Me gusta ver los anuncios de la tele. A menudo hay en ellos más talento que en la mayor parte de los programas, o en las comedias de situación, o en lo que sea. Al fin y al cabo, tras la publicidad se adivina a un montón de inteligentes hijos de puta calentándose la cabeza para hacerte comprar tal o cual cosa, y si mantienes cierto distanciamiento crítico siempre terminas aprendiendo cantidad de trucos útiles. No sobre lo que anuncian, que eso es lo de menos, sino sobre por qué lo anuncian, cómo lo hacen y a quién se dirige el intento de comerle el tarro.
Hay, sin embargo, una variedad publicitaria que al arriba firmante le quema la sangre. Me refiero a esos anuncios que, como muchos de los políticos de este país, se empeñan en venderte una España irreal, ficticia, que sólo existe en su manipulación canalla de los hechos, y que nada tiene que ver con la otra, la de la calle, la realmente real. Existen perlas legendarias en este registro. Desde la taimada infiltración de marcas de tabaco en anuncios deportivos hasta la felicidad cifrada en bonolotos, cupones, cuerpos danone, compresas que ni se notan ni traspasan, Lulú semuá, o ese putón verbenero que iba por las carreteras en descapotable, buscando a Jack's. Pero mi Oscar del cinismo galopante se lo llevan las campañas destinadas a convencer a los jóvenes de la necesidad absoluta, vital, que tienen de comprarse tal o cual marca de automóvil. Eso es que ya es la leche.
Lo que más me fascina de tales anuncios es la verosimilitud con que sus creadores trazan el retrato, clavadito, del joven español medio. Llevo doce años trabajando como un hombre de color, dice el apuesto guaperas. Curro veintitrés horas diarias en el periódico sin cobrar. Estudio Económicas e Historia de la Filosofía. En los ratos libres hago ala delta en los Alpes, windsurfing en Florida, y toco el clarinete en un club de jazz de Manhattan. Además he escrito Historias del Kronen II, y leo a Heidegger, Peter Handke y Adorno. Soy un JASG -Joven Aunque Sobradamente Gilipollas- preparado para la vida moderna, y usted va y me dice que aún estoy verde para hacer un programa como el de Isabel Gemio. Como dijo Kant, hay que joderse. Y por cierto, la cita no es de Kant. Es de Marcial Lafuente Estefanía.
Otro ejemplo. Bella joven, elegante, con clase, prototipo de la veinteañera española media, reflexiona sobre un hecho terrible: llega un momento en la vida en que tienes que elegir entre trabajar en la empresa de papá o hacer un máster en Harvard. Usar vaqueros Liberto o minifalda de Versace. Vivir con tus padres en el chalet de la Moraleja o mudarte sola a un apartamento del Barrio Latino de París. Salir en el Hola como candidata al príncipe Felipe, o en el Diez Minutos jugando al golf con Alessandro Lecquio, Lo único que tienes claro es que te acabas de comprar un GTI de 16 válvulas. Que mola un pegote.
La verdad es que echo en falta una tercera versión en ese tipo de anuncios. Cualquier joven de cualquier sexo que llega a casa a las tantas de la noche, hecho polvo después de haber estado ocho o doce horas de pie tras el mostrador, o en la gasolinera, o la moto de mensaca, o en la cola del paro, y pone un rato la tele, y zapea, y se encuentra a San Lobatón, o a Nieves Herrero, o a Jesús Puente ganándose el dinero más vergonzoso que ha ganado en su vida, o a Felipe González con esa cara que se le ha puesto -a cierta edad todos tienen la cara que se ganan a pulso-, o al otro mienteusté prometiendo atar los perros con longaniza con su programa, programa, programa. Y de pronto llega la publicidad y a nuestro exhausto joven se le llena la pantalla de JASG sobradamente preparados, vestidos como él tiene que vestirse, con las maneras y aficiones que él, o ella, tienen que tener. Con unos coches que te cagas, como el que él o ella tienen que comprarse pero ya mismo, si no quieren ser unos mierdecillas y unos matados y tipos desgraciados de la vida.
Entonces, él, o ella, miran a la cámara, y dicen: Hay un momento en la vida en que tienes que elegir entre el desempleo o trabajar diez horas diarias en el mostrador de una charcutería. Entre salir a bailar el sábado por la noche o quedarte en casa estudiando hasta las cuatro de la madrugada. Entre despreciar a tus padres o compadecerlos. Entre ayudar a tu hermano yonqui o pasar mucho de él. Entre dejar que el jefe te mire las tetas o irte a la cola del paro. Entre maldecirlo todo y pegarle fuego a la vida, o apretar los dientes y luchar por salir adelante y tener una casa, y una familia... Y por cierto: ¿Cómo se las habrán arreglado los del anuncio para que sus padres les firmen el aval y las letras del puto coche?
