Esto no puede quedar así, y exijo una reparación. Lo que ha hecho El Semanal conmigo es una canallada y un agravio comparativo. Y ya los estoy calando: mucho premio Correo por aquí y mucha historia por allá, pero a la hora de la verdad van y te la colocan doblada. De modo que he pedido me dejen ilustrar esta página con los cuerpos -nunca mejor dicho- del delito. Así que juzguen ustedes: a una parte, la página publicitaria que el 31 de mayo acompañaba el artículo de mi vecino y hasta entonces querido colega Javier Marías. A la otra, la que acompañaba el mío. Observen, comparen, y juzguen. Y no me digan, pardiez, que no es para ponerse a blasfemar en arameo. O en gomorrés.
Porque uno, o sea, yo, aceptó siempre la evidencia: mi vecino Marías es un corazón que tiene todas las almas inmaculadamente blancas, un chico educado que en vez de cojones dice córcholis -que es un taco italiano-, habla inglés con acento de Oxford, saca de Shakespeare los títulos de sus novelas, y encima es más guapo y ha tenido muchas novias. También acaba de publicar una novela importante, Negra espalda del tiempo, que el arriba firmante, aunque ni él sea mi novelista favorito ni yo sea el suyo, ha leído, como todo lo que Marías escribe, con singular y extraordinario placer. Amén de todo eso, compartimos un trozo de patria común hecho de películas y libros que incluye a Nabokov, a Conrad y a Mann, a cierto común amigo que habita el 223 bis de Baker Street, y también una cinta maravillosa, épica, hecha de honor y amistad, llamada Vida y muerte del coronel Blimp. Que por cierto acaba de ser reeditada en video.
Uno, que no era rencoroso -aunque sí con buena memoria-, reconocía todas esas virtudes en su vecino Marías; incluido el hecho de que él es un gentleman, género más bien raro en esta España donde todo el mundo se tutea con una grosería propia de quienes han coincidido en la misma casa de putas. En cuanto a mí, pese a que fui educado para ser un caballero, la vida, que es muy perra, me llevó por malos caminos, guerras cochambrosas, amigos etílicos, delincuentes que me enseñaron a decir tacos, y mujeres malas que me enseñaron otras cosas. Además, Marías ama a Juan Benet y de rebote a Faulkner; y a mí me importa un bledo el primero y -pese a bobalios y capullos varios- prefiero una novela de Baroja o Galdós a toda la obra, que en su día me calcé enterita, del segundo. Quiero decir con todo esto que yo tenía asumido lo de cada cual; y aunque el humo de los sacrificios de mi colega subiese recto al cielo donde van los angelitos buenos, y el mío se lo llevara un mistral de treinta nudos, no me mosqueaba por ello. Pero hete aquí que los iscariotes de El Semanal deciden recompensarlo con la vecindad de un anuncio de lencería dotado de un par de tetas soberbias -Marías escribiría senos, pero yo no estuve en Oxford-. Y todo eso se lo ponen al niño bonito así, por la cara; mientras que a mí me ponen, hay que joderse, un moro; o sea, un africano magrebí del Magreb o de la Mauritania o de donde sea el fulano, con su turbante, y con su chilaba, y con toda la, imagino, parafernalia.
Y hasta ahí podíamos llegar. Que tome nota en El Semanal quien corresponda; pero exijo igualdad de trato publicitario de ahora en adelante. Si hay teta para Javier Marías, quiero teta para mí. Si hay pasión turca para mí, pues que también le vayan dando kilo y medio al de Oxford. Aquí no se va nadie de rositas, colega. Porque de lo contrario, vecino, habrá que solventar este asunto como tú ya sabes: un amanecer bajo la nieve y a sablazos en la cara, con Marina Mayoral y Ángeles Caso vestidas de enfermeras de la Señorita Pepis.
21 de junio de 1998
Porque uno, o sea, yo, aceptó siempre la evidencia: mi vecino Marías es un corazón que tiene todas las almas inmaculadamente blancas, un chico educado que en vez de cojones dice córcholis -que es un taco italiano-, habla inglés con acento de Oxford, saca de Shakespeare los títulos de sus novelas, y encima es más guapo y ha tenido muchas novias. También acaba de publicar una novela importante, Negra espalda del tiempo, que el arriba firmante, aunque ni él sea mi novelista favorito ni yo sea el suyo, ha leído, como todo lo que Marías escribe, con singular y extraordinario placer. Amén de todo eso, compartimos un trozo de patria común hecho de películas y libros que incluye a Nabokov, a Conrad y a Mann, a cierto común amigo que habita el 223 bis de Baker Street, y también una cinta maravillosa, épica, hecha de honor y amistad, llamada Vida y muerte del coronel Blimp. Que por cierto acaba de ser reeditada en video.
