Estamos -o están- a vueltas con las minas antipersonales para arriba y las minas antipersonales para abajo, que si Fulano firma el tratado para su prohibición pero Mengano dice que verdes las han segado. Y los de la industria de armamentos española andan preocupados porque les pueden cerrar el kiosco con todo este trajín, y porque al final va a seguir habiendo minas en todas las guerras pero las fabricarán los norteamericanos, y los rusos, y los chinos, que ésos no firman más que lo que les conviene. Y forrándose encima; porque mientras nosotros nos quedamos con la conciencia tranquila, ellos van a quedarse con el monopolio comercial del asunto. Y dicen los miles gloriosus españoles -pero lo dicen bajito, por si acaso- que claro, que a Francia y a Alemania y a Inglaterra les importan un testículo de pato las minas porque allí no tienen fronteras críticas ni nada que defender; pero que España está en primera línea de baile, y así no hay quien defienda Ceuta, ni Melilla, ni Canarias, ni defienda nada; y que si se cumple la previsión de destruir las existencias y no fabricar más, el día que se produzca la Marcha Verde bis los moros van a subir pisando fuerte hasta donde se les tercie, que igual es Cuenca.
Pero los aprensivos se equivocan, al menos en ese punto. A España, o a la piltrafa que ahora se entiende como tal, las minas antipersonales y las otras le hacen el mismo papel que un marcapasos a un caballo de madera. Porque, del modo como anda el patio, el día que por una razón o por otra -hambre desaforada, coyuntura política o porque no hay otro dios que Dios y Mahoma es su profeta- la morisma baje del Gurugú, el Gobierno de la nación, o del Estado, o de lo que para entonces sea esto, se la envainará como de costumbre, con minas o sin ellas. Pues, si en el año 75, cuando aún había gasoil y munición para los tanques, con tanto campo minado y tanto despliegue y tanta parafernalia, se defendió el Sahara del gallardo modo que todos recordamos -el heroico plan incluía defender Ceuta y evacuar Melilla-, imagínense lo que iba a ser semejante chundarata a estas alturas, con los tanques oxidados, los aviones que no vuelan y los soldaditos que, con toda la razón del mundo, pasan mucho del tema. Porque ya me contarán ustedes quién, entre la panda de irresponsables, demagogos y sinvergüenzas que se reparten este reino de taifas -donde hasta la palabra taifa ha desaparecido de los libros de texto-, quién, decía, puede exigirle a un chico de veinte años que se deje volar los huevos por defender las Chafarinas, o por una Melilla a cuyo quinto centenario ni siquiera asistieron el rey o el presidente del Gobierno, no fuera a incomodarse alguien, oyes.
Las minas, a ver si nos enteramos de una puñetera vez, no nos sirven para nada, entre otras cosas porque aquí no hay nadie capaz de usarlas; y porque, aunque España tiene una situación de extraordinaria importancia estratégica, el estado de nuestras fuerzas armadas, la proverbial debilidad moral de nuestros gobernantes cuando de mojarse el culo se trata, y el abyecto papel de palanganero de Estados Unidos a que España se ha autolimitado en Sudamérica y el Caribe, nos deja fuera de la circulación para los restos. El futuro estratégico de España se reduce, en los planes de la OTAN, a que ejerzamos de policías de fronteras para evitar que los moros y los negros, o sea, perdón, los magrebíes y los africanos de color, lleguen a los Pirineos y les quiten puestos de trabajo a los súbditos del IV Reich y a los franceses que votan a Le Pen. En cuanto al resto, la Alianza Atlántica -esa misma organización de la que mi admirado y consecuente Javier Solana fue acérrimo detractor cuando estaba en la oposición a la UCD, pero de la que ahora es sonriente y catorceavo secretario general-pasa mucho de lo que pueda ocurrir en Ceuta y Melilla, sigue respaldando la anacrónica situación de Gibraltar, terminará poniendo Canarias bajo responsabilidad del mando unificado polaco-finés, y nuestra intervención en sus decisiones suele limitarse a broncas de celos con Portugal; querellas vecinales que se agravarán, sin duda, cuando el Pepe, a cambio de apoyo parlamentario, conceda a Catalunya y Euzkadi el derecho -probadamente consuetudinario e histórico- a entrar y salirse de la OTAN cuando les salga de los cojones. De modo que, a estas alturas del esperpento, ponerse a discutir sobre minas da risa. Lo que vamos a necesitar es mucha vaselina.
