domingo, 22 de julio de 2012

Noli me tangere

Bonita e instructiva historia española, reciente. Padre de familia pasea con su hija por Pamplona. Y en ésas, junto al monumento a Iñaki de Loiola-Elejalde, o como se llame ahora, nuestro paterfamilias se cruza con un grupo de personas encorbatadas, con toda la pinta de vivir de la política, y aspecto de salir de un restaurante tras ponerse hasta las trancas con la Visa del partido, léase contribuyente. Uno de los miembros del grupo inspira poca simpatía a nuestro protagonista, debido al papel poco airoso que éste atribuye a aquél en su calidad de consejero político, o viceversa, o algo por el estilo, en la gestión de una caja de ahorros local. Molesto con el personaje y sus antecedentes, nuestro ciudadano aplaude, grita «bien, bien» con la adecuada sorna, y acto seguido hace una peineta con el dedo medio de la mano derecha, seguida de un corte de mangas. Luego sigue camino con su hija, hasta que un policía de paisano, presumiblemente escolta del otro individuo, llega con prisas, enseña una placa, le dice que ha insultado a la autoridad y escribe un papelito con una denuncia. 

El asunto, que me aseguran real como la vida misma -tengo copia de la denuncia-, plantea un arduo problema jurídico-taurino-musical, que un amigo me traslada con la pregunta, más bien retórica, de qué puede hacerse en tales casos. Y eso abre varios frentes. El error del paterfamilias, creo, fue actuar como ciudadano a secas. Tendría que haber adornado su acción con algún elemento que le diera cobertura técnica. Impunidad, para entendernos. Si perteneciese a alguna minoría marginada o con tirón mediático en plan okupa, perroflauta, indignado del 15-M, feminazi furiosa porque el agredido no usa la coletilla ciudadanos y ciudadanas navarros y navarras, la cosa no iría más allá. Y mucho menos si quien hace el corte de mangas tiene la suerte de ser chuloputas de la calle Montera, chivato del bar Faisán, político consejero de cajas de ahorro que pasó equis tiempo dando créditos a los amiguetes, violador reincidente, atracador reincidente, estafador reincidente, financiero amigo de la Casa Real en plan Albertos, ex ministro de Trabajo o Economía de los últimos veinte años, sindicalista cómplice y trincón, ex presidente de Gobierno visionario e imbécil, etarra arrepentido pero no contrito, o por ahí cerca. En tales casos nunca pasa nada, oigan. Impunidad absoluta. Noli me tangere. 

Cualquiera de los antes mencionados habría podido, incluso, patearle la bisectriz al otro como hizo aquel animal de Batasuna con un político, no recuerdo ahora si del Pepé o del Pesoe, cuando se lo encontró por la calle, y luego dar la vuelta al ruedo saludando a la afición. Y si estos días es minero del carbón, ni les cuento. Podría meterle al otro un cohete de tubo de uralita y fabricación casera por el ojete, y tan amigos. En todos esos casos, y algunos más -rellenen ustedes la línea de puntos-, nuestros administradores de justicia, Dura Lex pero Hispana Lex a fin de cuentas, Supremo y Constitucional incluidos, calificarían la cosa de libertad de opinión antes de absolver al individuo con unas palmaditas en la espalda, en plan vete, hijo, y no peques más. Pillastre. Pero el del corte de mangas sólo era un ciudadano de infantería, sin cualificación especial. Un puto paria de los que votan, pagan impuestos y tienen hipoteca. Así que ya puede darse por fornicado. Ahorrar para la multa. 

De modo que cuidado, que asan carne. Si están a tiempo, organícense el currículum antes de mirar mal a un político de ésos que salen en el telediario jurando o prometiendo el cargo por su honor y su conciencia. Cuando sus víctimas quieran hacer cortes de mangas, recuerden antes que en España todo disparate tiene su asiento y todo golfo sus compadres. Procuren adoptar cautelas previas, como hacen algunos de ellos. Por ejemplo, saquen todo el dinero que tengan en el banco, a fin de que no les embarguen la cuenta. Vendan luego sus propiedades en dinero negro, o pónganlas a nombre de la esposa o el marido, según. Busquen algún apaño legal para que el salario también se lo paguen en negro, y al no estar declarado no sea embargable por demandante alguno. Luego llévenselo todo a Gibraltar o Andorra, o más lejos si pueden. Y una vez hecho eso, si quieren dar un toque maestro a la operación, declárense insolventes por la cara y empadrónense en una caja de cartón de las que abundan en los accesos al aparcamiento de la Plaza Mayor de Madrid, meca del turismo europeo. Entonces, sí. En tal caso ya podrán hacerle cortes de mangas a cualquiera, e incluso majarlo a hostias. Lo más que harán con ustedes es confiscarles el tetrabrik de Don Simón. 

22 de julio de 2012 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Desconozco la edad de la hija con la que figura que iba paseando, pero sinceramente bien merecida la multa, tanto por insultar (a quien sea, político o no) por la calle, como por hacerlo junto a la menor. En estas páginas hemos leído muchas veces que en España tenemos los políticos, los cantamañanas y los críos que merecemos, cosa con la que no podía estar más de acuerdo. Vemos aquí una muestra, esperemos puntual, de con que valores o ejemplos crecen los menores (en caso de que la citada hija fuera menor, que por el contexto de la narración así lo entiendo).

En Alemania, que soy consciente que no es precisamente el mejor ejemplo para muchas cosas, si cruzas en rojo un semáforo y hay un menor cerca, aunque no vengan coches en ese momento la multa te la calzan por el mal ejemplo. Cuestiones como estas deben ser cuidadas, considero yo vamos.