Parece mentira la cantidad de tertulianos y especialistas radiofónicos que tenemos en este país. Cada vez que se me ocurre enchufar la radio sale uno empeñado en arreglarme la vida. Algunos, además, son polivalentes y polifacéticos y polimórficos, pues lo mismo te asesoran sobre lo que debes votar, que te dan una magistral sobre terrorismo, valoran el año económico, u opinan a fondo sobre la crisis agropecuaria de Mongolia interior. Debe de ser por eso que, en este país de navajas, analfabetos y mangantes, ciertos elementos pasan de unas radios a otras y se perpetúan desde hace años y años, apuntando siempre aquello de ya lo decía yo, aunque hayan dicho exactamente lo contrario. En otro lugar se les llamaría supervivientes. Incluso, hilando fino, oportunistas. Pero aquí son expertos. Expertos de cojones.
El otro día, sin ir más lejos, me calzaron un debate sobre la tercera edad, o sea, los abueletes. Me estaba afeitando y me lo calcé íntegro, incluida la opinión de un eminente psicólogo, o psiquiatra, o yo qué diablos sé. Un fulano que decía saber de viejos. Y el pájaro y sus contertulios me tuvieron allí en suspenso, con la maquinilla en alto y media cara enjabonada, alucinando en colores mientras duró el asunto. Y es que no hay como unos cuantos especialistas para poner las cosas en su sitio.
El planteamiento era como sigue: lo que más envejece y machaca es asumir la vejez. Por eso resulta imprescindible mantener actitudes juveniles y ganas de marcha. Es un error resignarse a ser viejo. Hay que ser joven de espíritu. Y, para conseguirlo, los tertulianos expertos, la conductora del programa y el eminente psicoterapeuta, o lo que fuera, daban al personal una serie de consejos. La actitud ejemplar, señalaba uno, era la de aquella abuela que, en el cumpleaños de su nieto, se vistió de rockera a base de cuero y guitarra, y le dedicó una actuación a él y a sus amiguetes. El ejemplo, traído a colación por uno de la tertulia, levantó un coro de aprobación en el resto. Qué entrañable, vinieron a decir. Ése es el camino. Acto seguido, el psicosomático invitado animó a los radioyentes de edad avanzada a no resignarse a su abyecto papel de jubilados, sino a salir a la calle con desafío que afirme su existencia individual e inalienable. Por ejemplo, subrayó, con el uso de prendas atrevidas.
Nada de grises y tonos oscuros, sino colores alegres, vivos, que plasmen la voluntad de vivir. La ropa deportiva no es patrimonio exclusivo de los jovenzuelos, declaró. Hay que vestirse de forma divertida, imaginativa. A ver por qué, puntualizaba con agudeza, un caballero de la tercera edad no va a poder lucir una gorra con el gato Silvestre o una camiseta de la Guerra de las Galaxias.
Pero lo mejor fue lo del humor. Lo mejor fue cuando el psicodélico invitado precisó que la mejor terapia contra el envejecimiento es el sentido del humor. Hay que hacer el payaso, dijo literalmente. Hay que hacer el payaso cuanto se pueda, salir a bailar moderno, reírse de sí mismo y provocar la risa de los demás, porque la risa es el mejor antídoto contra las canas y las arrugas. Y la conductora del programa y todos los otros imbéciles dijeron que sí, que naturalmente. Que antes la muerte que las canas y las arrugas. Que hay que negarse a envejecer a toda costa, y que cualquier recurso es bueno, y que lo de hacer el payaso era una idea estupenda, porque no hay nada más encantador que un viejecito bromista que se olvida de que es viejecito y confraterniza con los jóvenes sin importarle el qué dirán. Y todo eso, se lo juro a ustedes por mis muertos más frescos, el psicoanalista especialista, y la conductora del espacio, y los expertos tertulianos, y algunos oyentes que llamaban para mostrarse de acuerdo, o sea, toda esa panda de subnormales, iba soltándolo en la radio a una hora de gran audiencia, con absoluta impavidez. Tan satisfechos de sí mismos.
