tag:blogger.com,1999:blog-16760114060027636002024-03-18T04:02:41.338+01:00Artículos de Arturo Pérez-ReverteRecopilación de los artículos publicados por Arturo Pérez-Reverte en El Semanal.Unknownnoreply@blogger.comBlogger1507125tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-66150619901955314692022-05-29T21:58:00.000+02:002024-02-19T22:08:56.327+01:00Una historia de Europa (XXIX)<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgcF1vu3eXD6aMXujoAG7DtyOYnSoEAJxHRwuLuwmHBY-J5Ayh3rmskLbpzJWRNh2a0onTkbuu2fU511MruaxgZxDuvxnGGAUs9v2lH7vIWq6v7nUNJXKuKNs4_LLOVftJ5zq3oYEzc994gSV-nU8obQUTQ_7zIbOl7cs7YiqDvZdaUYSi8Oh4mpsRCdRgb/s620/2022-05-29.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="400" data-original-width="620" height="258" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgcF1vu3eXD6aMXujoAG7DtyOYnSoEAJxHRwuLuwmHBY-J5Ayh3rmskLbpzJWRNh2a0onTkbuu2fU511MruaxgZxDuvxnGGAUs9v2lH7vIWq6v7nUNJXKuKNs4_LLOVftJ5zq3oYEzc994gSV-nU8obQUTQ_7zIbOl7cs7YiqDvZdaUYSi8Oh4mpsRCdRgb/w400-h258/2022-05-29.jpg" width="400" /></a></div>Más o menos desde mediados del siglo III después de que naciera Jesucristo, el Imperio Romano se iba al carajo. El siglo IV ya sería luego la pera limonera, pero todavía estábamos en el otro, cuando el cadáver aún se descomponía despacio. Lo bueno (o lo malo) que tienen los imperios es que tardan en caer del todo, y mientras caen ocurren muchas cosas. En cualquier caso, para la antes omnipotente Roma todo el pescado estaba vendido, o casi. El imperio era la descojonación de Espronceda: se fragmentaba en parcelas locales medio autónomas y cada cual iba a su bola. La ciudad de Roma, teóricamente <i>caput mundi</i>, era cabeza nominal de un mundo cada vez menos romano. Los emperadores, que ni siquiera vivían todos en ella, compartían poder con otros emperadores, repartiéndose las zonas hasta el punto de que hubo varios al mismo tiempo. De esa época data un hecho importante: la creación en el año 285 de un mando doble sobre la zona occidental y la oriental del imperio, con dos emperadores (augustos) y dos ayudantes (césares). A eso se llamó <i>tetrarquía</i>, o gobierno de cuatro (si Octavio Augusto o Tiberio hubieran levantado la cabeza y visto eso, les habría dado un derrame cerebral). El caso es que entre el siglo III y el IV, además de dividirse administrativamente en dos, el imperio ya era una confederación de ciudades autónomas y amuralladas, cada una por su cuenta, mientras los bárbaros apretaban en el <i>limes</i>. Y tal era la presión de germanos, sármatas y otros inmigrantes por las bravas, que se cambió la táctica defensiva rígida y atrincherada por otra elástica, con legiones retiradas de las fronteras y situadas en el interior, dispuestas a intervenir donde se las requería. De aquellos legionarios y sus jefes, pocos nacían en la península itálica y muchos eran reclutados entre los mismos bárbaros. Para tenerlos contentos, pues eran el auténtico poder, a los soldados se les permitía dormir fuera del cuartel y organizarse como en sindicatos, con lo que la disciplina se relajaba mucho. Los emperadores eran militares profesionales de oscuro origen que ni siquiera tenían que hacer política en la capital: salían elegidos por la cara, directamente de la tropa. Nombrados por sus legiones, se enfrentaban a otros emperadores y algunos duraron tan poco que la Historia apenas retuvo sus nombres. Los hubo que reinaron tres semanas, y uno (escándalo para la época) era hijo de un esclavo liberto. Por lo demás, el imperio se tambaleaba tanto por la presión exterior como por la anarquía interior. Con el derrumbe de las estructuras estatales, todo era un sindiós difícil de administrar y la economía iba al desastre (<i>El tiempo se nos escapa sin remedio</i>, habría escrito otra vez Virgilio, de ver aquello). Exhausta la plata de las minas hispanas, sin riquezas que saquear mediante nuevas conquistas, con una feroz competencia de los imperios que en Oriente crecían ajenos al romano (Persia, la India), la forma de ingresar viruta eran los impuestos, abusivos y con multas escalofriantes a quien el Estado trincaba en sus fauces; hasta el punto de que bajo el dálmata Diocleciano (uno de los pocos emperadores competentes de esa época, quien retrasó veinte años la decadencia) se dieron los primeros casos documentados de evasión fiscal: ciudadanos romanos, tanto millonetis como gente modesta, cruzaron la frontera para instalarse en tierras bárbaras. La clase media fue machacada y el campo se despobló entre campesinos arruinados, desertores, bandoleros y recaudadores de impuestos más malos que el sheriff de Nottingham. La palabra <i>democracia</i> era ya pretérito pluscuamperfecto. La distancia social entre los emperatas y el pueblo fue tan enorme que empezó a darse un curioso fenómeno de igualdad por abajo, entre gentes hermanadas en la pobreza. Junto a la falta de confianza en la vida terrenal, eso favoreció la extensión del cristianismo, que aparte de perdonar culpas y dar de comer, que no era ninguna tontería (las comunidades cristianas practicaban la asistencia social), prometía una feliz vida eterna (lo que tampoco era moco de pavo). Y así, entre pitos y flautas, llegaron un momento y un personaje decisivos. El momento fue a comienzos del siglo IV, cuando el imperio tenía siete emperadores que andaban puteándose y asesinándose entre sí. Y uno de ellos, proclamado emperador en Britania y la Galia, iba a dar un toque decisivo a la historia de Roma y la futura Europa. El fulano se llamaba Flavio Valerio Constantino (Constantino para los amigos). Y el 28 de octubre de 312 derrotó a su rival más poderoso, un tal Majencio, con tropas que llevaban la cruz cristiana y la consigna <i>In hoc signo vinces</i> (con esta señal vencerás) en los estandartes. Pero eso, señoras y señores, requiere un capítulo aparte. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">[Continuará]. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">29 de mayo de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-20382159958095702542022-05-22T22:39:00.017+02:002023-12-11T22:47:31.586+01:00‘Manca rispetto’<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiY_DBqOct19YMVput5ua3aWOp2U91LWwUDBZgTOPETRGr9wZENFY-ec9D8jwgDpo26WrVfNUZPoVwt2IHmp-lfGv7A9DwGXM4tV_ah1gZ_dmNYcvU5ehRc5wQZr-THKQLywoY16XxDTQNW4ToBqYoVBSjNodvArCDw-6Id31or-DPgNNb5RREkhN5KvvhU/s800/2022-05-22.jpeg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="500" data-original-width="800" height="250" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiY_DBqOct19YMVput5ua3aWOp2U91LWwUDBZgTOPETRGr9wZENFY-ec9D8jwgDpo26WrVfNUZPoVwt2IHmp-lfGv7A9DwGXM4tV_ah1gZ_dmNYcvU5ehRc5wQZr-THKQLywoY16XxDTQNW4ToBqYoVBSjNodvArCDw-6Id31or-DPgNNb5RREkhN5KvvhU/w400-h250/2022-05-22.jpeg" width="400" /></a></div>El fulano me vigila desde que compré una pizza frita en el vico della Tofa. Sus objetivos son, deduzco, mi reloj y mi cartera. Viene siguiéndome paciente, a la espera de darme el sartenazo ante vecinos que jurarán a la policía, por la memoria de sus queridos difuntos, que no han visto ni oído nada. Son las reglas, y no puedo tomarlo a mal. Veterano del barrio y la ciudad, hace cuarenta años que asumo los usos y costumbres locales. Sin ellos, Nápoles no sería Nápoles. Es una de las razones por las que, por encima de todas las ciudades, amo ésta y cuanto contiene: sus calles, su gente, su peligro. El palimpsesto fascinante de Oriente y Occidente mediterráneos donde es posible encontrar comerciantes que se llaman, por ejemplo, Arístide Pitagórico; o taxistas que con orgullo se dicen a sí mismos <i>il conte</i> Renato, porque su abuelo, conocido <i>truffatóre</i> local, estafaba a la gente bajo ese falso título nobiliario. La vieja Parténope nunca fue ciudad para bobos despistados, sino para gente que sepa moverse, escuchar y mirar. Amantes de la pasta al dente y las películas de Totò y Vittorio de Sica. Viajeros atentos, con ojos en la espalda. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Así, vigilando flancos y retaguardia, voy por el antiguo Barrio Español camino de via Pignaseca, dispuesto a beber una cerveza Peroni a la salud de Gennaro Squarzialupo –cuya imaginaria trattoria Il Palombaro situé cerca de este lugar– y sus camaradas del grupo Orsa Maggiore, que hace ochenta años atacaban naves británicas en Gibraltar. Camino entre puestos callejeros, olor a carne, verdura, pescado y pizza caliente, sin descuidar mi espalda; y a veces me aparto del vico Gelso o la via Speranzella en busca de calles situadas más arriba, menos transitadas: las de ropa tendida en los balcones, altarcitos con santos y esquelas mortuorias en los muros –<i>Marinella Esposito, ditta Nenella</i>–, buscando el eco de mis pasos en calles por las que transitaron, hace cuatro siglos, las sombras de Íñigo Balboa y el capitán Alatriste. Y en una de las que suben a Montecalvario –qué nombres, <i>cazzo</i>, tan extraordinarios hay aquí– compruebo que el pavo que me seguía cambió de objetivo y se aleja tras una pareja de turistas rubios, anglosajones colorados de sol, que pasean de la mano, cámaras al cuello, teléfonos y bolsos descuidados y tentadores, con la inocencia de quien no tiene puñetera idea de dónde se mete. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i>Manca rispetto</i>, pienso desolado. Falta respeto. La escena es cada vez más frecuente. Antes, los pocos turistas en Nápoles se limitaban a la via Toledo, y los atrevidos llegaban dos calles más arriba. Via Speranzella era el límite impuesto por la prudencia. Para evitar guías banderita en alto y oír graznar inglés o japonés bastaba con mantenerse por encima de esa línea. Así podías recorrer el barrio sin ver más que napolitanos, incluidos niños de doce años conduciendo motocicletas en las que se agrupaban, detrás, hasta cuatro hermanos pequeños. Te metías allí asumiendo los riesgos de un atropello, un tirón o un navajazo, dispuesto a pagar el precio de la experiencia. Ibas sin amparo, disfrutando del oro y el barro de la Nápoles profunda, mirando y aprendiendo lecciones de historia y vida. Ahora, sin embargo, con monstruosos cruceros que vomitan miles de turistas sobre la ciudad, el Nápoles de abajo gana terreno al de arriba. Cada vez hay más restaurancitos, bares, tiendas. Ves turistas con camisetas del Manchester hasta en Trinità degli Spagnoli. Eso es bueno para el barrio: trabajo, dinero y posibilidades. Me alegro por ellos, claro; por esos napolitanos de rostros patibularios y esas mujeres de belleza densa y espesa. Pero no puedo evitar cierta melancolía. Sé que esa nueva vida –lo he visto en Madrid, en Lisboa y en muchas ciudades– significa la muerte de otra, o de los rasgos propios que la hacían especial. Cada vez todo se parece más a todo; y eso, bueno para unas cosas, es malo para otras. Que Nápoles, uno de los pocos reductos que parecían imbatibles, acabe invadida también por el turismo de masas es revelador. Nada queda a salvo. Nenella Esposito y Arístide Pitagórico, con cuanto simbolizan, están sentenciados a muerte. El mundo les ha perdido el respeto, y cualquier pringado se cree seguro paseando ante la mirada, antaño peligrosa y hoy servil, de sus hijos y nietos. Por eso, aunque sólo sea porque retrasa un poquito un destino inevitable, me consuela que el fulano que antes pisaba mis talones siga ahora el rastro de la nueva presa, con andares de lobo goteándole el colmillo. Con algo de suerte, pienso, salvará el honor del viejo Barrio Español, devolviéndole por un instante el respeto que cada vez más pagafantas ignoran. Y así, la parejita anglosajona cogida de la mano tendrá algo que contar a los otros tres o cuatro mil pasajeros cuando vuelva al <i>Costa Smeralda</i>, o al <i>Empress of the Sea</i>, o al <i>Titanic II</i>, o como carajo se llame su puto barco. </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">22 de mayo de 2022</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-71246654156601960162022-05-15T20:15:00.012+02:002023-12-03T20:24:12.062+01:00Una historia de Europa (XXVIII)<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMtr9-hWIThHrDZaWIkLMCzJSrIg8dLgfX7CHakAwGg7iGzQEnLSSC2VBkeA7pubRuSl7o048OF8ntxYmcZm7mnTh_8qPnYfWiY15pT21lo8ldroWPFHpdJNkt_NzXUeN9Xz_wjSNj6niFWiQDxtQxyhnrNfYg9jKkDBnPBhmhmDH17cRylT80TjzisuqM/s4000/2022-05-15.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="2105" data-original-width="4000" height="210" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMtr9-hWIThHrDZaWIkLMCzJSrIg8dLgfX7CHakAwGg7iGzQEnLSSC2VBkeA7pubRuSl7o048OF8ntxYmcZm7mnTh_8qPnYfWiY15pT21lo8ldroWPFHpdJNkt_NzXUeN9Xz_wjSNj6niFWiQDxtQxyhnrNfYg9jKkDBnPBhmhmDH17cRylT80TjzisuqM/w400-h210/2022-05-15.jpg" width="400" /></a></div>Es precisamente ahí, cuando el imperio romano alcanza la cima y empieza un lento declive que iba a prolongarse un par de siglos, cuando conviene considerar el auge de una religión originalmente judía, la de los cristianos, que iba a influir de modo asombroso en la historia de Roma, de Europa y del mundo conocido y por conocer. Al principio eran cuatro gatos que se reunían de forma clandestina; luego fueron objeto de persecuciones y matanzas, y al final acabaron siendo más audaces y predicando abiertamente sus creencias. El mensaje, revolucionario para la época, sostenía la igualdad y el amor entre los seres humanos, el perdón de los pecados cometidos y la compensación, mediante una vida futura y eterna, de los sufrimientos terrenales. Aquello atrajo al principio a los más pobres y desgraciados, pero poco a poco fue ampliándose la concurrencia. El hecho de ponerse a menudo chulitos frente a la autoridad de los emperadores contribuyó a darles publicidad y prestigio, y hasta en el ejército empezaron a infiltrarse. Frente a una administración imperial cada vez más rígida y elitista, ellos ofrecían ayuda mutua para el presente, esperanza para el futuro y consuelo en la muerte. Además, los pobres iban a ser dueños del Reino de los Cielos, así que no vean cómo se apuntaba la peña y cómo se mosqueaban las clases dirigentes, porque eso era ácido sulfúrico para las jerarquías y valores tradicionales. A finales del siglo II, las asambleas o <i>ecclesiae</i> de los cristianos tenían ya mucha fuerza social, y que en el siglo siguiente se desataran duras persecuciones contra ellos (Decio, Valeriano y Diocleciano les dieron hasta en el carnet de identidad) indica que el poder empezaba a acojonarse de verdad. El éxito acabó requiriendo una organización; y se pasó así, como siempre ocurre en estos casos, de una estructura horizontal anárquica a otra vertical, jerarquizada en jefes llamados obispos, en plan tranquilos, hermanos, que yo os represento (supongo que les suena a ustedes el mecanismo). Así entró el cristianismo en la vida social y las iglesias se convirtieron en lugares importantes. Eso hizo que las relaciones entre esa comunidad y el Estado, aunque cambiantes según las épocas, se fueran ajustando en plan vamos a llevarnos bien y entre bomberos no nos pisemos la manguera. Llegado a este punto, el cristianismo era ya una fuerza poderosa, y no sólo espiritual (un bonito ejemplo es el obispo Calixto, la quiebra de cuya banca en Roma, con fondos de viudas y huérfanos, lo había mandado una temporada a picar azufre en las minas de Cerdeña). Lo interesante de este proceso es cómo un movimiento que por impulso natural tendía hacia una especie de anarquismo (igualdad, fraternidad, rechazo de bienes terrenales, insumisión al orden establecido y otros etcéteras) acabó transformándose no sólo en fuerza política, sino también en poderosa herramienta del Estado. El truco del almendruco hay que apuntárselo al más brillante intelectual cristiano de la época, un judío y ciudadano romano llamado Saulo, hoy conocido como San Pablo. Con una visión genial de la jugada, en sus famosas cartas (<i>epistulae</i>) a las congregaciones cristianas, aquel fulano frenó la tendencia al desmadre de sus correligionarios, llamó a la paz social, pidió respeto a la propiedad privada e insistió –punto clave– en que el deber para con Dios era perfectamente compatible con los deberes sociales dentro del imperio. Hasta a los esclavos les dijo <i>obedeced en todo a vuestros amos según la carne</i>. Pero todavía fue más allá, y el paso fue decisivo: <i>Toda alma se someta a las autoridades superiores, porque no hay autoridad que no sea instituida por Dios</i>, escribió el tío. Y eso tiene tela marinera, porque significaba un nuevo y original enfoque de los Evangelios. <i>Nulla potestas nisi a Deo</i>: todo poder constituido viene de Dios, y éste participa en el poder político del mundo. Eso era, literalmente, una bomba. Nada menos que pasar de <i>mi Reino no es de este mundo</i> a un revolucionario (o más bien contrarrevolucionario) <i>todos los reinos del mundo son de Dios</i>. Tan hábil juego de manos iba a abrir un debate de casi veinte siglos; pero de momento permitiría a emperadores, reyes medievales, monarcas cristianísimos y cuantos dirigentes vinieron luego, declararse con legitimación divina (<i>por la gracia de Dios</i>) en el ejercicio del poder. Y también, de paso, a los jerarcas de la Iglesia cristiana convertirse en intermediarios, cómplices y hasta propietarios del poder terrenal. Así que, imagino, allá en el Cielo, sentado a la derecha del padre, a Jesucristo tenían que estársele poniendo unos ojos como platos. Para esto –pensaría, desilusionado– baja uno a la tierra y permite que lo crucifiquen esos cabrones. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">[Continuará]</div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">15 de mayo de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-36647400479085478462022-05-08T20:01:00.001+02:002023-12-03T20:12:25.523+01:00El Batman Güemes<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhH7VImQ90Z1n9G2JU-QjzvrWmhmIdkwtwn8u4ZGDiN8AqDUe0-BtulWFoRG_UisPshRVZPsoOa1iaX3VJKEVtA34KFkRm1iE9_qJBKsJFKiAs_SzPVUUV6ImMYG5Fr5z_j3wzJUtzax-AsnlzFZiHysUWu7Z8vGFn7jJVKmahzZyJdaMgpbIvIPL6NVVgj/s289/2022-05-08.