domingo, 25 de octubre de 2015

El Napoleón del crimen

Ayer mismo, caminando por la acera de una calle de Madrid, un niño de unos seis o siete años que iba despistado con sus padres, mirando el escaparate de una tienda, tropezó conmigo. Le acaricié la cabeza con una sonrisa, y ya iba a seguir adelante cuando escuché a su padre decirle al crío, con mucha naturalidad. «Mira por donde andas, por favor. Gracias». Y luego me dirigió una mirada de excusa. Entonces el niño, sin mirarme, dijo «perdón» y siguió su camino junto a ellos. Me quedé tan sorprendido por el suceso, por aquella reconvención paterna y la reacción del niño, del todo extraordinarias en estos tiempos, que volví la cabeza para verlos alejarse. Eran dos padres jóvenes, normales. Dos padres de infantería. Pero aquellos diez segundos junto a ellos habían hecho hermosa la mañana, y la calle parecía otra, más despejada y luminosa, y al fin continué mi paseo aún con la sonrisa en la boca, pensando que Dios o el diablo aprietan pero nunca ahogan, y que siempre hay quien se salva, y te salva. O te da esperanza. Que siempre quedan uno, o diez, o cien, justos en Sodoma. E incluso en Gomorra. 

Hay días, como ayer, en los que lamento no ser millonario, como el tío Gilito o el que sea su equivalente ahora. Pero no un millonetis cualquiera, sino de verdad, a lo bestia, de ésos que pueden pagarlo todo y comprar cuanto se les pone en el morro. Un fulano con viruta suficiente para crear varios centenares, o miles, de becas para niños bien educados. Niños a los que sus padres les hayan enseñado, previamente, que las buenas maneras hacen mejor el mundo, nos hacen mejores a todos y son mecanismo clave, puerta franca para acceder a lugares y corazones. Niños, por ejemplo, como los de mi amigo Etienne de Montety, que cada vez que invitaba a cenar en su casa hacía que sus cuatro hijos, entonces de entre diez y dieciséis años, se encargaran de recibir y atender a los visitantes, cosa que hacían todos con una formalidad y una responsabilidad exquisitas. O aquel otro zagal de ocho o nueve años que una vez se me acercó con mucho aplomo junto a un bar de la Plaza Mayor y dijo: «Oiga, señor, ¿puede pedirle un vaso de agua al camarero, por favor?... Tengo sed, y como soy pequeño, puede que a mí no me haga caso». 

Por eso digo que, si tuviera una pasta gansa, crearía las becas Reverte Malegra Verte. Mandaría a mis agentes por todo el mundo a buscar niños de ambos sexos bien educados, para pagar sus estudios y dedicarlos luego, cuando fuesen grandes, a la ciencia, las humanidades, la vida social y la política. Y también, de paso, gratificaría a los padres que los educaron. Financiaría el merecido bienestar de quienes les enseñaron a decir buenos días, por favor y gracias, a manejar los cubiertos, a no hablar con la boca llena, a vestirse con decoro según cada momento de la vida, a no tutear a las personas mayores, a comprender que una sonrisa, una palabra adecuada, un gesto cortés y de buena crianza, tan propios de la gente humilde como de la más afortunada, son la mejor tarjeta de visita, todavía hoy, incluso en un mundo que, como el nuestro, se va poquito a poco al carajo. 

Pero eso sí. Ya metido en faena, si como dije fuera millonetis sin límite y sin tasa, también es posible que se me fuera la pinza y me diese un chungo en plan Bin Laden, o Doctor No, o profesor Moriarty -el Napoleón del crimen, enemigo de Sherlock Holmes-, y comprara una isla llena de aparatos electrónicos, misiles nucleares y Úrsulas Andress, o lo que equivalga ahora a eso; y también un gato de Angora para acariciarlo en plan canónico mientras enviaba por el mundo a mis sicarios en plan ninjas suicidas, en comandos implacables que se curraran la otra cara de la luna. Algo así como una brigada pesticida, letal, higiénica, secuestradora y exterminadora de padres de niños, e incluso de algún niño que otro -todos acaban siendo adultos- de esos groseros y maleducados que empujan en las puertas, permanecen mudos ante las palabras «buenos días», ignoran cómo se pronuncia un «por favor», tutean al lucero del alba y no han dado las gracias a nadie en su puta vida. Y ordenaría a mis esbirros especial ensañamiento y torturas refinadas tipo Fumanchú con los padres de familia que se dejan las gorras y sombreros puestos en los locales públicos, gritan al teléfono móvil, entran en calzoncillos y chanclas en los restaurantes, se hurgan la nariz y se rascan las axilas, los huevos o el chichi -seamos paritarios- mientras te empujan en el metro o el autobús. Veneno, soga y puñal, oigan. Sin piedad. Y yo reiría en mi isla, juas, juas, juas, con risa de malvado Carabel, viéndolo todo por videoconferencia, mientras acariciaba al gato. 

