Hay algo que no comprendo bien, pero tal vez me falta información. En lo que va de año, nuestros vecinos franceses le han metido mano a un montón de barcos que pasaban frente a sus costas soltando mierda. No hablo de vertidos en puertos ni derrames a lo bestia, sino de esos barcos que limpian tanques, sentinas y cosas así mientras navegan. Según las estadísticas, la suma anual de esos vertidos en alta mar equivale, a veces, a una marea negra. Con ese motivo los gabachos llevan empapelada una docena larga de barcos, tras sorprenderlos con reconocimientos aéreos o satélites, contaminando mar adentro. Y no sólo los que ensucian a veinte o treinta millas de la costa. Al mercante maltés Nova Hollandia lo trincaron de marrón setenta millas al oeste de la punta de Raz; y al chipriota Pantokratoras, cuando pasaba frente al Finisterre bretón, dos meses después de que lo pillaran vaciando algo ciento veinticinco millas al sudoeste de Penmarch. Quiero decir con esto que, aunque un pelín fantasmas, ya saben, la Frans y todo eso, nuestros vecinos de arriba se toman las cosas marinas en serio. Allí, quien la hace, la paga.
En España, una de dos: o el único barco que contaminó fue el Prestige, o a esa cuenta le están cargando, por comodidad y para no complicarse la vida, cuanto desaguisado marítimo vino después. Porque ya me contarán. Desde entonces no hay apenas nombres, ni responsables. Alguna cosilla suelta, un vertido por aquí, un chorrito por allá. Poca cosa. Como ese infeliz barco cargado de borregos que lleva un año pudriéndose en un puerto gallego. Porque eso sí: aquí sobre el papel todo es rigurosísimo, claro, y cuando al fin cae alguien, para que no se diga, se la endiñan hasta las amígdalas. Pregúntenselo al capitán Apóstolos Manguras, que se ha comido las suyas y las del ministro, el desgraciado, y ya sólo les falta fusilarlo. O tal vez lo que ocurre es que trincan muchos barcos delincuentes, pero en secreto. Puede ser, aunque me temo lo más probable: que aquí no se detecte, ni se sancione, ni se trinque a casi nadie. Misterios de la alta mar española y salada. Sobre todo teniendo en cuenta que, lo mismo que los franchutes, España tiene información por satélite, supongo, aviones de vigilancia marítima y una Armada, o sea, una Marina de guerra entre cuyas competencias deberían contarse tales cosas. Y disculpen si uso la palabra guerra, socialmente incorrecta; pero no se me ocurre otra, la verdad, para una Marina que lleva cañones, por muy humanitarias y oenegés que se hayan vuelto nuestras fuerzas de tierra, mar y aire. Tengo entendido que el ministro Bono estudia seriamente la posibilidad de llamarla Marinos sin Fronteras.
Pero les hablaba de contaminación y de que, periódicamente, a las costas españolas llegan nuevos vertidos. Hace sólo un mes, por ejemplo, medio millar de aves alquitranadas desbordó los centros de salvamento de fauna en Galicia. ¿Los culpables? Misteriño. Hasta hubo quien recurrió de nuevo a las anchas espaldas del Prestige. Resumiendo: siguen los vertidos ilegales, pero nadie se mata por identificar al culpable. Yo mismo, hace poco, un amanecer y navegando a treinta millas de la costa, avisé por radio, canal 16, de que cruzaba la estela de petróleo, larga de una milla, que dejaba un mercante al que identifiqué con su nombre, puerto y bandera. Ni puto caso. No hubo costera, institución u organismo que dijera esta boca es mía. Silencio radio administrativo. Nadie se dio por enterado. Y no se trata sólo de falta de medios, que también. En ningún país de Europa se da, como en éste, tanta multiplicación y fragmentación de organismos, responsabilidades, intereses y competencias autonómicas y de las otras: aquí cada perro se lame su cipote, y nadie coordina nada. Ni para pagar la gasolina de un avión de vigilancia se ponen de acuerdo. No aprendemos nada de los desastres: legislación y papeleo aparte, quinientos y pico días después del Prestige todo sigue igual. O casi. Que recen los gallegos para que no amanezca allí otro petrolero en apuros, pidiendo un puerto de refugio. Cuando algo se descuajeringa, nunca hay un responsable. Todo cristo se pone a silbar y a mirar hacia otro lado jurando que él no ha sido, que no lo dejan hacer las cosas, que sólo pasaba por allí, que lo obligaron. Y así, ministros de Fomento como Álvarez Chapapote Cascos pueden jubilarse limpios de polvo y paja, sin que nadie les parta la cara. Quiero decir políticamente, por supuesto. La cara.
28 de junio de 2004