domingo, 5 de octubre de 2003

Artistas o artistos con mensaje


Total. Apago la tele y llamo al perro inglés. Recristo, le digo. He visto la presentación del último cedé, o elepé, que se decía en nuestros tiempos, de uno de esos artistas que viven en Miami o que pasan por allí. Alejandro Iglesias creo que se llama, o Enrique Bisbal, o igual era una pava, oyes, Paulina Aguilera, Chenoa Rubio o algo por el estilo. Y mira, chaval. Te digo una cosa. Al lado de lo que acaban de ver estos ojitos que se ha de comer la tierra, las presentaciones de nuestros libros, los tuyos, los míos y los del resto de la peña, son una puñetera mierda. Asín de grande, tío. Y ahora estoy con un complejo de paria que me voy de vareta. Igual nos hemos equivocado de oficio, porque acabo de caer en que lo trascendente de verdad no es lo que nosotros hacemos dándole a la tecla, y que tus fiebres y tus lanzas, o los sefardíes y askenazis del otro colega que realquiló tu piso, o mis narcotochos del Sur, e incluso los orgasmos tibetanos de Paulo Coelho, que son la rehostia mística, no tocan ni de coña la médula del asunto. A ver cuando han dicho, por ejemplo, en la presentación de un libro tuyo, o mío, o del yayo Saramago, una perla Majórica como ésta: «El cantante, con una imagen más dura, no está de acuerdo con la sociedad actual y quiere dejarles a sus nietos un mundo mejor». Y es que somos unos tiñalpas, socio. Nos falta mensaje. Teníamos que habernos dedicado a la música.

Imagínate el cuadro. Tropecientos mil fans amontonados, levitando, junto a ochenta cámaras de televisión y trescientos periodistas y periodistos. Parafernalia cibergaláctica. Entradillas para Salsa rosa, Corazón corazón, Crónicas marcianas, Cuate aquí hay tomate, Qué me dices y Qué me cuentas. Una reportera vestida de verde fosforito con cremalleras hasta en los pezones y lentejuelas en la alcachofa del micro, que le dice a la cámara: «Al fin vamos a desvelar un misterio que nos tiene en ascuas: cómo va vestido el Artista». Y en esas, para desvelar este y otros fascinantes enigmas, aparece un alto ejecutivo de la discográfica ataviado con gorra de béisbol y pantalón rapero. «¡Con todos vosotros –larga mi primo– el Artista!». O la Artisto. Y el antedicho o la antedicha aparecen al fin en carne mortal entre aullidos del personal, acoso de cámaras y delirium tremens mediático. El acabose.

El Artista ha cambiado de línea estético-ideológica. Ha visto la luz. Ahora, para protestar contra la guerra, la injusticia, el hambre en Sierra Leona y lo de Iraq, se indumenta con chamarra militar, pantalón de camuflaje, camiseta de la teniente O’Neil, y al cuello le cascabelean, libertarias, unas chapas de identificación del ejército norteamericano. O sea. Una cosa sencilla, espartana, a tono con los tiempos, con un mensaje subliminal que te cagas. Pura metáfora. Además, según informa el ejecutivo –el interesado asiente humilde al escucharlo– para reforzar su compromiso, y que la gente sepa que no se trata de una mera imagen promocional oportunista, el Artista, dice, se ha tatuado el Guernica de Picasso en el huevo izquierdo y parte del derecho, porque no le cabía todo en uno. La basca aúlla entusiasmada y solidaria, encendiendo mecheritos Bic. No a la guerra, sí a la paz, corean miles de gargantas. El Artista sonríe, porque es un chico o chica sencillo y estas cosas, ya se sabe, lo cortan mucho. En su último cedé, nos informa el presentata, no ha hecho otra cosa que comprometerse hasta el páncreas, dando lo mejor de sí por la deuda que tiene con la Humanidad en general y con sus fans en particular.

Demostrando que pese a su modesta casa de Miami con embarcadero particular y helipuerto, no olvida el compromiso con los valores de las personas humanas. Los nuevos temas, remata el ejecutivo presentador, «son escalofriantes». Denuncian la guerra, la injusticia, la violencia de género, la pederastia en Tailandia, el aparcar en doble fila. A destacar la letra –«Descarnada, tremenda», matiza el ejecutivo– de la canción que da título al cedé: La guerra es mala, Pascuala. Llegados ahí, el Artista parece incómodo con que le desnuden su alma en público de esa manera tan inesperada, así que saluda tímido a sus fans, hace ademán de irse, empieza a irse, y al fin, retenido por el clamor popular y, supongo, por el contrato que ha firmado, se para un momento para posar durante una hora y tres cuartos ante las cámaras. Y lo hace con un yenesepacuá natural, espontáneo, como es él. Comprometido. Sencillo. Con mensaje.

5 de octubre de 2003

1 comentario:

Anónimo dijo...

La virgen! Arte el tuyo. Y parece fácil.