Dijo aquel poeta que era andaluz y al que le dieron matarile, que tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras. En la realidad, que los guardias civiles tengan la lágrima fácil o difícil es asunto del que allá sabrán sus legítimas en las casas cuartel, donde todo suele cocerse de puertas adentro, pero lo cierto es que, en los últimos tiempos, a la Benemérita no le faltan motivos para echarse a llorar a moco tendido. Que a uno le pongan de jefe un paisano que además tiene todo el careto de El Algarrobo, que el fulano les quite el tricornio del uniforme de diario y encima resulte ser un trepa y un -¿presunto?- chorizo, es como para aflojarle el lagrimal al más curtido sargento chusquero.
Mi amigo Manolo Prados, por ejemplo, lo lleva fatal. Manolo es un capitán de los cigüeños que ahora vive jubilado en Alhaurín de la Torre, después de haberse pasado cuarenta años de verde en Picolandia hasta que le tocaron retreta de jefe de puesto en Tarifa. Cuando era simple guardia, Manolo pateaba la costa con alpargatas de esparto para no despeñarse por los acantilados, y pasó la vida entre servicios, maquis y contrabandistas, viviendo en casas cuartel con goteras y retrete colectivo. Igual que Manolo, cantidad de guardias envejecen por esos caminos, con frío en invierno y calor en verano, con cuatro duros de paga, autoconvencidos de que - parafraseando a don Pedro Calderón de la Barca- obediencia y honor son/ caudal de pobres soldados,/que en buena o mala fortuna,/ la Guardia Civil no es más que una/ religión de hombres honrados.
Lo que a estas alturas de la feria, tampoco es rigurosamente exacto. La Benemérita Institución ha sido leal y obediente a la monarquía, a la república, a la democracia, siempre que no ha sido desleal o desobediente, y de ambos extremos están llenos de fechas los libros de Historia. Escasa honra hay en fotografiarse junto a un robagallinas como El Lute, a quien el franquismo convirtió en enemigo público número uno, o en que el cabo Martínez perdiera tradicionalmente el culo para ponerse, a cambio de un cigarro habano, a las órdenes del señor marqués -antes- o del señor banquero -hace poco- cada vez que éstos acudían a cazar, con sus amigos, al coto de Villacorchos del Tarugo. Poca honra hay, por cierto, en poner el cazo para aparcar un Mercedes ante la casa cuartel, o achicharrar a tres inocentes porque a una mala bestia de teniente coronel le han dicho que va a haber un movimiento sísmico y que localice el epicentro. Ya conocen la respuesta del chiste, realista y terrible: "Detenidos Epicentro y diez cómplices más. Posdata: aquí ha habido un terremoto de la hostia".
Y sin embargo, honra también la hubo, y la sigue habiendo. Con lo bueno y lo malo inherente a su condición, que a fin de cuentas es la condición humana, la doble silueta de la pareja, de la Guardia Civil caminera, está profundamente ligada a nuestra vida y a nuestra historia. A la España negra y también a la otra, la del coraje y el sacrificio. El valor de esperar el tiro en la nuca. Los dos guardias ensangrentados que se abrazan entre los escombros de la casa cuartel. El número que se queda en su puesto horas y horas, bajo la lluvia, porque el cabo le ha dicho aquí, Sánchez, hasta que te releven, y para eso del relevo todo guardia que se precie es de piñón fijo. O el otro, que vadea la riada con el agua por el pecho porque la Cartilla del Cuerpo dice que su obligación es salvar a la gente, palmando si es preciso, y entonces va y palma, el tío. Y es que, supongo, la cuestión es tan simple y tan vieja, que ya en el siglo onceno un listillo anónimo la resumió, diciendo:
Que buen vasallo que fuera
si tuviese buen señor.
Que son dos versos que los españoles llevamos escritos en la frente desde los tiempos de Viriato. Por eso uno va y piensa en la vergüenza que estos días sienten los picoletos, y se dice que a lo mejor no es para tanto, Hace un par de semanas le echaba yo un vistazo a las fotos del benemérito ex-director general, esas en calcetines y calzón corto, todo calva y michelines, retozando con unas cuantas individuas de tetas grandes, y me decía: no tiene nada que ver. Esa no es la Guardia Civil, ni para lo bueno ni para lo malo. Ese es un golfo que cayó allí como podía haber caído en un ministerio, en la dirección de un banco o en cualquier alto cargo de un partido con cien años de honradez: por casualidad, por desvergüenza de sus compadres y señoritos, y por desgracia para la Guardia Civil. Y en este país, una desgracia la tiene cualquiera.
