Hay domingos en que le dan a uno esta página hecha, y vas y te sientas ante el teclado del ordenador con el colmillo goteante. Creo haberles dicho alguna vez antes que -desde mi siempre subjetivo y parcial punto de vista- a menudo hace más daño un tonto con buenas intenciones que un malvado perverso. Al malvado puedes comprarlo, sobornarlo, convencerlo de que daña sus propios intereses, e incluso, puestos a lo peor y en el contexto histórico o social idóneo, volarle los cuernos con posta lobera. Pero al bobo bienintencionado, al tiñalpa que se cree su propia letanía, a ese no hay manera de convencerlo de nada. Y puestos a sumar, no hay nada peor que la estupidez sumada al poder, y al fanatismo.
Toda esta introducción, o exordio, viene a cuento porque estamos en vísperas de Reyes, y hay un muñeco que se vende, o que se vendía por ahí, con el careto de un niño que tiene un ojo amoratado, un diente roto, un chichón en la frente y una tirita en la cara. Un muñeco, por cierto, feo como la madre que lo parió, pero muñeco al fin y al cabo, cuyo aspecto consideró el fabricante -desaprensivo en el sentido literal del término- que sería interesante para los niños, niñas más bien, que a fin de cuentas son los destinatarios presuntos del invento. Personalmente, el muñeco de marras me parece una gilipollez; pero también es cierto que los almacenes de juguetes y las llamadas grandes superficies y los anuncios de la tele están plagados estos días de gilipolleces de mucha más envergadura, y tampoco pasa nada. Es lo que hay, y punto. Allá los fabricantes, y los papas, y los puñeteros niños con lo que venden, lo que piden y lo que compran.
Pero hete aquí, y a eso es a lo que iba, que a la ex ministra de Asuntos Sociales y diputada socialista Cristina Alberdi tampoco le ha gustado el muñeco. No porque el engendro le parezca horroroso o de mal gusto como nos lo parece a otros, sino porque ve en él a un niño maltratado; y es "inadmisible -afirma- la comercialización de un juguete de esas características en desprecio del más elemental respeto a la protección de los menores"... Esto no es que la ex ministra lo haya dicho tomando unas cañas, o comentado con su mejor amiga, o escrito como personal impresión de la jornada en su querido diario. No. Esto se lo ha contado al Defensor del Pueblo, en un texto trufado con citas del Código Penal y la Constitución sobre lesiones a menores, violencia en el seno familiar y vulneración de derechos fundamentales, amén de un enérgico apremio para que el mencionado Defensor tome cartas en el asunto. Y comentan que, en efecto, el señor Álvarez de Miranda, a quien defender al pueblo en España le deja mucho tiempo libre, llamará al muñeco a declarar para investigar los malos tratos, por si hubiera lugar a delito o a lo que sea, ahora que la Dura Lex sed Lex, Duralex, está más desahogada tras rehabilitar al honesto Laureano Oubiña, y tiene lugar para ocuparse de otros asuntos de peso.
En fin. Me encantaría que la ex ministra, de quien ignoraba tan pasmosa habilidad para apuntarse a cualquier foto, dedicase un poco de su celo integrista a explicar por qué el muñeco de marras tiene que haber sufrido forzosamente malos tratos y no, por ejemplo, estar como un Ecce Homo después de haberse caído por las escaleras de su casa, o haberse golpeado con una puerta, o ser atropellado por un coche de Famóvil que luego se dio a la fuga. A ver por qué diablos, digo yo, incluso aunque tras arduas investigaciones, careos, procedimientos e intervención del Tribunal Tutelar de Menores se demostrara que el muñeco fue, en efecto, objeto de malos tratos, no iba a ser bueno para los niños acoger en casa a un bebé maltratado. Y de ese modo, con su infantil cariño, el calor de un hogar y una familia unida y ejemplar, curar las heridas físicas y morales del muñeco y devolverle, al pobre desgraciado, la fe en la Humanidad, etcétera. A ver por qué, del mismo modo que los atormentados cristos barrocos movían a la reflexión y a la piedad, no puede ese muñeco, por ejemplo, inducir en los niños idéntico efecto piadoso y saludable. Ya he consignado antes que el engendro me importa un bledo. Pero, puestos a ejercer la demagogia baratera, mejor me parece acoger a un huerfanito maltratado que a ese putón relamido, la tal Barbie, tan rubia, sonriente, cursi y snob, que -ella sí- supone una incitación directa, de juzgado de guardia, a la violación y el asesinato.
