domingo, 16 de agosto de 2015

Editores sin escrúpulos

Hay quien se va de putas, como otros se van de libros. De librerías. Lo de las putas lo trajino poco, pero de las librerías soy un adicto. Voy por la calle, veo una y me meto dentro antes de que me diga ojos negros tienes. Igual da que sea una librería general que una especializada en ortopedia, aeronáutica, medicina homeopática o asuntos religiosos, como, sin ir más lejos, pueden certificar en las estupendas San Pablo de la calle Sierpes de Sevilla y en la de la plaza Benavente de Madrid, donde hago frecuentes incursiones para cargarme de libros de Patrología y obras de Hans Kung, cuya extraordinaria Historia de la Iglesia Católica, por cierto, recomiendo y regalo mucho. Quiero decir que soy, prácticamente, un psicópata de las librerías, de las que me gusta incluso el olor; hasta el punto de que, cuando estoy en países de cuya lengua no entiendo un carajo, me meto en ellas para tocar los libros, mirar las cubiertas, la encuadernación y lo demás. 

Toda esta introducción, o proemio, viene al hilo para decirles que tengo cierta idea de qué es un libro. No ya por lo que tiene dentro, que en eso Dios reconoce a los suyos, sino por el libro en sí. Por sus características físicas. Ando entre libros desde que tengo memoria, pues tuve la suerte de crecer entre los estantes de un par de buenas bibliotecas familiares, y durante toda mi vida procuré, también, rodearme de libros. En ellos confío precisamente, a medida que me hago mayor, para atrincherarme cuando todo, al fin, acabe de irse al carajo y me encierre, en esa biblioteca que he ido preparando durante toda mi vida, con música de tango, bolero y copla en el aparato, unas cuantas botellas de Juan Gil y una escopeta de postas del calibre doce, mientras las respetables matronas corren desoladas, los imbéciles se preguntan cómo ha podido ocurrir esto, y los bárbaros, como es su vigorosa obligación histórica, saquean la Roma que amo y conozco. 

Dicho todo lo anterior, ya estoy en condiciones de contarles que el otro día iba a comprar una biografía de Virginia Woolf publicada por Taurus. Le eché mano, encantado con el grueso tamaño del volumen -920 páginas-, miré el canto del lomo, como cada vez que cojo un libro, y mi exclamación indignada hizo levantar la cabeza al librero Antonio Méndez. «Estos sinvergüenzas -le dije, estupefacto- han guillotinado el lomo». Antonio se encogió de hombros, como quien ha visto de todo, y yo arrojé, despectivo, el libro al lugar donde estaba. Porque un lomo guillotinado y encolado, señoras y señores, puede tolerarse en una novela de edición barata, en un libro de usar y tirar; pero nunca en un ejemplar que deseas leer, conservar y consultar, pues el pegamento termina estropeándose, y la misma acción de abrir el libro y pasar páginas termina desencolando éstas. El pretexto, ahora, es que las colas son mejores que antes y sujetan mejor; pero eso es mentira, o no tiene nada que ver. Un libro debe ser un libro de verdad, con cuadernillos cosidos, resistente y bien hecho. Lo que pasa es que un libro de lomo cortado y encolado sale más barato para el editor que otro de cuadernillos cosidos y encuadernados como es debido, y permite ahorrar, en gastos de producción, un miserable medio euro que aumentará el beneficio editorial sobre el precio del libro. O más, cuando el libro es gordo. Y como ahora todos buscan ganar lo mismo, pero gastando menos, resulta que, con el pretexto de la crisis, cada vez hay más libros encuadernados con ese sistema miserable. Algunos de Taurus, Cátedra y Seix Barral, por ejemplo, son de juzgado de guardia, y hasta algunos que se editan para la Real Academia caen en eso. Paradójicamente, los libros más gruesos. Los que mejor encuadernados deberían estar. 

Así que voy a pedirles algo, señoras y señores, si aman los libros o aman a quienes los aman: niéguense a comprar libros importantes si están editados de esa forma infame. Si los volúmenes no tienen sus cuadernillos cosidos y encuadernados como debe ser. Niéguense a ser cómplices de editores sin decoro; de tenderos miserables -pues también hay tenderos decentes-, sin cariño por los libros que editan, sin respeto por quienes los leen. Niéguense a cooperar con esas ratas de almacén cuyos infames lomos guillotinados son una desatención hacia el lector, y un insulto para quienes aman los libros como objeto a cuidar y conservar. Unos libros que debemos exigir se editen dignos, hermosos, duraderos en lo razonable. Que puedan acompañarnos el resto de nuestra vida y luego pasen a manos de amigos, hijos o nietos, con las huellas de nuestras lecturas y el rumor lejano de nuestras vidas. 

16 de agosto de 2015 

3 comentarios:

Maestre Patarrán dijo...

Maestro, tras la canícula me congratula el saludarle de nuevo.
Fíjese usté que me pasa lo mismo.
Pero además de con las librerías (que también) me sucede idéntica cosa con las ferreterías.
No se si algún loquero sacará algo en claro con ello.
Lo que ya no hago últimamente es comprar.
Ni en unas... ni en otras.
Solo miro.
Cosas de los tiempos, supongo.

Unknown dijo...

No puedo estar más de acuerdo. El libro y el perro son, sin el menor atisbo de duda, los mejores amigos del hombre. Al menos, de los hombres que eludimos la "cultura" de la telenovela, el belenestebanismo, o el divertimento de las llamadas "socialités".. (y no caigo tampoco en la dictadura de los acémilos proxenetas de la lengua, y por eso no añado, después de escribir la palabra "hombre" la coletilla "y de la mujer") ...Desde niña, mi despertador matutino no ha sido una alarma, sino el deseo de continuar la lectura con la que me había quedado dormida. Un libro con los lomos guillotinados, como un libro electrónico, únicamente son tolerables para las lecturas en playas, medios de transporte, o esperas en consultas.. porque no concibo tener un tiempo muerto sin nada que leer. Y por eso, cuando tengo que dejar solo a mi perro unas horas, mi única pena es que no haya libros para perros que le hicieran más llevadera la espera.

Javier Fernández dijo...

Si tiro los libros que tengo pegados, sin coser, igual me quedo solo, mirando los estantes vacíos de la biblioteca...No, no me queda otra que aguantar como resignado consumidor de libros basura de papel (porque yo también los amo más que al e-book). A los jefes del tinglado, "los editores sin escrúpulos", les importa un pepino la calidad de su producto, quieren el beneficio inmediato, y al final, se cepillan al encuadernador (mandánlole a su casa) con tal de no pagarle su salario. Con el sueldo de este, contratarán a través de una ETT a dos o tres jóvenes masterizados en marketing, MBA, licenciados en Ciencias Económicas y Empresariales...y les encargarán la realización de una descomunal campaña de publicidad para la mayor gloria y venta del fondo editorial de los libros basura, que pringados como yo compraremos porque no hay otra cosa; y si la hay, serán ediciones de lujo al alcance de un puñado de lectores adinerados.

Materialismo cultural que diría mi amigo Marvin Harris.