El problema de escribir esta puñetera página es que hay que hacerlo con dos o tres semanas de antelación, y nunca sabes qué ocurrirá mientras tanto. Aun así, en España no resultan difíciles ciertas predicciones: te apuntas a lo peor y aciertas siempre. O casi. Para eso los militares tienen una fórmula: dispuestos para la hipótesis más probable pero preparados para la más peligrosa. Razonable, ¿verdad?… Pues no. Aquí nadie se prepara para nada. Nos adaptamos sobre la marcha, y que salga el sol por Antequera. Y claro. Todo nos pilla de sorpresa: la nevada, el apagón, las lluvias, la operación salida, la operación retorno, el terrorismo islámico. O sea, todo. Nadie lo ve venir. Manda huevos.
Lo del terrorismo islámico, por ejemplo. En los últimos treinta años, desde el Pesoe al Pepé sin olvidar a la Ucedé y vuelta al Pesoe, o sea, desde que palmó Franco hasta el 11-M, el asunto musulmán se la estuvo trayendo floja a todo cristo con mando en plaza: desidia, incapacidad, falta de medios operativos, ignorancia extrema de la realidad árabe, ausencia de política magrebí, marginación de los especialistas, etcétera. Lo que, en un país con la tradición y experiencia moruna del nuestro, clama al cielo. A eso hay que añadir, como guinda, una inmigración masiva cuya regulación, asentamiento e integración se basa en la indiferencia del Estado, la codicia de los empresarios y la demagogia absoluta de tanto cantamañanas que confunde la realidad con la canción del negrito y la ucraniana de –por otra parte inmenso– Joaquín Sabina.
Así que voy a hacer un par de predicciones. Y no digo que las voy a hacer gratis, porque este artículo lo cobro: Aramís Reverte Fuster, pero sin tetas. Previsiones, por cierto, que podría hacer cualquier idiota. El terrorismo moderno, para abreviar, sólo se combate con leña; y sus principales aliadas son las leyes mismas, unidas a la demagogia y la falta de agallas. Hoy, el arma clave del terrorismo en Europa son precisamente las garantías legales, los derechos ciudadanos adquiridos durante siglos con esfuerzo y sacrificio: el delincuente y el terrorista se protegen con ellos mientras los vulneran o destruyen. Conseguir el delicado equilibrio entre libertad y seguridad no se improvisa; hace falta decisión política, honradez e inteligencia. Controlar ciertas libertades individuales es peligroso, pero también lo es cerrar los ojos a la realidad, y que, por ejemplo, los expertos franceses y británicos alucinen preguntándonos cómo carajo queremos combatir el terrorismo con demagogia y la puntita nada más. Por cierto: seguro que a nadie se le ha ocurrido estos días darse un garbeo por los barrios de población inmigrante magrebí y ver lo preocupada que está la gente mayor y lo envalentonados que andan algunos chiquillos con tanto islam y tanta Palestina en la tele y tanto americano linchado en Iraq. Pero claro. Mirar hacia otro lado es más socialmente correcto y no le complica a uno la vida. Ni te llaman fascista.
Por eso dudo que nuestra –con las excepciones de rigor– infame clase política, acostumbrada a abalanzarse cada mañana sobre los periódicos para ver si sale su foto, tenga la firmeza democrática, la falta de complejos y los cojones suficientes para encarar los nuevos desafíos. Y como hacer terrorismo de mochila está chupado, y los jueces, por si acaso, seguirán cogiéndosela con papel de fumar hasta para pincharle el teléfono a Bin Laden, y cada investigación policial será detallada en conferencia de prensa por el ministro del ramo, alertando a los malos sobre sus aciertos y errores a fin de demostrar que para transparencia democrática la que tenemos en este país de gilipollas, resulta, señoras y señores, que vienen tiempos muy duros. Y que aunque durante los próximos cuatro años el Gobierno no va a estar todo el día meando agua bendita, porque de momento se les acabó el chollo a los Legionarios de Cristo, a Kiko Argüello y a las Siervas de San Apapucio, me temo que los nuevos gobernantes seguirán practicando la cristiana propensión a poner la otra mejilla. Quiero decir que nos las seguirán dando ahí. A todos. Va a ser divino de la muerte, oigan: Alá ajbar por un tubo, los geos cascando por las prisas, los infelices magrebíes inocentes –hasta que los hagamos dejar de serlo– pagando el pato de la xenofobia y el cainismo hispanos, y los nacionalistas, allá en su pueblo de Astérix, cobrándoselo en carne, como siempre.
26 de abril de 2004