Pues sí. Resulta que el Ministerio de Defensa quiere unas fuerzas armadas profesionales que sean de la OTAN terror, del turco espanto. Y como los laureles se plantan tiernos, anima a los colegios a organizar conferencias y visitas a unidades militares, a fin de que los zagales desarrollen la afición a derramar por la Patria hasta la última gota de sangre. En eso de la Patria y de la gota el arriba firmante ni entra ni sale, porque a estas fechas del desguace me tiene sin cuidado que nuestras fuerzas armadas sean profesionales, mercenarias, mediopensionistas o reclutadas en una reserva apache. Incluso que no sean. Pero, puestos, se me ocurren otras actividades más útiles y dignas que enseñar un Cetme. Y no estaría de más recordar que, Bosnia aparte, las únicas actividades útiles que hoy se le conocen a las fuerzas armadas españolas se deben, casi todas, a iniciativas locales de jefes, oficiales y suboficiales. Como, por ejemplo, las Aulas del Mar -Navegación, Arqueología, Historia, Medio Ambiente- que el Centro de Buceo de la Armada realiza cada verano, callada y eficazmente en sus instalaciones de Cartagena, sin un duro de subvención, en concierto casi personal con la Universidad de Murcia.
Y tiene gracia -y maldita la gracia- que, en un momento en que el ministerio del ramo se llena la boca con la necesidad de que los jóvenes, etcétera, sea el mismo ministerio de Defensa el que se disponga ahora a desmantelar, con nocturnidad y por el morro, lo que pudo ser y es todavía su gran baza cultural e histórica: el eje en torno al que habría que vertebrar todo ese acercamiento demagógico y de boquilla, con el que tanto las pía en estos tiempos de insumisión y vacas flacas. Me refiero al Museo del Ejército de Madrid, y que constituye, con su bellísima concepción de museo romántico del XTX, una de las más importantes piezas de la Historia militar europea, y de la Historia a secas.
Vayan y miren, ahora que todavía pueden. Allí están las banderas de los viejos tercios del XVI y el XVII, la tienda de Carlos V, la mejor colección de armas de fuego antiguas que existe en el mundo, la bandera del San Juan Nepomuceno en Trafalgar y la tomada por Gálvez a los ingleses en la toma de Pensacola. Está la armadura del Gran Capitán. Están las urnas con las mortajas de Daoiz y Velarde, un sable que fue de Napoleón y otro de Murat, la espada de Boabdil, un trozo del árbol donde Cotes lloró su Noche Triste, salas coloniales, cuadros, uniformes, el pendón que llevó Pizarra en la conquista del Perú, un cañón del contratorpedero 'Plutón' hundido en Santiago de Cuba y que Fidel Castro nos cambió por la silla de Maceo, ingenios antiguos, carruajes. Y una espada del siglo onceno que es nada menos que la 'Tizona' del Cid.
¿Saben qué va a hacer Defensa con todo eso? Pues vaciar el recinto para ampliar el Prado -se diría que no hay otros edificios en Madrid-, desmontar el museo y llevárselo al Alcázar de Toledo. O, dicho de otro modo, dejar a la capital de España sin Historia militar, que es lo único que a muchos nos interesa de lo militar. Para lo que, por cierto, no hay plan, ni presupuesto, ni nada. De modo que la siguiente etapa será un largo sueño, quizá eterno, en los sótanos de quién sabe dónde. Y luego, con suerte, a un Alcázar de Toledo que -dicho sea con todo el respeto para sus defensores-, con su despacho de Moscardó y su museo del asedio, es un monumento a la Cruzada, o sea al franquismo, o sea a lo que ya me entienden. Y esa sutil canallada o espectacular gilipollez de identificar Historia y franquismo es, amén de falsa, peligrosa. Y más en los tiempos que corren. Porque, entre otras cosas, la Historia de España no tiene la culpa de que los vencedores de la Guerra Civil se la apropiaran en su faceta imperial, ni de que los trece años de Pesoe la llenaran de olvido y de mierda, ni de que los meapilas del Pepe gobiernen comprando apoyos y avergonzados de sí mismos.