25 de octubre de 2015 

domingo, 18 de octubre de 2015

Una historia de España (LII)

En los últimos años del reinado de Isabel II, la degradación de la vida política y moral de España convirtió la monarquía constitucional en una ficción grotesca. El poder financiero acumulaba impunemente especulación, quiebras y estafas. Los ayuntamientos seguían en manos de jefes políticos corruptos y la libertad de prensa era imposible. Los gobiernos se pasaban por la bisectriz las garantías constitucionales, y la peña era traicionada a cada paso, «pueblo halagado cuando se le incita a la pelea y olvidado después de la victoria», como dijo, ampuloso e hipócrita, uno de aquellos mismos políticos que traicionaban al pueblo y hasta a la madre que los parió. La gentuza instalada en las Cortes, fajada en luchas feroces por el poder, se había convertido en forajidos políticos. Entre 1836 y 1868 se prolongó la farsa colectiva, aquel engaño electoral basado en unas masas míseras, de una parte, y de la otra unos espadones conchabados con políticos y banqueros, vanidosos como pavos reales, que falseaban la palabra democracia y que, instalados en las provincias como capitanes generales, respaldaban con las bayonetas el poder establecido, o se sublevaban contra él según su gusto, talante y ambiciones. Nadie escuchaba la voz creciente del pueblo, y a éste sólo se le daba palos y demagogia, cuerdas de presos y fusilamientos. Los hijos de los desgraciados iban a la guerra, cuando había una, pero los ricos podían ahorrarle el servicio a sus criaturas pagando para que fuera un pobre. Y las absurdas campañas exteriores en que anduvo España en aquel período (invasión de Marruecos, guerra del Pacífico, intervención en México, Conchinchina e Italia para ayudar al papa) eran, en su mayor parte, más para llevar el botijo a las grandes potencias que por interés propio. Desde la pérdida de casi toda América, España era un segundón en la mesa de los fuertes. Los éxitos del prestigioso general Prim -catalán que llevó consigo tropas catalanas- en el norte de África y el inútil heroísmo de nuestra escuadra del Pacífico fueron jaleados como hazañas bélico-patrióticas, glosadas hasta hacerle a uno echar la pota por la prensa sobornada por quienes mandaban, confirmando que el patriotismo radical es el refugio de los sinvergüenzas. Pero por debajo de toda aquella basura monárquica, política, financiera y castrense, algo estaba cambiando. Convencidos de que las urnas electorales no sirven de nada a un pueblo analfabeto, y de que el acceso de las masas a la cultura es el único camino para el cambio -ya se hablaba de república como alternativa a la monarquía-, algunos heroicos hombres y mujeres se empeñaron en crear mecanismos de educación popular. Escritura, lectura, ciencias aplicadas a las artes y la industria, emancipación de la mujer, empezaron a ser enseñados a obreros y campesinos en centros casi clandestinos. Ayudaron a eso el teatro, muy importante cuando aún no existían la radio ni la tele, y la gran difusión que la letra impresa, el libro, alcanzó por esa época, con novelas y publicaciones de todas clases, que a veces lograban torear a la censura. Se pusieron de moda los folletines por entregas publicados en periódicos, y la burguesía y el pueblo bajo que accedía a la lectura los acogieron con entusiasmo. De ese modo fue asentándose lo que el historiador Josep Fontana describe como «una cultura basada en la crítica de la sociedad existente, con una fuerte carga de antimilitarismo y anticlericalismo». Y así, junto a los pronunciamientos militares hubo también estallidos revolucionarios serios, como el de 1854, resuelto con metralla, el de San Gil, zanjado con fusilamientos -el pueblo se quedó solo luchando, como solía-, y creciente conflictividad obrera, como la primera huelga general de nuestra historia, que se extendió por Cataluña ondeando banderas rojas con el lema Pan y trabajo, en anuncio de la que iba a caer. Las represiones en el campo y la ciudad fueron brutales; y eso, unido a la injusticia secular que España arrastraba, echó al monte a muchos infelices que se convirtieron en bandoleros a lo Curro Jiménez, pero menos guapos y sin música. Toda aquella agitación preocupaba al poder establecido, y dio lugar a la creación de la Guardia Civil: policía militar nacida para cuidar de la seguridad en el medio rural, pero que muchas veces fue utilizada como fuerza represiva. La monarquía se estaba cayendo en pedazos; y las fuerzas políticas, conscientes de que sólo un cambio evitaría que se les fuera el negocio al carajo, empezaron a aliarse para modificar la fachada, a fin de que detrás nada cambiase. Isabel II sobraba, y la palabra revolución empezó a pronunciarse en serio. Que ya era hora. 

