Hay que ver cuan calderonianos, vive Dios, andan los del partido del Gobierno, o sea, la derecha. Todo el día con el honor en la boca, preocupados por el qué dirán, saltando como fieras a la menor insinuación, y dispuestos a lavar en los tribunales el honor puesto en entredicho. Qué bonito todo, y qué clásico, y cómo se nota que la gente de orden tiene lecturas más elevadas que los zafíos libros en rústica sobre materialismo histórico que se gastaban los otros antes de descubrir los trajes de Armani, la Otan y las cuentas en Suiza. Porque el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios, y Dios, como sabe todo cristo, ha sido de derechas toda la vida. Así que, en esa línea honorable tan propia de la gente formal y repeinada que nos gobierna, uno, que aunque no es muy de orden sí es, en cambio, muy de lecturas rancias, lamenta que se hayan perdido los interesantes viejos usos decimonónicos; cuando un venga ya, un mentís o -en casos deliciosamente extremos- una bofetada en el Parlamento, solían resolverse con padrinos y al amanecer, bang, bang, pistola a veinte pasos, junto a las tapias del cementerio de la Almudena.
Abogo desde aquí, en voz alta y clara, porque entre las reformas y reordenamientos jurídicos, lingüísticos, territoriales y hasta raciales que se avecinan, incluyamos una ley del duelo en condiciones. Si el Gobierno considera prioritario ocuparse del fútbol, y en épocas en que llueven chuzos de punta halla tiempo para limpiar, fijar y dar esplendor legal al ejercicio balompédico, que no duda en calificar de interés general, no veo por qué no ha de propiciar la recuperación de un mecanismo que -en tiempos donde la Justicia, en fin, ya me entienden-, permitiría solventar los delicados puntos de honor que surgen a diario en política con extraordinaria rapidez y limpieza, sin necesidad de pagar abogados, ni de apelar, ni de nada. Así, cuando don Felipe González, por ejemplo, vuelva a chotearse de don José María Aznar mandándole mariachis que le canten lo de Méjico lindo y querido si muero lejos de ti, el ofendido podrá, a cambio, mandar padrinos que le pregunten si a pistola o a sable. No cabe duda de que don Felipe González, fino estilista y veterano en el arte de escurrir el bulto, conseguirá que, como de costumbre, alguien acuda a la cita en su lugar. Así que imagino a José Barrionuevo o a cualquier otro infeliz comiéndose el marrón, mientras Cipria Ciscar, fino y mesurado como siempre, sostiene el botijo. Pero menos da una piedra.
Y qué cosas. Mientras en España el honor fue siempre patrimonio de la derecha, rauda en llevarse la mano al pecho y decir oiga, usted no sabe con quién está hablando, lo que anduvo siempre en boca de las llamadas -con perdón- izquierdas fue la palabra ética. Don Julio Anguita, sin ir más lejos, justificó su alianza táctica con el Partido Popular para el acoso y derribo de los sociatas, allanándole a don José María Aznar el camino a la Moncloa precisamente en nombre de la ética, y la ética fue, también, estribillo del Partido Socialista en sus trece años de tócame Roque, desde el slogan de los cien años de honradez a todo lo que vino más tarde, y todavía ahora, de vez en cuando y a pesar de lo llovido, a alguno de sus prohombres le salta el automático y le viene a la boca la palabra dichosa, la ética por aquí y la ética por allá, con un desparpajo y una impavidez de rostro que, si a estas alturas no tuviésemos excelente memoria y nos conociéramos todos en esta casa de putas, harían que uno se preguntase muy en serio cómo fue posible que gente tan ética, y tan cabal, y tan así, perdiera las últimas elecciones.
