Golfo Pérsico. 13,45 horas. Operación Paz Duradera de la Pradera. Alertada por el mando norteamericano, la fragata española Numancia se dispone a interceptar una caravana sospechosa, detectada por satélite moviéndose tierra adentro. Emoción a bordo. Aú, aú, hace la sirena. Zafarrancho de combate. Los marineros y las marineras suben y bajan a toda leche poniéndose los chalecos salvavidas, como en Duelo en el Atlántico. «Llevo toda la vida preparándome para esto», le comenta a su mejor amiga de a bordo la torpedista Ruipérez, que es de Palencia. La proa de la fragata corta el mar color de vino. El capitán de navío Mazarredo, con un teléfono móvil en cada oreja -uno con el mando gringo, el otro con el Ministerio de Defensa español- dice por megafonía: «España espera que cada uno de vosotros cumpla con su deber».
14,00. Con tiempo duro de levante y fuerte marejada despega la fuerza de intercepción heliportada, después de que el Ministerio de Defensa español confirme bajo palabrita del Niño Jesús que, en efecto, el mando norteamericano solicita una acción operativa de nivel Maribel-4: identificar y detener a elementos sospechosos para la seguridad de los Estados Unidos, y, por tanto, del universo. A bordo de los helicópteros de ataque va la fuerza Alfa, pintada de camuflaje y con las armas a punto -«Viste, loco, chevo toda la vida preparándome para este quilombo», comenta a un compañero el soldado Héctor Atahualpa Tortellini-. El resto de la tropa también tiene la moral alta y canta: «Qué buenos son nuestros jefes de la OTAN, qué buenos son, que nos llevan de excursión». A la misma hora, en Madrid, el Ministerio de Defensa, relamiéndose de gusto, anuncia una conferencia de prensa.
14,10. Sobrevolando la costa arábiga, el Black Hawk Down Uno y el Black Hawk Down Dos -alquilados a Estados Unidos- informan que el objetivo está a punto de caramelo. «Procedan», ordena, sereno, el comandante de la Numancia. Haciendo rappel, los comandos y comandas españoles se deslizan desde los helicópteros y helicópteras. Profesionales. Suma eficacia, las cosas como son. Visto y no visto. Las imágenes de satélite muestran a los sospechosos de bruces en la arena con los HK -prestados por Alemania- apuntándoles al cogote.
14,15. El teniente Arencibía, jefe de la fuerza Alfa, informa que la operación ha sido un éxito que te cagas, Manolín. «Objetivo uno identificado como Melchor», dice. «Objetivo dos identificado como Gaspar», añade. «Objetivo tres identificado como Baltasar», concluye. Desde la Numancia, el comandante Mazarredo hace la pregunta crucial: «¿Se confirma que el objetivo número tres es moro o negro?». Un silencio. Dos silencios. Tres. Al fin llega la respuesta lacónica y castrense del teniente Arencibía: «Afirmativo». De proa a popa se oyen gritos de júbilo mientras la dotación se abraza, entusiasmada. En el puente, el comandante Mazarredo se vuelve a su timonel, el cabo especialista Mohamed Embarek. «Llevo toda la vida -confiesa- preparándome para esto.»
14,50. La fuerza Alfa ha sido relevada por un pelotón de la Legión, que custodia a los detenidos mientras se hacen cargo los norteamericanos. La sargenta Romerales, caballera lejía al mando, que todo transcurre sin novedad, con las únicas incidencias de que el negro se niega a vestirse con el pijama naranja fosforito modelo Guantánamo de Ágatha Ruiz de la Prada, y que al llamado Melchor le acaba de comer la barba la cabra del Tercio. «La cabra se llama Tere -informa la teniente- y lleva toda la vida preparándose para esto.»
13,10. Al ministro de Defensa lo interrumpe una llamada telefónica a media rueda de prensa, justo cuando dice lo de «Patria, pon a este mármol por cimera / guirnaldas de laurel y hojas de acanto». Desde Washington, Colin Powell lo informa de que ni Al Qaida ni pollas en vinagre. El mando norteamericano de Paz Duradera de la Pradera acaba de liberar a los tres detenidos. «¿What, Colin, what?», pregunta incrédulo el ministro Trillo, que es bilingüe. Entonces su interlocutor cuenta una confusa historia de celos de papá Noel y del día de los Inocentes, dice que muchas gracias por todo, y cuelga. «Manda huevos», comenta con sus allegados el ministro español. «Eran los únicos con quienes nos quedaba por enemistarnos en el mundo árabe: los reyes magos.» Y luego añade: «La próxima vez deberían encargárselo al soldado Ryan. O a la madre que lo parió».
