De vez en cuando, alguna revista del corazón se descuelga con siete u ocho páginas emotivas y humanitarias, con fotos grandes y titulares ad hoc: Fulana o Mengana de tal, solidaria con los niños huerfanitos de Sierra leona, o de Perú, o de donde sea. Y allí sale la torda, a veces actriz, o topmodel, a veces putón verbenero de papel couché sin más, vestida de coronel Tapioca o de Calvin Klein, dando de mamar a las criaturas o haciendo palmitas con ellos en el cole, a ver, vamos a cantar todos en la casa de Pepito con esta señora tan guapa que tanto os quiere y ha venido a visitaros, o con una niña desnutrida y llena de moscas en brazos, o en un hospital hecho polvo acariciándole el muñoncito a un crío que pisó una mina. Con cara compungida, claro, cual corresponde a sentir próximo, casi propio, el dolor ajeno, etcétera. Tan conmovedores suelen ser los afotos, que cada vez que me tropiezo uno de esos reportajes solidarios se me atragantan de ternura los crispis con el colacao. Sobre todo cuando leo las declaraciones, en plan «esta experiencia me ha hecha ver cosas que antes no veía», o «ahora comprendo que somos egoístas porque vivimos de espaldas al dolor», aunque mi favorita sea esa de «a nivel humano, no sabía que hubiera gente que vivía así». Otros sí lo sabíamos, claro. Algunos misioneros y cooperantes, verbigracia, lo saben de sobra desde hace la tira. Y creo que en los periódicos también viene. Pero no vamos a ponernos estrechos, exigiéndole a una pava que anda con la agenda a tope, entre Tómbola, Crónicas Marcianas, operarse las ubres, el desfile de modelos del viernes, las fotos robadas en Ibiza y el yate de Fefé para este verano en Puerto Portals, que se lea los periódicos o vea el telediario. Bastante tiene ya encima haciendo la calle en versión postmoderna. Famoseando, que se dice ahora. De modo que si de pronto lo descubre, tras cuatro días empapándose -para variar- el chichi de dolor ajeno, y siente el impulso irresistible de contarle a todo el mundo lo mal que está el mundo y lo injusta que es la vida, pues qué quieren que les diga. Me parece bien. Porque la verdad, además, es que las oenegés andan chungas de viruta. Con lo de la pasta de Gescartera, con Izquierda Unida haciéndole la competencia a Payasos sin Fronteras y con la cantidad de mangantes que se lo montan en plan no gubernamental para viajar gratis y vivir por la cara -para los sindicatos y los comités de empresa, que era lo tradicional, hay lista de espera y ya no corre el escalafón- la gente mezcla churras con merinas, se fía menos que antes de la cosa solidaria, y afloja poca tela; aunque este año, con la caída en picado de las crucecitas de Hacienda para la Iglesia, lo mismo la cosa ha mejorado un poco, y lo que antes se destinaba a pagar estolas y roquetes ahora se destina a leche en polvo. No sé. El caso es que resulta comprensible que las oenegés decentes, que hay muchas, se busquen la vida. Y desde su punto de vista cualquier medio es bueno si luego, en la fiesta amadrinada por Chochita O’Flanagan, en Marbella, o en Mallorca, las millonetis de turno aflojan una pasta para colaborar con esa organización tan simpática que han visto en el Lecturas o en el Hola, hay que ver, con esos niños escuchimizados y anémicos, que parece mentira que esas cosas se consientan, ¿verdad?, en el siglo XXI.
Lo que pasa es que, bueno. Habrá cabrones estrechos de miras -no es mi caso, por Dios- que se preguntan qué coño, y nunca mejor dicho, pinta esta o aquella pájara milongueando en una piragua del Amazonas, expuesta a que una piraña le roa una teta, con un indio de cara sufrida remando detrás. Dejen al indio un rato a su aire y verán lo que entiende mi primo el aborigen por solidaridad activa, mientras nos explica cómo sufren los que sufren, y a cambio de prestar su morro para la oenegé que le monta el viaje, se gana portada a todo color en plan Teresa de Calcuta. A fin de cuentas, dirán esos escépticos malpensados, poca diferencia formal existe entre tales reportajes y otros que salen a veces, cuando para promocionar un destino turístico, una agencia de viajes o una colección de moda, cualquier chocholoco de titular y exclusiva pagada, presentador de la tele, daifa de torero, modelo varón cachas, zurrapa de Gran Hermano o ídolo de Operación Triunfo, sale en portada allá por Bali, las Bermudas o la Patagonia haciéndose fotos de luna de miel, disfrazado de jeque árabe ante las pirámides o brindando con exóticos cócteles tropicales en playas paradisíacas que, de otro modo, no habría podido pagarse en su puta vida. Pero no debemos pensar mal. Mucha solidaridad y amor al arte, es lo que hay. A chufla los toma alguna gente; pero, como el Piyayo, a mí me dan un respeto imponente. Que no todo lo de viajar va a ser, en las revistas del corazón, motos de agua que cruzan osadamente el Atlántico, o exploradores intrépidos que se pasan la vida zarpando y nunca llegan a ningún sitio.
25 de agosto de 2002
Lo que pasa es que, bueno. Habrá cabrones estrechos de miras -no es mi caso, por Dios- que se preguntan qué coño, y nunca mejor dicho, pinta esta o aquella pájara milongueando en una piragua del Amazonas, expuesta a que una piraña le roa una teta, con un indio de cara sufrida remando detrás. Dejen al indio un rato a su aire y verán lo que entiende mi primo el aborigen por solidaridad activa, mientras nos explica cómo sufren los que sufren, y a cambio de prestar su morro para la oenegé que le monta el viaje, se gana portada a todo color en plan Teresa de Calcuta. A fin de cuentas, dirán esos escépticos malpensados, poca diferencia formal existe entre tales reportajes y otros que salen a veces, cuando para promocionar un destino turístico, una agencia de viajes o una colección de moda, cualquier chocholoco de titular y exclusiva pagada, presentador de la tele, daifa de torero, modelo varón cachas, zurrapa de Gran Hermano o ídolo de Operación Triunfo, sale en portada allá por Bali, las Bermudas o la Patagonia haciéndose fotos de luna de miel, disfrazado de jeque árabe ante las pirámides o brindando con exóticos cócteles tropicales en playas paradisíacas que, de otro modo, no habría podido pagarse en su puta vida. Pero no debemos pensar mal. Mucha solidaridad y amor al arte, es lo que hay. A chufla los toma alguna gente; pero, como el Piyayo, a mí me dan un respeto imponente. Que no todo lo de viajar va a ser, en las revistas del corazón, motos de agua que cruzan osadamente el Atlántico, o exploradores intrépidos que se pasan la vida zarpando y nunca llegan a ningún sitio.
25 de agosto de 2002