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="175" data-original-width="289" height="194" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhH7VImQ90Z1n9G2JU-QjzvrWmhmIdkwtwn8u4ZGDiN8AqDUe0-BtulWFoRG_UisPshRVZPsoOa1iaX3VJKEVtA34KFkRm1iE9_qJBKsJFKiAs_SzPVUUV6ImMYG5Fr5z_j3wzJUtzax-AsnlzFZiHysUWu7Z8vGFn7jJVKmahzZyJdaMgpbIvIPL6NVVgj/w320-h194/2022-05-08.jpg" width="320" /></a></div>Era uno de esos hombres heridos y trágicos que parecen sacados de una canción mexicana de José Alfredo. De hecho, nos conocimos en una cantina; o allí nos hicimos amigos cuando me entrevistó sobre mis primeras novelas, a principios de los 90. En aquel tiempo César Güemes era periodista cultural y especialista en cierta clase de música de su tierra: corridos populares y sobre todo, género que entonces tenía un éxito enorme, narcocorridos: relatos cantados sobre traficantes de droga, en un tiempo en que ese contrabando, basado todavía en la marihuana, era una actividad comprensible en un país sumido en la injusticia y la pobreza, y no el sangriento disparate, la atrocidad salvaje en que se ha convertido ahora. Uno de los narcos de Culiacán con quienes conversé me resumiría aquel momento en una frase que nunca olvidé: «Prefiero vivir cinco años como un rey a cincuenta como un buey». </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Gracias a César Güemes conocí ese mundo asombroso, familiarizándome con sus personajes y episodios. En cada viaje a México me descubría canciones; rolas, las llamaba él. Íbamos a cantinas cutres y peligrosas a conversar sobre ellas entre humo de cigarrillos, vaciando botellas de nuestro tequila favorito, Herradura reposado. Así escuché hasta aprenderme de memoria <i>Contrabando y traición, Pacas de a kilo, Lamberto Quintero, La banda del coche rojo</i> y tantas otras, en la voz de Los Tigres del Norte –que también acabarían siendo amigos míos– y Los Tucanes de Tijuana. Me fascinaban los asuntos y el lenguaje, y así conocí y comprendí un México distinto al que endulzan los mariachis para los turistas. Un México duro y violento; pero que, a diferencia del de hoy, aún mantenía reglas no escritas pero rigurosas: honor a la palabra dada, respeto por las mujeres y los niños. Cosas así. Todo lo que desde hace demasiado tiempo se ha ido allí al carajo. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Cuando decidí escribir <i>La Reina del Sur</i>, César guió mis pasos. Me acompañó a Culiacán, Sinaloa, presentándome a dos amigos que se quedaron para siempre en mi vida: el entrañable Julio Bernal y mi hermano culichi –mi <i>carnal</i>, dicen allí– Élmer Mendoza, hoy respetado escritor y patriarca indiscutible de la literatura norteña. Ellos me dieron acceso a las claves y personas necesarias, y a ellos iba a deber el éxito de la novela y sus adaptaciones televisivas. En agradecimiento los convertí en personajes del relato, reservándole a César el papel de narcotraficante. Y fue en ese punto cuando, una noche de muchas copas en el Don Quijote de Culiacán, le oí decir algo que no olvidé: «Toda mi vida, de niño, soñé con ser Batman». Así que, para complacerlo, introduje en la novela el personaje de César <i>Batman</i> Güemes que luego, en la serie protagonizada por Kate del Castillo, interpretaría el estupendo actor Alejandro Calva. Eso hizo a César, el auténtico, absolutamente feliz. Lo recuerdo serio y vestido de negro, a mi lado, muy en su papel cuando presentamos la novela en Sinaloa, con gente hasta en la calle y la primera fila ocupada por los narcos locales y sus señoras esposas, o lo que fueran. Sus <i>morras</i>, en lenguaje de allí. Fue una noche gloriosa, en la que un policía me amenazó de muerte y mis amigos lo amenazaron a él. Pero ésa es otra historia. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Volvamos a César. Dije que llevaba heridas propias de una canción de José Alfredo, y es cierto. Una mujer sinaloense, su primera esposa, le había destrozado el corazón. Ignoro los motivos, pero era una historia clásica de traiciones, alcohol y cantinas que me contó, nunca del todo, entre copas y canciones. Tenía otra esposa dulce e inteligente a la que hacía muy desgraciada: demasiado alcohol, demasiados recuerdos amargos, demasiado rencor. Quiso César distanciarse del periodismo y hacer novelas, pues era un magnífico escritor, pero no consiguió la serenidad necesaria. Se hundió en el alcohol y el fracaso, perdió a la segunda mujer y arrastró su mala salud hasta que, hace unos días, un amigo común telefoneó para decirme que había muerto en un hospital de México. Esa noche le quité el precinto a la última botella de Herradura reposado que César me regaló, puse la canción <i>Tu recuerdo y yo</i> y me senté a beber en un lugar oscuro de mi casa, en silencio, brindando por su memoria. El sabor del tequila en la boca evocaba lo que me contó una vez en La Ballena de Culiacán, rodeados de fulanos peligrosos que mojaban el bigote en botellines de cerveza Pacífico: «Siempre que vengo a Culiacán me paro en la calle mirando a las mujeres, y cada una que pasa espero que sea ella, la que se fue. Pero nunca es ella, hermano». </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Y, bueno. A tu salud, querido Batman. Ahí nos vemos. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">8 de mayo de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-65850468329326192012022-05-01T19:31:00.018+02:002023-11-26T19:43:10.105+01:00Una historia de Europa (XXVII) <div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjqkkNbyfxp7XO-wp5fFidxhnYlJsrl6BBre4LxxZ4lHqTmR9ktUMqwRmffKhziZu_PmFX4-_H-e3eMFmq0tBzLbeVg65WW0A3rKQ-LcZVYX3psgF13hYf_HAs0omSLOK9O3EK57qze6dg98w33fzeFH_OpelbWEjdKC8SwGf3DsOcpA9XvrXlG_Y9Rekjm/s800/2022-05-01.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="450" data-original-width="800" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjqkkNbyfxp7XO-wp5fFidxhnYlJsrl6BBre4LxxZ4lHqTmR9ktUMqwRmffKhziZu_PmFX4-_H-e3eMFmq0tBzLbeVg65WW0A3rKQ-LcZVYX3psgF13hYf_HAs0omSLOK9O3EK57qze6dg98w33fzeFH_OpelbWEjdKC8SwGf3DsOcpA9XvrXlG_Y9Rekjm/w400-h225/2022-05-01.jpg" width="400" /></a></div>Enviado Nerón <i>ad penates</i>, como se decía entonces, llegó a Roma el tiempo de los que podríamos llamar emperadores-soldados, porque procedían del ejército y eran respaldados por las legiones. Curiosamente, salvo excepciones, entre esa peña hubo más de bueno que de malo. Liquidada una guerra civil que en el año 69 enfrentó a los generales Otón, Vitelio y Galba, surgió una estrella llamada Vespasiano (veterano del Danubio y Palestina, apoyado por las legiones de Hispania) que resultaría un emperador bastante potable. Austero, sobrio en el comer y vestir al modo antiguo, Vespasiano moderó los excesos de lujo imperiales y emprendió una campaña de obras públicas destinada a dar trabajo a la gente. Su extensión del derecho romano hizo posible un estado más homogéneo y facilitó la llegada de hombres nuevos, procedentes de las provincias y las colonias, integrándolos en los oficios y dignidades imperiales. También organizó un sistema público de enseñanza, eximió de impuestos a médicos e intelectuales y fue el primero en destinar 100.000 sestercios anuales para pagar a los maestros. Eso sí: con él, duro soldadote, se acabó la ficción de que un emperador no era otra cosa que defensor de la antigua república romana. Eso ya no se lo tragaba nadie, así que terminaron los paños calientes. Para financiarse resucitó viejos impuestos e inventó otros nuevos, incluido uno sobre recogida de la orina, que tenía un uso industrial (<i>El único reproche justificado que se le puede hacer es su amor al dinero, escribió el historiador Suetonio</i>). El caso es que, desde entonces, los emperadores romanos se mostraron sin disimulo como eran: dueños del asunto. <i>Dominus</i>, dicho en bonito. Por lo demás, dispuesto tanto a moralizar Roma como a hacerla suya, Vespasiano purgó el senado de indeseables y corruptos, y también de desafectos a su persona, apoyándose en una clase rica y poderosa, formada en gran parte por senadores y millonetis hispanos. Del apoyo de esa oligarquía iban a salir varios emperadores, entre ellos los cinco más interesantes de este período: Tito (hijo de Vespasiano, había aplastado una rebelión en Palestina, destruyendo Jerusalén y dando lugar a la primera diáspora judía), Domiciano (pésimo militar pero excelente organizador de la administración del imperio), Trajano, Adriano y Marco Aurelio. En lo que a Tito se refiere, era un chaval razonable, generoso, que nunca firmó como emperador una sentencia de muerte. Estuvo poco tiempo, pero le pasó de todo: el Vesubio destruyó Pompeya y Roma se incendió otra vez. En cuanto a Trajano, es uno de mis emperadores favoritos no sólo porque nació en Itálica, Hispania, sino porque aunque ejercía de modo férreo el poder mantuvo excelente relación con el Senado. A él se deben las últimas colonizaciones hechas por las legiones, con una política exterior agresiva y conquistadora (aún lo conmemora en Roma la famosa Columna Trajana), mientras que en el interior mantuvo la paz social reduciendo impuestos y favoreciendo el interés público con una especie de despotismo ilustrado que podríamos llamar <i>humanitas</i>: un estado más o menos de bienestar, dentro de lo posible en esa época. Le sucedió otro hispano, Adriano, que pasó de una política exterior agresiva a una defensiva, aplastó otra sublevación en Palestina dando pie a la segunda diáspora judía, y (anécdota social curiosa) fue el primer emperata en aceptar de modo público la homosexualidad con los jóvenes. El último grande fue Marco Aurelio, claro. Con buena formación intelectual, practicante de la filosofía estoica, su libro <i>Las Meditaciones</i> es un extraordinario código moral y una joya de la cultura europea (<i>Si no participas de la razón, has nacido esclavo</i>). Aunque para conocer la Roma real de entonces, mucho más canalla, convenga leer los <i>Epigramas</i> de otro hispano, Marcial (<i>No pido que no te follen, Lesbia, sino que no te pillen)</i>. Marco Aurelio vivió tiempos muy convulsos, como una pandemia que procedente de Asia (lo que parece nuevo sólo es lo olvidado) causó siete millones de muertos. También hizo frente a las primeras grandes invasiones del este de Europa: marcomanos, longobardos, germanos y sármatas se acercaban al Rhin y el Danubio empujando fuerte. El futuro y sus sombras tardarían en llegar, pero llamaban a la puerta; y a la muerte de Marco Aurelio, esa puerta iba a entreabrirla su hijo Cómodo (el villano de la película <i>Gladiator</i>): un megalómano criminal e incapaz (acabó estrangulado por un atleta del circo, lo que tiene su puntito), cuyo gobierno clavó el historiador Casio Dión con estas acertadas palabras: <i>Su reinado marcó la transición de un reino de oro y plata a uno de hierro y moho</i>. Aunque a finales de ese siglo II aún quedaba cuerda para rato, por el imperio romano empezaban a doblar las campanas. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">[Continuará]</div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">1 de mayo de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-12097686996669659152022-04-24T19:22:00.009+02:002023-11-26T19:31:32.397+01:00De mujeres, truhanes y caballeros<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgMnUJuN0VR_KnEFPG0hBP-bCI5Cxhg4h2c_DVEzHf6rPDehqD9phUz-vc1rSE9KO18SCM7iRTYzgt99SbB-fyNldOUttDzvLwi-pmk75C_InRgcenar5wvUE0M-jdQjZ_Nc6GxzhsGZCGK2Da9lUArVqoIh63rU8eATXq2jOk1AnTU2MF1Bno0bP4lT655/s700/2022-04-22.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="467" data-original-width="700" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgMnUJuN0VR_KnEFPG0hBP-bCI5Cxhg4h2c_DVEzHf6rPDehqD9phUz-vc1rSE9KO18SCM7iRTYzgt99SbB-fyNldOUttDzvLwi-pmk75C_InRgcenar5wvUE0M-jdQjZ_Nc6GxzhsGZCGK2Da9lUArVqoIh63rU8eATXq2jOk1AnTU2MF1Bno0bP4lT655/s320/2022-04-22.jpg" width="320" /></a></div>Las mujeres, o algunas de ellas, se casan con los caballeros pero se enamoran de los truhanes. Leí eso hace muchísimos años, ya no recuerdo dónde, y se me quedó en la cabeza. O tal vez no lo leí de nadie, sino que lo escribí o lo dije yo mismo. Cualquiera sabe, a estas alturas. Lo que importa es que mía o de otro, como todas las generalizaciones, supongo que también esa resulta falsa, o inexacta, o exagerada. Pero esto no le quita, de algún modo, su puntito de verdad. Cuando vives lo suficiente, acabas comprendiendo que todo en la vida, hasta las mayores contradicciones o barbaridades, tiene ese puntito de verdad. Su lado por donde agarrarlas. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Me acordé de eso ayer cuando, mientras ordenaba o destruía papeles viejos, encontré una hoja con membrete del hotel Bristol de Buenos Aires, donde me alojé al llegar a esa ciudad en mi primer viaje como reportero a la Argentina, a mediados de los años 70. El Bristol era un hotel agradable con vistas a las palmeras y sauces de la plaza San Martín, y en él nos instalamos un periodista francés, al que llamaré Philippe, y yo, mientras preparábamos un viaje a la zona más austral del país. Nos acompañaba, alojada en el mismo hotel, una señora muy atractiva, funcionaria del Estado en Ushuaia, que debía guiarnos en el viaje. El papeleo y la burocracia nos retuvo una semana en la ciudad, y no teníamos otra cosa que hacer que comer, cenar, tomar copas oyendo tangos, e irnos a bailar de vez en cuando. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">A la señora la llamaré Mirta. Era morena, simpática, muy agradable. Treintañera y casada con un militar o un marino. Yo tenía veintipocos años y no era insensible a su atractivo. Cuando salíamos a cenar o bailar los tres, ella me prestaba cierta atención. Yo estaba en la edad adecuada, era un chico razonablemente educado y cortés, mientras Philippe, por su parte, era un marsellés maduro, simpático pero vulgar. Grosero, incluso, en cierta clase de bromas. Le decía a Mirta inconveniencias que me sonrojaba escuchar. Cuando bailaba con ella la apretaba de modo tan inconveniente que la hacía sentirse violenta. Incluso le manoseaba el culo. Y una vez, estando ella de pie y él sentado, la agarró por un brazo y la hizo de un tirón sentarse en sus rodillas, lo que hizo que Mirta se enfureciera. Aquel día, lo recuerdo bien, estuve a punto de arrimarle una hostia al franchute. Yo estaba indignado con su actitud. Alguna vez se lo dije a solas, pero él encogía los hombros y se reía. Le importaba un carajo. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Me debatía entre contradicciones. No era tímido en absoluto y llevaba tiempo rodando por el mundo; pero había reflejos automáticos, fruto de la educación y de lo que entonces yo consideraba sentido común, que se imponían. Cuando bailábamos, cuando conversábamos, Mirta me mandaba señales adecuadas, o así lo entendía yo. Pero era una señora casada, pensaba al mismo tiempo, y además formaba parte de mi trabajo. Me parecía inconveniente mezclar las cosas, violentar lo que yo creía eran las reglas; así que todo el tiempo procuraba mantenerme en los límites del decoro y no ir más allá. Portarme como un caballero, o como entonces yo suponía que era eso. Ni siquiera una noche que ella y yo paseábamos por la Costanera después de cenar, cuando le di fuego a un cigarrillo y acercó mucho el rostro a la llama del encendedor y al mío, no hice otra cosa que deslizarle un beso suave en la comisura de la boca, que ella acogió con una sonrisa dulce. Al día siguiente, tras pensarlo mucho, me disculpé como un idiota. Mi padre estaría orgulloso de mí, concluí satisfecho. Una señora casada, elegante, respetable y tal. Funcionaria del Estado. He quedado como un caballero. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Dos noches después, subiendo a mi habitación, me encontré con Philippe saliendo de la de Mirta. Se sorprendió al verme, pero de inmediato compuso una sonrisa canalla, muy de las suyas, y me guiñó un ojo. «<i>Salut, mec</i>», dijo, y se alejó riendo. Saludos, chaval. Casi cincuenta años después recuerdo bien aquel guiño humillante, aquella risa y aquellas palabras. Fue una de las muchas lecciones que me iba ofreciendo la vida, y creo que resultó útil. Nunca volvieron a guiñarme un ojo ni a reírse de mí de aquella manera. Quizá de otras, claro, pero no de ésa. Cuando vives rodando por el mundo mochila al hombro, entre Philippes y Mirtas, acabas aprendiendo rápido. Comprendes, al fin, a qué se refiere Gloria Swanson en la película <i>Esta noche o nunca</i> cuando, tras pasar la noche con el apuesto Melvyn Douglas, susurra con un suspiro feliz a su mejor amiga: «Es un caballero… pero no es un caballero». </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">24 de abril de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-88711667192143281272022-04-17T21:44:00.012+02:002023-09-12T21:56:27.360+02:00Una historia de Europa (XXVI)<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhv9pibXqbDbcEOdICjOZuAEkviNY_-uh9UVyXsVNUvFGVvDBRQy-v-VSi8yfOUIv_kcXUQb6EjjvgmP8oVNXgVvKdbM_wLNnlw-vpdnYfGTyLn8nCgycm8xh5MQyLyVWJ29dlgfNgogdTGbyruypc02IP5__JtDOYUa49uNhnwX5vGbA7MhCGIP7A02yxh/s800/2022-04-17.