De modo que no me llega la camisa al cuerpo. Si trece años de ética pura y dura hicieron que Luis Roldan y otra gentuza de su calaña no fuesen mutantes aislados, sino prototipos de unas maneras y un talante de gobierno que convirtió España en un solar expoliado por amiguetes y sinvergüenzas, me pregunto qué puede ahora ocurrir con una o más honorables legislaturas de los hombres de honor que nos rigen con su honor como garantía y como divisa. Ya quienes, a cambio de apoyo para mantener el siempre más difícil todavía equilibrio en el alambre, no te queda por vender más que el brazo incorrupto de Santa Teresa. Que, como va a admitir públicamente don José María Aznar de un momento a otro con franciscana humildad, en el fondo era una maldita zorra centralista y castellana. Sí. Lo estoy viendo venir tal cual. En España, cada vez que alguien abusa de la palabra honra, terminamos celebrando honras fúnebres.
16 de marzo de 1997
Abogo desde aquí, en voz alta y clara, porque entre las reformas y reordenamientos jurídicos, lingüísticos, territoriales y hasta raciales que se avecinan, incluyamos una ley del duelo en condiciones. Si el Gobierno considera prioritario ocuparse del fútbol, y en épocas en que llueven chuzos de punta halla tiempo para limpiar, fijar y dar esplendor legal al ejercicio balompédico, que no duda en calificar de interés general, no veo por qué no ha de propiciar la recuperación de un mecanismo que -en tiempos donde la Justicia, en fin, ya me entienden-, permitiría solventar los delicados puntos de honor que surgen a diario en política con extraordinaria rapidez y limpieza, sin necesidad de pagar abogados, ni de apelar, ni de nada. Así, cuando don Felipe González, por ejemplo, vuelva a chotearse de don José María Aznar mandándole mariachis que le canten lo de Méjico lindo y querido si muero lejos de ti, el ofendido podrá, a cambio, mandar padrinos que le pregunten si a pistola o a sable. No cabe duda de que don Felipe González, fino estilista y veterano en el arte de escurrir el bulto, conseguirá que, como de costumbre, alguien acuda a la cita en su lugar. Así que imagino a José Barrionuevo o a cualquier otro infeliz comiéndose el marrón, mientras Cipria Ciscar, fino y mesurado como siempre, sostiene el botijo. Pero menos da una piedra.
Y qué cosas. Mientras en España el honor fue siempre patrimonio de la derecha, rauda en llevarse la mano al pecho y decir oiga, usted no sabe con quién está hablando, lo que anduvo siempre en boca de las llamadas -con perdón- izquierdas fue la palabra ética. Don Julio Anguita, sin ir más lejos, justificó su alianza táctica con el Partido Popular para el acoso y derribo de los sociatas, allanándole a don José María Aznar el camino a la Moncloa precisamente en nombre de la ética, y la ética fue, también, estribillo del Partido Socialista en sus trece años de tócame Roque, desde el slogan de los cien años de honradez a todo lo que vino más tarde, y todavía ahora, de vez en cuando y a pesar de lo llovido, a alguno de sus prohombres le salta el automático y le viene a la boca la palabra dichosa, la ética por aquí y la ética por allá, con un desparpajo y una impavidez de rostro que, si a estas alturas no tuviésemos excelente memoria y nos conociéramos todos en esta casa de putas, harían que uno se preguntase muy en serio cómo fue posible que gente tan ética, y tan cabal, y tan así, perdiera las últimas elecciones.
De modo que no me llega la camisa al cuerpo. Si trece años de ética pura y dura hicieron que Luis Roldan y otra gentuza de su calaña no fuesen mutantes aislados, sino prototipos de unas maneras y un talante de gobierno que convirtió España en un solar expoliado por amiguetes y sinvergüenzas, me pregunto qué puede ahora ocurrir con una o más honorables legislaturas de los hombres de honor que nos rigen con su honor como garantía y como divisa. Ya quienes, a cambio de apoyo para mantener el siempre más difícil todavía equilibrio en el alambre, no te queda por vender más que el brazo incorrupto de Santa Teresa. Que, como va a admitir públicamente don José María Aznar de un momento a otro con franciscana humildad, en el fondo era una maldita zorra centralista y castellana. Sí. Lo estoy viendo venir tal cual. En España, cada vez que alguien abusa de la palabra honra, terminamos celebrando honras fúnebres.
16 de marzo de 1997
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