martes, 10 de febrero de 2004

Esta industria de aquí


Me han convencido, pardiez. Me refiero a los anuncios de apoyo al cine español que han puesto en la tele, choteándose del que se hace en los Estados Unidos. También a las declaraciones de ciertos productores cinematográficos –la industria, se llaman a sí mismos– afirmando que hay que educar a los espectadores, que nuestro cine es mejor, y que parece mentira que, con los pedazos de películas que hacemos aquí, la estúpida chusma no acuda en masa a la taquilla, y en cambio se infle a canales digitales y deuvedés, o haga cola en los estrenos de Hollywood, hay que joderse, toda esa competencia desleal e inexplicable, incluidos los moros y los negros manta, rediós, una conjuración de Venecia que te vas de vareta, oye, todos contra el buen y sólido cine español. Acogotadito lo tienen, a pesar de su calidad y su tronío. Y claro, dicen. El espectador, que es tonto del nabo, salvo en carambolas como Los lunes al sol o Mortadelo y Filemón, se deja engañar por estafadores tipo Peter Weir o Ridley Scott en vez de precipitarse a las butacas cuando estrenan Fulano o Mengano –disculpen que eluda nombres, pero insultar me da mucha risa, y toso–. La solución, naturalmente, es que el Estado y las televisiones suelten más subvenciones y más pasta. Todo cristo, ojo, menos los productores de cine. Porque es sabido que en España ningún productor importante arriesga un duro propio. Hasta ahí podíamos llegar. Una cosa es ser industria y pasar de paria a comprarte chalets en San Apapucio de la Infanta, y otra es ser gilipollas. No te fastidia.

Así que estoy con ellos, lo mismo que con algunos imprescindibles directores nuestros que sólo pueden oponer el noble argumento de su pata negra auténtica, española, a la brutal ofensiva del cutre cine norteamericano. Esos guiris son vulgares mercenarios que se limitan a contar una historia de forma eficaz, ajenos a los delicados matices artesanos del cine que hacemos aquí, al contenido filosófico, a la cultura, a nuestra hilarante capacidad para filmar comedias que envidiaría Billy Wilder. Sin contar con que Hollywood juega con sucia ventaja. Allí hay guionistas que escriben guiones, y actores que cuando dicen algo te lo crees, y hasta el niño de los Soprano, que no abre la boca, parece un actor. Y claro, así hace cine cualquiera. Hasta los gabachos lo hacen: En busca del fuego, Amelie, Capitán Conan, Tanguy, El pacto de los lobos y todas esas pelis facilonas y poco espontáneas que luego son éxitos porque el público franchute es chauvinista y apoya su cine, aunque sea una mierda. El mérito es hacer cine sin guión y sin actores, como lo hacemos aquí. Porque el cine de verdad se hace con un productor con cuartelillo en las teles y en el ministerio, con un director que –a ser posible– se la succione al Pepé, al Pesoe o a quien mande, y con actores naturales como la vida misma, no maleados por las escuelas de interpretación, el teatro o la experiencia: gente que farfulla con la misma frescura y naturalidad que se utiliza en la puta calle, y a la que da lo mismo que te creas o no, porque lo que cuenta es que sepan decir: oye tía, paso de ti, con espontaneidad honesta.

También, volviendo a la industria, comprendo que ser productor de películas fascinantes e incomprendidas lleva sus gastos. La culpa la tienen el Estado y las televisiones, que llevan la tira financiando doscientas obras maestras cada año, y ahora se rajan. O sea, que te acostumbran a tirar con pólvora del rey, y de pronto llegan los aguafiestas y dicen: chaval, se acabó el chollo, o sea, ya no hay más viruta para que hagas arte y de paso te pagues las letras del yate y el estirado de pellejos de tu pava. Ya sé que todos los críticos –los de aquí– ponen tus películas de cinco estrellas para arriba. También sé que has producido la versión neohistórica-porno de Rosario la Cortijera, el apasionante drama psicológico Pásame la sal, cariño o la desternillante comedia Al sur del oro y el moro de Moscú, esta última nada menos que con Andrés Pajares. Sí. El cine español está en deuda contigo, colega. Una deuda que te cagas. Por eso te dimos once estatuillas y un beso de Paz Vega en la gala de los Goya. Pero la teta no da más leche. ¿Captas? Treinta y seis espectadores no justifican los seiscientos kilos que te endiñamos por cada una. Así que chao, Cecilbedemille.

Eso es lo que te dicen ahora. Y claro, te hunden el negocio. Perdón. La industria.

9 de febrero de 2004

1 comentario:

Rafa Giròn dijo...

Fantástico post, como dicen que se dice los "blogueros". Llevan, llevamos todos años, lustros, décadas adormecidos con la leche de esa teta estatal...lo que más me gusta de esta crisis es la criba que haca y va a hacer! Enhorabuena