Hace un par de semanas puse la tele y me encontré al ex presidente Suárez acudiendo a un juzgado, porque alguien dijo que trincó trescientos kilos de Banesto, cuando Mario Conde y todo eso. Suárez llegó, dijo que eso era una bola como el sombrero de un picador, miró al soslayo, fuese y no hubo nada. Supongo que a estas alturas todo habrá quedado en eso. Algo de lo que el arriba firmante se alegraría infinito; pues la persona de Adolfo Suárez, Ucedés aparte, me cae bastante bien. Tanto por esa pinta que tiene, con su perfil de torero grave y veterano, como por los morlacos que lidió, como por ese silencio magnífico en el que ha sabido atrincherar, cual muy pocos en este país, su digna salida del Gobierno y su decoro como político jubilado.
Y pensaba yo: ojalá que no. Deseo que éste de verdad no tenga nada que ver, y que en tal caso no me lo llenen de mierda como a los demás, porque no sé qué carajo iba a quedar entonces como referencia política decente de los últimos veinte años. Y en ésas me decía: hay que fastidiarse. En un país donde los partidos de oposición ganan esgrimiendo titulares de periódicos en vez de programas de gobierno, donde tantos jueces se acojonan o se muestran implacables según el tipo de repercusión social del asunto, donde todo el mundo tiene una piedra en la mano para el linchamiento previo, cualquiera puede permitirse acusar a otro de cualquier cosa, mentarle la madre o llamarlo maricón de playa, así, por el morro, y si cuela cuela. Y si no, oye, pues vale, pues me alegro. Pero empuerca, que algo queda.
Insisto en que ignoro si Adolfo Suárez fue más o menos honrado que otras joyas del oficio. Pero, aparte la simpatía personal -que es asunto mío porque me da la gana que su careto me sea simpático-, mucho me guardaría de cuestionar su honorabilidad si no tuviera un buen legajo de papeles con todo allí, incluidos los afotos del antedicho en el momento de trincar. Y aún así, averiguaría antes en qué condiciones, y para qué. A fin de cuentas, con todos sus errores y todos sus defectos, que los tuvo, incluida la cuerda de mercachifles, correveidiles y meapilas que nutrió parte de sus huestes, don Adolfo Suárez hizo una transición que le salió bordada. Faena que remató levantándose a defender la democracia, encarnada en un anciano general a quien un torpe teniente coronel intentaba zancadillear y tirar al suelo. Y eso merece un respeto.
Yo, entre nosotros, a lo de Gutiérrez Mellado no le doy mucho mérito. Sospecho que más que impulso democrático, lo que lo cabreó y puso tan flamenco fue que allí entró un teniente coronel con escopeta y no se le cuadró. O sea, que al abuelo le saltó el automático. El mérito de verdad se lo adjudico al de Ávila. Y cuando los sesientencoño empezaron a agujerear el techo, don Adolfo se quedó erguido, chuleta, de perfil ante España y ante la Historia y ante los anales de la vergüenza torera, mientras todo el personal, incluido el actual presidente del Gobierno y numerosos prohombres de su partido y la actual oposición -salvo Carrillo, que fumaba allá al fondo, a lo suyo-, se lanzaba a bucear bajo la moqueta en plena cagalera. Y a mí, que soy muy primitivo, pues qué quieren que les diga. Esas cosas me impresionan.
Pues eso, dejando ya la anécdota de Suárez aparte, a veces uno lamenta que ciertas antiguas costumbres, como el duelo, hayan caído en desuso. Antes, alguien te miraba mal y podías mandarle los padrinos, y la cosa se solventaba a pistoletazos o sable, y al menos tenías una oportunidad real de volarle al otro los cuernos. Ahora, un fulano afirma, es un suponer, que lo que a ti te gusta es tocarles el culito a los nenes en las guarderías, y tú demuestras que es mentira, que lo que te gusta de verdad, por ejemplo, es ir los jueves a un meublé con la señora de ese fulano, y aquí no pasa absolutamente nada, ni nadie rectifica, y todo queda como así, en el aire. Si por una parte vas y planteas demanda judicial para recuperar tu honor, resulta que el honor anda muy devaluado -hasta los políticos juran por su honor, háganse idea- y el juez te toma a pitorreo. O, como en este país la Dura Lex Sed Lex (Duralex) a menudo se parece a la bonoloto, depende de qué juez te toque en suerte para que te restituyan la honra o, por el contrario, quedes como pedófilo para los restos. Y tampoco es cosa de que vayas y le des una estiba al otro fulano, pues no puedes andar a bofetadas, como los gañanes. Además, puedes romperle algo, y entonces sí que los jueces te empapelan vivo. O rompértelo él a ti. Con lo que, además de la fama, te llevas un par de hostias.
