domingo, 9 de mayo de 1999

La peineta de Maimónides


Pues no. Lo siento, pero no trago. Cuando tiene usted, caballero, la osadía de hablar de la cultura española como "el castellano aderezado con unas gotas de gracejo andaluz" e insinúa que el resto ha funcionado cada cual por su cuenta, me temo que olvida o ignora demasiado. Aquí, tiene usted razón, se ha hablado y se ha escrito además, efectivamente, en gallego, en vasco y en catalán. Pero pongo en su conocimiento —sorpresa, sorpresa— que también, y a veces mucho más, en antiguo aragonés, en leonés y en asturiano. Y también en hebreo, y en griego, y en latín, y en árabe. Así que cuando algunos hablamos de Cultura con mayúscula, y de España como lugar donde se manifestó esa cultura, nos referimos a eso. Verbigracia: que aparte y además de las muy respetables lenguas autonómicas, en hebreo escribieron, por ejemplo, el filósofo Maimónides y el poeta medieval Ben Gabirol. Y en árabe se expresaron otros españoles llamados Averroes, o Avempace. Y aquí se escribió en latín hasta el siglo pasado; lengua en la que trabajaron Ramón Llull, que era mallorquín, y san Isidoro, que era de Cartagena, y Luis Vives, que era valenciano. Y el Zohar, que es el más importante tratado de cábala hebraica, lo escribió, cosas de la vida, un rabino de León.

Hay más. La primera versión de la historia de Tristán, por ejemplo, y las novelas del ciclo artúrico medieval, fueron vertidas al castellano a través de traducciones al leonés. Y en Aragón, a Juan Fernández de Heredia, que fue maestre del Hospital —hoy orden de Malta—, se le adeuda la primera traducción a una lengua occidental, latín incluido, de Tucídides y Plutarco. Y permítame recordarle que la introducción de la poesía renacentista y el metro italiano en España se debe a dos amigos íntimos, toledano el uno y barcelonés el otro, llamados Garcilaso de la Vega y Juan Boscán. Y que muchos autores españoles fueron y siguen siendo bilingües, empezando por Alfonso X el Sabio, que escribió su prosa en castellano y su poesía en gallego. Y que en la Cancillería aragonesa se parló aragonés y catalán hasta que en el siglo XV el aragonés se fue castellanizando. Y, ya que hablamos de esto, permítame decirle que el leonés y el aragonés, aunque dejaron de utilizarse a partir de esa época salvo en algunas manifestaciones de poesía dialectal, tuvieron un enorme peso cultural en la Edad Media. Más, por ejemplo, que el vasco, o vascuence, que no produjo manifestaciones literarias de importancia —corríjame si me equivoco— hasta muy entrado el siglo XVI.

Así que haga el favor de no tocarme los cojones con la peineta andaluza y con el victimismo cultural periférico excluido y excluyente. El hecho de que todo eso haya sido escrito en lenguas que no son el castellano no quita un ápice a que se produjera en un contexto cultural español, donde nunca hubo cámaras estancas, sino interacción e influencias mutuas muy importantes y enriquecedoras. Aquí no hay —como usted parece afirmar confundiendo lengua, cultura y política— culturas independientes, sino imbricadas en un espacio al que llamamos, porque de algún modo hay que llamarlo y así lo hacían ya los romanos, España. Y eso lo entiendo en el sentido noble del término: la plaza pública, el ágora que es la única y generosa patria. Un lugar amplio, mestizo, donde se mezclan sangres y no se excluye a nadie, y donde todos son bien recibidos. Y donde Esteban de Garibai y Pedro de Axular, aunque no lo escribieran todo en castellano, son tan españoles, culturalmente hablando como Unamuno o Baroja son —y lo son del todo— vascos hasta la médula.

En toda esa variedad de manifestaciones, todas muy respetables aunque unas más decisivas cualitativa o cuantitativamente que otras —en materia cultural no siempre es posible aplicar cuotas ni baremos políticamente correctos—, el azar y la Historia decidieron que hubiese una lengua común, una calle por donde todo el mundo, hable lo que hable y sienta lo que sienta, pueda transitar a la vez, y entenderse, y comunicarse. Y esa lengua pudo tal vez ser el batúa o el tarteso, pero resultó ser el castellano. Que por cierto es una lengua muy hermosa y práctica, feliz mestizaje de todas las otras, que ahora hablan cientos de millones de seres humanos, y de la que han nacido varias claves de la cultura universal, libertades incluidas. Lo avala el hecho de que aquel cura fanático y vasco, citado no recuerdo si por Unamuno o Baroja, predicara en el sermón: «No habléis castellano, que es la lengua del demonio y de los liberales».

9 de mayo de 1999

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