Me ha discutido algún que otro lector la veracidad de algo que afirmé aquí hace unas semanas, cuando comparaba a nuestros curas fanáticos de antaño, o de no hace tanto, con los imanes fanáticos de hoy. En concreto, mencionaba yo el todavía reciente deseo -hace sólo setenta años- de algunos obispos españoles de meter en la cárcel a quienes bailasen agarrados, porque eso era fuente de pecado y semilla de todo mal. Y en este punto debo admitir algo: cuando lo escribí me goteaba el colmillo, clup, clup, clup, porque conozco a mis clásicos y sabía que más de uno iba a entrar a por uvas. Así que, si les parece bien, hoy vamos con ello.
Tomemos, para el caso, un libro que tienen ustedes a su disposición en mi biblioteca: ¿Grave inmoralidad del baile agarrado?, se titula. Tiene 166 páginas y fue impreso en Bilbao en 1949, décimo Año Triunfal. Hace, por tanto, 65 tacos de almanaque. Con el nihil obstat de Fernando Lipuzcoa, censor, y el imprimatur de Pablo Gúrpide, vicario general de Pamplona. Y que lleva, a modo de epígrafe, una bonita cita del papa Pío Nono -«La ligereza de las señoras y señoritas ha traspasado los límites del pudor en lo que atañe a vestidos y bailes»- y otra del también papa Pío XII -«Trabajad contra la inmoralidad que agosta a la juventud»-. En cuanto al texto, un simple vistazo al índice resulta ya de lo más prometedor: Escándalo público del baile agarrado, Víctimas culpables, Insensibilidad femenina, Restauremos la conciencia del pueblo y algunos etcéteras más. Texto, por cierto, que abunda en conclusiones contundentes como ésta: «Baile agarrado, parejeo solitario, la corrupción en la aldea es más intensa que en la ciudad», o como ésta: «La mujer, hasta ayer cáliz del hogar, padece un relajamiento alarmante de criterio y de modales». Para concluir con estas dos perlas «Así saborean los pueblos corrompidos la lujuria provocando la ira de Dios» y «Los pueblos corrompidos son incapaces de comprender otro lenguaje que el del látigo».
Pero no crean que el autor del libro -padre Jeremías de las Sagradas Espinas, firma el tío, con dos cojones- se queda en lo superficial. Al contrario, nuestro autor baja la arena del argumento científico y afirma «Con frecuencia existen conmociones venéreas sin llegar a la plena saciedad de la naturaleza», estima que «los jóvenes pierden el pudor en los tocamientos mutuos prolongados del baile agarrado, en los brazos, espalda, pecho y cintura», considera que «los pechos en la mujer son las partes del cuerpo en las que recibe máximas conmociones carnales» o describe, lúcido, a «esas parejas de hombres y mujeres cosidas de pecho y vientre, con la conciencia hecha jirones, embriagándose de lujuria», para rematar: «El baile agarrado debe ser totalmente eliminado de las costumbres del pueblo. Es precisa, a toda costa y cuanto antes, una reacción violenta y eficaz». Todo eso, ojo, diez años después del término de esa otra reacción violenta y eficaz que el padre Jeremías de las Sagradas Espinas, supongo, también llamó Cruzada de Liberación.
Dirán ustedes que para qué remover viejos textos que ya no nos afectan. La respuesta es simple: no son tan viejos, y nos afectan. En primer lugar, para dejar claro que el Islam radical y su hipócrita consideración de la moralidad pública no nos caen tan lejos como creemos; y que un sacerdote con poder, un intermediario arrogante de cualquier Dios verdadero o no, imaginado o por imaginar, siempre será un peligro, use tonsura, turbante o micrófono de telediario. Por otra parte, lo admito, en todo esto hay también un asunto personal: cierta cuenta pendiente. Una cosa es la religión que, en privado y para su conciencia, practique cada cual. ¿Quién puede criticar eso? Pero hablamos de otra cosa: de imposición. Fulanos como el padre Jeremías de las Sagradas Espinas controlaron durante siglos a España desde púlpitos y los confesonarios, como los imanes controlan ahora lo suyo desde las mezquitas. El padre Jeremías, el censor, el vicario y el resto de la tropa dirigieron, o intentaron hacerlo, la vida de mi familia, de mi madre, de mi abuela, de mis antepasados, la mía propia, inmiscuyéndose en nuestra intimidad y libertad, cerrando puertas a la razón, a la cultura, a la verdadera educación. Ellos, y el agua bendita con que santificaron a quienes cebaban cárceles y paredones, nos tuvieron durante siglos en una mazmorra negra de la que todavía hoy pretenden, algunos, conservar la llave. Por eso es bueno recordar que, hace sólo 65 años, un hijo de puta con balcones a la calle exigía acabar con el baile agarrado «donde los jóvenes, unidos pecho con pecho, arden en la hoguera de la lujuria». Y tener presente que, si lo tolerásemos, seguiría exigiéndolo. No les quepa duda.
26 de octubre de 2014