25 de junio de 1995
Y pensaba yo: ojalá que no. Deseo que éste de verdad no tenga nada que ver, y que en tal caso no me lo llenen de mierda como a los demás, porque no sé qué carajo iba a quedar entonces como referencia política decente de los últimos veinte años. Y en ésas me decía: hay que fastidiarse. En un país donde los partidos de oposición ganan esgrimiendo titulares de periódicos en vez de programas de gobierno, donde tantos jueces se acojonan o se muestran implacables según el tipo de repercusión social del asunto, donde todo el mundo tiene una piedra en la mano para el linchamiento previo, cualquiera puede permitirse acusar a otro de cualquier cosa, mentarle la madre o llamarlo maricón de playa, así, por el morro, y si cuela cuela. Y si no, oye, pues vale, pues me alegro. Pero empuerca, que algo queda.
Insisto en que ignoro si Adolfo Suárez fue más o menos honrado que otras joyas del oficio. Pero, aparte la simpatía personal -que es asunto mío porque me da la gana que su careto me sea simpático-, mucho me guardaría de cuestionar su honorabilidad si no tuviera un buen legajo de papeles con todo allí, incluidos los afotos del antedicho en el momento de trincar. Y aún así, averiguaría antes en qué condiciones, y para qué. A fin de cuentas, con todos sus errores y todos sus defectos, que los tuvo, incluida la cuerda de mercachifles, correveidiles y meapilas que nutrió parte de sus huestes, don Adolfo Suárez hizo una transición que le salió bordada. Faena que remató levantándose a defender la democracia, encarnada en un anciano general a quien un torpe teniente coronel intentaba zancadillear y tirar al suelo. Y eso merece un respeto.
Yo, entre nosotros, a lo de Gutiérrez Mellado no le doy mucho mérito. Sospecho que más que impulso democrático, lo que lo cabreó y puso tan flamenco fue que allí entró un teniente coronel con escopeta y no se le cuadró. O sea, que al abuelo le saltó el automático. El mérito de verdad se lo adjudico al de Ávila. Y cuando los sesientencoño empezaron a agujerear el techo, don Adolfo se quedó erguido, chuleta, de perfil ante España y ante la Historia y ante los anales de la vergüenza torera, mientras todo el personal, incluido el actual presidente del Gobierno y numerosos prohombres de su partido y la actual oposición -salvo Carrillo, que fumaba allá al fondo, a lo suyo-, se lanzaba a bucear bajo la moqueta en plena cagalera. Y a mí, que soy muy primitivo, pues qué quieren que les diga. Esas cosas me impresionan.
Pues eso, dejando ya la anécdota de Suárez aparte, a veces uno lamenta que ciertas antiguas costumbres, como el duelo, hayan caído en desuso. Antes, alguien te miraba mal y podías mandarle los padrinos, y la cosa se solventaba a pistoletazos o sable, y al menos tenías una oportunidad real de volarle al otro los cuernos. Ahora, un fulano afirma, es un suponer, que lo que a ti te gusta es tocarles el culito a los nenes en las guarderías, y tú demuestras que es mentira, que lo que te gusta de verdad, por ejemplo, es ir los jueves a un meublé con la señora de ese fulano, y aquí no pasa absolutamente nada, ni nadie rectifica, y todo queda como así, en el aire. Si por una parte vas y planteas demanda judicial para recuperar tu honor, resulta que el honor anda muy devaluado -hasta los políticos juran por su honor, háganse idea- y el juez te toma a pitorreo. O, como en este país la Dura Lex Sed Lex (Duralex) a menudo se parece a la bonoloto, depende de qué juez te toque en suerte para que te restituyan la honra o, por el contrario, quedes como pedófilo para los restos. Y tampoco es cosa de que vayas y le des una estiba al otro fulano, pues no puedes andar a bofetadas, como los gañanes. Además, puedes romperle algo, y entonces sí que los jueces te empapelan vivo. O rompértelo él a ti. Con lo que, además de la fama, te llevas un par de hostias.
25 de junio de 1995