Todo el mundo sabe que la Meteorología no es una ciencia exacta, sino una aproximación más o menos razonable a lo que puede caer. O sea, que sale Paco Montesdeoca, verbigracia, contándonos en el Telediario que este fin de semana podemos ir tranquilamente a la playa con los niños y con la suegra; y como nos lo dice delante de un mapa lleno de huevos fritos, sin una nube, pues igual le hacemos caso y luego, en Matalascañas, nos llega una manta de agua que te vas de vareta. Pero esas son cosas del tiempo y de la vida: y ni Paco, ni la tele, tienen la culpa. Las isobaras, y las isotermas, y los frentes fríos y la zorra que los parió, son caprichosos y van muy a lo suyo.
Estamos de acuerdo en que la predicción del tiempo es sólo eso: relativa, sujeta a variables, con errores que pueden considerarse con indulgencia. El problema es que al arriba firmante la indulgencia le desaparece en el acto cuando tiene que vérselas con un invento del Instituto Nacional de Meteorología, vía Telefónica, que incluye información marítima costera y de alta mar. Un presunto servicio que tiene el cinismo de llamarse Teletiempo; pero que igual podía llamarse Telemorro, o Telebingo.
Uno navega para matar los diablos, igual que otros juegan al ajedrez o se van de putas. Y en la mar, cuando te embarcas, la predicción del tiempo supone, a menudo, la diferencia entre un acto placentero y un mal rato; y en ocasiones extremas, la diferencia entre seguir vivo o cascarla. Pero en España, al contrario de otros países como Francia, o Inglaterra, la navegación deportiva está desamparada. Sales a pescar de madrugada en tu lanchita, o te dispones a hacer vela ligera, o vas navegando cinco, diez o quince millas mar adentro, y no tienes a qué santo encomendarte. Por no haber, ni siquiera Radio Nacional de España dispone de un servicio regular de información marítima. Aquí te haces a la mar para unas horas o para quince días, y salvo que dispongas de un carísimo sistema de recepción facsímil por satélite, te ves obligado a calcular el estado del tiempo a ojo, a base de vistazos al cielo y al barómetro, e intuición marinera. La única alternativa es marcar el número telefónico de Teletiempo. Y entonces la cagaste, Burlancaster.
Lo malo no es que, como corresponde a Telefónica, a veces el servicio te dé señal de estar comunicando o fuera de línea durante ciento diez minutos seguidos reloj en mano, cosa que ocurre a menudo en horas nocturnas. Lo malo no es tampoco que te anuncien viento de fuerza 2, mar buena, rizada, y lo que te salte sea un viento de fuerza 6, con una marejada que echas la pota. Lo peor viene cuando una agradable voz femenina y enlatada, tras informarte de las tarifas, te endilga la casette con una predicción meteorológica grabada doce o veinticuatro horas antes los fines de semana, sin duda por falta de personal, suelen dejarlos grabados para un par de días, o poco menos que igual dice: « válida hasta las veinticuatro horas del día tres» y tú la estás oyendo, mientras juras en arameo, a las cinco de la madrugada del día cuatro, peleándote con un levante de treinta nudos, y con la costa media milla a sotavento. Por ejemplo.
Un caso reciente: hace tres semanas, navegando entre Águilas y Cabo de Palos con una previsión de Teletiempo de noreste fuerza 3, con marejadilla, a las 8.00 de la mañana y válida hasta el día siguiente, el arriba firmante se encontró a las 9.00 con fuerte marejada y un lebeche asesino, un suroeste de treinta y siete nudos; o sea, fuerza 8. El velero abatía, incapaz de ceñir proa al viento, que arreciaba. Por suerte aún estaba a cinco millas de la costa, con barlovento suficiente para encontrar refugio en Cartagena en vez de terminar en los acantilados; y allí nos fuimos corriendo el temporal por la aleta, con sólo el tormentín izado y olas de tres metros en la popa. Todavía, a las dos horas de amarrar, y con 42 nudos de viento dentro del puerto, entró por la bocana el queche holandés Amazone, que acababa de comerse un temporal fuerte de grado 9 en la escala de Beaufort, allá afuera. Después de ayudar a amarrar al holandés era un solitario, y había pasado siete horas a la caña luchando por su pellejo, fui a un teléfono y marqué el 906 36 53 71, por curiosidad. Eran las cuatro de la tarde. La misma voz enlatada -no habían cambiado la cinta en todo el día- insistió en que teníamos buena mar, noreste fuerza 3, marejadilla. Colgué el teléfono y estuve un rato mirando cómo las olas saltaban en la escollera de San Pedro, más arriba del palo de las fragatas amarradas en el muelle. Ahora comprendo lo de la Armada Invencible, me dije. Felipe II telefoneó a Teletiempo.
