Oído al parche los hermanos de la costa que, como el arriba firmante, han viajado en la Hispaniola a la isla de los piratas, arponeado ballenas a bordo del Pequod o combatido penol a penol en la Surprise, entre cañoneos y astillazos, junto al amigo Jack Aubrey y el doctor Maturin. Esto es un aviso exclusivo para navegantes, o para quienes consideran que abrir las tapas de un libro es franquear una puerta hacia la vida y la aventura; así que quienes no conozcan los signos masónicos pertinentes, pueden pasar la página y dejarnos tranquilos entre colegas, con los esqueletos en el cofre del muerto y nuestra botella de ron.
Una advertencia: no suelo utilizar los domingos para recomendar libros más que de uvas a peras, y cuando lo hago especifico que le estoy rindiendo homenaje a un amiguete y que me ciega la pasión, de modo que mi juicio puede ser cualquier cosa menos objetivo. Esta vez, sin embargo, voy a hablarles de una novela escrita por alguien a quien no conozco, y cuya publicación en España constituye para mí una excelente noticia y un acto de justicia. El título es La cacería. Y su autor, un uruguayo de sesenta y seis años llamado Alejandro Paternain.
Cayó en mis manos por casualidad, en 1996. Yo estaba en Montevideo, buscando el hotel desde donde el espía británico ve al Graf Spee hacerse a la mar en La batalla del Río de la Plata, cuando la casualidad puso en mis manos La cacería. La novela y el autor me eran desconocidos, pues Paternain nunca había sido publicado en España; pero el asunto me fascinó desde el principio: primer tercio del siglo XIX, corsarios, una persecución clásica en el mar. Aventura, historia, navegación, se daban feliz cita en aquellas páginas, que además estaban extraordinariamente bien escritas. Así que localicé al autor —supe entonces que era profesor de Literatura y que tenía otras tres novelas—, hablé con él por teléfono y le dije olé sus huevos, abuelo. Ya no se escriben novelas como ésa, y me habría gustado firmarla a mí. Luego compré cinco o seis ejemplares, se los regalé a los amigos, y me desentendí del asunto.
Uno de aquellos ejemplares cayó en buenas manos, y Amaya Elezcano, que es mi editora y mi amiga, se empeñó en publicarla. La cacería acaba de salir, por tanto, y anda por las librerías con una goleta preciosa pintada al óleo por Carlos Puerta en la tapa, navegando a todo trapo entre cañonazos, ante un cielo y un mar azules. Dentro hay —se lo juro a ustedes por la bala que le saca Matthew Modine a Geena Davis en La isla de las cabezas cortadas— una novela singular, bellísima, insólita en la literatura actual en lengua española. Relata las peripecias y combates de una goleta corsaria artiguista entre 1819 y 1821, durante la campaña naval que abarca el período de las invasiones portuguesas. A bordo de embarcaciones ligeras y audaces como ésa, marinos norteamericanos y de otras nacionalidades pelearon bajo el pabellón tricolor por la independencia de Uruguay, constituyendo la primera marina de guerra de ese país. No es casual, por tanto, que el día 15 de noviembre se celebre el nacimiento de la armada nacional uruguaya: en esa misma fecha, año de 1817, Artigas, jefe de los orientales, firmó la patente oficial de presas para John Murphy, capitán de La Fortuna.
Como verán —y vivirán— en La cacería, el escenario de esa dura campaña naval contra los portugueses no se redujo a las aguas cercanas. Se extendió por mares y océanos hasta el Mediterráneo, con atrevidas singladuras y combates en que uno y otro bando tuvieron variada suerte. Y esta novela cuenta uno de esos dramáticos episodios: una persecución prolongada, implacable, bajo la forma de un apasionante duelo en el mar entre el capitán Brito, al mando del brick portugués Espíritu Santo y la goleta corsaria Intrépida, mandada por el capitán Blackbourne.
Sigo sin conocer personalmente a Alejandro Paternain, que ya más cerca de los setenta que de los sesenta es un clásico vivo. Pero quiero agradecerle con estas líneas algo más que permitirme disfrutar una hermosa novela sobre el mar. Su gran logro es trasladar al lector a la cubierta de esas embarcaciones, con todo el trapo arriba, el viento en la jarcia, y en la boca el sabor de la sal y el aroma del peligro. Digna de figurar junto a los mejores relatos navales de Patrick O'Brian, C. S. Forester y Alexander Kent, La cacería es una epopeya ruda e inolvidable. Nos devuelve al tiempo en que una raza especial de hombres aún surcaba los mares en busca de gloria o de fortuna.
