La cerveza estaba tibia. Lo había dicho alto y bien clarito el portavoz Norberto Gamboa: «Hacía muchísimo calor, la cerveza estaba tibia, y aquel chico se les iba». La cerveza -según comprobó minutos más tarde el juez estaba, en efecto, tibia. Seis horas después, en su intervención parlamentaria de urgencia, el ministro Tomás Retortijosa, titular de Interior, hubo de rendirse a la evidencia: era agosto, hacía un calor tremendo, el chico había pedido una cerveza fría, y por una inexplicable negligencia, el policía que en ese momento cantaba rancheras para obligarlo a confesar dejó la guitarra a las 16.30, abrió el frigorífico a las 16.32 y le entregó una San Miguel tibia -«no demasiado fría», fue la versión oficial cínicamente sostenida por el ministro- a las 16.34. El hecho de que el negligente policía y su inspector jefe se encontrasen ya, a la hora de la comparecencia del titular de Interior, cantándole rancheras a la foca Peluso tras su traslado fulminante a la comisaria de Islas Chafarinas, no bastó para templar gaitas. Ni tampoco el hecho de que, por las restricciones de presupuesto, la comisaría sólo tuviese electricidad para el frigorífico y para todo lo demás de diez de la noche a siete de la mañana, amén de patrullar los maderos en sus coches particulares y pagar a escote la gasolina.
Pero lo peor fue lo de la uña. Y ahí se vio en apuros el ministro Retortijosa a la hora de aclarar el asunto. Los hechos que expuso, sin llegar a convencer a nadie, fueron los siguientes: a las 15.22, después de pegarle el tiro en la nuca a una víctima común cuyo nombre no venía al caso (hubiera sido echar más leña al fuego), el chico se dio a la fuga, o tal vez sería menos peyorativo decir que se replegó, corriendo hacia la esquina de las calles Ekintza e Iraultza, donde a las 15.26 se encontró («casualmente, matizó el ministro) con dos policías nacionales jóvenes e inexpertos. Nada habría ocurrido si el chico hubiera seguido replegándose con cierta discreción. Pero hay que tener en cuenta que corría con una 9 Parabellum en la mano, dando los gritos de rigor, y además al pasar ante los policías los llamó cipayos y txakurras, o sea, perros. Así que, heridos en su amor propio (en este punto, el móvil claramente personal de la cosa fue muy abucheado por los indignados compañeros del portavoz Gamboa), los policías procedieron a la detención del chico. Quien, en indudable ejercicio del derecho a la libre circulación de personas y cosas, se resistió a ello a hostia limpia (a él se le había encasquillado el fusko, y a los policías les tenían prohibido usar los suyos salvo para suicidarse en caso de verse rodeados y que fueran a capturarlos vivos) durante un periodo de tiempo comprendido entre las 15.26 y las 17.45.
Ahí se produjo, admitió el ministro, el desgraciado incidente de la uña rota. Y muy a su pesar, Retortijosa hubo de reconocer que el hecho de que los dos policías nacionales fuesen encapuchados, con gafas de sol y máscaras, respectivamente, del pato Donald y Pocahontas, y las máscaras y los pasamontañas y las gafas de sol les obstaculizasen la visión, no podía considerarse atenuante válido para el hecho incontestable de que en el forcejeo le rompieran una uña al chico en el momento de ponerle las esposas. Que el ministro de Interior admitiese lo de la uña fue saludado por el grupo del portavoz Gamboa con silbidos y gritos de «dimisión, dimisión» y «váyase, señor Retortijosa». Y acto seguido, en su turno de réplica, el portavoz puso los puntos sobre las íes. Por muy equivocados que estén estos chicos, argumentó, a la policía se la entrena, señor ministro, para que ponga las esposas a la gente sin romper uñas ni romper nada. Y -añadió, enérgico- un chico está siendo salvajemente torturado por la sed, en una comisaría y en agosto, y pide una cerveza fría, se le da la cerveza fría, y en paz. Porque eso de la cerveza tibia y la uña rota nos recuerda sospechosamente otros tiempos y maneras, que todos tenemos en la memoria y que mi grupo parlamentario no cita directamente porque está feo señalar. «Además, la cerveza estaba tibia y yo sé lo que me digo», se reafirmó Gamboa con aire de quien no cuenta todo lo que sabe, mientras sus compañeros de partido se daban con el codo unos a otros. Muy bueno lo tuyo, portavoz. Dales caña. A nosotros nos la van a meter doblada estos hijoputas, o sea, ellos.
30 de marzo de 1997
Pero lo peor fue lo de la uña. Y ahí se vio en apuros el ministro Retortijosa a la hora de aclarar el asunto. Los hechos que expuso, sin llegar a convencer a nadie, fueron los siguientes: a las 15.22, después de pegarle el tiro en la nuca a una víctima común cuyo nombre no venía al caso (hubiera sido echar más leña al fuego), el chico se dio a la fuga, o tal vez sería menos peyorativo decir que se replegó, corriendo hacia la esquina de las calles Ekintza e Iraultza, donde a las 15.26 se encontró («casualmente, matizó el ministro) con dos policías nacionales jóvenes e inexpertos. Nada habría ocurrido si el chico hubiera seguido replegándose con cierta discreción. Pero hay que tener en cuenta que corría con una 9 Parabellum en la mano, dando los gritos de rigor, y además al pasar ante los policías los llamó cipayos y txakurras, o sea, perros. Así que, heridos en su amor propio (en este punto, el móvil claramente personal de la cosa fue muy abucheado por los indignados compañeros del portavoz Gamboa), los policías procedieron a la detención del chico. Quien, en indudable ejercicio del derecho a la libre circulación de personas y cosas, se resistió a ello a hostia limpia (a él se le había encasquillado el fusko, y a los policías les tenían prohibido usar los suyos salvo para suicidarse en caso de verse rodeados y que fueran a capturarlos vivos) durante un periodo de tiempo comprendido entre las 15.26 y las 17.45.
Ahí se produjo, admitió el ministro, el desgraciado incidente de la uña rota. Y muy a su pesar, Retortijosa hubo de reconocer que el hecho de que los dos policías nacionales fuesen encapuchados, con gafas de sol y máscaras, respectivamente, del pato Donald y Pocahontas, y las máscaras y los pasamontañas y las gafas de sol les obstaculizasen la visión, no podía considerarse atenuante válido para el hecho incontestable de que en el forcejeo le rompieran una uña al chico en el momento de ponerle las esposas. Que el ministro de Interior admitiese lo de la uña fue saludado por el grupo del portavoz Gamboa con silbidos y gritos de «dimisión, dimisión» y «váyase, señor Retortijosa». Y acto seguido, en su turno de réplica, el portavoz puso los puntos sobre las íes. Por muy equivocados que estén estos chicos, argumentó, a la policía se la entrena, señor ministro, para que ponga las esposas a la gente sin romper uñas ni romper nada. Y -añadió, enérgico- un chico está siendo salvajemente torturado por la sed, en una comisaría y en agosto, y pide una cerveza fría, se le da la cerveza fría, y en paz. Porque eso de la cerveza tibia y la uña rota nos recuerda sospechosamente otros tiempos y maneras, que todos tenemos en la memoria y que mi grupo parlamentario no cita directamente porque está feo señalar. «Además, la cerveza estaba tibia y yo sé lo que me digo», se reafirmó Gamboa con aire de quien no cuenta todo lo que sabe, mientras sus compañeros de partido se daban con el codo unos a otros. Muy bueno lo tuyo, portavoz. Dales caña. A nosotros nos la van a meter doblada estos hijoputas, o sea, ellos.
30 de marzo de 1997