Guau. Dos mil actividades culturales programadas en la Mancha para el cuarto centenario del Quijote. Un empacho de cultura, van a tener los manchegos. La idea consiste, sobre todo, en poner a punto la Ruta de don Quijote, que nacerá de un día para otro con la pretensión «de ser el mayor corredor ecoturístico y cultural de Europa». Tela. De momento, pese a los esfuerzos de humildes héroes locales con más entusiasmo que fortuna, y salvo excepciones como Campo de Criptana, El Toboso, Almagro y algún sitio más –lean la guía magistral Por los caminos del Quijote, de Guerrero Martín, editada por la Junta–, la única ruta quijotil que uno encuentra allí son carteles asegurando que ésa es la ruta de don Quijote, estatuas infames, azulejos espantosos y anuncios de quesos y chorizos con los nombres de Dulcinea, Sancho y demás. Cultura popular, ya saben. Es paradigmático el cartel que hasta hace poco campeaba en la nacional 301: «En un lugar de la Mancha / don Quijote una meá echó / y salieron unos ajos gordos. / Por eso, vayas parriba o pabajo / de Las Pedroñeras son los ajos». Después de leerlo, claro, la gente se abalanzaba a las librerías pidiendo Quijotes como loca. Pero eso no es suficiente. A partir del año que viene, y de un día para otro, se intensifican esfuerzos. Lo del mayor corredor ecoturístico y cultural de Europa no es guasa. Que se den por jodidas Florencia y la Toscana, Salzburgo, Provenza, el valle del Loira o Stratford-on-Avon. Llevan siglos currándoselo, vale. Y quizá tengan el puntito cultural. Pero son lugares demasiado elitistas, obsesionados por el buen gusto. Reaccionarios, si me permiten el término. Les falta el concepto ecoturístico popular de la España plural. Nuestra pluricultura.
Menos mal que los medios informativos han sabido captar el nervio del asunto, resaltando lo que hay que resaltar. Los actos del cuarto centenario incluyen consolidar la red de bibliotecas en todas las localidades manchegas, publicaciones y exposiciones. Vale. Todo eso está muy bien. Pero lo de publicar y exponer a secas suena demasiado convencional, estrecho, apolillado, sin gancho que arrastre a las masas masivas. Así que se ha proclamado, astutamente, que la cosa irá trufadita de espectáculos populares. Sin espectáculo popular no hay político que se gaste un duro. Eso es lo que sitúa las cosas en su sitio, democratiza la cultura, la acerca a la gente y demás. Así que, para intensificar el aspecto ecoturístico cervantino, hay previstos conciertos de rock y música pop en plazas mayores, claustros de conventos y patios y corrales antiguos –los pocos que quedan, dicho sea de paso–, a fin de que la juventud manchega y forastera, elemento básico en estas cosas, capte las esencias del Quijote y profundice en ellas entre litrona y litrona. Pero no todo va a ser chundarata. Niet. También la música intelectual tiene su papelito. El proyecto incluye la actuación inaugural, prevista para estos días, de Woody Allen y su banda de jazz. Y mucho ojo. Que el gran cineasta y músico diletante no tenga nada que ver, ni de refilón, con el Quijote, es lo de menos. Las fotos, los titulares y el público están asegurados. Qué sería de Cervantes a estas alturas, sin Woody Allen.
En esa línea, puestos a popularizar más la cosa y adecuarla a la España pluriplural del buen rollito, permítanme alguna sugerencia extra. El año cervantino manchego podría empezar, por ejemplo, con una solemne petición de perdón a las lenguas autonómicas por la brutal represión cultural a la que Cervantes no fue ajeno en absoluto. Luego, ya en otro orden de cosas, daría mucho de sí un especial de Gran Hermano o de Crónicas Marcianas en Argamasilla de Alba. Tampoco sería moco de pavo un dueto de Bisbal y Chenoa en Puerto Lápice, leyendo fragmentos del Quijote. ¿Y qué me dicen de un pase de modelos con Belén Esteban, o un concurso de miss Dulcinea 2005 retransmitido por Eurovisión desde El Toboso? ¿Ein? ¿Y qué tal un concierto de Boyzone en Campo de Criptana? O un partido de fúmbol amistoso entre el Ciudad Real y el Manchester. Imagínense a todos esos hooligans ecoturísticos bailando agarrados a las aspas de los molinos y echando la pota mientras ahondan en el espíritu cervantino, con todas las cajas de los bares de la Mancha haciendo cling. Y, por supuesto, no puede faltar un anuncio institucional en televisión donde salga Isabel Preysler diciendo: «Desde que vivo en la alta sociedad, no concibo la vida sin un Quijote alicatado hasta el techo».
27 de diciembre de 2004
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