5 de enero de 2003
14,00. Con tiempo duro de levante y fuerte marejada despega la fuerza de intercepción heliportada, después de que el Ministerio de Defensa español confirme bajo palabrita del Niño Jesús que, en efecto, el mando norteamericano solicita una acción operativa de nivel Maribel-4: identificar y detener a elementos sospechosos para la seguridad de los Estados Unidos, y, por tanto, del universo. A bordo de los helicópteros de ataque va la fuerza Alfa, pintada de camuflaje y con las armas a punto -«Viste, loco, chevo toda la vida preparándome para este quilombo», comenta a un compañero el soldado Héctor Atahualpa Tortellini-. El resto de la tropa también tiene la moral alta y canta: «Qué buenos son nuestros jefes de la OTAN, qué buenos son, que nos llevan de excursión». A la misma hora, en Madrid, el Ministerio de Defensa, relamiéndose de gusto, anuncia una conferencia de prensa.
14,10. Sobrevolando la costa arábiga, el Black Hawk Down Uno y el Black Hawk Down Dos -alquilados a Estados Unidos- informan que el objetivo está a punto de caramelo. «Procedan», ordena, sereno, el comandante de la Numancia. Haciendo rappel, los comandos y comandas españoles se deslizan desde los helicópteros y helicópteras. Profesionales. Suma eficacia, las cosas como son. Visto y no visto. Las imágenes de satélite muestran a los sospechosos de bruces en la arena con los HK -prestados por Alemania- apuntándoles al cogote.
14,15. El teniente Arencibía, jefe de la fuerza Alfa, informa que la operación ha sido un éxito que te cagas, Manolín. «Objetivo uno identificado como Melchor», dice. «Objetivo dos identificado como Gaspar», añade. «Objetivo tres identificado como Baltasar», concluye. Desde la Numancia, el comandante Mazarredo hace la pregunta crucial: «¿Se confirma que el objetivo número tres es moro o negro?». Un silencio. Dos silencios. Tres. Al fin llega la respuesta lacónica y castrense del teniente Arencibía: «Afirmativo». De proa a popa se oyen gritos de júbilo mientras la dotación se abraza, entusiasmada. En el puente, el comandante Mazarredo se vuelve a su timonel, el cabo especialista Mohamed Embarek. «Llevo toda la vida -confiesa- preparándome para esto.»
14,50. La fuerza Alfa ha sido relevada por un pelotón de la Legión, que custodia a los detenidos mientras se hacen cargo los norteamericanos. La sargenta Romerales, caballera lejía al mando, que todo transcurre sin novedad, con las únicas incidencias de que el negro se niega a vestirse con el pijama naranja fosforito modelo Guantánamo de Ágatha Ruiz de la Prada, y que al llamado Melchor le acaba de comer la barba la cabra del Tercio. «La cabra se llama Tere -informa la teniente- y lleva toda la vida preparándose para esto.»
13,10. Al ministro de Defensa lo interrumpe una llamada telefónica a media rueda de prensa, justo cuando dice lo de «Patria, pon a este mármol por cimera / guirnaldas de laurel y hojas de acanto». Desde Washington, Colin Powell lo informa de que ni Al Qaida ni pollas en vinagre. El mando norteamericano de Paz Duradera de la Pradera acaba de liberar a los tres detenidos. «¿What, Colin, what?», pregunta incrédulo el ministro Trillo, que es bilingüe. Entonces su interlocutor cuenta una confusa historia de celos de papá Noel y del día de los Inocentes, dice que muchas gracias por todo, y cuelga. «Manda huevos», comenta con sus allegados el ministro español. «Eran los únicos con quienes nos quedaba por enemistarnos en el mundo árabe: los reyes magos.» Y luego añade: «La próxima vez deberían encargárselo al soldado Ryan. O a la madre que lo parió».
5 de enero de 2003