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="593" data-original-width="800" height="237" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhv9pibXqbDbcEOdICjOZuAEkviNY_-uh9UVyXsVNUvFGVvDBRQy-v-VSi8yfOUIv_kcXUQb6EjjvgmP8oVNXgVvKdbM_wLNnlw-vpdnYfGTyLn8nCgycm8xh5MQyLyVWJ29dlgfNgogdTGbyruypc02IP5__JtDOYUa49uNhnwX5vGbA7MhCGIP7A02yxh/s320/2022-04-17.jpg" width="320" /></a></div>Una película de romanos, o sea. Clavadito a una superproducción de Hollywood de las de antes. Así fue el Imperio del siglo I después de Cristo: emperadores, intrigas cortesanas, gladiadores, últimos días de Pompeya, <i>Quo vadis Domine</i>, legiones luchando en las fronteras, cristianos echados a los leones y demás elementos clásicos del género. Lo sabemos porque historiadores, filósofos, dramaturgos, poetas y escritores costumbristas dejaron extenso relato de todo aquello. Nunca la modernidad había llegado tan arriba, y el sello que Roma imprimió marcaría el mundo durante veinte siglos. La primera tanda de emperadores desde Augusto, vinculada a la misma familia, aportó personajes interesantes de ambos sexos, no siempre por sus virtudes: el viejo y detestado Tiberio, el populista y al fin majareta Calígula, que recibió un Imperio sano y acabó arruinándolo (en un año dilapidó 2.700 millones de sestercios), el sorprendente Claudio, <i>de pasión insaciable hacia las mujeres pero ajeno a los hombres</i> (eso dice el historiador Suetonio), el pelirrojo y contradictorio Nerón, adorado al principio y odiado al final, y también señoras de rompe y rasga como Livia, Mesalina, Agripina, Popea y alguna otra. Entre esa peña, propensa a intrigas familiares, incestos, envenenamientos y otras delicias domésticas, fue Claudio (que parecía el tonto de la familia) quien más aportó en grandeza estatal. Conquistó Britania, lo que no es ninguna tontería; y aunque el senado fue poco más que una herramienta en sus manos, pues hizo dar matarile a quien rechistaba (liquidó a 35 senadores y a 300 <i>equites</i> o caballeros, sin despeinarse), creó una administración moderna, sólida y estable en la que intervenían empleados de la casa imperial, pero sobre todo los llamados <i>liberti</i>, o libertos. Y eso de los libertos, ojo al dato, sería decisivo para Roma, pues eran antiguos esclavos manumitidos: preceptores, letrados, técnicos, gente eficaz que ocupó puestos importantes, enriqueciéndose hasta el punto de que algunos amasaron fortunas y, por su triple condición de ricos, influyentes y advenedizos, despertaron la envidia de la antigua y zángana aristocracia de sangre, que siempre que pudo los despreció e hizo la puñeta. Sin embargo, ser rico en Roma no era del todo una ventaja; pues cuando los emperadores iban tiesos de viruta, que era casi siempre, recurrían al truco de condenar a un senador o a un millonetis que les cayera gordo, confiscándole los bienes (<i>La fuerza y la riqueza en los particulares son enemigas de los príncipes</i>, escribió el historiador Tácito, que tenía buen ojo). De los emperadores de la primera época, quien aplicó el sistema confiscatorio con mayor crueldad fue Nerón, quizá el más famoso de todos ellos. Llegó al poder a los 16 años con buenas intenciones, aficionado a la técnica y la economía moderna, las obras públicas, el helenismo oriental, la cultura y los espectáculos no sangrientos (tuvo como preceptor y consejero a un brillante cordobés, el escritor y filósofo Séneca), y fue adorado por el pueblo, al que halagó en detrimento de los grandes y poderosos. Sin embargo, la necesidad de recursos para financiar la grandeza de aquella Roma en la que sinceramente creía acabó por llevarlo a un callejón sin salida, haciéndole saquear cuanto produjera ingresos al Estado. Su rapiña fiscal fue tan voraz que primero puso en contra a los ricos que pagaban la fiesta y luego al público en general, que empezó a verse sin pan ni circo. Llegaron entonces las conjuras, las represalias y el terror. Para rematar la cosa, el año 64 se incendió Roma. La oposición usó el asunto para azuzar al pueblo contra el emperador, y éste pasó la pelota a los cristianos, que andaban por allí reclutando gente y a los que Claudio había dado ya un toque de atención (eso de que el Reino de los Cielos fuese más importante que la Roma imperial no lo veía nada claro). El caso es que Nerón, en busca de chivos expiatorios, hizo que fuesen los cristianos quienes se comieran el marrón, desencadenando la primera gran persecución contra ellos. Pero ni así pudo solucionar los problemas: abandonado, paranoico, vio cómo los militares se sublevaban en las provincias y todo se le volvía insostenible. Tenía sólo 30 años cuando, despreciado por el pueblo, odiado por el senado, más zumbado que un cencerro, se suicidó haciéndose matar por un liberto secretario que, para más recochineo, se llamaba Hepafrodito. <i>¡Qué gran artista pierde el mundo!,</i> fueron sus últimas palabras. O eso dicen. Después de aquello, el general Galba (un duro veterano apoyado por las legiones de Hispania) entró en la ciudad, ocupó la silla imperial y puso fin a la dinastía de Julios y Claudios que había hecho de Roma la nación más moderna y poderosa de la tierra. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">[Continuará]. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">17 de abril de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-11150343632688858002022-04-10T21:36:00.011+02:002023-09-12T21:43:20.846+02:00Una historia de Europa (XXV) <div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgS-BGtU-1YL4I03QpbjltCCMYk1pmV2KozNJkpdWXIUZpKjrqXiERhI_Py19nQyaQFSqbhd2u3-STuc6ZZmjPlY02LqCpkiSWcM5e30H8Kx2hbM7c7xmkz85c6rwjRWfByDBdsL9X9-P_wid0V4p0JBiLMHFKU-WI5mYAhVf9jSydzPpCX8dLV6b4jRTfB/s800/2022-04-10.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="400" data-original-width="800" height="160" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgS-BGtU-1YL4I03QpbjltCCMYk1pmV2KozNJkpdWXIUZpKjrqXiERhI_Py19nQyaQFSqbhd2u3-STuc6ZZmjPlY02LqCpkiSWcM5e30H8Kx2hbM7c7xmkz85c6rwjRWfByDBdsL9X9-P_wid0V4p0JBiLMHFKU-WI5mYAhVf9jSydzPpCX8dLV6b4jRTfB/s320/2022-04-10.jpg" width="320" /></a></div>Y entonces, justo entre el día 1 antes de Cristo y el día 1 después de Cristo, en la provincia romana de Judea, lejos de una Europa y un Occidente en los que iba a influir como nadie influyó jamás, nació un hombre extraordinario llamado Jesús. Tanto se ha dicho y escrito sobre él que resulta imposible deslindar la verdad de la mentira, lo cierto de la leyenda y lo humano de lo divino. Eso dejémoslo a otros; que ellos aten, si pueden, tan difícil mosca por el rabo. Lo que para esta historia importa es que Jesús era judío, hijo de un carpintero, y que tras una infancia y una juventud oscuras, a partir de los 30 años, mostrando un carácter, una personalidad y un encanto extraordinarios, empezó a predicar lo que hoy conocemos por cristianismo o religión cristiana (del griego <i>xristos</i>, que significa ungido, o mesías). Se basaba la cosa en el amor al prójimo, la fraternidad del género humano, la existencia de una vida eterna tras la muerte (para la que la vida terrena sería sólo preparación), y la omnipresencia de un dios supremo, paternal y bondadoso, del que Jesús, sin cortarse un pelo, se proclamaba hijo. Y tan elocuente fue, tan persuasivo y magnético, que arrasó entre los suyos. A lo mejor sólo era un tío al que se le había ido la olla, o un manipulador muy listo, o un fulano que se creía de verdad lo que predicaba; o tal vez, simplemente, una buena persona. Posiblemente fuera esto último, pero lo que importa es que su discurso, nuevo en la historia de la Humanidad, funcionaba de maravilla. A los ricos ofrecía reparación, esperanza a los desgraciados y consuelo a todos. Lo seguían los pobres y hasta redimía a las prostitutas. Como entonces no había tele, ni radio, ni internet, predicaba en vivo, cara a cara. Y empezaron a seguirlo centenares y miles de personas. Eso no tardó en causar problemas, pues por un lado los sacerdotes de la religión judía oficial se indignaron con aquel muerto de hambre que les robaba la clientela; y por otro, los romanos, que eran quienes cortaban el bacalao, se mosquearon porque algunos seguidores de Jesús, que no comprendían su mensaje o lo interpretaban de otra manera, afirmaban que era el jefe que los libraría del yugo de Roma. De todas formas, y para ser justos, quien de verdad hizo la cama a Jesús fueron los curas de allí: el clero judío, fariseos, saduceos y fulanos de similar pelaje, que tragaban bilis negra cada vez que lo oían largar por aquella boca. Todo eso está muy bien contado (con adornos, fantasías y camelos, pero de forma interesantísima) en cuatro libros llamados <i>Evangelios</i>, o <i>Nuevo Testamento</i>, cuya lectura, además de divertida, conmovedora y fascinante, permite comprender buena parte de las claves remotas de la historia no sólo europea, sino universal. Y claro, la película acabó como tenía que acabar. Los sacerdotes le jugaron a Jesús la del chino, montándole un complot que ni los de Fantomas. Sin embargo, pese a las ganas que le tenían, ellos no podían condenarlo a muerte; así que le pasaron el marrón a los romanos, en concreto al gobernador imperial, que se llamaba Poncio Pilatos, asegurándole que aquel tocapelotas quería proclamarse rey. A Pilatos, práctico como todos sus compatriotas, le importaba un carajo la religión que predicara Jesús, sobre todo porque los romanos eran gente ecléctica que aceptaba toda clase de creencias de los países conquistados; y una más se la traía, dicho en corto, bastante floja. Sin embargo, para quitarse de encima a los sacerdotes judíos, dijo que allá ellos mismos con sus mecanismos, y organizó la primera Semana Santa. A Jesús, recién cumplidos los 33 años, lo crucificaron, etcétera. Lo han visto ustedes en el cine, en <i>Rey de reyes</i> y otras pelis. Unos dicen que resucitó a los tres días y otros dicen que no, y en eso no me meto. Lo importante es que antes de que le dieran matarile, Jesús había elegido a doce amigos especiales, los llamados doce apóstoles; y éstos, que mientras apresaban al maestro no se portaron precisamente como tigres de Bengala ni leones de Judea, después hay que reconocer que sí le echaron huevos a la vida, pues se dedicaron a recorrer la tierra predicando lo que les había enseñado. Algunos lo pagarían con la prisión y la muerte, pero la nueva religión, llamada <i>cristianismo</i>, creció imparable, convirtiéndose en el mayor prodigio religioso y cultural en la historia no sólo de Roma y Europa, sino del mundo conocido y por conocer. Contribuyó mucho la intervención de un judío ciudadano romano llamado Saulo, o Pablo, que no llegó a tiempo de ser uno de los compadres íntimos de Jesús; pero que al apuntarse luego al asunto dio al cristianismo una estructura y un vigor intelectual cuyos resultados, veintiún siglos después, aún tenemos a la vista. Pero, bueno. De eso hablaremos más despacio, cuando toque. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">[Continuará]. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">10 de abril de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-20010147402144707362022-04-03T23:12:00.012+02:002023-09-11T23:25:40.266+02:00Marruecos, tan cerca<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjkWcyc0Fum-ubkr_mWAmV0VoSxDDLH7Xz6rw0B4XJ5FUDoiFS_4WCfV4bJAph3E6lHvmOlVDjGI8M3AdN7eI-L0-1vz7iZYSOLQDc23a7PH3RvgAx2So9sVxw_EdW6DtyJfToxxfs1FsVLgcBgsA1opohzEpUtSs5B0NR01mOVL3viXc7YizBoax0el2BL/s414/2022-04-03.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="276" data-original-width="414" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjkWcyc0Fum-ubkr_mWAmV0VoSxDDLH7Xz6rw0B4XJ5FUDoiFS_4WCfV4bJAph3E6lHvmOlVDjGI8M3AdN7eI-L0-1vz7iZYSOLQDc23a7PH3RvgAx2So9sVxw_EdW6DtyJfToxxfs1FsVLgcBgsA1opohzEpUtSs5B0NR01mOVL3viXc7YizBoax0el2BL/s320/2022-04-03.jpg" width="320" /></a></div>Hace días, entre dimes y diretes respecto al Sáhara Occidental, escuché diversas declaraciones de políticos y ciudadanos sobre el particular. Desde el aplauso al espumarajo, cada cual opinaba conforme a su interés, razón o sentimientos. Fue interesante el debate, y participé en él con algunas viejas fotografías y artículos. Haber vivido un año en la colonia española, ser corresponsal en Argel y frecuentar la guerra del Sáhara –la de verdad, no el turismo en campos de refugiados– me daba derecho a recordar y opinar, cosa que hice. A repetir que mi corazón estará siempre con mis amigos saharauis. Con los vivos y con los muertos. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Establecido eso, llamo la atención sobre algo que me dejó pensando: el deseo, sobre todo de algunos políticos de izquierdas y del público en general, de que en Marruecos caiga la monarquía, Mohamed VI se vaya a tomar por saco y allí reinen libertad, progreso y democracia. Deseos ésos que resulta difícil no compartir; pero que requieren notas a pie de página que, por lo visto, quien las conoce o intuye se guarda mucho de dar. Pero como el arriba firmante tiene una edad en la que ciertas cosas importan un carajo, voy a tocar esa tecla. Me pone, incluso. Lo de tocarla. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Europa, o lo que aún llamamos Occidente, es un espacio político y cultural acribillado de achaques y goteras, camino del desguace. Como todos los imperios, tardará en llegar al momento o el siglo del finiquito, pero su destino es tan ineludible como la historia de la Humanidad. Sobre ese nido confortable de derechos y libertades, duramente conquistados durante siglos, caen ahora, de forma tanto pacífica como violenta, oleadas de pueblos más jóvenes, más desesperados y más hambrientos, que no se rigen por nuestras reglas sino por las suyas y que traen, a veces, dosis de rencor históricamente justificadas. Todo ello lo resume de maravilla, ahorrándome palabras, la afirmación todavía reciente de un radical islámico: Usaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Como todos los imperios, Europa, u Occidente, tenía centuriones que protegían las fronteras. Ellos nos hacían el trabajo sucio para mantener la calefacción a 22 grados. Pero eso se acabó, paradójicamente con el aplauso de una Europa donde esos centuriones tenían mala prensa. Las llamadas primaveras árabes, y cómo terminaron, fueron un aviso que no sirvió de gran cosa. Los europeos, o españoles, creemos que es mejor un mundo sin tiranos que con ellos, aunque nos vigilen la finca. Y es verdad. El problema es que eso plantea un rompecabezas de imposible solución: o tenemos finca y calefacción o no las tenemos. Nuestro mundo ya no será mejor jamás, porque hace tiempo que aquí perdimos el manejo inteligente de los mecanismos. Queremos vivir bien, pero criticando lo que nos hizo vivir bien. Eso es admirable, claro, siempre y cuando estés dispuesto a asumir las consecuencias. Pero no lo estamos. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Hay un lugar que debería mencionarse más: el Sahel. Justo debajo de Marruecos y Argelia. A veces preguntamos qué hacen tropas francesas y españolas en Mali, tragando polvo entre saharianos y subsaharianos, y me gustaría saber por qué quien debe explicarlo no lo hace. Por qué nadie dice que la principal amenaza para Europa no es sólo Putin, sino también el Sahel y lo que allí se cuece: un islamismo violento, radical y despiadado, frente al que regímenes autoritarios como Argelia, monarquías como la de Marruecos, son nuestro baluarte defensivo, las legiones de nuestro ya maltrecho <i>limes</i> romano: unos hijos de puta que, por suerte para Europa y pese a los conflictos con ellos, todavía son <i>nuestros</i> hijos de puta. Cuando salten esos cerrojos, cuando Mohamed VI caiga entre el aplauso de quienes deseamos democracia y libertad para Marruecos –pese a los clichés, un pueblo de gente buena de la que podríamos aprender mucho los españoles–, la anhelada primavera marroquí puede acabar como otras que conocimos: con una guerra civil, y puede que con un régimen islamista. Con los curas de allí, una vez fuera de control –sabemos de lo que es capaz un cura con turbante, un Corán en una mano y un Kalashnikov en la otra–, predicando la Yihad en torno a Ceuta y Melilla y a quince kilómetros de las costas españolas. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Y no digo, ojo con eso, que sea malo ver al rey de Marruecos disfrutando de su fortuna en el exilio de Suiza o en una villa de Mónaco. Me gustaría, sin duda. Les juro a ustedes que me da morbo. Pero a la hora de aplaudir o silbar a héroes o tiranos conviene saber lo que se hace, asumiendo las consecuencias. Comiéndose las duras y las maduras. Algo cada vez más difícil en esta Europa imbécil que ha sustituido bibliotecas por redes sociales, cultura por filantropía y razón por sentimientos. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">3 de abril de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-8395597113439991302022-03-27T22:51:00.018+02:002023-09-11T23:01:06.698+02:00El caso del traductor recalcitrante <div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiJK2Zgz-Be2PO-pM5nQbMqMRMax4TxlE8DtcYClndBf8BnrAFA5L2pUCqE_9sna2PdgHMMnGcYOXndAQXvvMbQRmNpGlfhIpxtnumo_wac_UTftJWnwToC3CL-Z96mklGblOd7rOa0LwlgkjZXVcoiG__ST-uyQTakV8n992KpAtIdZ1WxdehD5tn8diA_/s712/2022-03-27.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="350" data-original-width="712" height="157" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiJK2Zgz-Be2PO-pM5nQbMqMRMax4TxlE8DtcYClndBf8BnrAFA5L2pUCqE_9sna2PdgHMMnGcYOXndAQXvvMbQRmNpGlfhIpxtnumo_wac_UTftJWnwToC3CL-Z96mklGblOd7rOa0LwlgkjZXVcoiG__ST-uyQTakV8n992KpAtIdZ1WxdehD5tn8diA_/s320/2022-03-27.jpg" width="320" /></a></div>Aquel escritor no se lo explicaba. El misterio le hacía crujir la cabeza. Le quitaba el sueño. Era un novelista de éxito y sus obras se vendían en todo el mundo. Cada nuevo título era un best-seller que reventaba las listas de más vendidos. Cuando viajaba allí donde publicaba, las colas de gente en las firmas eran enormes y los medios informativos le prestaban mucha atención. Salía en la tele y en todas partes. Era un triunfador halagado por críticos literarios, seguido por cientos de miles de lectores, envidiado por sus colegas. Sin embargo… </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Ahí estaba, precisamente, el drama que lo desasosegaba. En Uredakke, un pequeño país báltico, caso único entre los cuarenta y siete que publicaban sus novelas, las ventas eran mínimas. Allí eran indiferentes a su obra. Los críticos literarios locales, hostiles al principio, habían acabado por ignorarlo. La editorial que lo publicaba era pequeña, modesta. Los anticipos por derechos de publicación resultaban mínimos, y aun así la venta de libros nunca cubría aquéllos. De una tirada de quinientos apenas se vendían pocas docenas. En resumen, el novelista no se comía una paraguaya. Económicamente era un desastre sin beneficio, pero le gustaba que sus novelas fuesen publicadas allí. Por eso las cedía casi gratis. Era un poco esnob, incluso un poquito gilipollas, y le satisfacía que en la extensa lista de países donde lo publicaban traducido –Taiwán, Birmania, Egipto, Croacia, Kazajistán– figurase Uredakke. Ni siquiera Vargas Llosa, Marías, Allende, Pérez-Reverte o Gómez Jurado publicaban allí. En eso les mojaba la oreja a todos. