martes, 28 de diciembre de 2004

Ecoturismo y pluricultura quijotil

Guau. Dos mil actividades culturales programadas en la Mancha para el cuarto centenario del Quijote. Un empacho de cultura, van a tener los manchegos. La idea consiste, sobre todo, en poner a punto la Ruta de don Quijote, que nacerá de un día para otro con la pretensión «de ser el mayor corredor ecoturístico y cultural de Europa». Tela. De momento, pese a los esfuerzos de humildes héroes locales con más entusiasmo que fortuna, y salvo excepciones como Campo de Criptana, El Toboso, Almagro y algún sitio más –lean la guía magistral Por los caminos del Quijote, de Guerrero Martín, editada por la Junta–, la única ruta quijotil que uno encuentra allí son carteles asegurando que ésa es la ruta de don Quijote, estatuas infames, azulejos espantosos y anuncios de quesos y chorizos con los nombres de Dulcinea, Sancho y demás. Cultura popular, ya saben. Es paradigmático el cartel que hasta hace poco campeaba en la nacional 301: «En un lugar de la Mancha / don Quijote una meá echó / y salieron unos ajos gordos. / Por eso, vayas parriba o pabajo / de Las Pedroñeras son los ajos». Después de leerlo, claro, la gente se abalanzaba a las librerías pidiendo Quijotes como loca. Pero eso no es suficiente. A partir del año que viene, y de un día para otro, se intensifican esfuerzos. Lo del mayor corredor ecoturístico y cultural de Europa no es guasa. Que se den por jodidas Florencia y la Toscana, Salzburgo, Provenza, el valle del Loira o Stratford-on-Avon. Llevan siglos currándoselo, vale. Y quizá tengan el puntito cultural. Pero son lugares demasiado elitistas, obsesionados por el buen gusto. Reaccionarios, si me permiten el término. Les falta el concepto ecoturístico popular de la España plural. Nuestra pluricultura. 

Menos mal que los medios informativos han sabido captar el nervio del asunto, resaltando lo que hay que resaltar. Los actos del cuarto centenario incluyen consolidar la red de bibliotecas en todas las localidades manchegas, publicaciones y exposiciones. Vale. Todo eso está muy bien. Pero lo de publicar y exponer a secas suena demasiado convencional, estrecho, apolillado, sin gancho que arrastre a las masas masivas. Así que se ha proclamado, astutamente, que la cosa irá trufadita de espectáculos populares. Sin espectáculo popular no hay político que se gaste un duro. Eso es lo que sitúa las cosas en su sitio, democratiza la cultura, la acerca a la gente y demás. Así que, para intensificar el aspecto ecoturístico cervantino, hay previstos conciertos de rock y música pop en plazas mayores, claustros de conventos y patios y corrales antiguos –los pocos que quedan, dicho sea de paso–, a fin de que la juventud manchega y forastera, elemento básico en estas cosas, capte las esencias del Quijote y profundice en ellas entre litrona y litrona. Pero no todo va a ser chundarata. Niet. También la música intelectual tiene su papelito. El proyecto incluye la actuación inaugural, prevista para estos días, de Woody Allen y su banda de jazz. Y mucho ojo. Que el gran cineasta y músico diletante no tenga nada que ver, ni de refilón, con el Quijote, es lo de menos. Las fotos, los titulares y el público están asegurados. Qué sería de Cervantes a estas alturas, sin Woody Allen. 

En esa línea, puestos a popularizar más la cosa y adecuarla a la España pluriplural del buen rollito, permítanme alguna sugerencia extra. El año cervantino manchego podría empezar, por ejemplo, con una solemne petición de perdón a las lenguas autonómicas por la brutal represión cultural a la que Cervantes no fue ajeno en absoluto. Luego, ya en otro orden de cosas, daría mucho de sí un especial de Gran Hermano o de Crónicas Marcianas en Argamasilla de Alba. Tampoco sería moco de pavo un dueto de Bisbal y Chenoa en Puerto Lápice, leyendo fragmentos del Quijote. ¿Y qué me dicen de un pase de modelos con Belén Esteban, o un concurso de miss Dulcinea 2005 retransmitido por Eurovisión desde El Toboso? ¿Ein? ¿Y qué tal un concierto de Boyzone en Campo de Criptana? O un partido de fúmbol amistoso entre el Ciudad Real y el Manchester. Imagínense a todos esos hooligans ecoturísticos bailando agarrados a las aspas de los molinos y echando la pota mientras ahondan en el espíritu cervantino, con todas las cajas de los bares de la Mancha haciendo cling. Y, por supuesto, no puede faltar un anuncio institucional en televisión donde salga Isabel Preysler diciendo: «Desde que vivo en la alta sociedad, no concibo la vida sin un Quijote alicatado hasta el techo»

