Pues eso. Que lo dice el fulano del telediario de no sé qué cadena, y se queda tan a gusto. Te mira a los ojos sin parpadear, de tú a tú, y asegura que según el último sondeo internacional de no sé quién, los españoles somos los más trabajadores de Europa y del mundo, sólo superados por los norteamericanos y no me acuerdo quién. Los japoneses, o los brasileños, o alguien así. O los chinos. Lo dice con una sonrisita, como si fuera mérito suyo, y a lo mejor es que está viendo la cara de alucine que pongo en el tresillo -me he quedado con el mando a distancia en alto y la boca abierta-. Al cabo de un momento añade que es por las horas. Somos, dice, los ciudadanos que más horas pasamos en nuestro puesto de trabajo. Como lo oyen. Horas laborales. Con dos cojones.
Y ahora imaginen el sondeo. La cosa científica y el rigor mortis. Esa empresa multinacional -Sondeos y Prospecciones Acme - dándose una vuelta por aquí a ver cómo va el asunto, con los investigadores anotándolo todo. Fíjese, mister Doscientos empleados. Mil quinientos funcionarios fultaim. Ficha de entrada a las nueve de la mañana, ficha de salida a las seis de la tarde. Una horita para comer. ¿Cómo lo ve?... That is incredible, comenta el guiri, acojonado, mirando alrededor. Pero dígame, plis ¿Dónde están todos? ¿Where? ¿Ubi sunt? De asamblea, mister, responde impasible el de relaciones públicas, mirando el reloj porque estos cabrones del sondeo le acaban de joder la hora del cafelito. Estudiando maneras de aumentar la producción. ¿Quesque vu dit, señor Rodríguez? ¿Qué me dice? Lo que oye, colega. ¿Y aquellos otros? Esos, explica Rodríguez, son los representantes y representantas sindicales, y esas ojeritas morás que les ve usted son de no dormir pensando en la lucha final, siempre al pie de la barricada en la máquina del café, dejándose la salud por los camaradas. No me joda, dice el sondeador. Como se lo cuento, míster. Pues oiga, apunta el sondeador: en mi opinión, el camarada Stajanov era un absentista laboral comparado con ustedes los españoles. Hombre, comenta Rodríguez, halagado. ¿Stajanov, el futbolista? Pues me alegro de que se dé cuenta con sus propios ojos, mister. Apúntelo en la ficha del sondeo, hágame el favor, para que luego digan de los japoneses y de su puta madre.
Bien mirado, la verdad es que eso puede hasta tener su gracia. Como cuando uno ve a un indígena mareando la borrega de los triles o a punto de darle el tocomocho a un guiri cabrón que va de listo, y piensa: no puede ser, imposible que ese pringao no adivine que lo tangan. Lo que ya no es tan gracioso es que, encima de tirarse el folio en Europa con eso de que España va de cojón de pato, los que encargan y difunden ese tipo de sondeos tengan el morro de calzárnoslos en los telediarios a palo seco, sin anestesia, a los que somos de la casa, en plan los españoles vamos de currantes que te mueres, etcétera; como si aquí fuéramos todos gilipollas y no conociésemos a nuestros clásicos por el ripio y al pájaro por la cagada, y no tuviéramos clara la diferencia entre horas de presunto trabajo y horas de verdad trabajadas. Como si a estas alturas no supiera todo cristo lo que es una ficha laboral en plan oye, Lola, hija, pícamela tú que tengo que llevar a los niños al colegio, o ir al ginecólogo. O el caso de Paco, o de Mariano, que fichan a las nueve, se van a hacer unas gestiones y ya no regresan hasta la una. A ver quién ignora que la jornada laboral de un español medio se articula en torno a los momentos cruciales del día, que son, a saber: café a las diez, bocata a las doce, aperitivo a la una y media, café a las cinco; y todo eso con visitas intercaladas al Corte Inglés, al taller del coche, al estanco y al puesto de periódicos de la esquina. España debe de ser el país donde más adulterios se descubren, porque el marido o la legítima siempre aparecen por casa en mitad de la jornada laboral, cuando menos te lo esperas. A ver quién conoce a un español que diga me encanta hacer bien mi trabajo, o lo hago lo mejor que puedo porque para eso me pagan. No. Todos echamos pestes y somos los reyes del escaqueo. Qué casualidad, cada vez que telefoneas a un despacho oficial o a una empresa, la persona con quien deseas hablar está ocupadísima haciendo algo en otro sitio que no es el suyo, y te sale un contestador automático. Por no hablar del tiempo que se necesita para elaborar esos emails tan currados que circulan por Internet de empresa a empresa y de ministerio a ministerio con los chistes del día, el culo de Mel Gibson o el último artículo del perro inglés.