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Pero el misterio persistía. Su última novela, <i>La sexadora de pollos de Auschwitz</i>, había sido un éxito mundial y Netflix preparaba una película. Sin embargo, al año de publicada sólo había vendido en Uredakke treinta y siete ejemplares. Al escritor se lo llevaban los diablos, pues no podía establecer la causa del fracaso. Juraba en arameo. Al recibir el ejemplar de cada edición uredaka contemplaba la bonita portada y abría el libro con avidez, intentando descifrar el enigma, pero era imposible. Podía leer las traducciones en inglés, francés, italiano y otras lenguas; pero aquel extraño idioma nórdico, vagamente emparentado con el finlandés, el sueco y el ruso (<i>Tiveden ytterjödgal skäkerkfallen ulvsjo plasjvpòda</i>, empezaba su última novela) era incomprensible para él. Tampoco conocía a nadie que lo hablase. En cuanto al traductor, un tal señor Vikavïskis, era otro misterio. A diferencia de otros traductores, nunca le consultaba ninguna duda. No tenían ningún contacto. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Un día, el novelista conoció a un uredako: un inmigrante que trabajaba como fontanero y fue a su casa para una chapuza. Al advertir el acento extranjero preguntó de dónde era, y la respuesta le hizo dar un salto de alegría. Llevó al fontanero a la biblioteca, le sirvió una copa de coñac y un cigarro habano y puso en sus manos <i>La sexadora de pollos de Auschwitz</i>. «Le pago cien euros la hora si me lo traduce leyendo en voz alta», dijo. Aceptó el fontanero, encantado. Frente a él, en otro sillón, el novelista seguía la lectura con la edición original en español; y a medida que escuchaba y comparaba, la vista se le iba nublando. Tres horas después dijo «pare» al fontanero, le pagó trescientos euros y se echó a llorar. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">A partir de ahí fue fácil reconstruir los hechos. Bastaron unos mensajes intercambiados con los editores de Uredakke y un rastreo minucioso en las redes sociales para averiguar que todo era asombrosamente simple. El traductor, o sea, el señor Vikavïskis –profesor de literatura en un pueblecito de la costa báltica, por lo visto– profesaba un odio mortal al novelista. La causa de ese odio pertenecía a los secretos del corazón humano; pero lo indudable era que lo detestaba con toda su alma, y por eso procuraba destrozar deliberada y minuciosamente, con traducciones infames, todas y cada una de sus novelas. El resultado era un estilo literario rancio, casposo, adornado con resabios machistas y hasta homófobos, que convertía cada página en una sarta de disparates intragable. A modo de ejemplo, el comienzo de <i>La sexadora de pollos</i> de Auschwitz, que en español era: <i>El día que sexó su primer pollo, la luz del alba iluminaba su feliz sonrisa</i> –tampoco el novelista era Flaubert– aparecía así en la traducción: <i>Hizo ella, con el pollo en la mano, una rimbombante mueca de femineidad matutina pero falsa aunque tal vez no pero quizás</i>. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">(Igual creen ustedes que se trata de un relato inventado, pero les aseguro que es casi real. Ya lo señala el viejo dicho: <i>Traduttore, traditore</i>. El que más o el que menos, entre los escritores internacionales que conozco, se las ha visto alguna vez con un cabrón como el señor Vikavïskis). </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">27 de marzo de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-79356451592745522782022-03-20T22:47:00.015+01:002023-07-18T23:00:46.390+02:00Hombres<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8prBUmhUAly1aXJBgLiB--gJSOml16vyC_evcS9nVo0xnph9Hd9lvDBCSGsTNiOFnjSML09AMo5cpSCr6270boBjHnp8GkyigJuW19ib7n2_fMuj-50DLGMNrzmGvAgxSa9PHqrqu6JLM_VItwarrEtaY6ylf0D43xb3mQ40JGcu68GJwgpeEsyG9lEa8/s1200/2022-03-20.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="675" data-original-width="1200" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8prBUmhUAly1aXJBgLiB--gJSOml16vyC_evcS9nVo0xnph9Hd9lvDBCSGsTNiOFnjSML09AMo5cpSCr6270boBjHnp8GkyigJuW19ib7n2_fMuj-50DLGMNrzmGvAgxSa9PHqrqu6JLM_VItwarrEtaY6ylf0D43xb3mQ40JGcu68GJwgpeEsyG9lEa8/w400-h225/2022-03-20.jpg" width="400" /></a></div>No es una palabra que viva su mejor momento: <i>hombres</i>. Por circunstancias que ustedes conocen perfectamente, hasta el término está puesto en cuestión. Según el contexto o quien lo utiliza, puede incluso ser peyorativo. Y no todo puede atribuirse a campañas de feministas radicales, a chiringuitos subvencionados que necesitan justificar su existencia, ni a simpleza de tontos y tontas del ciruelo, del chichi o de lo que corresponda. El machismo tóxico ha existido siempre, en todas partes. Y culpas milenarias, responsabilidades sociales, egoísmos, torpezas, crueldades, violencias, pasan hoy una factura a menudo merecida. En un mundo, o una historia del mundo, donde las mujeres son víctimas con demasiada frecuencia, la palabra <i>hombres</i> tiene una justificada mala prensa. Como escribí más de una vez, en ocasiones se avergüenza uno de serlo. También es cierto que a veces querría ver las tetas de Femen en Riad, Kabul o Bamako, por ejemplo, además de Madrid o París, donde hacen menos falta. Pero ésa es otra historia. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Hoy quiero hablar de otros hombres. O tal vez de los mismos, pero en otras circunstancias. Y esto no me lo han contado, ni lo he leído, ni visto en la tele. Tendrán que creerme bajo palabra, porque apelo a mi memoria. Durante veintiún años trabajé en lugares donde los hombres en particular, o los seres humanos en general, se comportaban según lo mejor y peor de su naturaleza: la cruel simetría de un universo al que el bien y el mal son indiferentes porque tiene sus propias y frías reglas. Allí, observando, leyendo y aplicando lo que leía a lo que observaba, aprendí algunas lecciones útiles para vivir y envejecer, e incluso para morir. Fue ése el botín de mi vida, y con él escribo ahora novelas. Con él miro el mundo. La paz y la guerra. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Estos días, ante una nueva guerra, no puedo evitar asociarla con mi memoria. No sé qué idiota dijo que ninguna guerra se parece a otra, pero quien lo hizo era evidente que había visto pocas o no las había mirado bien. De Troya a Ucrania sólo ha cambiado la forma técnica de arrasar ciudades y destruir vidas, pero la tragedia es idéntica, como lo son las atrocidades y heroísmos de que es capaz el ser humano: a veces la misma persona y a veces el mismo día. Héroes por la mañana y verdugos por la tarde, o viceversa. No me lo han contado, insisto. Lo he visto yo. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Ésa es precisamente la cuestión. Entre el horror, la destrucción y la muerte veo imágenes que me hacen recordar y me conmueven. Mujeres decididas, fuertes, con hijos de la mano, que asumen con estoica entereza la misión de poner a salvo a sus familias. Niños que llevan en brazos sus osos de peluche o sus mascotas. Padres, maridos, hijos que los despiden, a veces blancos de miedo, angustiados porque ellos se quedan a luchar. A protegerlos. A cumplir con la obligación, impuesta o voluntaria, de pelear para defender casas, ciudades, vidas. De morir, quizás, mientras sus mujeres, sus hijos, sus ancianos, intentan ponerse a salvo. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Fíjense en sus rostros: jóvenes, adultos. Ninguno nació para luchar, pero tienen que hacerlo. Es ley de la historia y de la vida. También hay mujeres que combaten, claro; siempre las hubo, pero fueron y son excepción. La inmensa mayoría son hombres: varones con toda la culpa colectiva que podamos atribuirles. Entre ellos hay buenos, honrados, decentes, y también canallas, ruines, maltratadores, miserables. La guerra los ha hecho camaradas, poniéndoles un fusil en las manos. Asumen su destino porque no les queda otra; y van a combatir, les guste o no. Van a ser héroes y cobardes, harán cosas prodigiosas e impensables y también sucias y terribles. Serán hombres en el sentido ancestral de la palabra, asumiendo su destino. Se redimirán protegiendo a la familia, a la tribu. El oculto jugador de ajedrez los reclama, y esta vez les toca a ellos pagar, con o sin culpa, el precio de los viejos privilegios masculinos. Ahora van a correr bajo el fuego, a pasar miseria, miedo y horror. Van a matar y a morir, como siempre ocurrió cuando ocurría. Mírenlos, por favor: cuando deben pagar el precio de ser hombres, lo pagan. Qué remedio. Y si es bien cierto que son a menudo despreciables, no los desprecien estos días. No hagan cierto lo que hace casi un siglo opinó un periodista y escritor alemán: </div><div style="text-align: justify;"><i> </i></div><div style="text-align: justify;"><i>Algunas mujeres ignoran lo que hay de grande y temible en el hombre. Nos ven demasiado jóvenes o demasiado viejos, nos ven agacharnos con dificultad, nos ven en paro forzoso, desorientados en este mundo, nos ven abrir sus puertas y sonreír, nos ven de cerca y… ¡Nada, no saben nada! </i></div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">20 de marzo de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-25066665255922436172022-03-13T22:33:00.025+01:002023-07-18T22:45:39.983+02:00Una historia de Europa (XXIV)<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEijHzsF4KEVog3EG4NTJ7lgrzCczq7G_NZwiz-CUpiZZNNzrRYgiUwPAGJWa3rmxqkvicIvLzpYK2YBjKygtW4ZKhaD1j9dlTz1rWMD1rCnxdN-9aAOK31b3L-VaEX5dhyBMJlIVgOJRd1_b4QE7MW-rUtAGqCB5eps-_wHqlSjgE61tc3VSunpZtzppFE6/s885/2022-03-13.PNG" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="551" data-original-width="885" height="249" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEijHzsF4KEVog3EG4NTJ7lgrzCczq7G_NZwiz-CUpiZZNNzrRYgiUwPAGJWa3rmxqkvicIvLzpYK2YBjKygtW4ZKhaD1j9dlTz1rWMD1rCnxdN-9aAOK31b3L-VaEX5dhyBMJlIVgOJRd1_b4QE7MW-rUtAGqCB5eps-_wHqlSjgE61tc3VSunpZtzppFE6/w400-h249/2022-03-13.PNG" width="400" /></a></div>A punto de moverse la bisagra que, al contar los siglos, separa las fechas a. C. y d. C., o sea, antes y después del nacimiento de Cristo, Roma era dueña del mundo entonces conocido. El imperio, establecido de forma sólida bajo Augusto y sus sucesores, gozaba de extraordinaria salud. El asunto consistía ahora en asegurarlo, pues la prosperidad romana atraía, como moscas a un panal de miel (y tal vez les suene a ustedes el asunto), tanto a inmigrantes pacíficos como a invasores violentos. Para más seguridad, Augusto quería llevar las fronteras (el <i>limes</i>, bonita palabra) del Rhin hasta el Elba, y sus sucesores siguieron dale que te pego: pacificada la Galia, establecieron provincias en las actuales Baviera, Suiza, Austria y Eslovenia. Después ocuparon el Danubio medio y reanudaron campañas contra los germanos, amenaza norteña a los que el historiador Tácito (<i>No es misión de los dioses procurar nuestra seguridad, sino nuestro castigo</i>) menciona como <i>heer-mann</i>, hombres de guerra: o sea, una panda de cabrones. Sin embargo, el avance hacia el Elba se paralizó cuando el jefe querusco Arminio (ciudadano romano, por cierto, que había mandado tropas auxiliares en las guerras de Panonia) se pasó por la piedra a tres legiones romanas, de las que no dejó ni los rabos, en el bosque de Teotoburgo. Aun así, percances aparte, Roma consolidó sus fronteras repartiendo leña o pactando con los pueblos bárbaros vecinos, de un modo que Apiano describió con buen pulso: <i>Han situado alrededor del imperio grandes campamentos militares que custodian una extensión tan enorme de tierra y mar como si de una plaza fuerte se tratara.</i> Para ese despliegue no había, naturalmente, suficientes romanos de pata negra, pues buena parte de ellos prefería dedicarse a otras cosas en vez de estar todo el día con el escudo y la lanza, vigilando que el bárbaro de turno no se colase por el Rhin, el Danubio o el Sáhara. Que le grite el centurión a su puto padre, decían. Así empezó algo que con el tiempo daría problemas, pero que entonces era buena solución: cada vez hubo más soldados de la periferia, incluso bárbaros reclutados en las fronteras mismas, que legionarios de origen italiano. Y lo mismo ocurría con los oficios duros o bajos, que se dejaban a los inmigrantes: tendencia habitual en todos los imperios que en el mundo han sido, y que según el historiador y filósofo Carlo Cipolla (apellido que tiene rima), siempre acaban contribuyendo a su decadencia (me parece que lo escribió él, aunque no me acuerdo bien). Pero hasta los tiempos oscuros de bárbaros y todo a tomar por saco faltaban todavía unos siglos; y la Roma de aquel momento, la de Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón y otros emperadores cuyas vidas contó Suetonio en sus <i>Doce césares</i>, era el non plus ultra de dinero y poderío. De robar al mundo, los romanos pasaban a ser productores, importadores y exportadores del mundo. Todos querían pertenecer al imperio o comerciar con él, y la viruta entraba a chorros. Eso dio pie a un auge científico y cultural de larga duración y enormes consecuencias, comparable al de Atenas en los buenos tiempos del cuplé. Un poeta genial llamado Virgilio compuso la única obra épica a la altura de la <i>Ilíada</i> y la <i>Odisea</i>, que es la <i>Eneida</i>; donde figuran, por cierto, dos de mis frases favoritas de la literatura universal: <i>Nox atra cava circunvolat umbra</i> (la oscura noche nos envuelve con su cóncava sombra) y <i>Una salus victis nullam sperare salutem</i> (la única salvación de los vencidos es no esperar salvación alguna). Pero no sólo Virgilio, claro. Horacio fue otro poeta latino enorme (<i>Qué campo no atestigua / fecundado con sangre romana / nuestro furor</i>), como lo fueron Ovidio (<i>¿Quién, sino un soldado o un amante / arrostrará los fríos de la noche?</i>) y el viciosillo Catulo (<i>Por ti las vírgenes sueltan / el ceñidor del seno</i>); y más tarde, Marcial, que fue quien mejor retrató la Roma cotidiana, los cotilleos y las desvergüenzas públicas y privadas (<i>Cada vez que me pillas con un muchacho, esposa mía / me censuras y dices que tú también tienes un culo</i>). Añadamos la intensa vida social, los espectáculos públicos y el teatro, donde autores como Plauto y Terencio llenaban las gradas, y el peso cultural de historiadores como los antes mencionados y el gran Tito Livio (<i>Ab urbe condita</i>); y también de pensadores y filósofos como el emperador Marco Aurelio, cuyas <i>Meditaciones</i> son un libro clave en la cultura occidental, o el estoico e influyente Séneca (nacido en Hispania, por cierto), preceptor del emperador Nerón y autor, entre otras muchas cosas, de unas <i>Cartas a Lucilio</i> que se cuentan entre las grandes obras de la filosofía y la literatura universal. <i>No es bondad ser mejor que los peores</i>, escribió el tío. Y también: <i>Ocio sin letras es muerte y sepultura en vida</i>. Así que, oigan. Pues eso. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">[Continuará]. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">13 de marzo de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-85119806898689889262022-03-06T11:36:00.028+01:002023-06-04T13:09:02.720+02:00Matando al Minotauro (o no)<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEglUIzLdEgcirEyvnVUJbtF6AgxfF0z9ymht0auoFmViKiXRqFaDymBgwvAXm_1XLAXUUrpRfWuSvtR_ZQXN0d7GE47iWtyJCFxHmvyO5G2vGZiJMKSQz3TnhvNWarWJSxRFaCVWNjoleVVVEHwXAXJ6E73QW8lnOFze6cQ8P3o-sTmmahGD3nQhqK2bw/s1200/2022-03-06.jpeg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="675" data-original-width="1200" height="180" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEglUIzLdEgcirEyvnVUJbtF6AgxfF0z9ymht0auoFmViKiXRqFaDymBgwvAXm_1XLAXUUrpRfWuSvtR_ZQXN0d7GE47iWtyJCFxHmvyO5G2vGZiJMKSQz3TnhvNWarWJSxRFaCVWNjoleVVVEHwXAXJ6E73QW8lnOFze6cQ8P3o-sTmmahGD3nQhqK2bw/s320/2022-03-06.jpeg" width="320" /></a></div>Como Teseo, estoy fuera del laberinto y debo entrar. Y luego, salir. Así que me pongo a ello. Busco en Google el enlace. No se trata de cambiar el sentido de mi vida, sino de rellenar un documento que me exigen si quiero subir a un avión. En vez de hacerlo en cinco minutos y en un papel, en el aeropuerto, debo hacerlo de forma telemática. Para mi comodidad, dicen los hijos de la gran puta. Así que me pongo a ello con el ordenador que tengo en la mesa. Escarmentado por experiencias anteriores, a modo de hilo de Ariadna he prevenido a un amigo que sabe de esto, Leandro –director de la revista literaria Zenda, que por cierto acaba de publicar novela–, al que previne con antelación, sabiendo con qué Minotauro me juego el pellejo. Si no he vuelto a tal hora, avisa a mi familia, etcétera. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Tacatacatac, hace el teclado. Voy rápido en nombre y apellidos. Al principio parece engañosamente fácil, pero recuerdo al capitán Alatriste: hombre prevenido, medio combatido. Así que no me fío un pelo y avanzo cauto de casilla en casilla, esperando el sartenazo. Y en efecto: cuando en el requerimiento de nacionalidad escribo la palabra <i>España</i>, se vuelve roja la casilla y dice que nones. Pruebo con <i>Spain</i>, y tampoco. Hago la primera llamada a Leandro y le pregunto qué estoy haciendo mal. Prueba con una pestaña que hay arriba a la derecha, dice. Pruebo y se despliega una lista enorme de lugares: <i>Bélice, Yakutia, Ruritania</i>. Busca <i>Spain</i> y pincha, dice mi Ariadno. La busco y pincho. