por mis muertos que el representante de Esquerra Republicana de Cataluña habló en francés, que aunque le da cierto aire al catalán no es lo mismo ni de coña, y tiene la ventaja de que lo habla más gente. j'ai perdu ma plume dans lejardin de ma tante, dijo, para expresar el deseo de que la República Catalana acabe figurando en la Unión Europea, y luego, resumiendo, visca Catalunya Iliure dins una Europa Unida, apuntilló al final, y tengo mucho gusto en invitar a estos señores a una copita. Tomaban aplicadamente nota de todo los parlamentarios europeos, cuando el representante de Batasuna hizo uso de la palabra para pronunciar su discurso, no en euskera -que tal vez no sea una lengua lo bastante extendida todavía en el ámbito comunitario como para que los parlamentarios europeos capten matices y sutilezas-, sino en fluido inglés de Shakespeare, ladys and gentlemans, my taylor is rich y todo eso. No sé cómo siguió la cabalgata, la verdad, porque a tales alturas del asunto fui a echar una carrera por el monte para que mis carcajadas no despertaran al vecino, un chaval que curra por las noches; así que me perdí las otras intervenciones de representantes de las naciones salvajemente oprimidas por la España Que Nunca Existió. Imagino, conociendo el percal, que después algún gallego se expresaría en italiano, porca miseria y todo eso, la recita quotidiana del Rosario era finita y el príncipe Salina etcétera, algún canario en alemán, donner und blitzen o como se diga, y algún extremeño en el bonito dialecto occidental de las islas Fidji: Alolúa Ula-Ula manguti. Lo que, en traducción libre, viene a significar que aquí cada perro se lame su cipote.

De modo que, tras ese descenso del Espíritu Santo en forma de don de lenguas sobre Estrasburgo, preveo una inolvidable presidencia española de la Unión Europea. Pintoresca y apasionante, pasmo de propios y extraños. Como para firmar autógrafos. Y así, amén de probar a Europa y al mundo que ni puta falta hace ir por ahí con esa otra lengua cutre, abyecta, utilizada por Miguel de Cervantes y Francisco de Quevedo entre otros notorios escritores franquistas -que diría el fino crítico y/o analista literario Ignacio Echevarría-, lo que va a quedar muy claro en Europa durante los próximos meses es que España, o como llamen ustedes a esto que tenemos aquí, y después de un cuarto de siglo de generosa respuesta a todo tipo de reivindicaciones regionales, ya no es sino lo que la dinámica impuesta por los nacionalismos aldeanos le permite ser: un concepto difuso, vergonzoso e intrínsecamente perverso, donde las únicas identidades históricas y culturales respetables son las que esos nacionalismos poseen, o se inventan. Incluido -que tiene huevos en boca de paletos expertos en acojonar al vecino, clientela comprada y garrotazo en la mesa-, el certificado de calidad de lo que es democrático y lo que no. Y lo más insólito es que a la palabra España, que lleva circulando veinte siglos, la hayan vaciado de contenido con tan pasmosa facilidad y sin esfuerzo, gracias a una eficaz combinación de astucia y estupidez: astucia para rentabilizar fanatismo propio y estupidez ajena. Todo eso, cociéndose entre una clase política a menudo inculta, acomplejada, bajuna, tan miserable cuando gobierna como cuando rumia revanchas de tuertos y ciegos en la oposición. Y que encima, por si fuera poco, tiene el mal gusto de ponerse esas corbatas.

10 de febrero de 2002

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