30 de noviembre de 1997
Pero los aprensivos se equivocan, al menos en ese punto. A España, o a la piltrafa que ahora se entiende como tal, las minas antipersonales y las otras le hacen el mismo papel que un marcapasos a un caballo de madera. Porque, del modo como anda el patio, el día que por una razón o por otra -hambre desaforada, coyuntura política o porque no hay otro dios que Dios y Mahoma es su profeta- la morisma baje del Gurugú, el Gobierno de la nación, o del Estado, o de lo que para entonces sea esto, se la envainará como de costumbre, con minas o sin ellas. Pues, si en el año 75, cuando aún había gasoil y munición para los tanques, con tanto campo minado y tanto despliegue y tanta parafernalia, se defendió el Sahara del gallardo modo que todos recordamos -el heroico plan incluía defender Ceuta y evacuar Melilla-, imagínense lo que iba a ser semejante chundarata a estas alturas, con los tanques oxidados, los aviones que no vuelan y los soldaditos que, con toda la razón del mundo, pasan mucho del tema. Porque ya me contarán ustedes quién, entre la panda de irresponsables, demagogos y sinvergüenzas que se reparten este reino de taifas -donde hasta la palabra taifa ha desaparecido de los libros de texto-, quién, decía, puede exigirle a un chico de veinte años que se deje volar los huevos por defender las Chafarinas, o por una Melilla a cuyo quinto centenario ni siquiera asistieron el rey o el presidente del Gobierno, no fuera a incomodarse alguien, oyes.
Las minas, a ver si nos enteramos de una puñetera vez, no nos sirven para nada, entre otras cosas porque aquí no hay nadie capaz de usarlas; y porque, aunque España tiene una situación de extraordinaria importancia estratégica, el estado de nuestras fuerzas armadas, la proverbial debilidad moral de nuestros gobernantes cuando de mojarse el culo se trata, y el abyecto papel de palanganero de Estados Unidos a que España se ha autolimitado en Sudamérica y el Caribe, nos deja fuera de la circulación para los restos. El futuro estratégico de España se reduce, en los planes de la OTAN, a que ejerzamos de policías de fronteras para evitar que los moros y los negros, o sea, perdón, los magrebíes y los africanos de color, lleguen a los Pirineos y les quiten puestos de trabajo a los súbditos del IV Reich y a los franceses que votan a Le Pen. En cuanto al resto, la Alianza Atlántica -esa misma organización de la que mi admirado y consecuente Javier Solana fue acérrimo detractor cuando estaba en la oposición a la UCD, pero de la que ahora es sonriente y catorceavo secretario general-pasa mucho de lo que pueda ocurrir en Ceuta y Melilla, sigue respaldando la anacrónica situación de Gibraltar, terminará poniendo Canarias bajo responsabilidad del mando unificado polaco-finés, y nuestra intervención en sus decisiones suele limitarse a broncas de celos con Portugal; querellas vecinales que se agravarán, sin duda, cuando el Pepe, a cambio de apoyo parlamentario, conceda a Catalunya y Euzkadi el derecho -probadamente consuetudinario e histórico- a entrar y salirse de la OTAN cuando les salga de los cojones. De modo que, a estas alturas del esperpento, ponerse a discutir sobre minas da risa. Lo que vamos a necesitar es mucha vaselina.
30 de noviembre de 1997