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">De pronto llego a un apartado que no sé qué es: <i>PSC</i>, pone. Nueva llamada telefónica. Pregunto qué es <i>PSC</i> y Leandro responde que no tiene la menor idea. Después, tras pensarlo, acaba diciendo que a ver si lo que me piden es la clave <i>TT</i>. Te llamo en un rato, concluye. Y cuelga. Me llama a la media hora –sigo delante del ordenador, mirando la pantalla– y dice que pruebe a ver si la clave es mi DNI. Lo escribo y la casilla se pone roja. Vete entonces al <i>planner</i> y pon tu número de teléfono, sugiere. ¿Qué cojones es el <i>planner</i>?, pregunto. A la izquierda, dice, arriba de la pantalla, tienes un icono. No tengo ningún icono, digo. Pincha en el <i>retring</i>, aconseja. No sé qué coño es el <i>retring</i>, respondo. Despliega el panel y busca un icono de color fucsia, sugiere. Abro panel, veo icono fucsia, pulso icono fucsia. El icono me pide, en efecto, un número. Escribo el número y llegan a mi teléfono un pitido y un mensaje: Su <i>ZZpaf</i> es <i>786CW23</i>. Ya tengo el ZetaZetaPaf, le digo a Leandro, orgulloso de ir manejando jerga técnica. Mételo en la pestaña anterior, propone. Lo meto y se abre otra pestaña. Ya tengo la pantalla llena de pestañas. Ladran las pestañas, luego cabalgamos. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Aunque mi gozo en un pozo: la pestaña exige ahora que introduzca el <i>RD</i>, y no tengo ni puñetera idea de qué es un <i>RD</i>. Telefoneo otra vez a Leandro, quien me informa de que se trata del <i>Runner Code</i>. Un código que el sistema exige para confirmar que eres tú y no tu prima Ofelia suplantándote. Y para qué, pregunto yo, iba a querer mi prima Ofelia suplantarme en un avión de Iberia. Pues no sé, replica, pero el <i>RD</i> está en una aplicación de tu teléfono móvil. Me extrañaría un huevo, respondo, porque mi móvil es un viejo Nokia sin acceso a Internet. En tal caso, deduce Leandro, tiene que estar vinculado a tu correo <i>Gmail</i>. Pues eso también lo veo crudo, señalo, porque mi correo es <i>Yahoo</i>. Entonces, dice, mete la contraseña de cuando abriste la cuenta. ¿Qué cuenta?, pregunto. La del navegador que te puso el informático que te dio de alta, responde. El que me dio de alta murió hace dos años de Covid, replico. Leandro se queda callado cinco segundos. Sal afuera y reinicia el proceso, concluye. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Obedezco: salgo, reinicio, se borra todo y empiezo de nuevo. A veces me levanto, doy una carrera por la habitación, grito un par de blasfemias –los perros me miran asombrados– y vuelvo a sentarme y darle a la tecla. Dos horas y cuarenta y ocho minutos después, lo que totaliza cuatro horas y media de la mañana de un día laborable, llego a la guarida del Minotauro y me lo cargo. Después salgo de allí, exhausto pero triunfal, en posesión de un certificado que asegura que me llamo Arturo, que soy de nacionalidad española y que viajo a Lisboa. Eso es todo, o sea: casi lo mismo que pone en mi billete de avión. Le doy a la impresora para llevarlo encima, pues mi teléfono no sirve para eso; pero suena un pitido y en la pantalla aparece un mensaje: <i>La impresora está desconfigurada</i>. Entonces salgo al jardín y, soltando carcajadas como un demente, miro el cielo con avidez, reclamando el meteorito que termine de una vez con este disparate. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">6 de marzo de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-14022075778471867772022-02-27T11:47:00.013+01:002023-05-27T11:54:03.128+02:00Una historia de Europa (XXIII)<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiobhEoBqci7_reek2PufiOu7VwckbZtYS0XT2lchWY0Xt6mmKp9z7N4YCBlNsHaBhZq8rFJf835a1uKzkiBqT9j7SiTo6ym-Ndg5Q8TIRymPOHVlueI9Bb1GboStxvTvB_42z4zBlHynGvRvSnRxRiTba-j3g_6Z9hvN3F30T6ahfP1oYpF4heWsbFNg/s1200/2022-02-27.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="675" data-original-width="1200" height="180" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiobhEoBqci7_reek2PufiOu7VwckbZtYS0XT2lchWY0Xt6mmKp9z7N4YCBlNsHaBhZq8rFJf835a1uKzkiBqT9j7SiTo6ym-Ndg5Q8TIRymPOHVlueI9Bb1GboStxvTvB_42z4zBlHynGvRvSnRxRiTba-j3g_6Z9hvN3F30T6ahfP1oYpF4heWsbFNg/s320/2022-02-27.jpg" width="320" /></a></div>Con poco más de 30 años de edad, Octavio se hizo dueño del mundo. Aquel cabroncete que con tanta habilidad se había quitado de encima a la competencia, criado entre guerras civiles y conspiraciones senatoriales, era muy inteligente y tenía horchata en las venas. Dicho en términos taurinos, sabía torear a Roma por los dos pitones. Y así lo hizo, pese a su juventud. Las formas republicanas se habían ido al carajo tiempo atrás y el senado era una piltrafa corrupta. Le habría sido fácil hacerse proclamar rey, pero era más listo que todo eso. Después de tanto Catilina, tanto Espartaco, tanto César y tanto soponcio, lo que los romanos anhelaban era paz, tranquilidad y trabajo. Y si el precio era la democracia, pues se pagaba y santas pascuas. Roma quería un amo. Así estaban las cosas, y el lince de Octavio lo vio claro. También vio que era necesario guardar las formas: hacer como que no. Así que se fue arrimando al poder absoluto con mucha maña y mucho tiento. Benefició a los legionarios jubilados y creó una burocracia administrativa eficaz que resolvió no pocas papeletas. Al senado se lo metió en el bolsillo con privilegios y enjuagues, transformándolo en un consejo que le era por completo adicto; y en el año 27 antes de Cristo les jugó a todos la de Fumanchú, o sea, hizo una maniobra magistral: de pronto devolvió los poderes al senado (que como digo, comía de su mano), dijo que volvía la República y que él se retiraba a su casa a ver la tele, o lo que se viera entonces. Por supuesto, el senado y Roma entera dijeron que ni se le ocurriera eso, por Dios. Que le daban todos los poderes habidos y por haber, que pidiera por esa boca. Así que a partir de ahí lo tuvo fácil. Ayudaba mucho que era hombre sobrio y cumplidor, trabajador, familiar, más bien soso, de costumbres moderadas y con gran sentido patriótico y del estado. Procuró, sobre todo al principio, comportarse como un ciudadano más, no como un jefe absoluto, aunque lo fuera. Y realmente era un tipo valioso. Su sistema administrativo resultó formidable, construyó ciudades, carreteras y hermosos edificios en la capital (se jactaba de que encontró una Roma de ladrillo y la dejaba de mármol), y comprendiendo que la religión era una manera de atar en corto a la peña, defendió y potenció aquélla, construyendo además uno de los más hermosos lugares de la ciudad: el Panteón o templo de todos los dioses. Como era hombre culto, supongo que había leído lo escrito un siglo antes por Polibio: <i>Si fuera posible un estado que habitaran sólo personas inteligentes, la religión no sería necesaria. Pero la muchedumbre es tornadiza, y alberga pasiones injustas, falta de razón e impulsos violentos. La única solución es contenerla con el miedo a cosas desconocidas</i>. Así que se introdujo él mismo en el concepto. Comprendiendo, perspicaz, que una religión vinculada a lo oficial facilitaba las cosas, se puso a ello, relacionando con gran habilidad el culto a los dioses con el culto al estado. Y claro, de ahí a trasladar ese culto a quien regía el estado, el <i>imperator augustus</i>, sólo mediaba un paso, que dio sin despeinarse. A partir de entonces, Octavio se convirtió en el divino Augusto, cabeza militar, civil y religiosa de un extenso estado multicultural, la Roma eterna, aglutinada bajo su <i>imperium</i> y gobernada con su personal y paterna bondad (<i>Por un dios presente entre nosotros será tenido Augusto</i>, escribió Horacio, que además de gran poeta era un pelota). Inventó así, ese pedazo de artista político, el truco del almendruco: el poder te hace dios. O sea, el culto casi religioso, o sin casi, al líder divinizado, que tanto éxito tendría en la historia, y del que notables ejemplos serían veinte siglos después Stalin y Mao Tsé-Tung, o Zedong, o como se escriba ahora. Con el tiempo, todo eso fue fraguando en instituciones sólidas y en el largo período de prosperidad que (sobresaltos y guerras menores aparte) se acabó llamando <i>pax romana</i>. Una consolidación del imperio, aquélla, a la que contribuyó la política de los emperadores que sucedieron a Augusto, y a la que no fue ajena la extensión de la ciudadanía a provincias lejanas: a quien pagaba impuestos sin rechistar y ponía su lealtad a Roma, a sus dioses e instituciones, por encima de querencias locales. Y además, detalle clave, la nueva identidad, que otorgaba igualdad de derechos sociales, políticos y fiscales, se transmitía de padres a hijos. Muy pocos dejaban de querer eso, de modo que la cada vez mayor población del imperio se fue aglutinando y fundiendo bajo la común etiqueta. Durante los tres y hasta cuatro siglos siguientes, pese a las muchas peripecias, resquebrajamientos y sobresaltos que jalonarían la historia, millones de ciudadanos iban a pronunciar con orgullo la famosa (y bella) frase <i>Civis romanus sum</i>. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">[Continuará]. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">27 de febrero de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-67494027799253680112022-02-20T11:39:00.008+01:002023-05-27T11:45:12.977+02:00Ojalá fueran malvados<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjKIuzdSIAFntjNMJAYZA-9mI3zVpgDXVuuLLfXUiy8lvMWPr60rc2d_meWfSNNORnQrGwJoSSX-m2RMRv6FTJPndCX1n96-ku7I4YZ5iunJV1Z0G1kqwGm9otCgsuzoroRHi2Qa6xq1DS8SzunRKxFHHZtLW6aGasF71fToQ0Gbqf4C7ZDPgx7y4YgvQ/s750/2022-02-20.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="404" data-original-width="750" height="172" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjKIuzdSIAFntjNMJAYZA-9mI3zVpgDXVuuLLfXUiy8lvMWPr60rc2d_meWfSNNORnQrGwJoSSX-m2RMRv6FTJPndCX1n96-ku7I4YZ5iunJV1Z0G1kqwGm9otCgsuzoroRHi2Qa6xq1DS8SzunRKxFHHZtLW6aGasF71fToQ0Gbqf4C7ZDPgx7y4YgvQ/s320/2022-02-20.jpg" width="320" /></a></div>No se equivoquen con ellos. No son malvados. No adornemos con la palabra maldad lo que sólo es estupidez. Es cierto que a veces resulta difícil diferenciar a un tonto de un malvado, pues hay malos absolutamente idiotas; pero basta con escuchar las palabras, fijarse en los gestos y ademanes, detenerse en las miradas. Estudiar argumentos, propósitos, conclusiones. En los casos más brillantes de maldad, serlo exige una capacidad intelectual de la que los imbéciles comunes carecen. Y éstos a los que me refiero son sólo políticos mediocres sin preparación ni sentido del ridículo. Analfabetos a los que el azar, el esperpento de un país asombroso como es España, sitúan en puestos que les permiten tomar decisiones tan limitadas, tan estólidas, tan miserables como su propia altura. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">No es verdad, pese a lo que sostiene gente docta, que haya una conspiración contra las Humanidades: contra la enseñanza de la historia, la filosofía, la literatura, el griego, el latín y todo cuanto supone cimiento cultural de la tres veces milenaria cultura occidental. Si el actual gobierno español, perseverando en la demolición emprendida por anteriores gobiernos mediante sus respectivos ministros y ministras de Educación –de Maravall y Solana a Wert y Celaá, y tiro porque me toca–, sostiene una reforma que liquida la enseñanza de la filosofía, el griego y el latín, borra parte de la historia española y universal, y disloca la cronología de lo que estudian los alumnos, es porque la herencia cultural europea en general, y la española en particular, se contradicen con esa papilla descremada y pasteurizada, fruto de una peligrosa deriva de la psicopedagogía –disciplina muy útil cuando no se pretende convertirla en árbitro supremo e inapelable–, que en su faceta más perversa abunda en equilibrios afectivos, emociones participativas y otras gilipolleces que tanto entusiasman a los departamentos de Educación, pues hasta el ministro más torpe, el político más ágrafo, el demagogo más ignorante, el cateto más simple, pueden cacarearlas aparentando saber de qué hablan. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Una y otra vez, el gobierno, o los sucesivos gobiernos, se pasan por el forro de leyes y decretos las advertencias y protestas, no sólo de educadores cualificados, sino de las Academias y otras instituciones vinculadas al cuidado y enseñanza de las Humanidades. La contradicción es que, mientras los responsables del disparate sostienen que los alumnos de bachillerato deben acabar capacitados para interrogar el mundo de modo crítico, les niegan al mismo tiempo la panoplia de herramientas defensivas, los conocimientos básicos para entender el desarrollo y antecedentes de la sociedad en que viven; con el detalle siniestro de que, al hurtar los hechos, además del pensamiento y la cronología necesarios para situarlos –estudiar fechas es educación fascista, han llegado a decir–, los dejan inermes frente al revisionismo histórico, la manipulación partidista, demagógica y populista de un pasado sin el que es imposible entender el presente: el Mediterráneo, Grecia, Roma, el Islam, el papel del cristianismo en la formación de Occidente, la Ilustración, los Derechos Humanos y todo eso. Cancelando, como se dice ahora, a Homero, a Platón, a Virgilio, a Cervantes, a Montaigne, a Voltaire, a Kant, esos canallas irresponsables fabrican huérfanos a merced del primero que llega y dice que es su padre. La Historia según Maquiavelo, como instrumento de la política. Y eso ocurre, paradójicamente, en un momento en que mayor es la demanda social –hartazgo de basura, manipulación y versiones interesadas– de libros, películas, relatos. De historia, en fin. O sea, justo cuando más se reclama. Se necesita. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Y seamos ecuánimes, porque no es sólo el gobierno de Pedro Sánchez. Aquí no hay inocentes. El Pepé de Pablo Casado y del antiguo presidente Mariano Rajoy –que no visitó la Real Academia Española ni la de la Historia en sus dos legislaturas–, tan culpable en el pasado como otros lo son ahora, lo único que defiende es la titularidad de los colegios y la educación concertada. O sea, su eterno y mezquino qué hay de lo mío. Y para qué hablar de los caciques de cada taifa. Nadie es ajeno a esa siniestra inclinación a llenarse la boca con dotar a los jóvenes de mecanismos para afrontar los problemas del mundo –un mundo donde al humanismo lo sustituye hoy un cursi humanitarismo– mientras privan a esos jóvenes de conocimientos con los que sus problemas serían solucionables o, al menos, comprensibles. La verdadera educación es poner una Odisea, una Biblia, un Bernal Díaz del Castillo o un Quijote en manos de un chico del barrio de Salamanca igual que en las de uno de Villaverde Bajo. Lo otro son milongas. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">20 de febrero de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-76039184922539662832022-02-13T21:36:00.012+01:002023-05-14T21:46:10.246+02:00Una historia de Europa (XXII)<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjxlTgzcuGfMQKwB2CT0_QhIU6VmHMXhDQlVMxX1bHcIQkcmnsgO4qxJt-KN1r9pstAV7vApOA5FebOp2sdmLA8ma85c-VpULyQtrUdfMglK6gfiM7d91CRBCTl3arQTNY4m5__JKc8cWX4jHnmNHw71O_UrzrPGm8dxNV1ueUuHgKE8lia7Ysq5OIJsw/s423/2022-02-13.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="423" data-original-width="420" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjxlTgzcuGfMQKwB2CT0_QhIU6VmHMXhDQlVMxX1bHcIQkcmnsgO4qxJt-KN1r9pstAV7vApOA5FebOp2sdmLA8ma85c-VpULyQtrUdfMglK6gfiM7d91CRBCTl3arQTNY4m5__JKc8cWX4jHnmNHw71O_UrzrPGm8dxNV1ueUuHgKE8lia7Ysq5OIJsw/s320/2022-02-13.jpg" width="318" /></a></div>Durante los dos primeros tercios del siglo I antes de Cristo, Roma, poderosa en el exterior, fue un verdadero putiferio en el interior. La ambición de políticos y generales la sumió en una guerra civil muy desagradable, en la que espadones como Mario, Sila, Sertorio, Craso, Pompeyo y algún otro, respaldados por sus legiones, anduvieron de un lado para otro trincando cuanto podían, dando por saco y minando los cimientos de la antes (al menos así la recuerda la Historia) sobria y virtuosa república. Pero de todo aquel sindiós surgió una figura interesante, de ésas que los siglos alumbran de vez en cuando: un fulano a la altura de Aníbal o Alejandro Magno, o de lo que mucho más tarde serían Gengis Khan, Hernán Cortés, Napoleón y algún otro. Éste se llamaba César, Julio de nombre: un niño pijo de buena familia, político y militar que empezó repartiéndose el poder con dos de sus colegas (primer triunvirato) y acabó haciéndose dueño del cotarro. Conquistó y pacificó la vecina Galia, desembarcó en lo que hoy llamamos Inglaterra, y con un instinto extraordinario para la autopromoción, escribió en tercera persona un best-seller (<i>Comentarios a la guerra de las Galias</i>) que todavía hoy, veintiún siglos después, traducen en el cole los pocos alumnos a quienes los políticos analfabetos que nos gobiernan permiten estudiar latín: <i>Gallia est omnis divisa in partes tres</i>, etc. El caso fue que entre libro, hazañas bélicas, respaldo de sus fieles legionarios y reparto de dinero a senadores y otros golfos, César hizo encaje de bolillos. A la guerra civil le dio el finiquito librándose de su examigo y ahora enemigo Pompeyo, al que derrotó en la batalla de Farsalia. Asesinado Pompeyo y liquidados sus últimos seguidores en Munda (Montilla, España, ahí donde el vino), a partir del 44 a. C. no quedaba quien le hiciera sombra. Así que blindó su poder a perpetuidad, se nombró pontífice máximo, combinó dictadura con consulados, sobornó todo lo que se movía, impuso los magistrados que le salieron del cimbel y purgó de enemigos el Senado. Además, pagando juegos en el circo y con otros muchos gestos populistas (el tío era más listo que los ratones coloraos) se metió al populus romanus en el bolsillo. Incluso tuvo un sonado encame con Cleopatra, reina de Egipto, que era un trueno de señora, exótica y tal, clavadita a Elizabeth Taylor, y a la que en un episodio digno del <i>Hola</i> (revista que entonces se habría llamado <i>Ave</i>), le hizo una criatura llamada Cesarión (recomiendo la serie televisiva <i>Roma</i>, donde se cuenta todo eso de maravilla). Pero claro. Aquello era demasiado para el cuerpo de senadores insatisfechos con el personaje, unos porque ya no trincaban como antes y otros más honrados (digo yo que alguno habría), cabreadísimos por ver cómo César se pasaba por el arco del triunfo las antiguas y dignas costumbres republicanas, y por cómo sus compadres, ojo al dato, lo tentaban con la corona real. Así que entre varios montaron una conspiración preciosa, y el año 44 a. C. le dieron a don Julio las suyas y las de un bombero. O sea, que los conspiratas lo apuñalaron hasta darle matarile en plena calle (ya saben, <i>Kaì sú téknon, Brute? </i>y todo eso). Para disfrutar más del episodio, recomiendo una novela cojonuda de Thornton Wilder que se titula <i>Los idus de marzo</i>. Y, bueno. El caso fue que muerto César, o sea, el hombre providencial a la vieja usanza, padre de la plebe y otros camelos, la huérfana república se convirtió en un problema político. Aquella Roma tan extensa y poderosa no podía volver a una monarquía a la antigua, ni la aristocracia podía ya hacerse cargo, ni la democracia cívica funcionaba. Era como con doña Ana de Pantoja en el Tenorio: <i>Don Juan, yo la amaba, sí / más con lo que habéis osado / imposible la hais dejado / para vos y para mí.