29 de mayo de 1994
Mi amigo Manolo Prados, por ejemplo, lo lleva fatal. Manolo es un capitán de los cigüeños que ahora vive jubilado en Alhaurín de la Torre, después de haberse pasado cuarenta años de verde en Picolandia hasta que le tocaron retreta de jefe de puesto en Tarifa. Cuando era simple guardia, Manolo pateaba la costa con alpargatas de esparto para no despeñarse por los acantilados, y pasó la vida entre servicios, maquis y contrabandistas, viviendo en casas cuartel con goteras y retrete colectivo. Igual que Manolo, cantidad de guardias envejecen por esos caminos, con frío en invierno y calor en verano, con cuatro duros de paga, autoconvencidos de que - parafraseando a don Pedro Calderón de la Barca- obediencia y honor son/ caudal de pobres soldados,/que en buena o mala fortuna,/ la Guardia Civil no es más que una/ religión de hombres honrados.
Lo que a estas alturas de la feria, tampoco es rigurosamente exacto. La Benemérita Institución ha sido leal y obediente a la monarquía, a la república, a la democracia, siempre que no ha sido desleal o desobediente, y de ambos extremos están llenos de fechas los libros de Historia. Escasa honra hay en fotografiarse junto a un robagallinas como El Lute, a quien el franquismo convirtió en enemigo público número uno, o en que el cabo Martínez perdiera tradicionalmente el culo para ponerse, a cambio de un cigarro habano, a las órdenes del señor marqués -antes- o del señor banquero -hace poco- cada vez que éstos acudían a cazar, con sus amigos, al coto de Villacorchos del Tarugo. Poca honra hay, por cierto, en poner el cazo para aparcar un Mercedes ante la casa cuartel, o achicharrar a tres inocentes porque a una mala bestia de teniente coronel le han dicho que va a haber un movimiento sísmico y que localice el epicentro. Ya conocen la respuesta del chiste, realista y terrible: "Detenidos Epicentro y diez cómplices más. Posdata: aquí ha habido un terremoto de la hostia".
Y sin embargo, honra también la hubo, y la sigue habiendo. Con lo bueno y lo malo inherente a su condición, que a fin de cuentas es la condición humana, la doble silueta de la pareja, de la Guardia Civil caminera, está profundamente ligada a nuestra vida y a nuestra historia. A la España negra y también a la otra, la del coraje y el sacrificio. El valor de esperar el tiro en la nuca. Los dos guardias ensangrentados que se abrazan entre los escombros de la casa cuartel. El número que se queda en su puesto horas y horas, bajo la lluvia, porque el cabo le ha dicho aquí, Sánchez, hasta que te releven, y para eso del relevo todo guardia que se precie es de piñón fijo. O el otro, que vadea la riada con el agua por el pecho porque la Cartilla del Cuerpo dice que su obligación es salvar a la gente, palmando si es preciso, y entonces va y palma, el tío. Y es que, supongo, la cuestión es tan simple y tan vieja, que ya en el siglo onceno un listillo anónimo la resumió, diciendo:
Que buen vasallo que fuera
si tuviese buen señor.
Que son dos versos que los españoles llevamos escritos en la frente desde los tiempos de Viriato. Por eso uno va y piensa en la vergüenza que estos días sienten los picoletos, y se dice que a lo mejor no es para tanto, Hace un par de semanas le echaba yo un vistazo a las fotos del benemérito ex-director general, esas en calcetines y calzón corto, todo calva y michelines, retozando con unas cuantas individuas de tetas grandes, y me decía: no tiene nada que ver. Esa no es la Guardia Civil, ni para lo bueno ni para lo malo. Ese es un golfo que cayó allí como podía haber caído en un ministerio, en la dirección de un banco o en cualquier alto cargo de un partido con cien años de honradez: por casualidad, por desvergüenza de sus compadres y señoritos, y por desgracia para la Guardia Civil. Y en este país, una desgracia la tiene cualquiera.
29 de mayo de 1994