Me pide Lucía que grite por ella, pues no puede hacerlo por sí misma, o no la oirán por mucho que lo intente. Imagino que el problema de Lucía es que España va bien, como dicen mis primos. Y como por ir bien se entiende aquí que los bancos ganen viruta, que quienes cotizan en bolsa sigan haciéndolo sin sobresaltos, y que toda la mugre quede barnizada bajo una apariencia de estabilidad, modernidad y diseño, pues resulta que respecto a Lucía y a los que son como ella y a los que están todavía peor, que son unos cuantos millones largos, hay mucha gente interesada en que ni se les vea, ni se les note, ni traspasen.
Tampoco vayan ustedes a creer que Lucía es una moza especialmente marginada, o que tiene algún síndrome incurable y raro. Todo lo contrario. Podría considerarse privilegiada porque tiene veintitrés años, es guapa y está sana, y además pudo estudiar dos años de Administrativo y tres de Informática de empresas antes de enviar currículums a todo cristo y conseguir, por fin, un contrato de seis meses que estipulaba cuarenta horas semanales, quince días de vacaciones y65.000 pesetas al mes. Luego, en la práctica, el asunto se convirtió en once horas diarias, sábados de 9 a 3, y tres domingos de otras once horas al mes con el fastuoso plus de 5.000 pesetas por domingo. Lo que suma, si no me falla la aritmética, más de setenta horas semanales por ochenta talegos al mes. Y, redondeando picos, sitúa la hijoputez en unas trescientas pesetas por hora: la tercera parte de lo que gana una asistenta.
Aun así, Lucía sigue teniendo suerte. Su jefe no es de los que le pellizcan el culo o le manosean las tetas al cruzarse en el pasillo, ni de los que dejan caer eso de que las cosas podrían ir mejor si fueras menos arisca, nena. Tampoco le ha propuesto acompañarlo como secretaria en algún viaje de trabajo que incluya fin de semana; eso sí, sin obligar a nadie ni forzar las cosas, dándole perfecta y libre opción a elegir entre tragar o irse al paro. Pero nada de eso. El jefe de Lucía es hombre respetable y considerado, así que se limita a decirle que sonría a los clientes, que se vista sexy pero no mucho, que ordene con más cuidado los libros y las revistas y los vídeos y las delikatessen, y que recuerde barrer después de cerrar. Incluso le ha recomendado baños de no sé qué para esas varices que a Lucia están empezando a salirle en las piernas por estar de pie detrás del mostrador o la caja. En cuanto a la contractura muscular de la espalda, que se le ha vuelto crónica a fuerza de subir y bajar cajones, las 18.000 pesetas de la extra de Navidad le han servido para pagarse un masajista.
Y de ese modo Lucía comparte trabajo y contratos basura con Reme y con Luis y con Rosa, conscientes todos ellos de que basta colgar un cartel en la puerta para que centenares de Lucías, Remes, Luises y Rosas acudan a toda leche a cubrir el puesto de trabajo que el primero de ellos deje vacante por un mal gesto con el jefe, por sonreír de más o sonreír de menos, por hartarse un día y subirse encima de la pila de los vídeos y mandarlo todo a tomar por saco y decirle a la clienta pelmaza que el Diez Minutos de esta semana ni ha llegado ni va a llegar en su puta vida, cacho foca; y al jefe, que puede coger todas las delikatessen del mostrador refrigerado y metérselas despacito por el culo, incluido el fuagrás del Perigord, y con él los sesenta y cinco talegos mas quince de plus que paga, y digo pagar por decir algo, a cambio de romperse los cuernos 277 horas al mes.
Y como resulta que ni Lucía, ni Reme, ni Luis ni Rosa pueden darse el gustazo, pegar el grito que llevan atravesado en la garganta; y como, por otra parte, al arriba firmante el jefe de ellos cuatro, y los jefes de su jefe, y los jefes de los jefes de su jefe me importan un testículo de pato y yo si puedo darme el gusto sin que me pongan en la calle y me dejen en el paro, pues hoy he decidido complacer a Lucía y gritar por ella que España va bien, por los cojones. Y que un paraíso económico que se basa en la explotación miserable de los jóvenes, en la ley del cacique más analfabeto y truhán, en los resultados de cincuenta empresas y doscientos bancos mientras la sordidez se esconde para que no se vea, no es un Estado de bienestar por mucho que lo pintemos de bonito y reluzca de lejos y le pongamos mucho diseño, mucho mire usted y mucha corbata. O sea: que si ésa es la España a que se refieren cuando dicen que va bien, entonces España es una puñetera mierda. Lucía dixit. Yo lo firmo. Y vale.
