Vaya por Dios. Después de tanta ojerita morá, desvelo y sacrificio por nuestra parte, ahora resulta que entre cinco y quince de cada cien turistas guiris, que antes nos honraban con su presencia veraniega, han decidido irse este año a otros lugares, y buena parte del sector hostelero español se ha quedado compuesto y sin novia. O sea: destroce usted a conciencia su litoral, amontone cemento en cualquier metro de arena costera disponible, atranque de basura e inmundicias cada tubería, deje sin agua ni electricidad al resto de la comarca, reconviértalo todo a lo más cutre posible para atender a gentuza, transforme los últimos rincones de costa virgen en un infierno, baje los precios a fin de que toda la escoria tatuada del Reino Unido y de Alemania pueda venir a pasearse sin camisa y en chanclas vomitando su puta cerveza por calles y plazas, para que ahora los desagradecidos turistas vayan a mear borrachos a Croacia y a Bulgaria. Que no sé, qué le habrán visto a esos sitios, la verdad. Porque para un turista, mear, lo que se dice mear a sus anchas, o soltar la pota en mitad de la calle y sin pegas, no hay como España, este país donde el olor del Mediterráneo en los amaneceres veraniegos ha sido sustituido por el olor a lejía. Para hacerlo posible -las cosas no se logran por las buenas, sino currándoselas- miles de constructores, de ayuntamientos, de hosteleros, de consejeros de turismo, de presidentes de autonomías y de ministros del ramo, con nombres y apellidos, llevan años y años trabajando con ejemplar esfuerzo. Desvelándose. Haciendo realidad ese bonito lema turístico tan de aquí y tan nuestro: España, sol y chusma.
Qué injusta es la vida y qué desconsiderados, los guiris. Se les ocurre no venir justo ahora que hay un montón de proyectos en marcha en los que, puestos a darlo todo por la patria, se sacrifica hasta el medio ambiente, como en el caso del último cacho de costa que se había librado de la quema, entre Cartagena y Almería, tan escarpada que no había modo de meter carreteras ni bloques de apartamentos, pero a la que por fin, gracias a las maravillas de la técnica, ya hay un proyecto para endilgar una autovía, con todos los constructores y políticos de la zona frotándose las manos, calculando la cantidad de metros cuadrados de cemento que podrán edificar en las ramblas y en los almendrales y en los acantilados y en las últimas playas a las que antes sólo podía accederse a pie. Justo ahora, decía, que la iniciativa española liquida las últimas reservas que se resisten a ese modelo turístico tan admirado por los alcaldes y prohombres locales -todos de acrisolada honradez y locos por el bienestar ciudadano, por supuesto-, consistente en Benidorm o La Manga para todos y maricón el último, van los turistas y dicen muchas gracias, de verdad, pero puestos a vivir en plena mierda prefiero la mierda más barata y menos amontonada, oiga, donde no tengamos que estar cincuenta mil y nuestra puta madre chupando agua del mismo grifo, y luz del mismo enchufe, y jiñando todos en la misma playa. Y si ustedes se han reconvertido para adaptarse al turismo baratero y bazofia, abonándoles el huerto a los sinvergüenzas de ciertos ayuntamientos e inmobiliarias, volcados a la rentabilidad inmediata y a retorcerle el pescuezo a la gallina hasta que cague las plumas, ése no es nuestro problema. Porque si de precios bajos se trataba -mejor doscientos mil turistas de hamburguesa y agua mineral que dos mil de restaurante, fue el agudo razonamiento-; ahora resulta qué van a tener que seguir rebajando si quieren cuartelillo, porque la ventaja competitiva del precio se ha ido a tomar por saco y está casi a la altura del resto de Europa, sin que la superior calidad de lo que damos a cambio incite como antes al tiñalpa de Liverpool o de Hamburgo, que pretende un mes de sol, playa y lujo verbenero, discoteca y concurso Miss Tetas 2002 incluidos, por catorce euros pagados a cómodos plazos.
