domingo, 21 de septiembre de 2014

Una superviviente

Sherlock estaba solo, como les conté alguna vez. Melancólico como Humphrey Bogart en Casablanca. Añorando, aunque no las hubiera conocido en persona, las aventuras de caza y pelea que llevaba en su memoria genética. Así que resolvimos buscarle compañera de su misma raza. Se encargó mi hija, telefoneando aquí y allá. Al fin dio con alguien que tenía un ejemplar hembra. «El problema es que nadie la quiere porque tiene un defecto en la mandíbula -dijo el dueño-. Me he desprendido de sus hermanos, y sólo queda ella». Cuando mi hija colgó el teléfono estaba llorando. «Tenemos que quedarnos con ella absolutamente», dijo. Y fuimos a buscarla. Por el camino decidimos que se llamaría Rumba. Y llegamos. 

Ahorraré comentarios sobre la mala impresión que me causó el que la tenía. Su antipatía e indiferencia. Rumba andaba por los cinco o seis meses y estaba metida en un cercado minúsculo: pequeña, sola, sucia y asustada. Una teckel de pelo rizado, que apenas la tocamos se hizo pipí encima, y que al poco vomitó pedazos de un pienso inadecuado, grueso como bellotas. Mi hija volvió a llorar, y yo estuve a punto -esas veces en que respiras fuerte y miras hacia otro lado-. La perra tenía, en efecto, una malformación en la mandíbula inferior que la alejaba de los cánones de belleza canina, y quienes buscan ejemplares perfectos habían pasado de ella. El dueño, también. No me atrevo a afirmar que le pegara, pero sí que la había tratado muy mal. Era una perra insegura, temerosa, que gimoteaba y lo ponía todo perdido ante la menor presencia humana. Era obvio que tenía malas experiencias de los hombres, fueran quienes fueran. Malos recuerdos. Y que de no encontrar alguien que la quisiera, habría acabado, en el mejor de los casos, sacrificada. 

Pagué la perra -ante mi comentario sobre la posibilidad de un recibo, el fulano me miró como si yo fuera gilipollas-. Y Rumba vino a casa. Al principio, Sherlock le montó una bronca de teckel y muy señor mío. Al rato empezaron a llevarse bien. Pero con los humanos fue más difícil. Al menor ruido, a la menor palabra en alto, al menor movimiento o sombra que la asustase, Rumba daba un respingo y se apartaba con el rabo entre las piernas, temerosa, escondiéndose como si esperase un golpe. Eso me hizo pensar que habría recibido más de uno. Costó mucho tiempo, mucha paciencia y mucho amor darle cierta seguridad, hacer que nos aceptase tranquila. Sherlock se subía al sofá a ver la tele y ella se quedaba aparte, en un rincón, desconfiando de todo y de todos. Ni siquiera se atrevía a comer cuando estábamos allí. Al fin, poco a poco, al cabo de semanas, se fue acercando. Fue aceptando palabras y caricias. Atenuó sus recelos y sus miedos. 

Han pasado dos años. Ahora Rumba, con su graciosa mandíbula inferior inexistente, es una perra feliz. Creo. La primera en buscar caricias, la más rápida acomodándose en el sofá. La que se tumba patas arriba en tu regazo para que le acaricies la tripa. A Sherlock, como perspicaz hembra que ella es, se lo trajina como quiere. Le hace putadas enormes, que el otro -una fiera corrupia cuando algo no le gusta- acepta, resignado y bonachón. Es, y tuve varios de estos bichos a lo largo de mi vida, la perra más rápida y lista que conocí jamás. Cuando Sherlock se pone metafísico y tarda en zamparse la comida, ella se desliza en su plato como en una incursión de comando, rápida y mortal, y se lo deja limpio. Por la calle, cuando salimos a pasear y él va a lo suyo, despistado, cabeza baja, husmeando rastros y rumiando nostalgias, ella va erguida y pizpireta, alta la cabeza, con trotecillo casi saltarín. Es la primera que lo ve todo, y ladra antes que nadie: el gato, el señor que pasea, el coche que se acerca. Una noche, un jabalí despistado estuvo mirándonos en la oscuridad sin que Sherlock se enterase de nada -miraba a todas partes con cara de panoli, preguntándose qué pasaba-, mientras que Rumba había localizado al verraco, poniéndose en guardia un minuto antes. Y, por supuesto, lista y rápida como es, dando un veloz rodeo para situarse exactamente detrás de nosotros. Por si acaso. 