22 de febrero de 1998
Tampoco vayan ustedes a creer que Lucía es una moza especialmente marginada, o que tiene algún síndrome incurable y raro. Todo lo contrario. Podría considerarse privilegiada porque tiene veintitrés años, es guapa y está sana, y además pudo estudiar dos años de Administrativo y tres de Informática de empresas antes de enviar currículums a todo cristo y conseguir, por fin, un contrato de seis meses que estipulaba cuarenta horas semanales, quince días de vacaciones y65.000 pesetas al mes. Luego, en la práctica, el asunto se convirtió en once horas diarias, sábados de 9 a 3, y tres domingos de otras once horas al mes con el fastuoso plus de 5.000 pesetas por domingo. Lo que suma, si no me falla la aritmética, más de setenta horas semanales por ochenta talegos al mes. Y, redondeando picos, sitúa la hijoputez en unas trescientas pesetas por hora: la tercera parte de lo que gana una asistenta.
Aun así, Lucía sigue teniendo suerte. Su jefe no es de los que le pellizcan el culo o le manosean las tetas al cruzarse en el pasillo, ni de los que dejan caer eso de que las cosas podrían ir mejor si fueras menos arisca, nena. Tampoco le ha propuesto acompañarlo como secretaria en algún viaje de trabajo que incluya fin de semana; eso sí, sin obligar a nadie ni forzar las cosas, dándole perfecta y libre opción a elegir entre tragar o irse al paro. Pero nada de eso. El jefe de Lucía es hombre respetable y considerado, así que se limita a decirle que sonría a los clientes, que se vista sexy pero no mucho, que ordene con más cuidado los libros y las revistas y los vídeos y las delikatessen, y que recuerde barrer después de cerrar. Incluso le ha recomendado baños de no sé qué para esas varices que a Lucia están empezando a salirle en las piernas por estar de pie detrás del mostrador o la caja. En cuanto a la contractura muscular de la espalda, que se le ha vuelto crónica a fuerza de subir y bajar cajones, las 18.000 pesetas de la extra de Navidad le han servido para pagarse un masajista.
Y de ese modo Lucía comparte trabajo y contratos basura con Reme y con Luis y con Rosa, conscientes todos ellos de que basta colgar un cartel en la puerta para que centenares de Lucías, Remes, Luises y Rosas acudan a toda leche a cubrir el puesto de trabajo que el primero de ellos deje vacante por un mal gesto con el jefe, por sonreír de más o sonreír de menos, por hartarse un día y subirse encima de la pila de los vídeos y mandarlo todo a tomar por saco y decirle a la clienta pelmaza que el Diez Minutos de esta semana ni ha llegado ni va a llegar en su puta vida, cacho foca; y al jefe, que puede coger todas las delikatessen del mostrador refrigerado y metérselas despacito por el culo, incluido el fuagrás del Perigord, y con él los sesenta y cinco talegos mas quince de plus que paga, y digo pagar por decir algo, a cambio de romperse los cuernos 277 horas al mes.
Y como resulta que ni Lucía, ni Reme, ni Luis ni Rosa pueden darse el gustazo, pegar el grito que llevan atravesado en la garganta; y como, por otra parte, al arriba firmante el jefe de ellos cuatro, y los jefes de su jefe, y los jefes de los jefes de su jefe me importan un testículo de pato y yo si puedo darme el gusto sin que me pongan en la calle y me dejen en el paro, pues hoy he decidido complacer a Lucía y gritar por ella que España va bien, por los cojones. Y que un paraíso económico que se basa en la explotación miserable de los jóvenes, en la ley del cacique más analfabeto y truhán, en los resultados de cincuenta empresas y doscientos bancos mientras la sordidez se esconde para que no se vea, no es un Estado de bienestar por mucho que lo pintemos de bonito y reluzca de lejos y le pongamos mucho diseño, mucho mire usted y mucha corbata. O sea: que si ésa es la España a que se refieren cuando dicen que va bien, entonces España es una puñetera mierda. Lucía dixit. Yo lo firmo. Y vale.
22 de febrero de 1998