Hay semanas en que me dan esta página hecha. Lo ponen tan fácil que empieza a gotearme el colmillo antes de darle a la tecla. Según cuenta Europa Press, don Iñaki Anasagasti hizo llegar en fecha reciente su protesta a monseñor Caries, arzobispo de Barcelona, criticando el desafuero lingüístico que, respecto al uso del catalán y el euskera, se perpetró en la boda de la infanta Cristina con Iñaki Urdangarín. Por lo visto la cosa estuvo descompensada, y la lengua vasca sólo pudo lucirse en el Padrenuestro, cosa que clama al Cielo, mientras que los oficiantes catalanes, aprovechándose de que estaban en su terreno y en su catedral, barrieron pro domo sua y se inflaron a decir cosas litúrgicas en la pérfida lengua de Verdaguer. Monseñor Caries ha respondido que nones, que la cosa estuvo equilibrada. Pero al nacionalismo vasco, que no nació ayer, le consta que monseñor Caries miente como mienten los boleros. Y la canallada es intolerable. Menos mal que don Xabier Arzalluz, fiel a su conciencia, no quiso asistir al enlace de la vástaga de la monarquía españolista con el cipayo, y por lo menos el abuelo se ahorró un disgusto que podía haberle costado la salud.
Así que suscribo sin reservas la queja de don Iñaki. Y aún diría más. Para que tan lamentables manipulaciones no vuelvan a darse en el futuro, estoy dispuesto, aquí mismo y por el morro, a apuntar algunas sugerencias para el próximo casorio en la familia real. Sobre este particular no sé si recuerdan ustedes que hace un año y pico, hablan do de reinas, y de principitas, el arriba firmante manifestaba su esperanza de que don Felipe de Borbón se decidiera por una de esas princesas centroeuropeas o nórdicas, sanotas y cachas, que lo pongan a gusto. Se habla ahora de Carolina de Waldburg, pero mi preferida sigue siendo Victoria, la heredera sueca, quien, en cuanto se le pase la anorexia y la tontuna, volverá a estar potente. Y de esa forma su zagal sería rey de España y de Suecia en un solo paquete. Con lo que el ¡Hola! no daría abasto, a la Frans, a la Inglaterra del Orejas y al IV Reich les íbamos a fundir los plomos, y aquí nos pegaríamos una hartada de reír que no veas. Pero, ojo. Precisamente por el nivel de la cosa, lo que no puede permitirse es que un evento así sea manipulado de nuevo por bastardos intereses y cleros que arriman el ascua a su incensario. Para que ni el señor Anasagasti ni nadie se sientan marginados esta vez, el equilibrio lingüístico y protocolario en la boda del príncipe de Asturias debe ser equilibrado a la miera, pluralista y exquisito. En ese sentido me permito sugerir, si de veras cae la sueca, que en la puerta de la catedral se les baile a los contrayentes, sucesivamente, una sardana, un aurresku, una muñeira y una necken polska de Dalecarlia, cuya duración será cuidadosamente cronometrada por observadores de Naciones Unidas. En cuanto a la ceremonia católica -habrá otra protestante y una tercera agnóstica-, va de suá que el introito de la misa debe ser en gallego, la consagración en euskera y la comunión en catalán, aunque siempre pueden repartirse algunas hostias en mallorquín y otras en valenciano. En cuanto a los suecos, ignoro cuántas lenguas autonómicas hablan por allá arriba, mas yo creo que se darían por satisfechos con el Credo recitado en la lengua de la contrayente. Por respeto a las minorías, el Padrenuestro siempre podría leerse en vesterbotés, y el Evangelio en lapón.