[Continuará] 

18 de octubre de 2015 

domingo, 11 de octubre de 2015

La megaevolución de la pikachu coqueta

Ayer sentí un inmenso respeto por dos críos, uno de nueve años y otro de doce. Lo cual es un baño de humildad muy saludable en los tiempos que corren. Desde la soberbia de nuestros años y experiencia, los mayores solemos dirigir a los enanos miradas críticas y pocas veces admirativas. Benevolentes, como mucho. Pero ellos controlan su mundo, lo dominan cada vez mejor, y ahí los ahora adultos tendremos pocas posibilidades. Me refiero a sobrevivir, claro. A estar a la altura de lo que nuestros hijos y nietos van a ser, y a veces ya son. Tal vez quienes desaparecemos, o estamos al filo de hacerlo, llevemos con nosotros muchas cosas interesantes. Pero lo que viene será fascinante, igual para lo malo que para lo bueno. Un mundo donde ustedes y yo seremos extraños. Simples pringados entre marcianos. Por eso hay que saber irse con calma y sin prisas. Pero irse. Dejar sitio a quienes lo reclaman. Sobre todo si lo merecen. 

Todo esto viene a cuento porque hoy no me resisto a reproducir aquí un diálogo por teléfono móvil que una madre, lectora de esta página, ha sorprendido entre su hijo y un amigo. Y que me remite, admirada. Vaya por delante que se trata de dos niños cultos, con libros en casa. Se nota en los recursos expresivos, en el vocabulario, y en que incluso utilizan correctamente algún acento y signo de puntuación. Niños de ésos que leen libros y van al cine, y ven películas y videos interesantes en la tele o el ordenador. Niños de élite, para entendernos. De los que no han podido ser machacados del todo por imbéciles sistemas educativos empeñados, no en que todos los niños tengan derecho a las mismas oportunidades, que es lo natural, sino en que los brillantes sean destrozados en la escuela para igualarlos por abajo con los mediocres. Por eso consuela comprobar que no es así. O no siempre. Esto que sigue es el diálogo, transcrito literalmente; y espero que ustedes lo disfruten tanto como lo he disfrutado yo: 

«-Mira la página esta del trailer de pokemon go!!!! 

 -Bien!!!! Se revelan las cinco nuevas formas de zigarde!!!!!!!! 
-La forma celula es la primera, que es la que está abajo del que ya conociamos, después viene el que ya conociamos, el bebe serpiente, despues la forma 10% que es el perro, despues la forma 50% que es el zygarde de pokemon X Y, y por ultimo el zygarde forma perfecta que es el grande. Ademas saldra una nueva temporada de anime llamada pokemon X Y y Z 

-Oye y esta especie de nueva forma de greninja, puede que sea una megaevolución????

-Pero no, parece que va a ser algo como la pikachu coqueta

-Tiene como una especie de suriken de agua en la espalda 

 -Y por ultimo volvamos a la primera imagen, el zygarde perfecto tiene una parte roja y otra azul-Ya veo, sera que zygarde se tendra que fusionar con xerneas e yveltal????? 

-Lo mismo 

-Vale!!! 

-Espero que te haya servido esta nueva super información y el trailer de pokemon go 

-La duda que tengo es quien ganará: meha hoopa o zyguard perfecto??? 

-Nooooooo loooo seeeeeeeeeee!!!!!!!!!! 

-Por cierto esa forma de greninja es el greninja de ash vestido de el mismo 

-Además ha salido el trailer y es brutal 

-Parece ser que las foas de zygarde están basadas en seres mitologikos nordicos como el perro, o zyygarde que se basa en la serpiente que vive bajo el árbol de la vida y el zygarde perfecto basado en HEL el dios del inframundo, que tiene una parte viva (la azul) y una parte muerta (la roja) que representan yveltal el dios de la destrucción y xerneas el dios de la vida 

-Por cierto no es mega hoopa, es que si a hoopa le das una especie de jarron de evento se transforma en ese demonio, es una forma alternativa como la que tiene giratina 

-Vaaaale 

-Ke tal tú? 

-Bien. Echas un combate?». 

