Artículos de Arturo Pérez-Reverte
Recopilación de los artículos publicados por Arturo Pérez-Reverte en El Semanal.
domingo, 13 de septiembre de 2020
Así dejaron morir a Plutarco
domingo, 6 de septiembre de 2020
Esas Reinas del Sur chungas
domingo, 30 de agosto de 2020
Aquel hermoso rayo de luz
domingo, 23 de agosto de 2020
No vimos bastantes muertos
domingo, 16 de agosto de 2020
Para qué necesito un rey
domingo, 9 de agosto de 2020
Quiero ser un genio del mal
domingo, 2 de agosto de 2020
‘Élite, naturalmente’
domingo, 26 de julio de 2020
Los últimos testigos
Me telefonea un amigo, conversamos y dice que hace una semana murió su madre. No era, me cuenta, ni muy mayor ni demasiado joven, en esa edad en la que la vida nos sitúa ya en la franja de lo posible y lo probable. Charlamos un rato sobre eso, y al colgar el teléfono me quedo pensando en que hace sólo unos días otro querido amigo, al que conozco desde que íbamos juntos al colegio, me habló de lo mismo: también la suya acababa de morir; en este caso, felizmente centenaria. Recuerdo ahora las conversaciones y pienso en la mía, que tiene 96 años y hace tiempo se apaga como un pajarito cansado, lenta y dulcemente. Vive lejos de mí, en otra ciudad, muy bien atendida por mis hermanas. Tuvo una infancia perturbada por viajes turbulentos y por la guerra, pero después encontró el amor, la paz y la felicidad, y creo que ha tenido una vida afortunada, envidiable. Morirá pronto, supongo, de muerte natural: esa bella expresión que hemos desterrado del vocabulario, ‘muerte natural’, porque la estupidez creciente en que vivimos se empeña ahora en negar toda naturalidad a un hecho tan lógico, sencillo e inevitable como es la muerte.
domingo, 19 de julio de 2020
Un barco no es una democracia
Estoy leyendo por incontable vez en mi vida Tifón, que estimo la novela más conradiana de cuantas escribió Joseph Conrad, mientras espero con ansiedad ese momento cumbre, la culminación del relato que llega cuando, poco antes del final y refiriéndose al personaje del capitán Mac Whirr, el autor escribe: El huracán que hace enloquecer las olas, que hace naufragar los barcos y arranca los árboles, que derriba murallas y precipita a los pájaros contra el suelo, ese huracán había encontrado en el camino a este hombre taciturno, y su mayor esfuerzo no consiguió arrancarle más que unas pocas palabras. Estoy leyendo eso y no puedo evitar que se vaya mi cabeza al mar y al novelista que me enseñó a amarlo todavía un poco más. Y pienso en los Mac Whirr que conocí en mi vida, que fueron unos cuantos. Y entre ellos, por supuesto, lo recuerdo a él. Lo mencioné de refilón en La carta esférica, pero nunca hablé de él aquí, me parece. Así que voy a hacerlo hoy.
domingo, 12 de julio de 2020
Más latín y menos imbéciles
domingo, 5 de julio de 2020
La foto de Sexymbol
Hay lugares de los que nunca regresas del todo. Se quedan suspendidos en el tiempo y la memoria, y de vez en cuando cierras un momento los ojos –a veces ni siquiera hace falta cerrarlos– y te encuentras de nuevo en ellos. Hasta puedes oírlos y olerlos. Mi amigo Gervasio Sánchez, que durante mucho tiempo fue fotógrafo de guerra, es de los que nunca volvieron del todo y anda por ahí en plan pelmazo, arrastrando mochilas incómodas de las que nunca llega a librarse. A muchos nos ocurre, por otra parte. Lo que pasa es que, no satisfecho con la suya, el cabrón de Gerva se empeña en revolver también la mochila de los demás: de los que en otro tiempos fuimos compañeros en esos paisajes donde, pisando cristales rotos, caminabas hacia lugares de los que la gente se iba.
domingo, 28 de junio de 2020
“… Quedo a la espera de una respuesta”
Acabo de recibir una carta que no me resisto a compartir con ustedes. La recibí por correo certificado, lleva membrete oficial y es la siguiente:
Ministerio de Igualdad
Secretaría de Estado para la Igualdad y contra la violencia de género
Instituto de la Mujer para la igualdad de oportunidades
Estimado Sr. Pérez-Reverte:
El Instituto para la Mujer e Igualdad de Oportunidades, organismo autónomo dependiente del Ministerio de Igualdad, en cumplimiento de las funciones que tiene asignadas, gestiona un Observatorio de la Imagen de las Mujeres con el fin, entre otros cometidos, de velar por un correcto tratamiento de la imagen de las mujeres en la literatura y el periodismo, de acuerdo con lo establecido en la normativa vigente.
Me pongo en contacto con usted porque he tenido conocimiento, a través de una queja recibida en dicho Observatorio, de la existencia de comentarios y comportamientos de carácter sexista, machista y racista en boca de personajes de algunas de sus novelas (se adjuntan títulos y capturas de texto).
Este tipo de textos, teniendo en cuenta sobre todo el amplio público al que pueden ir dirigidos, desde jóvenes en edad escolar como es el caso de su Capitán Alatriste (lectura recomendada por personal docente en cierto número de colegios), hasta otras clases de lectoras y lectores, contribuyen a fortalecer los estereotipos de género, en especial cuando se narran escenas de contenido sexual en algunas de las cuales, explícitamente relatadas, el varón adopta determinados y arcaicos roles dominantes.