Uno, que no era rencoroso -aunque sí con buena memoria-, reconocía todas esas virtudes en su vecino Marías; incluido el hecho de que él es un gentleman, género más bien raro en esta España donde todo el mundo se tutea con una grosería propia de quienes han coincidido en la misma casa de putas. En cuanto a mí, pese a que fui educado para ser un caballero, la vida, que es muy perra, me llevó por malos caminos, guerras cochambrosas, amigos etílicos, delincuentes que me enseñaron a decir tacos, y mujeres malas que me enseñaron otras cosas. Además, Marías ama a Juan Benet y de rebote a Faulkner; y a mí me importa un bledo el primero y -pese a bobalios y capullos varios- prefiero una novela de Baroja o Galdós a toda la obra, que en su día me calcé enterita, del segundo. Quiero decir con todo esto que yo tenía asumido lo de cada cual; y aunque el humo de los sacrificios de mi colega subiese recto al cielo donde van los angelitos buenos, y el mío se lo llevara un mistral de treinta nudos, no me mosqueaba por ello. Pero hete aquí que los iscariotes de El Semanal deciden recompensarlo con la vecindad de un anuncio de lencería dotado de un par de tetas soberbias -Marías escribiría senos, pero yo no estuve en Oxford-. Y todo eso se lo ponen al niño bonito así, por la cara; mientras que a mí me ponen, hay que joderse, un moro; o sea, un africano magrebí del Magreb o de la Mauritania o de donde sea el fulano, con su turbante, y con su chilaba, y con toda la, imagino, parafernalia.
Y hasta ahí podíamos llegar. Que tome nota en El Semanal quien corresponda; pero exijo igualdad de trato publicitario de ahora en adelante. Si hay teta para Javier Marías, quiero teta para mí. Si hay pasión turca para mí, pues que también le vayan dando kilo y medio al de Oxford. Aquí no se va nadie de rositas, colega. Porque de lo contrario, vecino, habrá que solventar este asunto como tú ya sabes: un amanecer bajo la nieve y a sablazos en la cara, con Marina Mayoral y Ángeles Caso vestidas de enfermeras de la Señorita Pepis.
21 de junio de 1998
8 comentarios:
Y yo odio a Perez Reverte. Señor escritor de bestsellers, ni soñando se acercará usted nunca a la sombra de Marías. Pero que prepotente es usted. Que conste que publico como anónimo para librarme de su palabrería y ojeriza.
Javier Marías me parece un escritor pésimo, conseguí leerme una novela suya a duras penas y estoy alucinado de las buenas críticas que se lleva este señor.
Ya que me lo comparen con Cervantes o Proust...lamentable
Estimado Anónimo 1: algo me dice que ni siquiera ha leído el artículo. Que ya será tarde y probablemente ni siquiera lea esto, pero que quede claro que de haberlo hecho habría salido riendo y no echando pestes de Pérez-Reverte.
Vaya par de dos!! jajajajaja os agarraba a ambos y os ponía mirando a la pared toda la hora de clase, es más , os castigaría con maquiavelismo... sí sí, me pondría detrás de ambos con una regla a la espera de que pasara la profesora esa de las tetas grandes con la que tanto babeais ambos y cuando pasase junto a vosotros ...zas! colleja en la cabezza a los dos por mirarla!
¡¡Grande!! Estoy en segundo de bachiller y tengo que leer semanalmente a los articulistas de el correo, etc. Al principio era más bien una pérdida de tiempo añadida, nunca pensé en que podría acabar leyendo un artículo de 1998 (por gusto). ¡Me has enganchado!
Po fale.
Hoy ha muerto mi admiradísimo Javier Marías. Acabo de enterarme en el tuit de Pérez-Reverte. Ha sido un golpe tremendo para mí. Y entre los tuits de condolencia de D. Arturo, he encontrado este simpático artículo, que entre lágrimas y risas leo. Sirva de homenaje eterno. Descanse en paz, maestro Marías. Hasta siempre.
Marías y Pérez Reverte, dos coñazos, cursis y sobrevalorados. Los hay que nacen con estrella. Y el Reverte, un faltón al que me gustaría exharme a la cara.
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