El bar de Lola está tranquilo esta noche. Música suave y las luces del puerto tras la ventana, al extremo de la calle. Tararí tarará, suena la minicadena colocada entre dos botellas de Fundador, en un estante. Es la hora de los amigos que saben estar callados. El Piloto, Octavio Pernas, el gallego irreductible, y Pepe Sánchez, el malagueño de Cuevas del Becerro, beben a mi lado, apoyados en la barra, sin abrir la boca. Lola seca vasos al otro lado, o se entretiene haciendo cuentas de pesetas a euros. De vez en cuando le miramos el escote y seguimos bebiendo en silencio. Se está bien aquí, así. Callados, mirando. Pensando.
Y qué pasa, dice de pronto Pepe Sánchez, cuando a Manolo, el último héroe, se le acaba el partido. Dice eso y los otros nos quedamos inmóviles sobre nuestras ginebras azules, y hasta Lola se para con un vaso en alto, a medio secar. Pero Pepe no se corta. Qué pasa, insiste, cuando el artículo que escribiste sobre el futbolista Manolo, ¿te acuerdas?, se convierte en un viejo recorte amarillo. Cuando pasa el tiempo y la gente se olvida de él, y sus compañeros de equipo y su entrenador sólo recuerdan que pudo meter el gol y no quiso, por tirárselas de hidalgo. Y entonces, al cabo de unos días, van y lo echan a la puta calle. El Piloto me mira, leal como siempre, seguro de que tengo una respuesta adecuada para eso. Y Octavio se ríe por lo bajini. Pasa, comenta el gallego, que Manolo no es el último héroe sino el último gilipollas. Pasa que le dan por saco bien dado. Que, como premio a su noble, termina en el paro y ya no le ficha ningún club. Que al final la vida demuestra que quienes tenían razón eran aquellos a quienes nunca importó cómo ganar el partido. Que los que juegan sucio pero ganan son halagados y agasajados en todas partes, y que a estas horas el pobre Manolo estará tirado en una esquina, sin que nadie se acuerde de él. Algunos lo sabemos por experiencia.
El Piloto sigue observándome sin abrir la boca. Dí algo, apremian sus ojos grises. Seguro que puedes cerrarles la boca a estos colegas. Pero yo no estoy tan seguro. Acabo de leer la historia de Santos González Roncal, el trompeta aragonés de Baler, otro último héroe, precisamente uno de los últimos de Filipinas, que estuvo sepultado durante mucho tiempo en una tumba sin cruz ni nombre después de que, ya anciano, un grupo de falangistas y guardias civiles lo fusilaran en el 36 mientras pedía en vano que antes le permitieran ponerse su vieja casaca con sus medallas. También acabo de oír la historia de los honorables jueces que el otro día excarcelaron a un par de narcotraficantes en vísperas del juicio. Acabo de leer y de oír y de mirar como cada día. Y tal vez, Piloto, tengan razón estos dos aguafiestas, concluyo hundiendo la nariz en mi vaso. Los dos aguafiestas ni se inmutan. Lola me mira muy fijo. Te encuentro bajo de moral esta noche, comenta. Es que, respondo, vivo en España, y a veces me doy demasiada cuenta.
Y sin embargo, dice el Piloto. Lo miramos esperando que siga, pero ya no sigue. Ha dicho cuanto tenía que decir, así que enciende un cigarrillo y mira por la ventana hacia las luces del puerto. Pero yo sé lo que dice sin decirlo. Sin embargo, recuerda su mirada silenciosa a veces te pega el levante duro allá afuera y estás solo y no hay público que aplauda ni cristo bendito que te ayude, y puedes elegir entre echarte a llorar o apretar los dientes y pelearte con la mar y con Dios. O estás solo en casa, o perdido en mitad de una calle o de la vida, o cavando tu propia fosa con un fusil en el cogote sin que te dejen ponerte las viejas medallas, y te dices bueno, claro, la verdad es que con claque y aplausos puede ser héroe cualquier tonto del culo a poco que lo animen. La cuestión es cuando estás perdido igual que Pulgarcito, solo como un perro, y ves las cosas como son, y no te haces ilusiones sobre el momento en la plaza de tu pueblo, y a fin de cuentas el asunto se dirime entre tú y tú mismo. Con mucha suerte, en el mejor de los casos puede haber una mujer, un hombre, tal vez un hijo que te miran. Que comprenden, o no. Que saben por qué haces lo que haces y no lo que no haces, o que un día, rebobinando la escena, quizás lo sepan. Y si no pues oye. Qué cojones. Tampoco tiene tanta importancia. Todo eso dice el Piloto en el bar de Lola sin abrir la boca. Y Octavio y Pepe Sánchez lo escuchan como yo; y a regañadientes inclinan la cabeza y asienten al fin, porque saben que el Piloto tiene razón. Entonces Lola cambia el cedé en la minicadena, y entre las botellas polvorientas de Fundador suena Yo te diré. Por los héroes, comenta alguien, levantando la copa azulo tal vez no lo comenta nadie, sino que viene en las palabras de la canción. Entonces todos levantamos la copa, despacio, y Lola nos mira y dice: a ésta os invito yo.