27 de diciembre de 2004

martes, 21 de diciembre de 2004

Esa plaga de langosta

Estaba el otro día viendo la tele y salió lo de la langosta en Canarias, con los bichos posándose en un sembrado y dejándolo hecho cisco al largarse. Entonces me puse a hacer analogías. Igualito que los políticos de aquí, concluí. Lo que tocan lo hacen polvo. Todo vale para ese estómago voraz que pone cuanto existe al servicio de su ambición, de sus ajustes de cuentas, de su bajeza moral. De esa España virtual que se han inventado, ajenísima a nada que tenga que ver con la España real, pero que nos imponen día tras día, porque ése es su miserable oficio y su negocio. Y claro: asunto que pasa por tales manos, asunto deslegitimado, sin crédito, sucio para siempre. Y como la política se alimenta de sí misma, el apetito es insaciable. Queman cartuchos sin respetar nada ni a nadie, dispuestos a cargarse lo que sea con tal de aguantar una semana más. Y cómo se odian, oigan. No se mandan pistoleros unos a otros porque no pueden. Y encima se creen originales, los malas bestias. Si fueran capaces de leer, sabrían que todo cuanto hacen se hizo ya. Desde Viriato, o así. Pero es que, excepto dos o tres, no saben ni quién fue Viriato. Y así nos va. Ésa es nuestra desgracia: los políticos. La plaga de langosta. La perra historia de España. 

Échenle un vistazo al patio. Lo que tocan lo ensucian, lo desmantelan, lo aniquilan. Cómo lo han puesto todo en los últimos diez o quince años, y cómo lo siguen dejando, impasible el ademán, según las necesidades del enjuague puntual, pan para hoy y hambre para mañana, yo me quedo tuerto pero a ti te dejo ciego por la gloria de mi madre. Todo sirve como arma política arrojadiza. Su injerencia en la Justicia, por ejemplo. Tela. Toda esa manipulación partidista. Toda esa infamia. Han conseguido que ahora veas una toga y unas puñetas y te hagas cruces. En cuanto a la Educación, o Enseñanza, o como se llame, qué les voy a contar. Con el concurso de ministros y consejeros autonómicos de toda condición y pelaje, entre Logses, Lous, Locus y puta que las parió, esos irresponsables aprendices de brujo han metido a las últimas generaciones de españoles en una maraña de frustración pseudoeducativa, en un callejón de donde ya no los saca ni Cristo que baje y se haga cargo. 

Y qué me dicen del deporte: las selecciones de mis huevos, con todo político periférico echando carreras para hacerse una foto con la que arañar media docena de votos guarros. O fíjense en la Constitución, convertida en bebedero de patos. O en las Fuerzas Armadas, ahora llamadas de Paz y Buen Rollito, porque a ver de qué otra forma se las puede llamar tal como están, desmanteladas como no se habían visto desde el día siguiente a la batalla de Guadalete. De servicios de información, para qué hablar: los del Ceneí van por ahí con máscaras del pato Donald. Interior, ya ven: convertido en Exterior, de puro diáfano y transparente. Y como la necesidad de algo para roer es vital en política, ahora le toca el turno a la Guardia Civil dinamitera, y todos se apresuran a llenarla de mierda, unos por vocación y otros por precaución, sin que a los de abajo se les deje hablar, y sin que los de arriba, generales beneméritos que trincan estrellas del pesebre, abran la boca para defender a su gente. 

Podríamos seguir enumerando hasta la náusea: el toro de Osborne, las lenguas autonómicas, la idea de nación documentada en Cervantes, la bandera del siglo XVIII, la palabra España. Todo es materia depredable. Como la monarquía, que ahora tiene más flancos jugosos para hincar el diente. O la república, si la hubiera: ya se cargaron dos. O la política exterior, que pasa de mamársela a George Bush por una palmadita en la espalda, a hacer el payaso gratis y por la cara. Hasta el Diccionario de la Real Academia, obra magna sin igual en las otras lenguas cultas, imperfecto precisamente por su rica grandeza, es insultado ahora porque las feministas radicales, alentadas por políticos tiñalpas que se acojonan ante la dictadura de las minorías, pretenden cambiar en dos días, ajustándola a su demagogia imbécil, una lengua que lleva fraguándose, desde el latín y el griego, casi treinta siglos. Pero lo peor es cuando los ves en el Congreso y la Congresa expresándose con ese verbo inculto, esa ausencia de sintaxis y esa desabrida poca vergüenza, y te preguntas cómo se atreven. Cómo es posible que estas langostas bajunas, analfabetas, se atrevan a devastar una España que ni aman, ni comprenden. 