Pero a los otros les da lo mismo. Me refiero a esa reata de golfos apandadores que convirtieron el Mediterráneo español en una pesadilla, y pretenden rematarlo antes de que se agote el chollo. Ya se han forrado especulando con sus cómplices en ayuntamientos, consejerías y ministerios; y cuando al fin todo se vaya a tomar por saco, que se irá, y se fundan los plomos y se atasquen las tuberías y no vengan ya ni los ingleses de San Antonio de Ibiza- que ya es imposible caer más bajo-, los comerciantes y los hosteleros y la pobre gente que ha ido adaptándose, para sobrevivir, al ritmo que aquellos pájaros tocaban y al de la infame clientela que atrajeron, se llevarán las manos a la cabeza, angustiados porque no les entre nadie en la tienda, o en el bar, o en el restaurante. Descubriendo, para su desgracia, que lo que es pan para hoy puede ser hambre para mañana. Y en cuanto a las posibilidades de una reconversión hacia arriba, en calidad, cuéntenselo a su tía. Aún está por ver que una puta encallecida de hacérselo en una esquina termine en el yate de las Koplowitz.
18 de agosto de 2002
Qué injusta es la vida y qué desconsiderados, los guiris. Se les ocurre no venir justo ahora que hay un montón de proyectos en marcha en los que, puestos a darlo todo por la patria, se sacrifica hasta el medio ambiente, como en el caso del último cacho de costa que se había librado de la quema, entre Cartagena y Almería, tan escarpada que no había modo de meter carreteras ni bloques de apartamentos, pero a la que por fin, gracias a las maravillas de la técnica, ya hay un proyecto para endilgar una autovía, con todos los constructores y políticos de la zona frotándose las manos, calculando la cantidad de metros cuadrados de cemento que podrán edificar en las ramblas y en los almendrales y en los acantilados y en las últimas playas a las que antes sólo podía accederse a pie. Justo ahora, decía, que la iniciativa española liquida las últimas reservas que se resisten a ese modelo turístico tan admirado por los alcaldes y prohombres locales -todos de acrisolada honradez y locos por el bienestar ciudadano, por supuesto-, consistente en Benidorm o La Manga para todos y maricón el último, van los turistas y dicen muchas gracias, de verdad, pero puestos a vivir en plena mierda prefiero la mierda más barata y menos amontonada, oiga, donde no tengamos que estar cincuenta mil y nuestra puta madre chupando agua del mismo grifo, y luz del mismo enchufe, y jiñando todos en la misma playa. Y si ustedes se han reconvertido para adaptarse al turismo baratero y bazofia, abonándoles el huerto a los sinvergüenzas de ciertos ayuntamientos e inmobiliarias, volcados a la rentabilidad inmediata y a retorcerle el pescuezo a la gallina hasta que cague las plumas, ése no es nuestro problema. Porque si de precios bajos se trataba -mejor doscientos mil turistas de hamburguesa y agua mineral que dos mil de restaurante, fue el agudo razonamiento-; ahora resulta qué van a tener que seguir rebajando si quieren cuartelillo, porque la ventaja competitiva del precio se ha ido a tomar por saco y está casi a la altura del resto de Europa, sin que la superior calidad de lo que damos a cambio incite como antes al tiñalpa de Liverpool o de Hamburgo, que pretende un mes de sol, playa y lujo verbenero, discoteca y concurso Miss Tetas 2002 incluidos, por catorce euros pagados a cómodos plazos.
Pero a los otros les da lo mismo. Me refiero a esa reata de golfos apandadores que convirtieron el Mediterráneo español en una pesadilla, y pretenden rematarlo antes de que se agote el chollo. Ya se han forrado especulando con sus cómplices en ayuntamientos, consejerías y ministerios; y cuando al fin todo se vaya a tomar por saco, que se irá, y se fundan los plomos y se atasquen las tuberías y no vengan ya ni los ingleses de San Antonio de Ibiza- que ya es imposible caer más bajo-, los comerciantes y los hosteleros y la pobre gente que ha ido adaptándose, para sobrevivir, al ritmo que aquellos pájaros tocaban y al de la infame clientela que atrajeron, se llevarán las manos a la cabeza, angustiados porque no les entre nadie en la tienda, o en el bar, o en el restaurante. Descubriendo, para su desgracia, que lo que es pan para hoy puede ser hambre para mañana. Y en cuanto a las posibilidades de una reconversión hacia arriba, en calidad, cuéntenselo a su tía. Aún está por ver que una puta encallecida de hacérselo en una esquina termine en el yate de las Koplowitz.
18 de agosto de 2002
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