Hay otra forma de mantenerse joven, pensaba yo al terminar de afeitarme. Por ejemplo, utilizando la pensión mensual de 38.000 pesetas para ir a la armería de la esquina y comprar una caja de cartuchos del doce, descolgar la escopeta de caza de la pared, y luego darse una vuelta por el estudio de radio para intervenir en directo. Hola, buenas, soy el pensionista Mariano López. Pumba, pumba, pumba. Y una camiseta que ponga: Souvenir from Puerto Urraco. Veréis qué juvenil y qué risa. Así, más sentido del humor, imposible. Y que la gorra del gato Silvestre se la ponga vuestra puta madre.
19 de septiembre de 1999
El otro día, sin ir más lejos, me calzaron un debate sobre la tercera edad, o sea, los abueletes. Me estaba afeitando y me lo calcé íntegro, incluida la opinión de un eminente psicólogo, o psiquiatra, o yo qué diablos sé. Un fulano que decía saber de viejos. Y el pájaro y sus contertulios me tuvieron allí en suspenso, con la maquinilla en alto y media cara enjabonada, alucinando en colores mientras duró el asunto. Y es que no hay como unos cuantos especialistas para poner las cosas en su sitio.
El planteamiento era como sigue: lo que más envejece y machaca es asumir la vejez. Por eso resulta imprescindible mantener actitudes juveniles y ganas de marcha. Es un error resignarse a ser viejo. Hay que ser joven de espíritu. Y, para conseguirlo, los tertulianos expertos, la conductora del programa y el eminente psicoterapeuta, o lo que fuera, daban al personal una serie de consejos. La actitud ejemplar, señalaba uno, era la de aquella abuela que, en el cumpleaños de su nieto, se vistió de rockera a base de cuero y guitarra, y le dedicó una actuación a él y a sus amiguetes. El ejemplo, traído a colación por uno de la tertulia, levantó un coro de aprobación en el resto. Qué entrañable, vinieron a decir. Ése es el camino. Acto seguido, el psicosomático invitado animó a los radioyentes de edad avanzada a no resignarse a su abyecto papel de jubilados, sino a salir a la calle con desafío que afirme su existencia individual e inalienable. Por ejemplo, subrayó, con el uso de prendas atrevidas.
Nada de grises y tonos oscuros, sino colores alegres, vivos, que plasmen la voluntad de vivir. La ropa deportiva no es patrimonio exclusivo de los jovenzuelos, declaró. Hay que vestirse de forma divertida, imaginativa. A ver por qué, puntualizaba con agudeza, un caballero de la tercera edad no va a poder lucir una gorra con el gato Silvestre o una camiseta de la Guerra de las Galaxias.
Pero lo mejor fue lo del humor. Lo mejor fue cuando el psicodélico invitado precisó que la mejor terapia contra el envejecimiento es el sentido del humor. Hay que hacer el payaso, dijo literalmente. Hay que hacer el payaso cuanto se pueda, salir a bailar moderno, reírse de sí mismo y provocar la risa de los demás, porque la risa es el mejor antídoto contra las canas y las arrugas. Y la conductora del programa y todos los otros imbéciles dijeron que sí, que naturalmente. Que antes la muerte que las canas y las arrugas. Que hay que negarse a envejecer a toda costa, y que cualquier recurso es bueno, y que lo de hacer el payaso era una idea estupenda, porque no hay nada más encantador que un viejecito bromista que se olvida de que es viejecito y confraterniza con los jóvenes sin importarle el qué dirán. Y todo eso, se lo juro a ustedes por mis muertos más frescos, el psicoanalista especialista, y la conductora del espacio, y los expertos tertulianos, y algunos oyentes que llamaban para mostrarse de acuerdo, o sea, toda esa panda de subnormales, iba soltándolo en la radio a una hora de gran audiencia, con absoluta impavidez. Tan satisfechos de sí mismos.
Hay otra forma de mantenerse joven, pensaba yo al terminar de afeitarme. Por ejemplo, utilizando la pensión mensual de 38.000 pesetas para ir a la armería de la esquina y comprar una caja de cartuchos del doce, descolgar la escopeta de caza de la pared, y luego darse una vuelta por el estudio de radio para intervenir en directo. Hola, buenas, soy el pensionista Mariano López. Pumba, pumba, pumba. Y una camiseta que ponga: Souvenir from Puerto Urraco. Veréis qué juvenil y qué risa. Así, más sentido del humor, imposible. Y que la gorra del gato Silvestre se la ponga vuestra puta madre.
19 de septiembre de 1999
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