A veces, cuando duerme junto a Sherlock en el sofá mientras veo True Detective, y observo que abre un ojo a cada ruido, atenta a posibles peligros, pienso que Rumba me recuerda a una de esas mujeres maltratadas, que a fuerza de coraje e inteligencia salieron del pozo y ahora viven una vida digna y serena, sabiendo lo que eso vale. Sabiendo las pesadillas que dejaron atrás, sin olvidarlas nunca. Conscientes de lo que vale su felicidad y su libertad. Ya no me pillarán en otra con la guardia baja, parece decir con su actitud. Lo juro. Nadie. Nunca. 

21 de septiembre de 2014 

6 comentarios:

Renata dijo...

Yo tambien adopte una fox terrier de 9 años. Mordia a la gente, a los perros, tenia panico de todo... Hoy dos años despues la miro y creo q es feliz. Y lleva una vida digna, como se merece.

Maestre Patarrán dijo...

Maestro... que quiere que le diga.
Me suele usté tocar la fibra.
Recuerdo todos y cada uno de todos los perros que he tenido... y con dolor el momento en que los perdí. Por accidente, robo o humanitario sacrificio debido a enfermedad y/o vejez.
No se si alguna vez usté ha atropellado sin querer a un conejillo, de noche en la carretera... Eres consciente que son accidentes de la vida y que no pudistes hacer nada... pero el recuerdo de esos ojillos deslumbrados y asustados y el ruido sordo contra al calandra del vehiculo... te acompañan muchas millas, junto con extraño dolor -también sordo- junto al corazón.
Pura penita.
Algo similar me ocurre cuando veo a un perro abandonado, maltratado o atropellado.
Niños y perros, animales en general y criaturas nobles e inocentes.
Siempre victimas en malas manos.
Algo mas triste y oscuro se queda este mundo cuando muere un buen perro.
Ofrecen tantisimo y piden tan poco a cambio... nobles bestias.
Fieles compañeros.
Siempre leales. Siempre ahi.
Intento transmitir este respeto por ellos a mis hijos, por lo menos, que nunca sean como ese malnacido que le vendió su teckel... y que aprenda a reconocer a esos "seres humanos" -por decir algo- de los que nunca se debe uno fiar ni dar la espalda.
En cuanto a True Detective... Maestro.
¿Que no seremos almas gemelas...?
Los dos de levante con el Mare Nostrum en las venas... los en el sistema central... los dos disfrutamos escribiendo... los dos sufrimos por el destino de nuestros perros, los dos vemos True Detective.
;-)
Impresionante Matthew McConaughey y su quimica con Woody Harrelson.
Que tengan ustedes un buen fin de semana.
http://www.patarrantrantran.com/2014/05/true-detective.html

Pablo Alcázar dijo...

Estimado Árturo, que bonita historia y que suerte tienen algunos perros de encontrar un buen hogar.

Le recomiendo por el bienestar de estos animales que tanto queremos que nunca jamás vuelva a comprar un perro y menos de un criadero ilegal. Porque esto que dice de que el tio de recibo nada de nada.
Eso claramente es un criadero ilegal, y comprar perros a criaderos ilegales significa fomentar los criaderos ilegales y el maltrato animal. Si todavía existe ese criadero, le recomiendo que denuncie y salve a esos perros, que serán llevados a protectoras, o por desgracia a perreras, pero serán tratados mejor que en el criadero ilegal y esa persona no se lucrará por el sufrimiento animal.

Le recomiendo que adopte la próxima vez de perrera o de protectora de animales. Hay cientos de perros abandonados que merecen ser felices. A los criaderos ilegales a denunciar.

Saludos.
Pablo

Maestre Patarrán dijo...

Maestro... su relato me acabó de inspirar -o de rematar- uno que llevaba tiempo pergeñando en mi imaginacion.
No se si usté lee esto de tanto en tanto o es alguien de su equipo.
En cualqueir caso... va por ustedes.
No todo está perdido.
Que no decaiga.
http://www.patarrantrantran.com/2014/11/no-me-dejes-con-extranos.html

Anónimo dijo...

Buenos días, muy emotivo el relato de Patarran.

Yo voy a dejar un enlace de una carta que circula por internet, creo que es verdadera pero no sé seguro. Pero también es muy emotiva, y que hace ver quien tiene sensibilidad hacía sus perros y gatos, y quien no tiene ni una pizca de sensibilidad; los que saben que el 90% de los perros de una perrera no salen nunca de ahí y lo llevan a sabiendas, son muy poco o nada sensibles.

Los que abandonan en las cunetas o carreteras son gentuza, simplemente gentuza, no son seres humanos.

Estaría bien que usted, señor Pérez-Reverte publicase esta carta en el Semanal XL y que la lea mucha mucha gente.

http://www.veoverde.com/2013/03/carta-del-trabajador-de-una-perrera-a-los-duenos-de-mascotas/

Maestre Patarrán dijo...

Muchas Gracias por tus palabras. Son el mejor regalo.
Cuelgo el enlace en twitter.
Que tengas un buen dia...!
;-)