28 de abril de 1996
Estamos de acuerdo en que la predicción del tiempo es sólo eso: relativa, sujeta a variables, con errores que pueden considerarse con indulgencia. El problema es que al arriba firmante la indulgencia le desaparece en el acto cuando tiene que vérselas con un invento del Instituto Nacional de Meteorología, vía Telefónica, que incluye información marítima costera y de alta mar. Un presunto servicio que tiene el cinismo de llamarse Teletiempo; pero que igual podía llamarse Telemorro, o Telebingo.
Uno navega para matar los diablos, igual que otros juegan al ajedrez o se van de putas. Y en la mar, cuando te embarcas, la predicción del tiempo supone, a menudo, la diferencia entre un acto placentero y un mal rato; y en ocasiones extremas, la diferencia entre seguir vivo o cascarla. Pero en España, al contrario de otros países como Francia, o Inglaterra, la navegación deportiva está desamparada. Sales a pescar de madrugada en tu lanchita, o te dispones a hacer vela ligera, o vas navegando cinco, diez o quince millas mar adentro, y no tienes a qué santo encomendarte. Por no haber, ni siquiera Radio Nacional de España dispone de un servicio regular de información marítima. Aquí te haces a la mar para unas horas o para quince días, y salvo que dispongas de un carísimo sistema de recepción facsímil por satélite, te ves obligado a calcular el estado del tiempo a ojo, a base de vistazos al cielo y al barómetro, e intuición marinera. La única alternativa es marcar el número telefónico de Teletiempo. Y entonces la cagaste, Burlancaster.
Lo malo no es que, como corresponde a Telefónica, a veces el servicio te dé señal de estar comunicando o fuera de línea durante ciento diez minutos seguidos reloj en mano, cosa que ocurre a menudo en horas nocturnas. Lo malo no es tampoco que te anuncien viento de fuerza 2, mar buena, rizada, y lo que te salte sea un viento de fuerza 6, con una marejada que echas la pota. Lo peor viene cuando una agradable voz femenina y enlatada, tras informarte de las tarifas, te endilga la casette con una predicción meteorológica grabada doce o veinticuatro horas antes los fines de semana, sin duda por falta de personal, suelen dejarlos grabados para un par de días, o poco menos que igual dice: « válida hasta las veinticuatro horas del día tres» y tú la estás oyendo, mientras juras en arameo, a las cinco de la madrugada del día cuatro, peleándote con un levante de treinta nudos, y con la costa media milla a sotavento. Por ejemplo.
Un caso reciente: hace tres semanas, navegando entre Águilas y Cabo de Palos con una previsión de Teletiempo de noreste fuerza 3, con marejadilla, a las 8.00 de la mañana y válida hasta el día siguiente, el arriba firmante se encontró a las 9.00 con fuerte marejada y un lebeche asesino, un suroeste de treinta y siete nudos; o sea, fuerza 8. El velero abatía, incapaz de ceñir proa al viento, que arreciaba. Por suerte aún estaba a cinco millas de la costa, con barlovento suficiente para encontrar refugio en Cartagena en vez de terminar en los acantilados; y allí nos fuimos corriendo el temporal por la aleta, con sólo el tormentín izado y olas de tres metros en la popa. Todavía, a las dos horas de amarrar, y con 42 nudos de viento dentro del puerto, entró por la bocana el queche holandés Amazone, que acababa de comerse un temporal fuerte de grado 9 en la escala de Beaufort, allá afuera. Después de ayudar a amarrar al holandés era un solitario, y había pasado siete horas a la caña luchando por su pellejo, fui a un teléfono y marqué el 906 36 53 71, por curiosidad. Eran las cuatro de la tarde. La misma voz enlatada -no habían cambiado la cinta en todo el día- insistió en que teníamos buena mar, noreste fuerza 3, marejadilla. Colgué el teléfono y estuve un rato mirando cómo las olas saltaban en la escollera de San Pedro, más arriba del palo de las fragatas amarradas en el muelle. Ahora comprendo lo de la Armada Invencible, me dije. Felipe II telefoneó a Teletiempo.
28 de abril de 1996