Pero el asunto culminante es la noche de bodas, pues a fin de cuentas ahí va a dirimirse la cuestión sucesoria y el futuro de las diversas patrias integradas, brutalmente y muy a pesar de sus conciencias nacionales, en esa falacia histórica llamada España. El tema del tálamo es, en este contexto, delicado. Así que sería conveniente establecer también un protocolo idóneo. Verbigracia, mientras los contrayentes se dedican a la ardua tarea de engendrar, bajo las ventanas de su dormitorio orfeones y grupos de coros y danzas gallegos, catalanes, euskaldunes, canarios, baleares, asturianos y demás, se irán turnando para amenizar el asunto por riguroso orden alfabético. Y en el momento crucial, cuando don Felipe le diga a su legítima todo eso de corazón, cuchi-cuchi, te amo, vikinga mía, y cosas por el estilo, nuestro heredero de la Corona procurará atenerse a la razón de Estado, repitiendo todas y cada una de esas palabras en las diversas lenguas de España antes de consumar el acto. Igual le parecemos a la sueca un poco gilipollas. Pero qué sabrá un guiri lo que es un Pictolín.
26 de octubre de 1997
Así que suscribo sin reservas la queja de don Iñaki. Y aún diría más. Para que tan lamentables manipulaciones no vuelvan a darse en el futuro, estoy dispuesto, aquí mismo y por el morro, a apuntar algunas sugerencias para el próximo casorio en la familia real. Sobre este particular no sé si recuerdan ustedes que hace un año y pico, hablan do de reinas, y de principitas, el arriba firmante manifestaba su esperanza de que don Felipe de Borbón se decidiera por una de esas princesas centroeuropeas o nórdicas, sanotas y cachas, que lo pongan a gusto. Se habla ahora de Carolina de Waldburg, pero mi preferida sigue siendo Victoria, la heredera sueca, quien, en cuanto se le pase la anorexia y la tontuna, volverá a estar potente. Y de esa forma su zagal sería rey de España y de Suecia en un solo paquete. Con lo que el ¡Hola! no daría abasto, a la Frans, a la Inglaterra del Orejas y al IV Reich les íbamos a fundir los plomos, y aquí nos pegaríamos una hartada de reír que no veas. Pero, ojo. Precisamente por el nivel de la cosa, lo que no puede permitirse es que un evento así sea manipulado de nuevo por bastardos intereses y cleros que arriman el ascua a su incensario. Para que ni el señor Anasagasti ni nadie se sientan marginados esta vez, el equilibrio lingüístico y protocolario en la boda del príncipe de Asturias debe ser equilibrado a la miera, pluralista y exquisito. En ese sentido me permito sugerir, si de veras cae la sueca, que en la puerta de la catedral se les baile a los contrayentes, sucesivamente, una sardana, un aurresku, una muñeira y una necken polska de Dalecarlia, cuya duración será cuidadosamente cronometrada por observadores de Naciones Unidas. En cuanto a la ceremonia católica -habrá otra protestante y una tercera agnóstica-, va de suá que el introito de la misa debe ser en gallego, la consagración en euskera y la comunión en catalán, aunque siempre pueden repartirse algunas hostias en mallorquín y otras en valenciano. En cuanto a los suecos, ignoro cuántas lenguas autonómicas hablan por allá arriba, mas yo creo que se darían por satisfechos con el Credo recitado en la lengua de la contrayente. Por respeto a las minorías, el Padrenuestro siempre podría leerse en vesterbotés, y el Evangelio en lapón.
Pero el asunto culminante es la noche de bodas, pues a fin de cuentas ahí va a dirimirse la cuestión sucesoria y el futuro de las diversas patrias integradas, brutalmente y muy a pesar de sus conciencias nacionales, en esa falacia histórica llamada España. El tema del tálamo es, en este contexto, delicado. Así que sería conveniente establecer también un protocolo idóneo. Verbigracia, mientras los contrayentes se dedican a la ardua tarea de engendrar, bajo las ventanas de su dormitorio orfeones y grupos de coros y danzas gallegos, catalanes, euskaldunes, canarios, baleares, asturianos y demás, se irán turnando para amenizar el asunto por riguroso orden alfabético. Y en el momento crucial, cuando don Felipe le diga a su legítima todo eso de corazón, cuchi-cuchi, te amo, vikinga mía, y cosas por el estilo, nuestro heredero de la Corona procurará atenerse a la razón de Estado, repitiendo todas y cada una de esas palabras en las diversas lenguas de España antes de consumar el acto. Igual le parecemos a la sueca un poco gilipollas. Pero qué sabrá un guiri lo que es un Pictolín.
26 de octubre de 1997