5 de enero de 1997
Toda esta introducción, o exordio, viene a cuento porque estamos en vísperas de Reyes, y hay un muñeco que se vende, o que se vendía por ahí, con el careto de un niño que tiene un ojo amoratado, un diente roto, un chichón en la frente y una tirita en la cara. Un muñeco, por cierto, feo como la madre que lo parió, pero muñeco al fin y al cabo, cuyo aspecto consideró el fabricante -desaprensivo en el sentido literal del término- que sería interesante para los niños, niñas más bien, que a fin de cuentas son los destinatarios presuntos del invento. Personalmente, el muñeco de marras me parece una gilipollez; pero también es cierto que los almacenes de juguetes y las llamadas grandes superficies y los anuncios de la tele están plagados estos días de gilipolleces de mucha más envergadura, y tampoco pasa nada. Es lo que hay, y punto. Allá los fabricantes, y los papas, y los puñeteros niños con lo que venden, lo que piden y lo que compran.
Pero hete aquí, y a eso es a lo que iba, que a la ex ministra de Asuntos Sociales y diputada socialista Cristina Alberdi tampoco le ha gustado el muñeco. No porque el engendro le parezca horroroso o de mal gusto como nos lo parece a otros, sino porque ve en él a un niño maltratado; y es "inadmisible -afirma- la comercialización de un juguete de esas características en desprecio del más elemental respeto a la protección de los menores"... Esto no es que la ex ministra lo haya dicho tomando unas cañas, o comentado con su mejor amiga, o escrito como personal impresión de la jornada en su querido diario. No. Esto se lo ha contado al Defensor del Pueblo, en un texto trufado con citas del Código Penal y la Constitución sobre lesiones a menores, violencia en el seno familiar y vulneración de derechos fundamentales, amén de un enérgico apremio para que el mencionado Defensor tome cartas en el asunto. Y comentan que, en efecto, el señor Álvarez de Miranda, a quien defender al pueblo en España le deja mucho tiempo libre, llamará al muñeco a declarar para investigar los malos tratos, por si hubiera lugar a delito o a lo que sea, ahora que la Dura Lex sed Lex, Duralex, está más desahogada tras rehabilitar al honesto Laureano Oubiña, y tiene lugar para ocuparse de otros asuntos de peso.
En fin. Me encantaría que la ex ministra, de quien ignoraba tan pasmosa habilidad para apuntarse a cualquier foto, dedicase un poco de su celo integrista a explicar por qué el muñeco de marras tiene que haber sufrido forzosamente malos tratos y no, por ejemplo, estar como un Ecce Homo después de haberse caído por las escaleras de su casa, o haberse golpeado con una puerta, o ser atropellado por un coche de Famóvil que luego se dio a la fuga. A ver por qué diablos, digo yo, incluso aunque tras arduas investigaciones, careos, procedimientos e intervención del Tribunal Tutelar de Menores se demostrara que el muñeco fue, en efecto, objeto de malos tratos, no iba a ser bueno para los niños acoger en casa a un bebé maltratado. Y de ese modo, con su infantil cariño, el calor de un hogar y una familia unida y ejemplar, curar las heridas físicas y morales del muñeco y devolverle, al pobre desgraciado, la fe en la Humanidad, etcétera. A ver por qué, del mismo modo que los atormentados cristos barrocos movían a la reflexión y a la piedad, no puede ese muñeco, por ejemplo, inducir en los niños idéntico efecto piadoso y saludable. Ya he consignado antes que el engendro me importa un bledo. Pero, puestos a ejercer la demagogia baratera, mejor me parece acoger a un huerfanito maltratado que a ese putón relamido, la tal Barbie, tan rubia, sonriente, cursi y snob, que -ella sí- supone una incitación directa, de juzgado de guardia, a la violación y el asesinato.
5 de enero de 1997
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