18 de junio de 1995
Hay, sin embargo, una variedad publicitaria que al arriba firmante le quema la sangre. Me refiero a esos anuncios que, como muchos de los políticos de este país, se empeñan en venderte una España irreal, ficticia, que sólo existe en su manipulación canalla de los hechos, y que nada tiene que ver con la otra, la de la calle, la realmente real. Existen perlas legendarias en este registro. Desde la taimada infiltración de marcas de tabaco en anuncios deportivos hasta la felicidad cifrada en bonolotos, cupones, cuerpos danone, compresas que ni se notan ni traspasan, Lulú semuá, o ese putón verbenero que iba por las carreteras en descapotable, buscando a Jack's. Pero mi Oscar del cinismo galopante se lo llevan las campañas destinadas a convencer a los jóvenes de la necesidad absoluta, vital, que tienen de comprarse tal o cual marca de automóvil. Eso es que ya es la leche.
Lo que más me fascina de tales anuncios es la verosimilitud con que sus creadores trazan el retrato, clavadito, del joven español medio. Llevo doce años trabajando como un hombre de color, dice el apuesto guaperas. Curro veintitrés horas diarias en el periódico sin cobrar. Estudio Económicas e Historia de la Filosofía. En los ratos libres hago ala delta en los Alpes, windsurfing en Florida, y toco el clarinete en un club de jazz de Manhattan. Además he escrito Historias del Kronen II, y leo a Heidegger, Peter Handke y Adorno. Soy un JASG -Joven Aunque Sobradamente Gilipollas- preparado para la vida moderna, y usted va y me dice que aún estoy verde para hacer un programa como el de Isabel Gemio. Como dijo Kant, hay que joderse. Y por cierto, la cita no es de Kant. Es de Marcial Lafuente Estefanía.
Otro ejemplo. Bella joven, elegante, con clase, prototipo de la veinteañera española media, reflexiona sobre un hecho terrible: llega un momento en la vida en que tienes que elegir entre trabajar en la empresa de papá o hacer un máster en Harvard. Usar vaqueros Liberto o minifalda de Versace. Vivir con tus padres en el chalet de la Moraleja o mudarte sola a un apartamento del Barrio Latino de París. Salir en el Hola como candidata al príncipe Felipe, o en el Diez Minutos jugando al golf con Alessandro Lecquio, Lo único que tienes claro es que te acabas de comprar un GTI de 16 válvulas. Que mola un pegote.
La verdad es que echo en falta una tercera versión en ese tipo de anuncios. Cualquier joven de cualquier sexo que llega a casa a las tantas de la noche, hecho polvo después de haber estado ocho o doce horas de pie tras el mostrador, o en la gasolinera, o la moto de mensaca, o en la cola del paro, y pone un rato la tele, y zapea, y se encuentra a San Lobatón, o a Nieves Herrero, o a Jesús Puente ganándose el dinero más vergonzoso que ha ganado en su vida, o a Felipe González con esa cara que se le ha puesto -a cierta edad todos tienen la cara que se ganan a pulso-, o al otro mienteusté prometiendo atar los perros con longaniza con su programa, programa, programa. Y de pronto llega la publicidad y a nuestro exhausto joven se le llena la pantalla de JASG sobradamente preparados, vestidos como él tiene que vestirse, con las maneras y aficiones que él, o ella, tienen que tener. Con unos coches que te cagas, como el que él o ella tienen que comprarse pero ya mismo, si no quieren ser unos mierdecillas y unos matados y tipos desgraciados de la vida.
Entonces, él, o ella, miran a la cámara, y dicen: Hay un momento en la vida en que tienes que elegir entre el desempleo o trabajar diez horas diarias en el mostrador de una charcutería. Entre salir a bailar el sábado por la noche o quedarte en casa estudiando hasta las cuatro de la madrugada. Entre despreciar a tus padres o compadecerlos. Entre ayudar a tu hermano yonqui o pasar mucho de él. Entre dejar que el jefe te mire las tetas o irte a la cola del paro. Entre maldecirlo todo y pegarle fuego a la vida, o apretar los dientes y luchar por salir adelante y tener una casa, y una familia... Y por cierto: ¿Cómo se las habrán arreglado los del anuncio para que sus padres les firmen el aval y las letras del puto coche?
18 de junio de 1995
4 comentarios:
Alucinante Arturo; un comentario de hace 17 años, parece actual
Alucinante Arturo; un comentario de hace 17 años, parece actual
Ha quedado demostrado que el de "programa programa y programa" estaba dando en "el clavo, el clavo y el clavo". Lástima que no lo pudieras ver en su día.
Don Arturo, escriba un artículo, como el que escribió, usted con el acronimo jasp. Pero referiendose a él comportamiento que están teniendo los jóvenes,con el covid 19, jóvenes aunque sobradamente gilipollas..
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