Por estas fechas, cuando amarro en ese puerto, suelo echarle un vistazo al belén. Está situado en la plaza mayor y es enorme, con figuras de un palmo, casitas, norias que se mueven y puentes. Ocupa media plaza y siempre se ve rodeado de niños, con altavoces que emiten villancicos y murga propia del asunto. Cada año mejora: ahora el herrero martillea sobre el yunque, sale humo por el horno de pan y la hilandera se inclina moviendo la rueca. También observo que, a tono con el lugar y los tiempos, hay más casas. A fin de cuentas se trata de un belén situado en un pueblo que en los últimos años llenó de cemento, ladrillos y grúas cada playa, cada rambla, cada parcela hasta donde alcanza la vista. En esta España del pelotazo urbanístico y lo que te rondaré morena, donde el año termina con 800.000 nuevas viviendas aprobadas por los colegios de arquitectos y donde sólo en Murcia y Almería se prevén otras 500.000 para el litoral virgen mediterráneo, hasta en un nacimiento navideño el terreno urbanizable es tentación irresistible. Hace poco, en el belén de la plaza sólo había, figuras aparte, el portal y el pueblecito, un molino y una posada. Ahora hay edificaciones por todas partes. El pueblecito es un pueblazo que ha triplicado su tamaño, la casa del panadero tiene dos pisos más de altura, el aprisco y las chozas de los pastores son ya una fila de adosados, y la posada ha crecido, rodeada de nuevas casas, hasta tener el aspecto de un hotel de cuatro estrellas, con luz en las ventanas y un lucero luminoso encima que le da aspecto de puticlub.
Por supuesto, cada vez hay menos campo. En el prado donde pastaban figuritas de ovejas han puesto media docena de casas, los molinos de aspas giratorias se han decuplicado –gracias a las subvenciones de la Comunidad Europea, supongo–, y en la esquina donde otros años había un bosque por donde venían los reyes magos, a Herodes le han construido un palacio altísimo, enorme, con fachada neoclásica, frontón y columnas. Tiene mucha trastienda, por cierto, la actitud del fulano, allí en la puerta de su residencia, rodeado de cuatro figuras de cortesanos judíos y ocho guardias romanos. Uno de los acompañantes luce toda la pinta de un concejal de urbanismo: lleva en las manos un papel enrollado, sin duda los planos de un nuevo complejo a construir sobre terrenos del belén que, por feliz azar municipal, acaban de recalificarle a un cuñado suyo, que lo compró como suelo rústico dos semanas antes de las elecciones al Sanedrín. Es una pena que, en vez de villancicos, los altavoces no difundan la conversación de Herodes con los fulanos, aunque es fácil imaginársela. Tenemos cuatro fariseos a favor y un saduceo ecologista en contra, pero con trescientos denarios lo convertimos en tránsfuga y vota la recalificación de Cafarnaún tan seguro como que a Sodoma le dieron las suyas y las de un bombero. Etcétera.
A todo esto, por el camino que ahora se ha llenado de casas, los tres reyes magos avanzan con sus camellos, mirando a uno y otro lado con cara de pensionistas guiris en busca de un apartamento en línea de playa. Pero aunque ellos son tres, cada uno con su criado, o sea seis, más los camellos, no me salen las cuentas. Para llenar tanta nueva casa, cuento las figuritas del belén y no cuadra la proporción: cuarenta y siete, sin sumar ovejas y gallinas, para unas doscientas cincuenta viviendas, calculo a ojo; y menos figuritas que van a quedar tras la matanza de los inocentes, que está al caer. Así que ya me contarán quién va a ocupar tanto ladrillo. Pues no tienen que venir reyes magos, ni romanos, ni cireneos, ni samaritanos mafiosos, ni nada. Y encima, cuando uno mira el riachuelillo de agua que mueve la noria, se pregunta de dónde saldrá la necesaria para beber y ducharse en tanta casa. De Lanjarón, imagino. Los reyes magos van a tener que usar agua de Lanjarón.
En cuanto al portal, el ángel que sostiene el cartelito con el Gloria in excelsis Deo parece desplegar sin complejos –lo juro por mis muertos– el cartel de una inmobiliaria. Y los presuntos pastores que rondan el pesebre tienen un sospechoso aire de constructores, especuladores y ediles municipales esperando a que la sagrada familia se suba en la burra y se largue a Egipto de una vez, para recalificar el terreno. Sí. Me juego el palo de la zambomba a que, en vez de portal, el año que viene encuentro ahí un campo de golf.
25 de diciembre de 2005