El término técnico es hacker: algo intraducible al castellano, pero a él le trae sin cuidado que se traduzca o no. Tiene dieciséis años y lleva fatal los estudios, aunque no es un chico conflictivo. No lo es, al menos, en el sentido convencional. Resulta tranquilo y retraído, casi tímido con su aire absorto, distante. Lejos de ser un prodigio de simpatía, se relaciona poco, no sale con amigos ni con chicas y pasa la mayor parte de su tiempo libre encerrado en su habitación: un televisor portátil, cajas de disquetes, libros, herramientas y manuales de informática. Presidiendo el panorama, un ordenador PC de esos muy potentes, con modem telefónico e impresora. Según cuenta su preocupado padre, desde que le regalaron su primer PC hace cuatro años ahorra como un avaro para modernizar el equipo, que completa con los últimos avances técnicos. Su sueño ahora es un 486. Ignoro por completo qué diablos es semejante artilugio, y su padre lo ignora también. Pero por la expresión que el chico pone al referirse a él, su forma de entornar los ojos y esbozar una media sonrisa, de esas que no llegan a definirse del todo, íntimas y frías, eso del 486 tiene que ser la leche.
Duerme poco, cuatro o cinco horas al día, nutriéndose durante sus largas veladas nocturnas de coca-cola y aspirinas. Cuando baja la escalera y se relaciona con el resto de su familia lo hace entre nieblas, como desde el interior de una nube. Al filo de la madrugada, cuando los otros duermen, él teclea inclinado en el tablero de su ordenador, en silencio, viajando a través de la línea telefónica conectada a éste. Se mueve como Pedro por su casa entrando en las centrales de teléfonos, a través de las líneas internacionales por las que se introduce de modo subrepticio, pirata, falseando impulsos para que le salgan las llamadas gratis, rebotándolas de Madrid a Barcelona, de México a Buenos Aires por Londres, vía satélite. Por la inmensa tela de araña que constituyen los sistemas informáticos entrelazados a las redes de comunicaciones internacionales, ese chico de dieciséis años viaja con una audacia increíble, que nadie que conozca la pinta que tiene podría imaginarle nunca.
Deberían observarlo. Con la certera frialdad de un experto se infiltra en los sistemas de las empresas, de los bancos, curiosea los ficheros informáticos, hace saltar claves de seguridad, penetra en áreas restringidas, echa una ojeada a las agendas privadas de los altos ejecutivos o comprueba las cuentas y las tarjetas de crédito de los clientes en las entidades bancarias. Todo eso lo hace por puro placer, por la emoción del juego. Por rizar el rizo, desafiándose a sí mismo en un más difícil todavía. Podría manipular esas cuentas en su beneficio, infiltrar virus informáticos que paralicen los sistemas o destruyan archivos. Pero a él -quizá sea demasiado joven- sólo le interesa mirar. Se limita a ser un turista fascinado, un pirata informático inofensivo y misántropo.
A veces, a esa hora de la madrugada cuando el silencio es absoluto, perfecto, se cruza en el curso de sus viajes con hermanos de culto, con camaradas lejanos que deambulan, como él, por los fríos caminos de las líneas telefónicas y las comunicaciones por satélite. Fantasmas que sólo se materializan bajo la forma de impulsos electrónicos, y con quienes su único contacto consiste en unas palabras escritas en la pantalla del ordenador, en breves diálogos, a menudo llenos de referencias técnicas. Mensajes que van y vienen entre Toledo, Ohio, y Sofía, Bulgaria. Entre Yakarta y Rotterdam, firmados Mad Hacker, o Viajero de la Noche, o Captain Crispis, del mismo modo que él firma los suyos Lonesome Hero: Héroe Solitario. Héroes de las sombras que cabalgan la soledad y descienden al abismo de la noche informática en busca de un sueño, de una confusa quimera hecha de bytes y de RAMS, recreando y recreándose a sí mismos con ese mundo virtual donde pueden instalarse en pocos segundos pulsando las teclas de un ordenador. Un mundo a su medida, que cabe en un teclado y una pantalla, y que al mismo tiempo extiende sus tentáculos por el planeta, incluso por el universo como una droga cósmica. Son adictos, yonquis de la informática y el ordenador.