Por ese motivo, quiero acogerme a la responsabilidad social que como escritor tiene para trasladarle estas observaciones y solicitarle que lo tenga en cuenta en sus futuras obras en general, pero sobre todo en aquellas dirigidas a lectoras y lectores jóvenes. Con ello puede contribuir a avanzar hacia una sociedad mucho más igualitaria para mujeres y hombres, lejos de roles sexistas estereotipados y discriminatorios.
Agradezco su atención y quedo a la espera de una respuesta. Un saludo.
Y, bueno. Ésa es la carta que quería mostrarles hoy. No sé en qué momento de su lectura habrán caído en la cuenta de que me la he inventado; o sea, que es más falsa que una sonrisa del papa Francisco. Pero apuesto una primera edición de El cetro de Ottokar a que la mayor parte de ustedes se la ha creído por lo menos hasta el tercer párrafo, y algunos, como tal vez habría sido mi caso, hasta el final. Lo grave, me temo, no es que la carta sea o no sea real, sino que, tal y como se ponen las cosas, podría perfectamente serlo. De hecho está copiada de una casi idéntica, remitida por el Instituto de la Mujer a una empresa de Madrid que fabrica plaquitas para dormitorios de niños rotuladas Aquí duerme un pirata, Aquí duerme una princesita y otras atrocidades así. Eso es lo que da escalofríos; o por lo menos a mí, que vivo de contar historias y expresar cosas, me los da. Estremece que esa clase de cartas puedan ser reales, cuando lo son, o que admitamos con naturalidad que puedan serlo, cuando no lo son. Y sobre todo, que el ojo censor de quienes velan por nuestra sociedad esté ahí, siempre atento a que no pisemos los límites que la nueva moralidad –la suya, con ese siniestro correcto tratamiento– establece. Terminando las advertencias con un conminatorio quedo a la espera de una respuesta que no es inventado, pues figuraba en la carta real que parodio en la mía.
Se preguntarán algunos de ustedes, si llevan poco tiempo leyéndome, por qué me meto en estos jardines. Qué necesidad tengo de añadir enemigos a los que cualquier vida más o menos larga puede acumular. La respuesta es que lo hago en defensa propia: vivo de contar historias y me gusta hacerlo en lugares donde el único límite a la libertad sea un código penal hecho por juristas sabios, no por idiotas oportunistas resueltos a controlar desde el dormitorio de un hijo hasta el pensamiento de un adulto. Estoy harto de salvadores y apóstoles que pretenden vigilarme. Quiero oír a Pablo Iglesias diciendo libremente que desea liquidar la monarquía, a Santiago Abascal afirmando que quien aborte irá al infierno, e incluso a quien diga, si lo considera oportuno, que le gustan las mujeres con tetas grandes o los hombres bien dotados de herramienta. Quiero leer y escuchar toda clase de cosas, esté de acuerdo o no, para luego, con la educación que recibí, los libros que leí y la vida que he vivido, elaborar mis propias referencias. Quiero poder escribir lo que me salga de los cojones.
28 de junio de 2020
domingo, 21 de junio de 2020
Las chicas Bond a las que amé
Ahora queda feo hablar de ellas. Hay que tocarlas con pinzas y mucho cuidado para no pisar una mina. Hasta llamarlas chicas Bond te echa encima a la jauría de neomoralistas de siempre, mismos perros con otro collar, obstinados en controlar vidas, lenguaje y pensamiento ajenos. Cómo estará la cosa que, lo juro por Santa Moneypenny, en la última película de James Bond le han puesto a Daniel Craig –el mejor Bond desde Sean Connery– un asesor de intimidad: un vigilante de la playa para que en las escenas de sexo todo transcurra como Dios, o quien ahora controle esas cosas, manda. Para que no haya dimes y diretes como los de esa actriz que hace poco, en una serie de televisión sobre un texto mío, quiso denunciar judicialmente al actor porque, en una escena de cama y desnudos ambos, el canalla desaprensivo tuvo una erección. Acoso laboral, era la queja.
domingo, 14 de junio de 2020
La tercera Alejandra
Era la travesti –entonces se llamaban así– más guapa que vi nunca: morena, alta. Alejandra, se llamaba. Y según como la mirases podía parecerse a Candice Bergen y a Julia Roberts. Sólo cuando te fijabas mucho, sobre todo en las manos y la nuez del cuello, intuías que aquello tenía gato encerrado. Y realmente lo había; pues aunque ella ejercía la prostitución, o precisamente la ejercía por ese motivo, en realidad ahorraba para operarse lo que la naturaleza, que a veces es tan hermosa como malvada, le había puesto de sobra.
domingo, 7 de junio de 2020
El hombre al que pude matar
Ocurrió hace años. Estaba sentado en la terraza de un bar cuando se me acercaron dos jovencitos quinceañeros. «Tú quisiste matar a mi padre», dijo uno de ellos a quemarropa. Los miré, desconcertado. «¿Quién es vuestro padre?», pregunté. Me lo dijeron. Estuve un momento callado y luego pregunté quién les había contado eso. «Nos lo ha contado él», respondieron. Me gustó su aplomo, su decisión de críos dispuestos a ajustar cuentas. «¿Y vuestro padre me guarda rencor?», inquirí. Fue el mayor quien respondió. «No, porque dice que él habría hecho lo mismo». Entonces les pedí que se sentaran. Lo hicieron, recelosos. No quisieron tomar nada y se quedaron en el borde de la silla, muy tensos. Eran chicos duros y me gustó que lo fueran. Entonces les conté mi versión de la historia.