11 de octubre de 2015 

domingo, 4 de octubre de 2015

La tumba de Helena de Troya

Desde la terraza alta del restaurante Elettra, en Porto Vénere, el golfo de La Spezia se ve azul y la bahía está punteada de barcos blancos fondeados al resguardo de la isla. Acabo de despachar una ración doble de espaguetis con botarga y le sirvo a mi editora Giovanna Cantón lo que queda del Tignanello con el que hemos acompañado la comida, cuando ésta me dice que desea subir al cementerio, situado sobre el pueblo, para visitar la tumba de Walter Bonatti y Rossana Podestá, que fueron grandes amigos suyos. Decido acompañarla, y no sólo por cortesía; conozco bien la doble historia que acaba en esa tumba al borde de un acantilado, sobre el Mediterráneo. Walter Bonatti, el más guapo e intrépido de los montañeros italianos, fue uno de mis ídolos de infancia, y en su momento seguí su ascensión en solitario al Cervino como una hazaña casi familiar. Rossana Podestá encarnó en el cine a Helena de Troya, la mujer -eso decía el cartel publicitario de la época, que recuerdo como si lo estuviera leyendo ahora- cuya belleza lanzó mil barcos al mar y suscitó diez años de guerra. Así que subo con mi editora por las empinadas escaleras que llevan al pueblo viejo y al cementerio marino. 

Mientras remontamos peldaño tras peldaño -Giovanna es montañera entrenada, y a veces me cuesta seguirla- recuerdo cómo Walter y Rossana llegaron hasta aquí. Cómo empezó todo. Walter era apuesto y valiente, un auténtico héroe italiano. La Podestá era una actriz bellísima y famosa hasta el punto de ser portada de la revista norteamericana Playboy, aunque ya estaba empezando el declive en su carrera; y en 1981, durante una entrevista, al preguntarle con qué hombre iría a una isla desierta, ella respondió de modo espontáneo «Con Walter Bonatti», aunque no lo había visto personalmente en su vida. El montañero -que acababa de divorciarse- leyó la entrevista y escribió a Rossana, muy divertido, ofreciéndose a llevarla a una isla desierta o a donde ella quisiera ir. Tengo la maleta lista, dijo. A ella le hizo gracia. Quedaron citados en Roma, para conocerse, en la escalinata del Ara Coeli, frente a la plaza Venezia. Rossana se presentó a la hora convenida, pero Walter no apareció. En aquel tiempo no había teléfonos móviles, y ella aguardó mucho tiempo, nerviosa al principio, inquieta luego, furiosa al fin. Estúpido e informal mascalzone, pensó. Me ha dejado plantada. Así que decidió marcharse. 

Bajaba Rossana la escalinata del Vittoriano cuando reconoció a Walter, de lejos. Había aparcado su coche en un lugar donde sólo podía hacerlo el presidente de la república y discutía con un guardia empeñado en multarlo y en llevarse de allí el coche con una grúa, mientras Walter intentaba convencerlo, con bronca muy a la italiana, de que, por su madre, no le estropeara la cita con la mujer más bella del mundo. Parecía una escena de Il vigile, pensó Rossana, y para completarla sólo faltaba Alberto Sordi haciendo el papel de guardia. Entonces ella se acercó, sonrió al agente -que se tornó en estado líquido- y le dijo a Walter: «Menudo explorador estás hecho, incapaz de encontrarme en Roma delante del Ara Coeli». Se miraron a los ojos, y diez minutos después estaban conversando tumbados en el césped del Campidoglio. Ya no se separaron nunca. 

Walter y Rossana vivieron juntos treinta años. Él murió en 2011 y ella lo siguió dos años más tarde. Fueron enterrados frente al mar, en Porto Vénere -el puerto de Venus, la diosa que concedió a Paris el amor de la griega Helena-, en una sencilla tumba familiar de mármol negro con una cruz, junto a la que ahora me detengo mientras Giovanna, emocionada, calla durante un largo rato. El cementerio está a mucha altura sobre el mar de Liguria, al borde mismo del acantilado, y el viento hace batir con fuerza las olas abajo, en las rocas. Bajo las placas con sus nombres, montañeros venidos de todo el mundo ha ido depositando piedrecitas de las más altas cumbres, que trajeron para honrar la memoria del hombre que aquí yace después de haberlas pisado todas. También hay piedras para Rossana; bajo la placa con su nombre veo un montoncito más discreto, más pequeño, pero igualmente conmovedor. Yo no escalo montañas y nada traigo en los bolsillos, así que me limito a apoyar un instante mi mano en el mármol bajo el que descansan ambos. Sobre su hermosa historia. Sobre el lugar donde Helena de Troya, envuelta en el sueño eterno del amor, el valor y la belleza, descansa junto a un hombre mejor que el que la llevó a la ciudad legendaria de Homero, al otro extremo, a la orilla más lejana de este viejo Mediterráneo. 

4 de octubre de 2015