</i> O sea, que tras la guerra civil y el episodio cesariano la cosa no tenía arreglo. Surgió entonces un nuevo triunvirato para repartirse el poder entre unos jóvenes amigos de César: Lépido, Marco Antonio y Octavio. Pero este último, que era el listo de la pandi, les jugó a los otros la del chino. Dejó a Lépido, el más pardillo, fuera de circulación, y luego le hizo la cama a Marco Antonio, que también se había enrollado con Cleopatra. Los derrotó a uno y a otra en la batalla de Actium, y Marco Antonio se suicidó poco después. Por su parte, Cleopatra quiso repetir la jugada habitual con Octavio, haciéndose un triplete de romanos. Pero aquel, jovencito, frío como la madre que lo parió, era de otra pasta. Pasó por completo de la egipcia tentadora, que también acabó suicidándose, hizo que asesinaran al Cesarito junior para despejar el paisaje, y se convirtió en lo que hoy llamaríamos puto amo de Roma. Lo que me propongo contarles en el próximo capítulo. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">[Continuará]. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">13 de febrero de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-32906246175868456832022-02-06T21:23:00.024+01:002023-05-14T21:34:46.695+02:00Un té en el Palace<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU_GR8T6HjkptPXlf4FvcMIllElU4SIU_x5b86i_QCv-2kOkgp1W5ARdRFF8_zKsE3RfGAHBNGcbT-HEuEsYJuDJWpTh4hnM8iatzwnxm-nOVqUOdWou0IfxFDPeS_T490AxSMRwWXFgJi9XPgrR_74kiNzLpCfle6iagAqPEcdrz2kDLdrXWHpsoA9Q/s1000/2022-02-06.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="562" data-original-width="1000" height="180" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU_GR8T6HjkptPXlf4FvcMIllElU4SIU_x5b86i_QCv-2kOkgp1W5ARdRFF8_zKsE3RfGAHBNGcbT-HEuEsYJuDJWpTh4hnM8iatzwnxm-nOVqUOdWou0IfxFDPeS_T490AxSMRwWXFgJi9XPgrR_74kiNzLpCfle6iagAqPEcdrz2kDLdrXWHpsoA9Q/s320/2022-02-06.jpg" width="320" /></a></div>Lo mejor de leer, o de haber leído, o de ver películas de las de antes, o de haber conocido a quien supo lo que el mundo fue o pudo haber sido, es que permite situarse ante el presente con una mirada que hace fotoshop –o como se escriba– con la realidad. Que permite proyectar, reconstruir, lo que tienes en la imaginación y la memoria. Se trata de un ejercicio de lo más útil, pues convierte el equipaje que llevas contigo en aliado poderoso. En cómplice imbatible. Te permite ver cosas que tal vez nunca serías capaz de advertir de otro modo. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">El Palace es mi hotel en Madrid. Desde que hace medio siglo empecé como reportero jovencito, mi vida profesional está vinculada a él. Allí hice entrevistas cuando era yo quien estaba al otro lado del bloc y el bolígrafo, y allí las hago de este lado cuando tengo novela nueva. Me alojo en él y frecuento su rotonda, uno de los espacios más bonitos que conozco. Tomo algo, leo, espero. Me gusta, pues gracias a un personal admirable conserva un estilo correcto, educado, cada vez más raro de encontrar: las buenas maneras de la gran hostelería europea. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">A menudo, cuando estoy sentado en alguna butaca de la rotonda –tengo una en casa, que me regaló la dirección del hotel cuando cumplí sesenta años–, miro alrededor e imagino. Elimino parte de lo que es y amueblo ese espacio con lo que fue. Es un ejercicio divertido; educativo, incluso. Y ayer lo hice. Estaba leyendo <i>Las cuatro plumas</i> cuando alcé la vista, miré alrededor y me perdí en el tiempo. Ayudaba la música del piano. Y como si viajara a un siglo atrás, lo vi todo de nuevo como pudo ser. O como fue. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Estaban allí otra vez, todos ellos. Les aseguro que los vi, con su distinción y su glamour tan encantadores y elegantes. Tan injustos, también. Con aquel frívolo aplomo que no pocos de ellos, años más tarde, iban a pagar caro en una España donde la vida real, la Historia con mayúscula, siempre termina pasando factura. Pero en ese momento y lugar, la desigualdad, la miseria, la desesperación que acabarían sacudiéndolo todo, quedaban lejos. Hasta la rotonda del Palace, entre las columnas de mármol y bajo el cielo de vidrio multicolor, no llegaban los gritos de cólera que sacudían España y Europa. Sólo la música. Y claro: visto desde aquel lugar privilegiado, el mundo parecía un lugar maravilloso. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Miré alrededor y los observé atento. Hombres apuestos, mujeres como dibujadas por Penagos con sombreros <i>cloche</i> y ligeras túnicas de crespón, cuellos Arrow, corbatas, humo de cigarrillos Kedive, perfume de Coty, vestidos de Chanel, de Worth, de Poiret. Un caballero delgado y correcto, de aire melancólico, subía por la escalera y tras contemplar un momento la rotonda, pensativo, decidía refugiarse en el <i>american bar</i>, ante el camarero. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">–Ponme un <i>fizz</i>, Gregorio. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">–Ahora mismo, don Luis… ¿Ginebra nacional o importada? </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">–No seas bromista, hombre. Inglesa. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">En los sillones de mimbre conversaban animados, en torno al té y los cócteles, pollos elegantes y niñas bien, muchachas y señoras llamadas Tinita, Nina, Toti. Unas en toda frescura, otras en plena belleza, otras sosteniendo su edad con los andamios habituales. Charlaban o flirteaban con hombres llamados Julito, Quique o conde de Verín, más partidarios de Joselito que de Belmonte. Discutían ellos las bondades mecánicas del automóvil Packard frente al Pierce-Arrow, vestidos con pantalón de pliegues, americana encogida, corbata puente y pelo planchado de brillantina. Unos y otras se hacían confidencias entre risas y sorbos de <i>long drinks</i>. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">–No te pongas Bertini, hija mía. Enamoro al latazo de Polito para fastidiar a Niní, que lo tenía ya para las mulillas. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">–¡Catastrófico! Pues yo quiero demasiado a Pepín como para casarme con él. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">–Colosal. ¿Y tú qué opinas, Jaime? </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">–Lo vuestro, chicas, es que descoyunta. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Detrás de las columnas, la orquesta atacó un <i>fox-trot</i> y parejas jóvenes salieron a bailar a la pista mientras las mamás, burguesas, jamonas, aburridas, hablaban de los tés del Ritz, del Armenonville, del Negresco, de las cenas de Cyro’s y de los grandes duques rusos uniformados de porteros en París. Y mientras tanto, moviéndose bandeja en alto entre las mesas, alguno de aquellos impasibles camareros de chaquetilla blanca les tomaba a todos, entre ojeadas de silencioso pronóstico, hechuras para la Casa de Campo o la tapia del cementerio. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">6 de febrero de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-83701609067800726552022-01-30T22:19:00.014+01:002023-05-13T22:28:59.163+02:00Una historia de Europa (XXI)<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEggc1Ku273YHIODgjLGDBS15LN9C3OhhEcSoJrRAoV5GyjoYNjsRX7sa22FcCNlIiJ8jXACqzQ9Q8lDIjAYDlKnD8REP3lS_vNU4dm0ylPT9uhTKtDwtElXTRnKk1j4WxSypZbBNSNaQ3DCass1XyqFa29o2r2b3FFcHxvaI8LcAEJakkNDgyBw0RsjYw/s1024/2022-01-30.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="806" data-original-width="1024" height="252" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEggc1Ku273YHIODgjLGDBS15LN9C3OhhEcSoJrRAoV5GyjoYNjsRX7sa22FcCNlIiJ8jXACqzQ9Q8lDIjAYDlKnD8REP3lS_vNU4dm0ylPT9uhTKtDwtElXTRnKk1j4WxSypZbBNSNaQ3DCass1XyqFa29o2r2b3FFcHxvaI8LcAEJakkNDgyBw0RsjYw/s320/2022-01-30.jpg" width="320" /></a></div>La república romana, antaño virtuosa y ejemplar (ése fue el tópico acuñado por los historiadores de la época, que miraban atrás con nostalgia), se estaba yendo de las manos. Nuevas generaciones de políticos, todos ellos chicos pijos y ambiciosos, de buenas familias patricias, querían mayor tajada de pastel de la que les había tocado hasta entonces; así que, para garantizarse el trinque, hacían mucho la pelota a los militares con tropas bajo su mando. Eres de lo que no hay, Mario, le decían a uno. Lo tuyo es de ganar concursos, Sila, le decían a otro. Quiero un hijo tuyo, Pompeyo, le soltaban al de más allá. Y los espadones aquellos, que no tenían abuela, se lo creían. Y entre batalla y batalla todos robaban a manos llenas. La peligrosa idea del hombre providencial, o sea, el individuo (militar, por supuesto) cuyo talento y audacia acabarían poniendo orden empezó a calar seriamente en la peña, con las previsibles consecuencias: soldadotes en plan flamenco, marcando el ritmo, y todos considerándose providenciales a sí mismos. La palabra <i>dictador</i> volvió a ponerse de moda, esta vez con resonancias siniestras. Encima, y para acabar de arreglarlo, el golferío de las élites ricas y frívolas, los intereses de clase y las costumbres disolutas se adueñaban de Roma, hasta el punto de que Catón el Joven escribió, o dijo: <i>Esta ciudad ya no es más que una agencia de matrimonios políticos enmendada por los cuernos</i>. Para mayor recochineo, las distintas facciones políticas, incluso los fulanos particulares que tenían viruta, pagaban a bandas de gentuza armada que ajustaban cuentas en su nombre. Aquello era ya un sindiós. La paz pública se fue al carajo y, según el historiador Apiano, <i>Cada año se cometía un crimen abominable en el foro</i>. Fue una verdadera guerra social, que no sólo tuvo lugar en las ciudades sino también en el campo, cada vez más devastado por la guerra civil que los jefes militares, convertidos en verdaderos señores de la guerra, libraban entre ellos. En cuanto un <i>miles gloriosus</i> ganaba una batalla en el exterior contra los germanos, por ejemplo, o contra los galos, o contra quien fuera, todos empezaban a darle palmaditas en la espalda y a decirle olé tus huevos, chaval, tú vales mucho. El resultado es que unos y otros se envidiaban y odiaban, se aliaban y se traicionaban; y cuando se les iba la olla y alguien pedía cuentas, soltaban en plan chuleta, como Mario, aquello de <i>A causa del ruido de las armas no he podido oír el de las leyes</i>. Por ahí iba el tono, pues ya eran las legiones las que, <i>manu militari</i>, legitimaban a los gobernantes. Pero no todas las personalidades eran de la milicia. Por esa época, casi a mediados del siglo I antes de Cristo, también destacó un fulano impresionante: un orador, abogado y político llamado Cicerón, intelectual de campanillas, listo y oportunista, uña y carne de financieros y millonetis romanos, al que todos los que estudiamos latín en el cole conocemos por su famoso <i>Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?</i> (discurso con el que hizo la puñeta a un tal Catilina, rival político que según él conspiraba contra la República, y al que obligó a echarse al monte y a ser liquidado en una batalla doméstica). Pero, bueno. La salud republicana, con Cicerón o sin él, tenía una pinta muy fea. Dicho en elegante, era una auténtica casa de putas. Y la había puesto peor, si cabe, la revuelta de esclavos más cinematográfica de la historia: la rebelión capitaneada por Espartaco (un gladiador tracio que era clavadito a Kirk Douglas) que en el año 73 a. C. dijo a los romanos «Se va a matar en el circo para que disfrutéis, vuestra puta madre». Así que él y otros setenta compañeros, al principio armados sólo con cuchillos de cocina, liaron un pifostio importante en Capua, huyeron al campo y en poco tiempo se les fueron juntando decenas de miles de esclavos, pastores, gente pobre y demás parias de la tierra, hasta formar un ejército impresionante que devastó las tierras, derrotó varias veces a las legiones y acojonó a Roma entera. La idea de Espartaco era pasar los Alpes y dispersarse en libertad, pero su gente prefirió el saqueo y la revancha en la península itálica. Al fin, un general llamado Marco Craso (rico y de buena familia que quería hacerse un prestigio militar) consiguió derrotarlo, y para dar ejemplo crucificó a seis mil prisioneros a lo largo de la Vía Apia. Lo cierto es que el tal Espartaco, novelas y películas aparte, era un tío muy interesante, listo y valiente como pocos. En sus <i>Vidas paralelas</i>, narrando la de Craso, el historiador Plutarco menciona a Espartaco con simpatía, incluso con admiración, cuando narra el heroico final del antiguo gladiador: <i>Lanzóse contra el propio Craso entre muchos enemigos pese a las heridas que recibía, y aunque no logró llegar hasta él, mató a dos centuriones que le salieron al paso. Finalmente, aunque se quedó solo y rodeado de enemigos, siguió luchando hasta que lo mataron. </i></div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">[Continuará]. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">30 de enero de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-16441506301179706862022-01-23T14:48:00.007+01:002023-03-25T14:56:58.437+01:00Más real que la vida<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgmX1Jc44r_EDvuac2_CoZLx0q3HHiJ5EEM0sTYhfFVX5wLRqllyfQhpgmZ0xkaSd0t6o2lq2Zgw77kx9f88xmTmCv6hDDQsujSTfg8rIq0FV-XlvRgB-5JdxHX0Y2viNiAdignRZFSEKM8FSGjruAUq33iV_-p1GrPn1R_PUQlkHmZhOj6YIT3nE-h4A/s765/2022-01-23.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="510" data-original-width="765" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgmX1Jc44r_EDvuac2_CoZLx0q3HHiJ5EEM0sTYhfFVX5wLRqllyfQhpgmZ0xkaSd0t6o2lq2Zgw77kx9f88xmTmCv6hDDQsujSTfg8rIq0FV-XlvRgB-5JdxHX0Y2viNiAdignRZFSEKM8FSGjruAUq33iV_-p1GrPn1R_PUQlkHmZhOj6YIT3nE-h4A/s320/2022-01-23.jpg" width="320" /></a></div>Más real que la vida
Una novela nueva, al menos en mi caso, significa lecturas y relecturas, viajes, cine, libretas que se llenan de notas. Trabajo acumulativo y paciente con arreglo a un plan: personajes y situaciones, estructura, previstos de antemano. Hay autores con un talento extraordinario para navegar sin saber a dónde van, pero no es lo mío. Yo necesito cartas náuticas antes de izar las velas y empezar a moverme. Desde que le doy a la tecla nunca he escrito nada a ciegas. Durante el año o el año y medio que ahora tardo en contar una historia –viajar menos por la pandemia ayuda bastante–, el margen de improvisación resulta amplio, porque es mucho lo inesperado que surge en el camino. Sin embargo, siempre hay un hilo central, una trama. Una disciplina. Un rumbo al que vuelves cuando algo te complica la ruta. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">He dicho o escrito alguna vez que siempre fui un novelista feliz, sin excesivas ambiciones y sin complejos. Desde hace treinta y cinco años, cada día que paso en mi casa trabajo un mínimo de cinco horas. A doña Inspiración, de apellido Repentina, no la conozco, o no me fijé nunca demasiado en ella, pues siempre que llama a la puerta me encuentra ocupado, trabajando. Con las musas que susurran párrafos inmortales no tuve suerte. Y es lo que diferencia, supongo, al artista que no soy del artesano de la tecla que sí soy: un narrador profesional que vive de eso. Alguien que no pretende cambiar la historia de la Literatura en cada página, sino que sólo aspira a ser eficaz. A contar bien contada una buena historia. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Eso sí, tengo una ventaja. Déjenme ustedes tirarme algún pegote. Y esa ventaja es la imaginación. La cosa, supongo, viene de cuando era un crío que leía e iba al cine –la tele no la conocí hasta los doce años–. Después de cada tebeo, libro o película, pasaba días dentro de ellos, convertido en Ned Land, Hopalong Cassidy, <i>sir</i> Kenneth el del Leopardo, Ulises, el Capitán Blood, Ojo de Halcón o quien se pusiera a tiro. Tanto entraba en sus historias que llegaba a sentirme de verdad uno de ellos, adoptando sus armas, su lenguaje, sus maneras, sus amores y hasta sus defectos. Incluso buscaba enemigos asociados con los de mis héroes, como un hermano marista apodado El Poteras, protagonista de mutuas antipatías escolares, que durante años fue mi Moriarty particular; y a quien, asumiendo yo una personalidad intermedia entre Fantomas y Rocambole, procuré fastidiar cuanto pude hasta que me expulsaron del colegio. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Todo cambió con el tiempo, claro. Después, mi trabajo me ancló a una realidad áspera en la que, como todo el mundo, perdí unas cosas y obtuve otras. Y al cabo, con la mirada que eso me dejó, escribo novelas. Eso resuelve mi vida y le da independencia, pero sobre todo suscita –soy afortunado– la felicidad de la que hablaba antes. Me devuelve el hábito infantil de sumergirme en historias, personajes, vidas alternativas que no son sólo paralelas a la real, sino que se superponen a ella; que la sustituyen a veces de un modo asombroso. Me permite, en fin, seguir jugando. