Hay tres clases de reportaje viajero de las revistas del corazón, o como se llamen ahora, que me fascinan los higadillos: los solidarios, los de convivencia exótica y los de vacaciones aventureras. Los protagoniza el famoseo de variopinto pelaje, que a su vez se parcela en dos categorías: famosos caspa y famosos pijolandios. Pero, básicamente, el patrón es el mismo: una revista, conchabada con una agencia de viajes, o viceversa, invita a un careto conocido –suelen ser tías, a veces con novio o marido–, por la patilla total, a un viaje a cualquier sitio, que incluye estilista, maquilladora, fotógrafo y demás parafernalia. Exclusiva en las paradisíacas islas Fidji. Luna de miel en la Pampa. Etcétera. A veces hay una variante humanitaria o así, que es cuando una oenegé corre con los gastos. La cantante, preocupadísima por la deforestación de la Amazonia. Todo muy conmovedor, ya saben. Conmovedor que te rilas. En cualquier caso, las fotos del viaje se publican después en forma de reportaje con mucho despliegue, según la categoría social del sujeto o sujeta –no es lo mismo una pedorra de Gran Hermano que un soplapollas emparentado con la casa real de Syldavia–, con portada, o sin. Luego uno hojea las revistas durante el desayuno, mientras se toma el colacao con crispis, y claro. Normal. Enganchan.
La primera categoría, la de los reportajes solidarios, suele reservarse a féminas: modelos, cantantes, actrices, que en las fotos alternan camisetas de la oenegé correspondiente con ropa de marca. La imagen clásica consiste en la individua arrodillada, cariacontecida, junto a niños escuálidos o mujeres harapientas, ante una choza africana o chabola sudamericana. Al titular nunca le falta un toque intelectual: «No comprendo cómo la gente puede vivir de esta manera», suele comentar la pava. A veces, las fotos nos la muestran con un niño en brazos, negro por lo general, espantándole abnegadamente las moscas o dándole un biberón. La moza –nos aclara el pie de foto– pasó cuatro o cinco horas implicada hasta las cachas. En esa clase de reportajes, mi imagen predilecta es cuando la abnegada visitante se fotografía sonriente junto a los indígenas del lugar, pasándoles los brazos sobre los hombros, con la teta izquierda situada exactamente en la mejilla del indio bajito o el joven africano de turno, que la mira como pensando: si en vez de hacerme posar así por un poco de harina me dieran un Kalashnikov AK-47, te ibas a enterar. Subnormal.
Otra modalidad interesante del viaje de papel couché es la del turismo en plan convivencia exótica con los indígenas. Ahí los famosos suelen ir con la legítima, o el legítimo, o quien esté de guardia en la garita. A convivir a tope, como su propio nombre indica. Cuando lees la letra pequeña, averiguas que la convivencia que justifica el reportaje ha consistido en un viaje chárter y día y medio para hacerse las fotos; pero los titulares, eso sí, impresionan un huevo: Zutana y Mengano conviven con los pigmeos de la selva Macabea… La torda y su novio compartieron la frugal comida de los tuareg… Tras su dolorosa separación, Fulanita se busca a sí misma conviviendo con monjes budistas en un monasterio tibetano. Estos reportajes suelen tener una secuela semanas más tarde, cuando, en otra entrevista, el individuo o la individua en cuestión afirman: «Convivir con los pastores lapones de renos cambió mi vida».
De cualquier modo, mis favoritos son los reportajes de vacaciones exótico-aventureras en plan lujo y glamour a tutiplén. Quizá porque casi siempre sale Carmen Martínez-Bordiú, con o sin arquitecto, vestida de Lorenzo de Arabia encima de un camello durante un fascinante viaje por Siria, o en Marrakech, o trajeada de Indiana Jones en Machu Pichu. Cada foto, con indumento típico del lugar en cuestión y distinto al de las otras fotos –me pregunto cómo hace para cambiarse de turbante y de ropa diez veces al día, en los áridos secarrales o en la jungla procelosa–. Pero lo que más me pone es que, además, suele aprovechar para hacer declaraciones interesantes: me pongo velo en estos sitios para respetar las costumbres, me halaga que digan que me he operado, si hubiera tenido una pala en lo del Prestige me habría ido allí a recoger chapapote, etcétera. Todo eso mientras posa así y asá, sofisticada y chic. Guau. Pagándoselo todo, estoy seguro, de su bolsillo. No es lo mismo Yola Berrocal con el chichi puesto a remojo en Ibiza, oigan. Todavía hay clases.
6 de diciembre de 2004
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