Lo comentaba ayer con un taxista, rodando por Madrid. No sé a dónde van todos esos, decía el hombre. A estas horas. Pues aquí donde nos ve, apunté, resulta que somos los más trabajadores del mundo, y que le echamos más horas que Gepeto a Pinocho. Ya lo creo, respondió muy serio. Ahí nos tiene -señalaba alrededor, la calle atascada de coches, los semáforos llenos, los bares a rebosar- las doce de la mañana, y rompiéndonos los cuernos en el curro.
31 de marzo de 2002
Y ahora imaginen el sondeo. La cosa científica y el rigor mortis. Esa empresa multinacional -Sondeos y Prospecciones Acme - dándose una vuelta por aquí a ver cómo va el asunto, con los investigadores anotándolo todo. Fíjese, mister Doscientos empleados. Mil quinientos funcionarios fultaim. Ficha de entrada a las nueve de la mañana, ficha de salida a las seis de la tarde. Una horita para comer. ¿Cómo lo ve?... That is incredible, comenta el guiri, acojonado, mirando alrededor. Pero dígame, plis ¿Dónde están todos? ¿Where? ¿Ubi sunt? De asamblea, mister, responde impasible el de relaciones públicas, mirando el reloj porque estos cabrones del sondeo le acaban de joder la hora del cafelito. Estudiando maneras de aumentar la producción. ¿Quesque vu dit, señor Rodríguez? ¿Qué me dice? Lo que oye, colega. ¿Y aquellos otros? Esos, explica Rodríguez, son los representantes y representantas sindicales, y esas ojeritas morás que les ve usted son de no dormir pensando en la lucha final, siempre al pie de la barricada en la máquina del café, dejándose la salud por los camaradas. No me joda, dice el sondeador. Como se lo cuento, míster. Pues oiga, apunta el sondeador: en mi opinión, el camarada Stajanov era un absentista laboral comparado con ustedes los españoles. Hombre, comenta Rodríguez, halagado. ¿Stajanov, el futbolista? Pues me alegro de que se dé cuenta con sus propios ojos, mister. Apúntelo en la ficha del sondeo, hágame el favor, para que luego digan de los japoneses y de su puta madre.
Bien mirado, la verdad es que eso puede hasta tener su gracia. Como cuando uno ve a un indígena mareando la borrega de los triles o a punto de darle el tocomocho a un guiri cabrón que va de listo, y piensa: no puede ser, imposible que ese pringao no adivine que lo tangan. Lo que ya no es tan gracioso es que, encima de tirarse el folio en Europa con eso de que España va de cojón de pato, los que encargan y difunden ese tipo de sondeos tengan el morro de calzárnoslos en los telediarios a palo seco, sin anestesia, a los que somos de la casa, en plan los españoles vamos de currantes que te mueres, etcétera; como si aquí fuéramos todos gilipollas y no conociésemos a nuestros clásicos por el ripio y al pájaro por la cagada, y no tuviéramos clara la diferencia entre horas de presunto trabajo y horas de verdad trabajadas. Como si a estas alturas no supiera todo cristo lo que es una ficha laboral en plan oye, Lola, hija, pícamela tú que tengo que llevar a los niños al colegio, o ir al ginecólogo. O el caso de Paco, o de Mariano, que fichan a las nueve, se van a hacer unas gestiones y ya no regresan hasta la una. A ver quién ignora que la jornada laboral de un español medio se articula en torno a los momentos cruciales del día, que son, a saber: café a las diez, bocata a las doce, aperitivo a la una y media, café a las cinco; y todo eso con visitas intercaladas al Corte Inglés, al taller del coche, al estanco y al puesto de periódicos de la esquina. España debe de ser el país donde más adulterios se descubren, porque el marido o la legítima siempre aparecen por casa en mitad de la jornada laboral, cuando menos te lo esperas. A ver quién conoce a un español que diga me encanta hacer bien mi trabajo, o lo hago lo mejor que puedo porque para eso me pagan. No. Todos echamos pestes y somos los reyes del escaqueo. Qué casualidad, cada vez que telefoneas a un despacho oficial o a una empresa, la persona con quien deseas hablar está ocupadísima haciendo algo en otro sitio que no es el suyo, y te sale un contestador automático. Por no hablar del tiempo que se necesita para elaborar esos emails tan currados que circulan por Internet de empresa a empresa y de ministerio a ministerio con los chistes del día, el culo de Mel Gibson o el último artículo del perro inglés.
Lo comentaba ayer con un taxista, rodando por Madrid. No sé a dónde van todos esos, decía el hombre. A estas horas. Pues aquí donde nos ve, apunté, resulta que somos los más trabajadores del mundo, y que le echamos más horas que Gepeto a Pinocho. Ya lo creo, respondió muy serio. Ahí nos tiene -señalaba alrededor, la calle atascada de coches, los semáforos llenos, los bares a rebosar- las doce de la mañana, y rompiéndonos los cuernos en el curro.
31 de marzo de 2002