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Les doy mi palabra de honor –qué pocos la dan ahora, por cierto– de que es verdad lo que digo. Durante la escritura de cada novela vivo más en el mundo de esa novela que en el real. O quizá lo que pasa es que la novela se convierte en más real que la propia vida. Cuanto leo, pienso, hago, sueño, imagino, tiene que ver con la historia en la que ando envuelto. Anoche mismo, por ejemplo, me sentí vilmente cobarde al despertar de una pesadilla, porque el protagonista de la novela que ahora escribo se enfrenta a una situación parecida. Me muevo por lugares sobre los que trabajo no con mi mirada, sino con la de los entes de ficción que sitúo en ese escenario. Observo el mundo asumiendo los defectos o virtudes, los miedos y las pasiones, las incertidumbres y las certezas de los personajes que bullen en mi cabeza. Ellos acaban siendo más auténticos que otros, pretendidamente reales, con los que tropiezo a este lado de la trama. Duermo con ellos pensando qué harán por la mañana cuando me siente ante el teclado, y me despierto siendo ellos, sumergido en su mundo. Preguntándome, y ése es el desafío, si conseguiré contarlo en los dos o tres folios que en los días buenos son el botín de la jornada. Y cuando, cada vez con más desgana, me asomo al mundo pretendidamente real y arrugo el ceño ante lo que de él no me gusta, pienso que tengo la suerte de poseer una vida paralela; ese rumbo que me permite esquivar los escollos y las sombras. Sólo el acto de leer se aproxima a esa clase de evasión, pero nada es comparable al propio libro que día tras día vas leyendo en tu cabeza. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">23 de enero de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-22843988413702777802022-01-16T14:38:00.011+01:002023-03-25T14:47:37.910+01:00Una historia de Europa (XX)<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgz6aY-jlUGzMm3y-GYlUXtOB6PSiDrBjEN5TEMxvndn-zFDWK27nR6p-GCBPw3eq77-4UzkH92Yz0Tn9dsIux27Y7gAxE7NE6qXaidzIXjg9ZIinDEuYYnU7EiNTydGSM6amtFhRrXt61s5i1R63BQ68RAVPeIkozcoSoLODhySgdQIjFibtQBsUmQ5A/s1024/2022-01-16.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="576" data-original-width="1024" height="180" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgz6aY-jlUGzMm3y-GYlUXtOB6PSiDrBjEN5TEMxvndn-zFDWK27nR6p-GCBPw3eq77-4UzkH92Yz0Tn9dsIux27Y7gAxE7NE6qXaidzIXjg9ZIinDEuYYnU7EiNTydGSM6amtFhRrXt61s5i1R63BQ68RAVPeIkozcoSoLODhySgdQIjFibtQBsUmQ5A/s320/2022-01-16.jpg" width="320" /></a></div>Europa no sólo era Roma. Aunque menos civilizados, otros pueblos existían en el norte y el este, más allá de las cordilleras alpinas y los Cárpatos. Cuanto más lejos estaban del Mediterráneo, más brutos eran y menos información hay sobre ellos. Hasta un período comprendido entre los siglos III y I antes de Cristo apenas existen rastros escritos que iluminen las brumas y las sombras de su historia. Son los antiguos textos latinos y la arqueología moderna los que aportan información, y así sabemos que eran poblaciones dispersas de granjas y aldeas dedicadas a la agricultura, el pastoreo, la caza y la pesca: variopinta multitud de rudos estados étnicos y confederaciones tribales cada uno a su aire, dominados por aristocracias rurales. Todo muy primitivo y de aquí te pillo aquí te mato, con un toque cultural más bien celta, de carácter guerrero, donde eran frecuentes el saqueo y hacer la puñeta al vecino, y también los grandes desplazamientos de poblaciones medio nómadas impulsadas hacia mejores tierras por el hambre o la codicia, con lo que implicaba de conflictos, esclavitudes, degüellos y otros bonitos usos sociales de la época. Eso fraguó poco a poco en nuevas formas de vida, y hacia el siglo II a. C. empezaron a ponerse de moda los <i>oppida</i> (palabra que nos viene del latín) y los <i>viereckschanzen</i> (del alemán: fuertes cuadrados), que eran recintos fortificados donde se trabajaban metales, florecía la artesanía y circulaba moneda. También, por esa época, los gobiernos de consejos de ancianos, que eran los de toda la vida, dieron paso a pequeñas monarquías de reyes o régulos que cortaban el bacalao con mayor autoridad y eficacia (era el más bestia de la tribu quien solía hacerse con el poder), hasta el punto de que algunos de esos pueblos, los situados más al sur, empezaron a verse las caras con la pujante Roma, que si te invado y que si no, iniciándose un animado período de paces y guerras fronterizas, trifulcas, áspera vecindad y cambiantes alianzas. Pero lo que alteró de verdad el paisaje de la Europa <i>bárbara</i> (o extranjera, según el viejo concepto griego, vista ahora desde la óptica romana), fue la gran invasión de cimbrios y teutones: movimiento migratorio muy bestia, al filo de los siglos II y I a. C., posiblemente con origen en la actual Dinamarca y el norte de Alemania (según el historiador Plutarco, <i>cimbrio</i> significaba bandido, y por ahí fue el ambiente). Cientos de miles de personas, incluidos mujeres y niños, empezaron a moverse hacia el oeste y el sur en busca de tierras, precedidos por salvajes grupos guerreros que saqueaban todo lo que estaba quieto y mataban o esclavizaban cuanto se movía; y a los que se sumaban, haciendo de la necesidad virtud, otros grupos étnicos de las regiones por las que pasaban dando estopa. Estos invasores nórdicos tenían el pelo rubio y los ojos azules, vestían con pieles y sus hábitos eran de lo más primitivo: mientras las señoras se ocupaban de casa, campos y ganado, los maridos iban de caza, a la guerra, o se dedicaban al oficio más útil en un pueblo guerrero como el suyo, que era la herrería, o sea, la fabricación de espadas, lanzas y puntas de flecha (no es casualidad que en Alemania abunde hoy el apellido Schmidt, asociado con <i>schmied</i>, herrero). Aquellos fulanos no tenían reyes, ni falta que les hacía, pues su sistema de gobierno era electivo sin transmisión familiar, en plan parecido, hilando grueso, a lo que hoy sería un presidente de república. Sus dioses (Thor, Freya y algún otro) nada tenían que ver con los de griegos y romanos: eran deidades tan toscas como quienes los adoraban, y el más pintón resultaba, naturalmente, el de la guerra, que se llamaba Woden, u Odín, y vivía en un palacio del cielo llamado Walhala, donde iban los hombres (y supongo que también las mujeres, aunque no hay pruebas) valientes cuando palmaban. Por influjo de esa gente, y de ese modo, se fueron definiendo un centenar de años antes de Cristo los pueblos de la Europa occidental no romana: cimbrios y teutones dando por saco de un lado para otro (hasta que el general romano Mario los escabechó en las batallas de Aquae Sextiae y Vercellae), germanos en el alto Rhin, galos en la actual Francia, celtíberos en Hispania, belgas en Bélgica, helvecios en lo que hoy es Suiza… El militar, político e historiador Julio César (del que hablaremos cuando toque) iba a describirlos pocos años después en sus Comentarios a la Guerra de las Galias. Los bárbaros, como digo. Las aún indecisas fronteras de una Roma todavía republicana, pero en la que empezaban a pasar cosas raras, con una guerra civil calentita y a punto de nieve. El porvenir de Europa iba a jugarse allí, entre pitos y flautas, y venían de camino episodios apasionantes. Así que no se pierdan ustedes el próximo. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">[Continuará]. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">15 de enero de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-21079891000434907082022-01-09T22:01:00.003+01:002023-03-16T23:24:25.537+01:00El discurso del rey<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgQs29WxW3EtWsh8xCP5-KAd_PkSVNZKLYCK53pHg_3i6FPXNTmLd5_BkjKyI9YxfROrM3huGyaN0gb8P45SMwXFAX0-H5MWj6ahDH-PaRIjmYlD9CfKog6Hv7jNeb9dYt3HKddG2JcLuJSemubYGomBmC32b4noal735Q-7-dgZ68sXW3tEdwzW0N6XQ/s1500/2022-01-09.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="1500" data-original-width="1500" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgQs29WxW3EtWsh8xCP5-KAd_PkSVNZKLYCK53pHg_3i6FPXNTmLd5_BkjKyI9YxfROrM3huGyaN0gb8P45SMwXFAX0-H5MWj6ahDH-PaRIjmYlD9CfKog6Hv7jNeb9dYt3HKddG2JcLuJSemubYGomBmC32b4noal735Q-7-dgZ68sXW3tEdwzW0N6XQ/s320/2022-01-09.jpg" width="320" /></a></div>Cada año, por estas fechas, Antonio San José y yo nos telefoneamos y pasamos un rato riendo a carcajadas al recordar los viejos tiempos. Antonio es periodista de prestigio y tertuliano de postín, con una densa trayectoria a sus espaldas que incluye, entre muchas cosas, dos puestos profesionales donde coincidimos un tiempo: jefe de la sección de Nacional del Telediario a finales de los años 80 y de Informativos en RNE. Pertenece a esa clase de periodistas viejos, lúcidos y sabios, de colmillo retorcido, con sentido del humor y más mili que el cabo Finisterre. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Nos conocimos cuando llegamos a la tele en 1984 y nos hicimos amigos. A mí acababan de cerrarme el diario <i>Pueblo</i> y él era uno de los fichajes del equipo de Calviño para potenciar los informativos de TVE. Yo cubría guerras y hacía reportajes para <i>En portada</i> e <i>Informe semanal</i>; y cuando no había nada fuera, informaba sobre terrorismo y asuntos más o menos policiales. Dirigiendo una sección muy delicada en términos políticos, Antonio era uno de los activos valiosos de la tele. Congeniamos bien. Era una época de osadías y exclusivas en las que se intentaba hacer una televisión distinta, agresiva, brillante. Y lo conseguíamos. Había un magnífico ambiente en la redacción de Torrespaña. Todos éramos profesionales eficaces. Nos divertíamos con nuestro trabajo. Lo pasábamos bien. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Antonio y yo adquirimos la costumbre de ir juntos a la máquina del café, o reunirnos en su mesa a comentar el trabajo y la vida. Ejercíamos ese cinismo peculiar, marca inevitable del oficio, que los periodistas veteranos desarrollan de modo natural: política, jefes, compañeros. Todo pasaba por esa divertida criba. Raro era el día en que uno no le contaba un chiste al otro, y las carcajadas sonaban fuerte. Eso mosqueaba a los altos jefazos, y recuerdo la desconfianza con que la jefa de Informativos, María Antonia Iglesias, nos observaba de lejos al vernos en un rincón, haciendo nuestro trabajo pero riéndonos de lo divino y lo humano. «Cuando veo a esos dos cabrones juntos, conchabados –le dijo a Julio de Benito, director del TD1– me echo a temblar, porque temo lo que estén maquinando». </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Dábamos motivos. Al preparar piezas para los telediarios, procurábamos hacerlas de modo que atrapasen la atención de los espectadores. Ideábamos reconstrucciones, trucos, nuevos modos, sin perder por eso rigor informativo. Cuando el papa Juan Pablo II visitó Madrid, Antonio me permitió hacer una entradilla mostrando un fusil con mira telescópica mientras decía: «Desde que se inventó esto, los viajes papales ya son otra cosa». Y cuando los jefes pusieron el grito en el cielo, me cubrió las espaldas. Hacíamos toda clase de pirulas. Otra vez les pusimos medias en la cabeza a los chóferes de Torrespaña y les dimos pistolas prestadas por la policía para reconstruir con imágenes –advirtiendo que era eso, claro– un atraco a un banco. Los jefazos se acojonaban y nos echaban unos chorreos enormes, pero subía la audiencia del telediario y tenían que comerse nuestras gamberradas con patatas. Nos necesitaban, y eso nos hacía intocables. Y entre una cosa y otra, más chistes. Más carcajadas. Más miradas recelosas de la jefa de Informativos cuando nos veía maquinando en un rincón. Fue un tiempo feliz, con los compañeros más queridos: Miguel Ángel Sacaluga, Carmen Enríquez, Alicia Gómez Montano. Tiempo de amistad y lealtades que aún perduran. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">El momento cumbre con Antonio San José, mi mejor recuerdo, fue por estas mismas fechas. El 25 de diciembre de 1985 el telediario iba reducido a la mínima expresión. Los redactores tenían día libre y sólo trabajaban los jefes de sección. En Nacional, el asunto único era el discurso de Nochebuena del rey Juan Carlos I. Antonio iba a encargarse, pero para hacerle compañía fui a Torrespaña. Y estábamos en la sala de montaje haciendo corta y pega para dejar la pieza en minuto y medio –imaginen la guasa entre el rey, Antonio y yo–, cuando la jefa de Informativos se asomó y quedó aterrorizada al vernos juntos. «¿Lo estáis haciendo vosotros dos?», preguntó descompuesta. «Porque sois capaces –añadió– de hundir la monarquía». Eso nos dio una idea, así que hicimos dos montajes. Uno era la pieza como iba a ser emitida, respetuosa y formal. La otra, un disparate de incoherencias y contradicciones que sometimos a supervisión de la jefa con la actitud más natural del mundo. María Antonia Iglesias se la zampó entera, los ojos muy abiertos, sin decir una palabra. Al terminar nos miró muy seria y dijo: «Estáis como cabras y sois dos hijos de puta». Y entonces Antonio soltó una carcajada y respondió: «Aciertas al cincuenta por ciento, jefa. Somos dos hijos de puta». </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">9 de enero de 2021
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-39777058188889867692022-01-02T20:04:00.002+01:002023-02-05T20:13:44.918+01:00Una historia de Europa (XIX)<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjwhfAIr_1MSTWvMAW4F00o5S2r8RUqhxn0zqK3J_tVyaCUQkLv9X72OG3ggthN2PO0hF6O9stOU3bTcn6Z-zBhxwVvBG7E0Xn_tHgMZ42I8H__u_kZmkrhRiwi-acMoEb5woxVYSP-a91KufZ8LCUOAfBk4C1JTEbaWNW_KhfmpKivtYooQZ31gLPYWw/s620/2022-01-02.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="349" data-original-width="620" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjwhfAIr_1MSTWvMAW4F00o5S2r8RUqhxn0zqK3J_tVyaCUQkLv9X72OG3ggthN2PO0hF6O9stOU3bTcn6Z-zBhxwVvBG7E0Xn_tHgMZ42I8H__u_kZmkrhRiwi-acMoEb5woxVYSP-a91KufZ8LCUOAfBk4C1JTEbaWNW_KhfmpKivtYooQZ31gLPYWw/w400-h225/2022-01-02.jpg" width="400" /></a></div>Los romanos eran gente dura y sensata. Aniquilada Cartago, dueños del mundo mediterráneo, aplicaron sus puntos de vista tanto en la metrópoli como en los lugares donde se instalaban, tras conquistarlos, con la intención de quedarse en ellos para siempre (y continúan estando, porque en cierto modo muchos europeos seguimos hoy siendo romanos). Su lengua, el latín, la escribían con un alfabeto que al principio tuvo sólo veintiuna letras. Mientras se estuvieron dando de hostias con enemigos y vecinos, los libros no fueron necesarios, pues no había retórica que superase la eficacia de un buen degüello; pero a medida que dejaban de ser sociedad elemental para convertirse en otra compleja, empezaron con el derecho, y luego pasaron a la literatura y la historia. La importancia que el libro, en sus formas de entonces, adquirió a partir del siglo I antes de Cristo fue enorme, y desde ese momento la literatura latina empezó a ser lo mucho e importante que hoy recordamos y disfrutamos: Terencio y Plauto en el teatro, Cicerón en el ensayo, César, Salustio, Tito Livio y Tácito en la historia, Catulo, Virgilio y Horacio y Ovidio en la poesía, Vitrubio en la arquitectura, Catón, Séneca, Lucano, Petronio, Apuleyo y todos los demás: una nómina de talento espectacular que empezó bajo influencia de la cultura griega y acabó siendo romana. Porque si la refinada Grecia (donde las familias pijas enviaban a estudiar a sus hijos) era el referente gracias a su glorioso pasado, los nuevos campeones del mundo mejoraron la copia. Prácticos como eran, construyeron la vasta red de calzadas romanas, vías de comunicación para el comercio y la guerra (dos mil años después todavía se conservan, y numerosas carreteras siguen hoy su trazado original) y aplicaron su talento, entre otras cosas, en dos grandes novedades ciudadanas: acueductos que traían agua fresca (véase el de Segovia, que acojona) y cloacas subterráneas, o sea, alcantarillas (nombre árabe, por cierto) para llevar las aguas sucias a donde no fuesen dañinas ni causaran enfermedades. Y ya metidos en arquitectura, lo cierto es que embellecieron tanto las ciudades de la península itálica como las de provincias y lugares donde se asentaron. Gracias a eso hay ruinas romanas, incluso edificios casi intactos, en lugares insospechados de Europa, Cercano Oriente y norte de África. De ese modo, la república creció hasta hacerse tan poderosa que cobraba tributos a todo cristo. Sus naves surcaban el Mediterráneo llevando y trayendo aceite, vino, salazones y trigo (y también las famosas bailarinas de Gades, atractivas señoritas que arrasaban en la época), los esclavos eran comercio y mano de obra, y todo eso convirtió a Roma capital en la ciudad más rica y marchosa del mundo. Los senadores y millonetis tenían su <i>clientela</i>, pelotilleros que trincaban de ellos y acudían cada mañana a saludarlos a casa, los escoltaban al foro y votaban lo que les ordenaban. La pasta le salía a la clase pudiente por las orejas, y se invertía en obras públicas, templos, termas, circos y anfiteatros (la arquitectura fue ultramoderna y revolucionaria). Lo de circos y anfiteatros no era cosa menor, pues servían para tener contento al pueblo. Cuando había malestar social se organizaba un espectáculo con fieras zampándose a condenados a muerte, crucifixiones (eso encantaba a la peña), carreras de cuadrigas o combates de gladiadores, y todos se quedaban más a gusto que un arbusto. Tranquilitos y a dormir. Lo mismo que hoy somos hinchas de equipos de fútbol, los romanos lo eran de aurigas y gladiadores famosos: los hombres los adoraban y las señoras se los rifaban. Pan y circo, se llamaba aquello; y cuanto menos pan, más circo (quizá les suene a ustedes el concepto). El problema fue que las crecientes diferencias sociales, el peso cada vez mayor de los militares en la vida pública, la decadencia de las austeras virtudes fundacionales, pasaron factura a la antaño ejemplar república romana. Y por ahí se fue colando la ambición: todo el mundo empezó a ver al ejército (las legiones eran la máquina de guerra más profesional y eficaz de su época) como defensor de sus intereses. Las clases altas adulaban a los generales; y para los soldados, que sus jefes tuviesen poder significaba mejores botines y buenos repartos de tierra al jubilarse. Así que los militares empezaron a preguntar qué hay de lo mío. La idea de que la autoridad de un hombre providencial podía ser más eficaz que los tejemanejes de la política ciudadana empezó a cuajar peligrosamente. Y cuando en el año 88 a. C. el general Sila marchó sobre Roma con sus legiones, la república quedó herida de muerte y la expresión <i>bellum civile</i> (guerra de los ciudadanos) entró para siempre en los diccionarios. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">[Continuará].</div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">2 de enero de 2022
