domingo, 7 de abril de 2002

Victoria en Somosierra


Ya era hora. Por fin la Dirección General del Patrimonio se ha cortado un poquito, abriendo expediente para la declaración de Bien de Interés Cultural del campo de batalla de Somosierra, donde el 30 de noviembre de 1808 tuvo lugar la más legendaria carga de caballería de que se tiene memoria, quien la tiene –Balaclava, y lo siento por mi vecino el perro inglés, fue una vil chapuza que se inventó el poeta Tennyson-. Ya sé que todo eso suena ahora a prehistoria caduca, fané y descangallada, y que gracias al denodado esfuerzo de varios ex ministros de Educación y Cultura –como mi admirado Javier Solana, ese Kissinger del siglo XXI- ni siguiera viene en los libros del cole; pero hay que reconocer que en su momento la cosa tuvo su miga. Y su importancia. El general Dupont acababa de ser derrotado en Bailén por un ejército de guerrilleros, Napoleón Bonaparte en persona dirigía la reconquista de la Península, y en Somosierra diez mil españoles intentaban cortarle el paso hacia Madrid a dieciocho mil fulanos que eran la flor y la nata del Ejército gabacho. A las siete de la mañana había niebla, los de aquí se defendían bien, y el mariscal Víctor –el padre del escritor Víctor Hugo- no conseguía despejar las alturas. Entonces Napoleón ordenó una carga de la caballería polaca monte arriba, directos contra los cañones; y los polacos, que eran chavales muy bien mandados y con los huevos en su sitio, gritaron viva el emperador y toda la parafernalia, picaron espuelas y, bueno. Palmaron unos cuantos, pero se pasaron por la piedra a los manolos de arriba, que al mediodía corrían como conejos.

No fue un momento muy glorioso para la cosa hispánica, la verdad. Puesto a tocar trompetas en plan tararí tararí, se me ocurren otros. Pero la batalla de Somosierra está en los libros de historia militar, y además por allí andaba el Petit Cabrón en persona, desayunando –supongo- unos huevos fritos con chorizo. Así que para los aficionados a la historia, la cosa tiene su puntito. En cuanto al campo de batalla, como suele ocurrir en estos casos –las batallas de antes solían darse en campo abierto-, su valor es menos arqueológico que de paisaje histórico. Los restos de la época son muy pocos: una fortificación militar napoleónica, una ermita y medio puente de piedra de autenticidad dudosa. Pero allí arriba, como ocurre en otros lugares semejantes, se reúnen cada año, para conmemorar la fecha, investigadores, aficionados y representantes de los países que participaron en el asunto. Recorren los lugares, estudian los hechos en la topografía local, mantienen vivo el recuerdo de la tragedia, el heroísmo y la estupidez humana, honran la memoria de quienes allí sufrieron, y reflexionan sobre la terrible lección que encierra cada campo de batalla. En el caso de Somosierra no faltan cada año representantes polacos y franceses, que peregrinan por aquellas alturas, aquí estaba Fulano y allí Mengano, por aquí subieron, aquí tal y cual. Ya he escrito alguna vez en esta página que la visita a un campo de batalla puede ser mala o buena, según quién te guíe por él. Y que si dejamos a un lado la demagogia patriotera barata y también la otra demagogia estúpida que se niega a aceptar que la condición humana está hecha de sombras y de tragedia, un lugar como Somosierra puede convertirse, para las generaciones jóvenes, en una excelente escuela de lucidez y de tolerancia.

Por suerte ya no es necesario irse a Waterloo o a la playa Omaha, tan lejos, para encontrar grupos de escolares a quienes sus profesores explican, en el escenario de los hechos, cómo y por qué miles de jóvenes quemaron sus vidas en la hoguera absurda de la guerra. En España, gracias a la iniciativa de ayuntamientos, de particulares aficionados a la historia o de maestros –hermosa palabra que en este país de soplapollas ya nadie usa- que libran su particular honrosa batalla contra la desmemoria, se lleva a cabo en los últimos años un esfuerzo de recuperación de lugares vinculados a nuestra historia. Así que no está mal que, de vez en cuando, organismos oficiales de más peso y recursos económicos echen una mano y se mojen en la faena, como acaba de hacer la Dirección General del Patrimonio con el respaldo de la Comunidad de Madrid. Lástima que eso ocurra –que tiene delito- sólo después de que la iniciativa haya sido apoyada por los gobiernos de Francia y Polonia, tras muchos años de intentos frustrados en los que, debido a que las iniciativas procedían sólo de particulares españoles, nadie hizo ni puto caso. Y conservo como oro en paño el recorte de prensa cuando hace cosa de cinco o seis años se rechazó la humilde propuesta de levantar un monolito conmemorativo en Somosierra, después de que un representante de Izquierda Unida argumentara – todo un manifiesto cultura, el suyo- que las batallas son de derechas de toda la vida, que esa iniciativa era puro militarismo franquista, y que a santo de qué venía acordarse a estas alturas de ese tal Napoleón.

7 de abril de 2002

4 comentarios:

Sátiro dijo...

Así es España; se mofa de sus glorias en cambio levanta estatuas y crea memoriales para sus antaño enemigos y consquistadores.
Se olvida del pasado común y se inclina ante sus vecinos.
Por su lado Polonia, tierra de gran sufrimiento, jamás olvida aquel épico día de 1808.

José Blas dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

No es que la cosa militar me ponga, entiendo que realmente se debe mostrar el sacrificio y sufrimiento de unos muchos ( sean manolos, gabachos o polacos) en beneficio de los pocos de turno. En cuanto al político da la sensación que el poder lo atonta.

Andrés Freire dijo...

Gracias a esa victoria Napoleon pudo decretar en Madrid, unos días después, la abolición de la Santa Inquisición. Otros patrios la reinstauraron, pero eso es otra Historia.