Imagínense el traslado que se avecina: las banderas centenarias que al sacarlas de sus vitrinas se convertirán en polvo, y todo de acá para allá. La Historia de España en cuatro cajas y luego al Alcázar -lo que no desaparezca por el camino- asimilado al patrimonio de quienes rezan un Padrenuestro en la tumba de Miláns del Bosch. Y mientras, el ministro de Defensa enseñándoles cuarteles a los nenes, con un bocadillo de mortadela y un tanque Leopard que encima es alemán y lo tenemos en 'leasing'.
14 de diciembre de 1997
Y tiene gracia -y maldita la gracia- que, en un momento en que el ministerio del ramo se llena la boca con la necesidad de que los jóvenes, etcétera, sea el mismo ministerio de Defensa el que se disponga ahora a desmantelar, con nocturnidad y por el morro, lo que pudo ser y es todavía su gran baza cultural e histórica: el eje en torno al que habría que vertebrar todo ese acercamiento demagógico y de boquilla, con el que tanto las pía en estos tiempos de insumisión y vacas flacas. Me refiero al Museo del Ejército de Madrid, y que constituye, con su bellísima concepción de museo romántico del XTX, una de las más importantes piezas de la Historia militar europea, y de la Historia a secas.
Vayan y miren, ahora que todavía pueden. Allí están las banderas de los viejos tercios del XVI y el XVII, la tienda de Carlos V, la mejor colección de armas de fuego antiguas que existe en el mundo, la bandera del San Juan Nepomuceno en Trafalgar y la tomada por Gálvez a los ingleses en la toma de Pensacola. Está la armadura del Gran Capitán. Están las urnas con las mortajas de Daoiz y Velarde, un sable que fue de Napoleón y otro de Murat, la espada de Boabdil, un trozo del árbol donde Cotes lloró su Noche Triste, salas coloniales, cuadros, uniformes, el pendón que llevó Pizarra en la conquista del Perú, un cañón del contratorpedero 'Plutón' hundido en Santiago de Cuba y que Fidel Castro nos cambió por la silla de Maceo, ingenios antiguos, carruajes. Y una espada del siglo onceno que es nada menos que la 'Tizona' del Cid.
¿Saben qué va a hacer Defensa con todo eso? Pues vaciar el recinto para ampliar el Prado -se diría que no hay otros edificios en Madrid-, desmontar el museo y llevárselo al Alcázar de Toledo. O, dicho de otro modo, dejar a la capital de España sin Historia militar, que es lo único que a muchos nos interesa de lo militar. Para lo que, por cierto, no hay plan, ni presupuesto, ni nada. De modo que la siguiente etapa será un largo sueño, quizá eterno, en los sótanos de quién sabe dónde. Y luego, con suerte, a un Alcázar de Toledo que -dicho sea con todo el respeto para sus defensores-, con su despacho de Moscardó y su museo del asedio, es un monumento a la Cruzada, o sea al franquismo, o sea a lo que ya me entienden. Y esa sutil canallada o espectacular gilipollez de identificar Historia y franquismo es, amén de falsa, peligrosa. Y más en los tiempos que corren. Porque, entre otras cosas, la Historia de España no tiene la culpa de que los vencedores de la Guerra Civil se la apropiaran en su faceta imperial, ni de que los trece años de Pesoe la llenaran de olvido y de mierda, ni de que los meapilas del Pepe gobiernen comprando apoyos y avergonzados de sí mismos.
Imagínense el traslado que se avecina: las banderas centenarias que al sacarlas de sus vitrinas se convertirán en polvo, y todo de acá para allá. La Historia de España en cuatro cajas y luego al Alcázar -lo que no desaparezca por el camino- asimilado al patrimonio de quienes rezan un Padrenuestro en la tumba de Miláns del Bosch. Y mientras, el ministro de Defensa enseñándoles cuarteles a los nenes, con un bocadillo de mortadela y un tanque Leopard que encima es alemán y lo tenemos en 'leasing'.
14 de diciembre de 1997
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