Estaba el otro día oyendo la radio, y salió una señora de Greenpace comentando lo del hundimiento en aguas canarias del pesquero ruso Oleg Naydenov. Escucharla -yo estaba precisamente en el mar- me suscitó sentimientos contradictorios. Se hablaba del incendio en el puerto de Las Palmas, la maniobra de alejamiento y los estragos del combustible derramado tras el naufragio. Como precisamente acababa de calzarme las 19 páginas del informe del ministerio de Fomento sobre la actuación del capitán marítimo de ese puerto durante el siniestro, pensé: mira qué bien, veamos la orilla opuesta. Oigamos a los expertos del otro lado. A fin de cuentas, en veinte años que llevo navegando me indigné cientos de veces ante las barbaridades que me topé y me topo: vertidos guarros, mares de plástico, animales marinos atrapados en redes ilegales o asesinas, atuneros exterminadores y sinvergüenzas impunes conchabados, a base de mariscada y fajo de billetes, con funcionarios públicos que estuvieron décadas consintiendo, cobrando y mirando hacia otro sitio.
Pero, como decía mi abuela, mi gozo en un pozo. La señora habló media hora sin decir nada fuera del viejo y sobado guión de que la contaminación es mala, que las autoridades descuidan el mar y la ecología, que sólo una toma de conciencia puede impedir que el planeta azul se vaya al carajo, etcétera. Nada, para entendernos, que no pueda escribir un niño de ocho años en un trabajo del cole. Nada, o sea, que oponer técnicamente al informe de Marina Mercante, con el que uno puede estar de acuerdo o no, pero que fue redactado por profesionales: gente que, errores o aciertos aparte, conoce su oficio. Y oyendo a la ecológica señora, me dije: menos mal que no estaba ella también cuando el incendio del pesquero bolchevique, tomando decisiones y opinando sobre remolcar o no remolcar, enredando más el desparrame que aquí liamos cada vez que, como en este caso, se cruzan competencias, deficiencias y demagogia de autoridades locales, autonómicas, portuarias, marítimas, el bombero torero -los de Las Palmas, sin material adecuado, se jugaron heroicamente la vida- o cualquiera que pase por allí. Y todo eso, ante las cámaras de unos medios informativos tan superficiales, tan propensos a lo fácil, que les importa un huevo poner al mismo nivel y en plano de igualdad, con tratamiento de telediario, lo que opina un voluntario que le quita el chapapote a un cormorán, lo que dice un vecino apoyado en la barra de un bar, lo que farfulla un político ignorante y oportunista, con la opinión técnica de un ingeniero naval o un capitán de la marina mercante con cuarenta años de mar a la espalda.
Y así, claro, nadie analiza, explica ni compara. Nadie comenta, por ejemplo, que desde que se repartieron las competencias que antes eran exclusivas de la Armada -donde había mar, ella mandaba y era responsable en lo bueno y lo malo-, ahora hay veinte taifas dándose por saco unas a otras. Nadie dice que si lo del Oleg Naydenov tiene puntos discutibles, con responsabilidades mezcladas y confusas -y una Autoridad Portuaria que, como en cada puerto, sólo se acuerda del capitán marítimo cuando las cosas se van al carajo-, la actuación de Marina Mercante durante el también reciente incendio del ferry Sorrento, mientras navegaba entre Valencia y Palma, fue impecable, sobre todo comparada con el desastre en vidas y daños que supuso el caso similar de otro ferry -no recuerdo ahora su bandera- que el pasado invierno estuvo ocho días ardiendo entre Patrás y Ravena. Pero es lo que hay: en lugar de análisis serios, de recurso a la opinión de verdaderos expertos, que los tenemos, aquí sólo se manejan titulares baratos, opiniones bienintencionadas pero sin fundamento serio, lugares comunes facilones o ecología elemental, querido Watson. Nadie busca referencias solventes para comprender las cosas, o para corregirlas. Nadie pregunta, por ejemplo, por qué en esta España imbécil, que destruyó de modo suicida su marina mercante, una línea de Trasmediterránea la cubren barcos italianos. O, en otro orden de cosas, nadie explica que aquí recibimos por vía marítima el 90 por ciento de lo que necesitamos; y que en el mar, como en la tierra, hay accidentes inevitables, tragedias que unas veces pueden esquivarse y otras no; pero que en ningún caso se impedirán con pancartas en los puertos, charlatanes largando de lo que ignoran, demagogias facilonas del primero que llega y opina, confunde un pesquero con un petrolero y mezcla cetáceos, aves y corrientes marinas con disparates técnicos y argumentos más simples que el mecanismo de un pestillo.
31 de mayo de 2015