Después, al alba, Lonesome Hero se frota los ojos enrojecidos, y tras beber el último sorbo de coca-cola apagará el ordenador con la presión del dedo índice. Y se irá a dormir sin franquear el umbral difuso del sueño real y del mundo soñado donde se mueve como a cámara lenta, amortiguados los sonidos del exterior. Extranjero de dieciséis años, ajeno a cuanto no sea esa leyenda tejida por él y para sí mismo, ese mundo hecho a medida, cierto y ficticio al mismo tiempo, donde es único dueño de su destino y donde vive la única aventura que le interesa, la única aventura posible en su edad y su tiempo. Pobre, triste y terrible héroe solitario. Y ya de día, cuando acuda a despertarlo para el colegio, su madre permanecerá inmóvil e inquieta unos segundos junto a la cama, con indefinible angustia, preguntándose en qué se equivocó; Observando el rostro de ese extraño al que ya no conseguirá reconocer jamás.
11 de julio de 1993
Duerme poco, cuatro o cinco horas al día, nutriéndose durante sus largas veladas nocturnas de coca-cola y aspirinas. Cuando baja la escalera y se relaciona con el resto de su familia lo hace entre nieblas, como desde el interior de una nube. Al filo de la madrugada, cuando los otros duermen, él teclea inclinado en el tablero de su ordenador, en silencio, viajando a través de la línea telefónica conectada a éste. Se mueve como Pedro por su casa entrando en las centrales de teléfonos, a través de las líneas internacionales por las que se introduce de modo subrepticio, pirata, falseando impulsos para que le salgan las llamadas gratis, rebotándolas de Madrid a Barcelona, de México a Buenos Aires por Londres, vía satélite. Por la inmensa tela de araña que constituyen los sistemas informáticos entrelazados a las redes de comunicaciones internacionales, ese chico de dieciséis años viaja con una audacia increíble, que nadie que conozca la pinta que tiene podría imaginarle nunca.
Deberían observarlo. Con la certera frialdad de un experto se infiltra en los sistemas de las empresas, de los bancos, curiosea los ficheros informáticos, hace saltar claves de seguridad, penetra en áreas restringidas, echa una ojeada a las agendas privadas de los altos ejecutivos o comprueba las cuentas y las tarjetas de crédito de los clientes en las entidades bancarias. Todo eso lo hace por puro placer, por la emoción del juego. Por rizar el rizo, desafiándose a sí mismo en un más difícil todavía. Podría manipular esas cuentas en su beneficio, infiltrar virus informáticos que paralicen los sistemas o destruyan archivos. Pero a él -quizá sea demasiado joven- sólo le interesa mirar. Se limita a ser un turista fascinado, un pirata informático inofensivo y misántropo.
A veces, a esa hora de la madrugada cuando el silencio es absoluto, perfecto, se cruza en el curso de sus viajes con hermanos de culto, con camaradas lejanos que deambulan, como él, por los fríos caminos de las líneas telefónicas y las comunicaciones por satélite. Fantasmas que sólo se materializan bajo la forma de impulsos electrónicos, y con quienes su único contacto consiste en unas palabras escritas en la pantalla del ordenador, en breves diálogos, a menudo llenos de referencias técnicas. Mensajes que van y vienen entre Toledo, Ohio, y Sofía, Bulgaria. Entre Yakarta y Rotterdam, firmados Mad Hacker, o Viajero de la Noche, o Captain Crispis, del mismo modo que él firma los suyos Lonesome Hero: Héroe Solitario. Héroes de las sombras que cabalgan la soledad y descienden al abismo de la noche informática en busca de un sueño, de una confusa quimera hecha de bytes y de RAMS, recreando y recreándose a sí mismos con ese mundo virtual donde pueden instalarse en pocos segundos pulsando las teclas de un ordenador. Un mundo a su medida, que cabe en un teclado y una pantalla, y que al mismo tiempo extiende sus tentáculos por el planeta, incluso por el universo como una droga cósmica. Son adictos, yonquis de la informática y el ordenador.
Después, al alba, Lonesome Hero se frota los ojos enrojecidos, y tras beber el último sorbo de coca-cola apagará el ordenador con la presión del dedo índice. Y se irá a dormir sin franquear el umbral difuso del sueño real y del mundo soñado donde se mueve como a cámara lenta, amortiguados los sonidos del exterior. Extranjero de dieciséis años, ajeno a cuanto no sea esa leyenda tejida por él y para sí mismo, ese mundo hecho a medida, cierto y ficticio al mismo tiempo, donde es único dueño de su destino y donde vive la única aventura que le interesa, la única aventura posible en su edad y su tiempo. Pobre, triste y terrible héroe solitario. Y ya de día, cuando acuda a despertarlo para el colegio, su madre permanecerá inmóvil e inquieta unos segundos junto a la cama, con indefinible angustia, preguntándose en qué se equivocó; Observando el rostro de ese extraño al que ya no conseguirá reconocer jamás.
11 de julio de 1993
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