30 de mayo de 1999
Una advertencia: no suelo utilizar los domingos para recomendar libros más que de uvas a peras, y cuando lo hago especifico que le estoy rindiendo homenaje a un amiguete y que me ciega la pasión, de modo que mi juicio puede ser cualquier cosa menos objetivo. Esta vez, sin embargo, voy a hablarles de una novela escrita por alguien a quien no conozco, y cuya publicación en España constituye para mí una excelente noticia y un acto de justicia. El título es La cacería. Y su autor, un uruguayo de sesenta y seis años llamado Alejandro Paternain.
Cayó en mis manos por casualidad, en 1996. Yo estaba en Montevideo, buscando el hotel desde donde el espía británico ve al Graf Spee hacerse a la mar en La batalla del Río de la Plata, cuando la casualidad puso en mis manos La cacería. La novela y el autor me eran desconocidos, pues Paternain nunca había sido publicado en España; pero el asunto me fascinó desde el principio: primer tercio del siglo XIX, corsarios, una persecución clásica en el mar. Aventura, historia, navegación, se daban feliz cita en aquellas páginas, que además estaban extraordinariamente bien escritas. Así que localicé al autor —supe entonces que era profesor de Literatura y que tenía otras tres novelas—, hablé con él por teléfono y le dije olé sus huevos, abuelo. Ya no se escriben novelas como ésa, y me habría gustado firmarla a mí. Luego compré cinco o seis ejemplares, se los regalé a los amigos, y me desentendí del asunto.
Uno de aquellos ejemplares cayó en buenas manos, y Amaya Elezcano, que es mi editora y mi amiga, se empeñó en publicarla. La cacería acaba de salir, por tanto, y anda por las librerías con una goleta preciosa pintada al óleo por Carlos Puerta en la tapa, navegando a todo trapo entre cañonazos, ante un cielo y un mar azules. Dentro hay —se lo juro a ustedes por la bala que le saca Matthew Modine a Geena Davis en La isla de las cabezas cortadas— una novela singular, bellísima, insólita en la literatura actual en lengua española. Relata las peripecias y combates de una goleta corsaria artiguista entre 1819 y 1821, durante la campaña naval que abarca el período de las invasiones portuguesas. A bordo de embarcaciones ligeras y audaces como ésa, marinos norteamericanos y de otras nacionalidades pelearon bajo el pabellón tricolor por la independencia de Uruguay, constituyendo la primera marina de guerra de ese país. No es casual, por tanto, que el día 15 de noviembre se celebre el nacimiento de la armada nacional uruguaya: en esa misma fecha, año de 1817, Artigas, jefe de los orientales, firmó la patente oficial de presas para John Murphy, capitán de La Fortuna.
Como verán —y vivirán— en La cacería, el escenario de esa dura campaña naval contra los portugueses no se redujo a las aguas cercanas. Se extendió por mares y océanos hasta el Mediterráneo, con atrevidas singladuras y combates en que uno y otro bando tuvieron variada suerte. Y esta novela cuenta uno de esos dramáticos episodios: una persecución prolongada, implacable, bajo la forma de un apasionante duelo en el mar entre el capitán Brito, al mando del brick portugués Espíritu Santo y la goleta corsaria Intrépida, mandada por el capitán Blackbourne.
Sigo sin conocer personalmente a Alejandro Paternain, que ya más cerca de los setenta que de los sesenta es un clásico vivo. Pero quiero agradecerle con estas líneas algo más que permitirme disfrutar una hermosa novela sobre el mar. Su gran logro es trasladar al lector a la cubierta de esas embarcaciones, con todo el trapo arriba, el viento en la jarcia, y en la boca el sabor de la sal y el aroma del peligro. Digna de figurar junto a los mejores relatos navales de Patrick O'Brian, C. S. Forester y Alexander Kent, La cacería es una epopeya ruda e inolvidable. Nos devuelve al tiempo en que una raza especial de hombres aún surcaba los mares en busca de gloria o de fortuna.
30 de mayo de 1999