A la hora de teclear este libelo semanal todavía no sé en qué habrá quedado el asunto de las matrículas y los indicativos provinciales y toda esa murga. Imagino que por una vez se habrá impuesto el sentido común y que los coches llevarán la letra estatal E con las estrellitas comunitarias, normalizando así la cosa con el resto de Europa. Lo que todavía ignoro es si la presión de los caciques de los reinos de taifas que mercadean este putiferio habrá incluido las letras provinciales en el invento, o no; ya que oí el otro día afirmar a un portavoz parlamentario de ERC que, en caso contrario, los conductores catalanes pegarían las letras CAT sobre la E, con un par de huevos. De cualquier modo, oigan, viene a dar los mismo. Que Francia lleve en sus coches una simple F rodeada del circulito de estrellas europeas o Italia la I, o que en el estado federal alemán, a un ciudadano le parezca normalísimo que su mercedes o su volswagen lleven la D de Deutschland en lugar de, por ejemplo, la B de Baviera, no debe alterarnos el pulso para nada. A fin de cuentas, cuantas más letras pongamos en las matrículas y más precisemos el origen, filiación tendencias y RH de cada cual, más claras estarán las cosas a la hora de especificar la rica variedad de los hombres (y las mujeres) y las tierras de España; que como todo el mundo sabe, es el único estado europeo que nunca existió. De cualquier modo, los partidarios de un minucioso detalleo matriculero, podrían argumentar también que el indicativo provincial responde a las medidas urgentes que se reclaman para normalizar la situación en el País Vasco. Precisamente, podrían afirmar apuntándose el tanto, eso permite organizarse de cara a la kale borroka presente y a las kales borrokas futuras; porque así, reventar neumáticos o quemar coches maketos, charnegos o de lo que se tercie podrá ser más ajustado y selectivo y no pagarán justos por pecadores. O viceversa. También podían haber sido algo más generosos e incluirnos a todos por lo menudo. A ver por qué un murciano opresor, fascista y centralista va a llevar MU en la matrícula y un cartagenero –con mil y pico años más de historia– no va a llevar CT; o uno de Ayamonte las letras AY: que añadiéndole Huelva quedaría con HAY de hay que joderse. De esa forma tendríamos un bonito tema de conversación cuando uno de aquí viajara a Holanda, por ejemplo, y el de la gasolinera, al ver la SL en la matrícula preguntase: "¿Qué, de Sierra Leona?" y el otro respondiera, con el natural orgullo patrio: "No. De Socuéllamos de la Loma".
Además recuerden que hay gentes y etnias a las que sería práctico tener controladas. Los emigrantes, por ejemplo, podrían llevar en la matrícula una (EM) así, entre paréntesis, con el añadido de (MO) –moro–, (SU) –sudaca–, (NC) – negro de color– y (CHI) –chino, o sea oriental–, según cada registro. No deberíamos olvidar (GI) – gitano– y (MA) –maricón–. Y estoy seguro de que en ciertos ambientes sería bien acogido que quienes no tengan ocho bisabuelos catalanes, o los ocho vascos, o los ocho gallegos, o los ocho de Villacapullos de la Puta Que Me Parió, lleven también una marca en la matrícula. Algo identificativo, con eficacia probada y con solera. Una estrella amarilla, por ejemplo.
Así que fíjense, soy partidario incluso de que eliminen la E. de esa forma, y de todas las que se nos ocurran, podremos seguir siendo diferentes. Podremos alardear de tardar dos mil años en hacer un país llamado España, y lograr en sólo veinte que de él no quede ni la E de la inicial. Un país de golfos, analfabetos, fariseos y soplapollas de alcaldes de Marquina que se jiñan pero no dimiten, de diecisiete comités olímpicos y selecciones de fútbol, donde hasta los bailes regionales ya son alardes de mezquindad insolidaria. Una España que entre en la estupefacta Europa no como un estado, sino como una riña a navajazos, babel de cobardes y sinvergüenzas, donde mienten como bellacos quienes se llaman nacionalistas liberales o de izquierdas, porque el nacionalismo siempre es de derechas y se alimenta de fanatismo paleto y de sacristía; y el único camino de libertad y de progreso lo traen las puertas abiertas y la solidaridad y la Cultura con mayúsculas, sin que eso signifique renunciar a la tierra, a la lengua ni a la memoria de cada cual.
Así que algunos días, cuando la náusea me colma la gorja, celebro que haya políticos y políticas, demagogos y demagogas, gilipollos y gilipollas, empeñados en ahorrarme el bochorno de pregonar en la matrícula a esta España miserable. A ver si terminamos de una vez, y todo se va a tomar por saco, y dejo de desayunarme cada día con los mismos titulares, con tanta bajeza y con tanta mierda. Y entonces puedo elegir, y me hago francés.
24 de septiembre de 2000
Además recuerden que hay gentes y etnias a las que sería práctico tener controladas. Los emigrantes, por ejemplo, podrían llevar en la matrícula una (EM) así, entre paréntesis, con el añadido de (MO) –moro–, (SU) –sudaca–, (NC) – negro de color– y (CHI) –chino, o sea oriental–, según cada registro. No deberíamos olvidar (GI) – gitano– y (MA) –maricón–. Y estoy seguro de que en ciertos ambientes sería bien acogido que quienes no tengan ocho bisabuelos catalanes, o los ocho vascos, o los ocho gallegos, o los ocho de Villacapullos de la Puta Que Me Parió, lleven también una marca en la matrícula. Algo identificativo, con eficacia probada y con solera. Una estrella amarilla, por ejemplo.
Así que fíjense, soy partidario incluso de que eliminen la E. de esa forma, y de todas las que se nos ocurran, podremos seguir siendo diferentes. Podremos alardear de tardar dos mil años en hacer un país llamado España, y lograr en sólo veinte que de él no quede ni la E de la inicial. Un país de golfos, analfabetos, fariseos y soplapollas de alcaldes de Marquina que se jiñan pero no dimiten, de diecisiete comités olímpicos y selecciones de fútbol, donde hasta los bailes regionales ya son alardes de mezquindad insolidaria. Una España que entre en la estupefacta Europa no como un estado, sino como una riña a navajazos, babel de cobardes y sinvergüenzas, donde mienten como bellacos quienes se llaman nacionalistas liberales o de izquierdas, porque el nacionalismo siempre es de derechas y se alimenta de fanatismo paleto y de sacristía; y el único camino de libertad y de progreso lo traen las puertas abiertas y la solidaridad y la Cultura con mayúsculas, sin que eso signifique renunciar a la tierra, a la lengua ni a la memoria de cada cual.
Así que algunos días, cuando la náusea me colma la gorja, celebro que haya políticos y políticas, demagogos y demagogas, gilipollos y gilipollas, empeñados en ahorrarme el bochorno de pregonar en la matrícula a esta España miserable. A ver si terminamos de una vez, y todo se va a tomar por saco, y dejo de desayunarme cada día con los mismos titulares, con tanta bajeza y con tanta mierda. Y entonces puedo elegir, y me hago francés.
24 de septiembre de 2000