20 de diciembre de 2004 

martes, 14 de diciembre de 2004

Las púas de la eriza

Me quedé dándole vueltas a la cosa el otro día, después de que aquella individua me pasara a ciento ochenta en la carretera de La Coruña. Yo acababa de cambiar de carril para adelantar a otro automóvil, cuando en el retrovisor advertí furiosos destellos. Un coche venía de lejos, a toda leche, exigiendo que le dejara paso libre. Así que hice lo que suelo en tales lances: seguir imperturbable con la maniobra y ejecutarla con más parsimonia de la que tenía prevista, sin prisas, vista al frente, intermitente a la izquierda y luego a la derecha, con el de atrás que frena y se cabrea, un Ibiza pegado al parachoques y dándome pantallazos con los faros, su conductor al borde de la apoplejía. Al fin, cuando ya me apartaba, eché un vistazo por el retrovisor y vi a una torda cuarentona, cigarrillo en la mano del volante y móvil pegado a una oreja, descompuesta de gesto y maneras, que debía de estar ciscándose en mis muertos con tal desafuero que echaba espumarajos por la boca. Y pensé: hay que ver cómo vienen esta temporada, oyes, desquiciadas que se van de vareta, con una agresividad y una mala leche de concurso. Hace cinco años esto no pasaba; iban por la carretera acojonadas y casi pidiendo perdón, mujer tenías que ser y toda esa murga. Y ahora, fíjate. Que no te atreves a parar en las gasolineras por si la tía a la que le has hecho una pirula coincide allí contigo, se baja del coche y te sacude un par de hostias. 

Luego uno hojea los periódicos y lee que las pavas fuman más que los hombres, y le pegan al trinque más que los hombres, y andan por ahí más agresivas y descompuestas que los hombres. Y ata cabos y piensa: es verdad, colega. En los últimos tiempos, las erizas se han puesto de punta que da miedo verlas. Pero claro. Hasta hace muy poco, una generación tan sólo, una hembra se resignaba fácil, por educación y por otras cosas, y asumía con pía mansedumbre el papel impuesto por el macho durante siglos de biología, historia y vida social. En lo de pía, dicho sea de paso, cooperaban mucho esos confesores que durante varios siglos guiaron las conciencias femeninas católicas, en plan aguanta, procrea y reza, hija, y cumple con tu deber de madre y esposa, etcétera. 

Lo que pasa es que las cosas caen por su peso, el tiempo no pasa en vano, hasta las más tontas ven la tele, y la milonga, poquito a poco, empezó a irse a tomar por saco. Y ahí están ellas, en tierra de nadie, conscientes, las más despiertas, de que su cambio social ha ido más rápido que su cambio biológico y su propia mentalidad. Y así, esa generación de mujeres que aún fueron educadas para ser santas madres y ejemplares amas de casa se ve forzada a pelear ahora en un mundo de hombres, a hacer vida laboral de tú a tú, pero sin poder renunciar todavía, porque no las dejan o porque no quieren, al tradicional rol –o maldición, según se mire– de mujeres responsables de que el nido esté reluciente y los polluelos limpios, sanos y cebaditos. La vieja y eterna trampa. A ver por qué, si no, las únicas mujeres trabajadoras que no están desquiciadas, o no van por la vida con un cuchillo entre los dientes buscando a quién capar, son las que no tienen hijos, las que se libraron al fin de ellos, o las que cuentan con una madre o una suegra que se haga cargo. Es imposible estar en misa y repicando; y mucho menos con maridos que creen compartir tareas domésticas porque quitan la mesa, lavan los platos por la noche y compran el pan sábados y domingos, o sea, modernos y enrollados que te rilas. A eso hay que añadir, también, impulsos más físicos y atávicos, resignaciones y gustos que aún colean del tiempo de la cueva, la caza y la guerra. Como el hecho, probado estadísticamente, de que Hugh Grant, Johnny Depp, los niños monos de tú a tú, el buen rollito socialmente correcto y el tanto monta, están bien para salir en la foto; pero, a la hora de la verdad, quien sigue humedeciéndole las reconditeces a buena parte del mujerío cuajado –no todas analfabetas, por cierto– es Rusell Crowe cuando les pone la zarpa encima. O tíos de ese perfil. Esto explica también algunas cosas. A veces, de ahí al moro Muza hay poco trecho. Y ciertos verdugos son imposibles sin la complicidad de las víctimas. 

Así que no me extraña que las erizas anden erizadas. En el mundo actual sólo hay algo peor que la cabronada de ser mujer: ser mujer lúcida, consciente de la cabronada que supone ser mujer. 