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-27883753978956229432021-12-26T08:53:00.009+01:002022-07-29T09:21:11.149+02:00Encantados de haberse conocido<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGVlQuQIl25F56IUOWSqBKnZualvNsaxxSaVyW0yNOQ1S6p3zS8AS6RIUk4xbKt6PW0SV-5HApxyGTZBQ4ufXbCTBHJ4V0k0z8EoCTYFPYu4qpGQn9kqYF0d2iO-FvYQqDqJ6qoR9f_PAxyUQnGBnAP8cS8P2wP8iQW3A27Tnnu-z0Syglo_PgPrbCOw/s600/2021-12-26.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="338" data-original-width="600" height="180" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGVlQuQIl25F56IUOWSqBKnZualvNsaxxSaVyW0yNOQ1S6p3zS8AS6RIUk4xbKt6PW0SV-5HApxyGTZBQ4ufXbCTBHJ4V0k0z8EoCTYFPYu4qpGQn9kqYF0d2iO-FvYQqDqJ6qoR9f_PAxyUQnGBnAP8cS8P2wP8iQW3A27Tnnu-z0Syglo_PgPrbCOw/s320/2021-12-26.jpg" width="320" /></a></div>Encantados de haberse conocido
Los que tenemos cierta edad y vivimos el franquismo –empecé a colaborar en periódicos muy jovencito, hacia 1967– recordamos la importancia que los medios informativos daban a los políticos del régimen, que en esa época lo eran todos, en plan visitó un taller el excelentísimo señor subsecretario de Trabajo, o en los juegos florales entregó el premio la distinguida señorita Sónsoles de la Muñeira, hija del señor alcalde. Todo cuanto tenía personaje político de por medio era reseñado minuciosamente, y pobre del medio informativo que no cumpliera. Como hoy, salvando el contexto. La diferencia, a favor de los periodistas de antes, es que informar sobre cualquier actividad de un ministro, un gobernador civil, un alcalde o un jefe local del Movimiento –succionarles el ciruelo, dicho en plata– era obligatorio. Mientras que ahora se trata de una actividad periodística voluntaria, a veces entusiasta. Y no sólo eso. Si uno se fija, buena parte de la información política en España va por ahí. Por la letra pequeña. Por la chorrada. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">No recuerdo ahora ningún otro país europeo donde los medios informativos, periódicos, radio y televisión, dediquen tanto espacio a la política. Eso no es malo en sí: la política es necesaria en democracia, y un ciudadano informado sirve mejor a sus compatriotas y a sí mismo a la hora de meter su voto en la urna. El problema es el exceso. La saturación que lleva más allá de lo razonable y útil, incluyendo la descripción detallada de todos los pormenores referentes a partidos políticos: el continuo protagonismo que la clase política tiene en nuestra vida informativa. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">La aberración llega al punto de que en España es más conocido un político de medio pelo, cualquier tiñalpa analfabeto, que un economista, un escritor, un científico, un músico, un filósofo, un cineasta. Tampoco la información internacional, tan necesaria en el mundo en que vivimos, ocupa el lugar debido. Por ejemplo: pese a la importancia que Hispanoamérica tiene para España, sólo se habla de ella cuando hay elecciones presidenciales, tragedias o incidentes graves. Venezuela, Cuba y poco más. Consideren cuántos nombres de presidentes hispanoamericanos conocemos los españoles. Sin embargo, vivimos informados por tierra, mar y aire de la moción de censura en el ayuntamiento de Villaperales del Canto, de si el edil de Mataconejos cae mal a la ejecutiva de su partido, de si el alcalde y la presidenta de una comunidad se saludaron en un acto público, de si un asesor ministerial cenó con fulano o mengano, de si la ministra de Exteriores y la de Igualdad se miraron a los ojos o se hurgaron displicentes la nariz. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Hay una explicación. Este disparatado lugar que habitamos son 17 Españas que exigen, no sin razón, un trato semejante. Todos deben ser mencionados para que nadie se sienta al margen; de modo que lo que en ningún país normal abriría un telediario, aquí sí lo hace. Un bostezo de la alcaldesa de Barcelona, una sombra de ojos de la presidenta de Madrid, el escupir un hueso de aceituna de un político, un concejal tránsfuga, llenan informativos con escaletas de telediario que aburren a las ovejas: políticos, Covid, ayudas europeas, volcán y vuelta a empezar. Con los personajes de cada taifa reclamando espacio y los periodistas concediéndoselo para que nadie se sienta marginado, por Dios. Para que todos queden contentos. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Eso hace creer a nuestros políticos que son algo más que piezas intercambiables en un mecanismo llamado democracia. Oyes hablar a algunos, adviertes su aplomo, su arrogancia, y comprendes que oírse nombrar a diario los trastorna hasta hacerlos sentirse el ombligo del mundo. Dije alguna vez –después de 30 años escribiendo esta página temo haberlo dicho todo alguna vez– que durante siglos España estuvo en manos de aristócratas y obispos que gobernaron vidas y trazaron rumbos, cuando los hubo. Unos y otros quedaron atrás, pero vino el relevo. La clase política es la nueva aristocracia y el nuevo episcopado: la que moldea una España a la medida de su cochino negocio. Pero no lo hace sola. Nadie consigue eso sin la complicidad de víctimas e intermediarios. En lo que a los ciudadanos se refiere, estar informado es salud democrática. Lo perverso llega cuando la clase dirigente, encumbrada por quienes la adulan y aplauden, pues también viven de ella, contamina a los ciudadanos con su egoísmo, su simpleza argumental y su vileza sectaria. Con las menudas, íntimas y lamentables miserias que decepcionan y alejan a la gente honrada. Estar politizado no es malo, siempre y cuando quien no piensa como tú lo exprese en libertad, se debatan ideas, y de ese modo se llegue a conclusiones lúcidas e inteligentes. Pero saber que a un concejal de Sangonera la Seca le ha salido un flemón en una encía no ayuda una puñetera mierda. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">26 de diciembre de 2021
</div>Unknownnoreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-43812077420587836112021-12-19T07:53:00.010+01:002022-07-29T08:01:41.371+02:00Una historia de Europa (XVIII)<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgUqJB2tbmux9UG-rpU2swwtbzudH143966gXn4k5dwTK7I50LQkSLucr8EpbMBfpoJxrgo4Xsu_NoJvm_wQmdT5-tMdWG4zA9m5-x2oLbqIcQUbFGdgv8tmSeQS39XkSQiIii8xG3uJHWfVUsUAm6snD8j07fEr5QqwEjKjF7qYsbK6uQzuAxO9wds2w/s318/2021-12-19.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="159" data-original-width="318" height="159" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgUqJB2tbmux9UG-rpU2swwtbzudH143966gXn4k5dwTK7I50LQkSLucr8EpbMBfpoJxrgo4Xsu_NoJvm_wQmdT5-tMdWG4zA9m5-x2oLbqIcQUbFGdgv8tmSeQS39XkSQiIii8xG3uJHWfVUsUAm6snD8j07fEr5QqwEjKjF7qYsbK6uQzuAxO9wds2w/s1600/2021-12-19.jpg" width="318" /></a></div>Cartago y Roma eran demasiados gallos y demasiada chulería para un solo corral, y aquello sólo podía acabar de mala manera. De todas formas, el proceso fue largo y sangriento: un siglo y pico, entre el año 264 y el 146 antes de Cristo, estuvieron arrimándose candela en varias guerras sucesivas, tal vez el conflicto armado más largo del mundo antiguo, que marcarían el futuro de Europa. Las guerras púnicas (se llamaron así porque <i>púnico</i> era el dialecto fenicio que hablaban los cartagineses) fueron tres, y las conocemos bien porque fueron los primeros sucesos que animaron a los romanos a escribir su propia historia, primero en griego y luego en latín. Eso sigue teniendo importancia, pues las lecciones tácticas y estratégicas de aquellas batallas fueron estudiadas durante veintidós siglos y lo siguen siendo hoy en las academias militares, hasta el punto de que Napoleón, Federico el Grande, Rommel o los generales de las dos guerras del Golfo las mencionaron a menudo. La primera de esas guerras fue de especial ferocidad, librada en torno a Sicilia y Cerdeña, principalmente naval, y terminó con la victoria romana de las islas Égadas y su posesión de aquellas islas mediterráneas. Para recuperarse del revolcón, Cartago buscó una expansión occidental extendiéndose por la península ibérica. Los iberos, muy en su estilo de toda la vida, se dividieron en dos bandos, pro-romano y pro-cartaginés, y el ataque púnico a la ciudad de Sagunto, que era amiga de Roma, desencadenó la segunda guerra, que ya se estaba haciendo esperar. Apareció allí uno de esos fulanos que la Historia produce de vez en cuando: uno de los grandes. Se llamaba Aníbal, cartaginés, hijo de Amílcar y hermano (o cuñado, ya no me acuerdo) de Asdrúbal; y era, como se dice ahora, un puto genio. Mientras los romanos andaban con el bolo colgando, dubitativos sobre si atacar en Hispania o en África, Aníbal (que era tuerto, pero con un ojo veía más que ellos con dos) les jugó la del chino dispuesto a calzárselos por detrás: en un visto y no visto cruzó los Pirineos con un ejército impresionante (con elefantes y todo, el tío), pasó por el sur de la Galia y los Alpes, se metió en Italia repartiendo estopa a diestro y siniestro, y derrotó a los romanos en las batallas de Tesino, Trebia, el lago Trasimeno y Cannas, donde el destrozo fue de órdago: en esta última palmaron 40.000 romanos, uno más o uno menos. A punto estuvo el cartaginés de llegar <i>ad portas</i> de Roma capital; y a los romanos, aterrorizados, no les cabía un cañamón por el ojete. Sin embargo, también ellos tenían hombres excepcionales, y uno se llamaba Escipión, hijo de otro Escipión. Mientras Aníbal, ahíto de victorias y cansadas sus tropas, se relajaba en Italia perdiendo fuelle, los romanos, mostrando unos reflejos admirables y una extraordinaria capacidad de recuperación, enviaron a Escipión padre a Hispania con un ejército que empezó a hacer allí la puñeta, complicándoles la retaguardia a los cartagineses. Luego, muerto el padre, Escipión hijo (Publio Cornelio de nombre), que resultó ser un tío estupendo, un fenómeno y todo un caballero, tomó Qart-Hadast (desde entonces, Cartago Nova) y Gádir (desde entonces, Gades) y asentó del todo a Roma en la península antes de desembarcar en África, llevando la guerra a la misma Cartago. Aníbal, claro, tuvo que volver a toda leche porque se le quemaba el solar; pero en el año 202 a. C., cuatro después de que ya no quedase un cartaginés en Hispania, Escipión derrotó al general tuerto en la batalla de Zama. Lo hizo polvo, y el golpe fue de pronóstico grave: Cartago, hecho una piltrafa, no tuvo más remedio que firmar la paz, consagrando el dominio de los romanos sobre un Mediterráneo que ya empezaban a llamar, viniéndose arriba, <i>Mare nostrum</i>. Sin embargo, Cartago seguía coleando en África; y Roma, implacable y tenaz, quiso rematar la faena. Así que con el pretexto de un conflicto en Numidia, azuzada por los discursos de un político duro y austero llamado Catón que dijo aquello de <i>Delenda est Carthago</i> (hay que darles hasta debajo de la lengua, en traducción libre), declaró la tercera guerra, y en el 146 antes de Cristo la ciudad fue arrasada hasta los cimientos. Los supervivientes fueron vendidos como esclavos y el último reducto cartaginés, borrado del mapa, se convirtió en provincia romana de África. En el mundo entonces conocido, a la república de Roma no había ya quién le mojara la oreja. Aunque la verdad es que no se lo regaló nadie. El historiador Polibio, que fue amigo de Escipión y estuvo presente en la destrucción de Cartago, lo explicó de maravilla: <i>Las conquistas romanas no se debieron al azar. Fueron resultado natural de la dura escuela obtenida en la dificultad y el peligro</i>. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">[Continuará] </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">19 de diciembre de 2021
</div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1676011406002763600.post-55867197568118074172021-12-12T10:22:00.011+01:002022-07-28T10:32:07.422+02:00Una historia vieja y triste<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiRuHCvONsgtLathQmwJ6c4HoSt8IIDbEomHwsvm7unlgkWBYfFpJyYMoqDfn_xO0DwS0e9sIVtq-e8aJ203rvILbPXSw-PQQhQ-mk9wpT_3vVT71Kh6y7Y-hd3pTl86HaIjOn9ihJf98VeOfRo7VkaRyzAXq0R5bRdkoeRiZdqtk5OGIZexuqGKd-doQ/s275/2021-12-12.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" data-original-height="183" data-original-width="275" height="183" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiRuHCvONsgtLathQmwJ6c4HoSt8IIDbEomHwsvm7unlgkWBYfFpJyYMoqDfn_xO0DwS0e9sIVtq-e8aJ203rvILbPXSw-PQQhQ-mk9wpT_3vVT71Kh6y7Y-hd3pTl86HaIjOn9ihJf98VeOfRo7VkaRyzAXq0R5bRdkoeRiZdqtk5OGIZexuqGKd-doQ/s1600/2021-12-12.jpg" width="275" /></a></div>Era rollizo, feo y patoso. Lo llamaré Pablo, aunque algunos –las chicas sobre todo, pues alguna era despiadada– lo apodaban Grasitas. A veces lo hacían en su propia cara, y él lo encajaba con humor resignado y benévolo porque era una excelente persona. Lo conocí en 1972, durante el tiempo que viví en un colegio mayor universitario de Madrid. Había otro de chicas muy cerca y la relación era estrecha. Hacíamos pandilla con ellas, íbamos a las discotecas o a escalar a la sierra, pasábamos largas veladas discutiendo de política, de cine, de música. De cuanto anhelábamos. Agonizaba el franquismo, en Madrid se calentaba la movida cultural y el futuro estaba a la vuelta de la esquina y nos parecía espléndido. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Pablo era huérfano de padres. Quería estudiar Medicina. Llegó en mi segundo año de estancia en el colegio mayor, desvalido y torpe. Así que los amigos y yo –Pepe Tejada, Esteban, Manolo, Vicente– lo tomamos bajo nuestra protección para protegerlo de las novatadas. Su agradecimiento hizo que se nos pegara como una lapa. Era obsequioso y leal, siempre dispuesto a hacer algo por los demás. Nuestras amigas también lo adoptaron, aceptándolo. Venía con nosotros al cine, a la discoteca Copains o a El Latigazo. Las chicas eran listas y guapas, nosotros teníamos aspecto razonable –pocos no lo tienen, a esa edad–, y soplaban aires de libertad, de modo que entre unas y otros se daban situaciones que ustedes pueden imaginar. Nos las arreglábamos bien, excepto Pablo. Ya he dicho que era gordito, feo y torpe. No se comía una rosca. Y cuando se lo proponían, las chicas eran –supongo que lo siguen siendo– bastante cabronas. Pero él lo llevaba, como dije antes, con humor y resignación. Incluso cuando algún imbécil lo llamaba Grasitas en la cara. En todo caso, no se hacía ilusiones. Asistía a nuestros episodios con solidaridad de camarada, alegrándose. Así aprendo, decía. Para cuando me toque. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Pero nunca le tocaba. Supongo que hoy, a cincuenta años de aquello, no es fácil para un joven imaginar cómo eran las cosas entonces. En interminables charlas nocturnas bebiendo café y vodka en alguna habitación los amigos dábamos a Pablo consejos sobre esto y aquello: cómo acercarse y entablar conversación –regla de la aproximación indirecta, primero la amiga fea– y cómo llenar silencios. Aplicado como buen alumno, escuchaba atento y tomaba nota de todo, pero a la hora de actuar era un desastre. Se volvía invisible para ellas. Llegamos a sufrir por él, pues lo queríamos mucho. Su bondad era desconcertante. Había perdido a sus padres muy pequeño; y una noche, en una sesión de hipnotismo –Vicente, aficionado a esas cosas, intentaba hipnotizar sin éxito a Pepe–, fue Pablo, que estaba cerca, quien de pronto inclinó la cabeza y, para nuestro asombro, empezó a hablar con su madre muerta. Nos enterneció tanto que emparejarlo con una chica se convirtió en nuestra obsesión. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Lo conseguimos al fin, con ayuda de nuestras amigas: una cita en una cafetería de Madrid y luego cine y discoteca. Durante días lo preparamos para el momento crucial, le dimos consejos sobre cómo comportarse y qué decir. Pablo estaba ilusionado y feliz. El día de autos lo hicimos ducharse y lo afeitamos nosotros mismos. Esteban le prestó su mejor camisa y yo lo repeiné y le puse en la cara unas gotas de colonia Nenuco. Lo acompañamos al autobús y lo despedimos deseándole suerte. Ya nos contarás esta noche, dijimos. Pepe, que como buen gaditano era un optimista, le había metido un preservativo en un bolsillo. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Después de cenar estábamos en mi habitación fumando Ducados y bebiendo Smirnoff cuando apareció Pablo, deshecho. Lloraba. Había esperado tres horas y media, pero la chica no se presentó nunca. Se derrumbó a nuestro lado, sobre mi cama. Siguió llorando mientras lo abrazábamos y le poníamos en la mano un vaso de vodka tras otro. Hizo un globo soplando en el preservativo y lo reventamos con un cigarrillo. Al fin se quedó dormido, húmedo el rostro de lágrimas. Cargándolo entre todos, lo llevamos a su habitación. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">Yo empezaba a trabajar y a viajar en serio por esas fechas. Poco después dejé el colegio mayor y alquilé un apartamento. No volví a ver a Pablo. Me dijeron que abandonó la carrera y se alejó por las vueltas y revueltas del camino. A partir de ahí ignoro qué fue de él. Pero si aún vive y lee esta página, deseo que sepa que no lo he olvidado. Que su fracaso de aquel día fue también el de cuantos lo queríamos. Que sus amigos nunca lo llamamos Grasitas. Y que estoy seguro de que la vida le habrá concedido, al fin, toda la felicidad que su nobleza y su bondad merecían. </div><div style="text-align: justify;"> </div><div style="text-align: justify;">12 de diciembre de 2021
</div>Unknownnoreply@blogger.com3