27 de enero de 2002
Y qué pasa, dice de pronto Pepe Sánchez, cuando a Manolo, el último héroe, se le acaba el partido. Dice eso y los otros nos quedamos inmóviles sobre nuestras ginebras azules, y hasta Lola se para con un vaso en alto, a medio secar. Pero Pepe no se corta. Qué pasa, insiste, cuando el artículo que escribiste sobre el futbolista Manolo, ¿te acuerdas?, se convierte en un viejo recorte amarillo. Cuando pasa el tiempo y la gente se olvida de él, y sus compañeros de equipo y su entrenador sólo recuerdan que pudo meter el gol y no quiso, por tirárselas de hidalgo. Y entonces, al cabo de unos días, van y lo echan a la puta calle. El Piloto me mira, leal como siempre, seguro de que tengo una respuesta adecuada para eso. Y Octavio se ríe por lo bajini. Pasa, comenta el gallego, que Manolo no es el último héroe sino el último gilipollas. Pasa que le dan por saco bien dado. Que, como premio a su noble, termina en el paro y ya no le ficha ningún club. Que al final la vida demuestra que quienes tenían razón eran aquellos a quienes nunca importó cómo ganar el partido. Que los que juegan sucio pero ganan son halagados y agasajados en todas partes, y que a estas horas el pobre Manolo estará tirado en una esquina, sin que nadie se acuerde de él. Algunos lo sabemos por experiencia.
El Piloto sigue observándome sin abrir la boca. Dí algo, apremian sus ojos grises. Seguro que puedes cerrarles la boca a estos colegas. Pero yo no estoy tan seguro. Acabo de leer la historia de Santos González Roncal, el trompeta aragonés de Baler, otro último héroe, precisamente uno de los últimos de Filipinas, que estuvo sepultado durante mucho tiempo en una tumba sin cruz ni nombre después de que, ya anciano, un grupo de falangistas y guardias civiles lo fusilaran en el 36 mientras pedía en vano que antes le permitieran ponerse su vieja casaca con sus medallas. También acabo de oír la historia de los honorables jueces que el otro día excarcelaron a un par de narcotraficantes en vísperas del juicio. Acabo de leer y de oír y de mirar como cada día. Y tal vez, Piloto, tengan razón estos dos aguafiestas, concluyo hundiendo la nariz en mi vaso. Los dos aguafiestas ni se inmutan. Lola me mira muy fijo. Te encuentro bajo de moral esta noche, comenta. Es que, respondo, vivo en España, y a veces me doy demasiada cuenta.
Y sin embargo, dice el Piloto. Lo miramos esperando que siga, pero ya no sigue. Ha dicho cuanto tenía que decir, así que enciende un cigarrillo y mira por la ventana hacia las luces del puerto. Pero yo sé lo que dice sin decirlo. Sin embargo, recuerda su mirada silenciosa a veces te pega el levante duro allá afuera y estás solo y no hay público que aplauda ni cristo bendito que te ayude, y puedes elegir entre echarte a llorar o apretar los dientes y pelearte con la mar y con Dios. O estás solo en casa, o perdido en mitad de una calle o de la vida, o cavando tu propia fosa con un fusil en el cogote sin que te dejen ponerte las viejas medallas, y te dices bueno, claro, la verdad es que con claque y aplausos puede ser héroe cualquier tonto del culo a poco que lo animen. La cuestión es cuando estás perdido igual que Pulgarcito, solo como un perro, y ves las cosas como son, y no te haces ilusiones sobre el momento en la plaza de tu pueblo, y a fin de cuentas el asunto se dirime entre tú y tú mismo. Con mucha suerte, en el mejor de los casos puede haber una mujer, un hombre, tal vez un hijo que te miran. Que comprenden, o no. Que saben por qué haces lo que haces y no lo que no haces, o que un día, rebobinando la escena, quizás lo sepan. Y si no pues oye. Qué cojones. Tampoco tiene tanta importancia. Todo eso dice el Piloto en el bar de Lola sin abrir la boca. Y Octavio y Pepe Sánchez lo escuchan como yo; y a regañadientes inclinan la cabeza y asienten al fin, porque saben que el Piloto tiene razón. Entonces Lola cambia el cedé en la minicadena, y entre las botellas polvorientas de Fundador suena Yo te diré. Por los héroes, comenta alguien, levantando la copa azulo tal vez no lo comenta nadie, sino que viene en las palabras de la canción. Entonces todos levantamos la copa, despacio, y Lola nos mira y dice: a ésta os invito yo.
27 de enero de 2002