13 de diciembre de 2004 

martes, 7 de diciembre de 2004

Caspa y glamour exóticos

Hay tres clases de reportaje viajero de las revistas del corazón, o como se llamen ahora, que me fascinan los higadillos: los solidarios, los de convivencia exótica y los de vacaciones aventureras. Los protagoniza el famoseo de variopinto pelaje, que a su vez se parcela en dos categorías: famosos caspa y famosos pijolandios. Pero, básicamente, el patrón es el mismo: una revista, conchabada con una agencia de viajes, o viceversa, invita a un careto conocido –suelen ser tías, a veces con novio o marido–, por la patilla total, a un viaje a cualquier sitio, que incluye estilista, maquilladora, fotógrafo y demás parafernalia. Exclusiva en las paradisíacas islas Fidji. Luna de miel en la Pampa. Etcétera. A veces hay una variante humanitaria o así, que es cuando una oenegé corre con los gastos. La cantante, preocupadísima por la deforestación de la Amazonia. Todo muy conmovedor, ya saben. Conmovedor que te rilas. En cualquier caso, las fotos del viaje se publican después en forma de reportaje con mucho despliegue, según la categoría social del sujeto o sujeta –no es lo mismo una pedorra de Gran Hermano que un soplapollas emparentado con la casa real de Syldavia–, con portada, o sin. Luego uno hojea las revistas durante el desayuno, mientras se toma el colacao con crispis, y claro. Normal. Enganchan. 

La primera categoría, la de los reportajes solidarios, suele reservarse a féminas: modelos, cantantes, actrices, que en las fotos alternan camisetas de la oenegé correspondiente con ropa de marca. La imagen clásica consiste en la individua arrodillada, cariacontecida, junto a niños escuálidos o mujeres harapientas, ante una choza africana o chabola sudamericana. Al titular nunca le falta un toque intelectual: «No comprendo cómo la gente puede vivir de esta manera», suele comentar la pava. A veces, las fotos nos la muestran con un niño en brazos, negro por lo general, espantándole abnegadamente las moscas o dándole un biberón. La moza –nos aclara el pie de foto– pasó cuatro o cinco horas implicada hasta las cachas. En esa clase de reportajes, mi imagen predilecta es cuando la abnegada visitante se fotografía sonriente junto a los indígenas del lugar, pasándoles los brazos sobre los hombros, con la teta izquierda situada exactamente en la mejilla del indio bajito o el joven africano de turno, que la mira como pensando: si en vez de hacerme posar así por un poco de harina me dieran un Kalashnikov AK-47, te ibas a enterar. Subnormal. 

Otra modalidad interesante del viaje de papel couché es la del turismo en plan convivencia exótica con los indígenas. Ahí los famosos suelen ir con la legítima, o el legítimo, o quien esté de guardia en la garita. A convivir a tope, como su propio nombre indica. Cuando lees la letra pequeña, averiguas que la convivencia que justifica el reportaje ha consistido en un viaje chárter y día y medio para hacerse las fotos; pero los titulares, eso sí, impresionan un huevo: Zutana y Mengano conviven con los pigmeos de la selva Macabea… La torda y su novio compartieron la frugal comida de los tuareg… Tras su dolorosa separación, Fulanita se busca a sí misma conviviendo con monjes budistas en un monasterio tibetano. Estos reportajes suelen tener una secuela semanas más tarde, cuando, en otra entrevista, el individuo o la individua en cuestión afirman: «Convivir con los pastores lapones de renos cambió mi vida»

De cualquier modo, mis favoritos son los reportajes de vacaciones exótico-aventureras en plan lujo y glamour a tutiplén. Quizá porque casi siempre sale Carmen Martínez-Bordiú, con o sin arquitecto, vestida de Lorenzo de Arabia encima de un camello durante un fascinante viaje por Siria, o en Marrakech, o trajeada de Indiana Jones en Machu Pichu. Cada foto, con indumento típico del lugar en cuestión y distinto al de las otras fotos –me pregunto cómo hace para cambiarse de turbante y de ropa diez veces al día, en los áridos secarrales o en la jungla procelosa–. Pero lo que más me pone es que, además, suele aprovechar para hacer declaraciones interesantes: me pongo velo en estos sitios para respetar las costumbres, me halaga que digan que me he operado, si hubiera tenido una pala en lo del Prestige me habría ido allí a recoger chapapote, etcétera. Todo eso mientras posa así y asá, sofisticada y chic. Guau. Pagándoselo todo, estoy seguro, de su bolsillo. No es lo mismo Yola Berrocal con el chichi puesto a remojo en Ibiza, oigan. Todavía hay clases. 

6 de diciembre de 2004