domingo, 1 de julio de 2001

Mecánica y termología


Entra al bar de Lola, se acoda a mi lado en la barra y pide una caña. Mecánica y Termología, dice al segundo sorbo, con espuma en la nariz. Me ha quedado para septiembre, maldita sea. Y sin embargo –añade-, hoy acabo de encontrarme algo en el libro de texto que me ha puesto esta sonrisa en la cara, y aún me dura. Un libro de Física. Problema: Los soldados españoles llamaban «pacos» a los moros porque el sonido de sus fusiles recordaba dicha palabra. ¿A qué se debía esto? Respuesta: El soldado español (blanco del disparo) oía primero un sonido fuerte y seco (¡pa!), que era la onda de Match, y después un ¡coo! más bajo y prolongado ocasionado por la onda expansiva del disparo. Su propio fusil les sonaba de modo distinto, porque todo tirador se halla fuera de la región en que se propaga la onda de Match y no oye más que el estampido del disparo, ya que dicha onda se propaga paralelamente a sí misma, alejándose de la trayectoria de la bala, y, por tanto, del tirador.

Lola se acoda al otro lado del mostrador, interesada. ¿Y adónde lleva todo eso, chaval?, pregunta. Lleva, dice mi amigo, a que es reconfortante encontrar que hay gente capaz de poner un ejemplo así en un libro de Física. De decirte, ojo, tío, que estamos hablando de cosas que se vinculan no a un laboratorio, sino a la vida. Cosas razonadas durante siglos por gente que se sentaba a mirar, a extraer conclusiones de su entorno, en vez de congelar ese entorno en una probeta. También tiene que ver con que ahora la Educación es cada vez más específica y se nos orienta a ser técnicos en una sola materia. Se nos enseña la manera más barata y eficaz de apretar tuercas, sin preocuparnos de si esa tuerca pertenecerá a una lavadora o a un misil tierra-aire; y por supuesto, a nadie le importa quién inventó la puta tuerca. El sistema, o sea, esos imbéciles que nos imponen los planes de estudio, hace que pasemos cuatrimestre a cuatrimestre sobre asignaturas de muchos créditos, que nos convertirán en científicos especializados, pero sin darnos una perspectiva de lo que es el mundo de ahí afuera... ¿Me siguen?.

—O sea —apunta Lola—, que te enseñan a follar pero no a enamorarte.

Le pido a Lola que no se meta, o que no se meta tanto. Sin embargo, a mi amigo le debe de haber gustado el ejemplo, porque dedica a la dueña del bar una sonrisa ancha, reconocida. O igual lo que de verdad le gusta es Lola, con sus treinta largos y su escote moreno, y sus ojos un poquito cansados a estas horas de la vida. Algo así, confirma. No nos enseñan a pensar. Ni siquiera nos dejan tiempo, ni verano, ni invierno, ni resquicios para mirar más allá de los textos, ni para reflexionar sobre lo que aprendemos. ¿A quién le importa que un moro se llame Paco?... Cuando entras en la facultad caes en la trampa; un remolino que te arrastra hasta que acabas la carrera hecho un robot, si es que antes no lo mandas todo a tomar por saco o te pegas un tiro.

—Qué mal rollo, ¿no? —tercia Lola.

Malísimo, confirma mi amigo. Y sólo si tienes voluntad y cojones, si arrancas ratos perdidos, si te preocupas de lo que te rodea, y lees, y viajas si puedes, y miras, acabarás sabiendo algo de lo que es el mundo. Pero ésa es una opción personal que no está al alcance de todos: se lleva mucho del poco tiempo que te dejan, y a veces se paga caro. Por eso no todos están dispuestos a intentarlo. Y te encuentras con gente estupenda quedándose en la cuneta, sin haber leído nunca un libro de Historia o una novela o un ensayo que nos digan de dónde venimos y hacia dónde vamos. Que nos recuerden, con los ejemplos terribles que el hombre ha fabricado durante siglos, lo peligroso que es el progreso en manos de almas vacías de humanidad, de malvados y de irresponsables. Y al final seremos científicos especializados sin valores ni memoria, brillantes, vanidosos, avaros e incultos. Y clonaremos vacas y personas y hasta nuestra propia alma, que no valdrá una mierda.

—¿Saben quién es Ian Malcolm?

Le decimos que no, que no tenemos ni idea. Un cantante inglés, aventura Lola. Y mi amigo sonríe con juvenil suficiencia, y nos cuenta que Ian Malcolm es un personaje de Parque jurásico, y que allí dice: «Ustedes sólo se preocuparon de si podían hacerlo, no de si debían»... Por eso es raro y gratificante, añade, encontrarse de pronto un ejemplo perdido en un libro de Física, como el del soldado y el Paco, tomado de una guerra de la que nadie se acuerda. Algo que se refiere a la conjunción de la historia y la ciencia, y que nos confirma que los teoremas, las leyes, las derivadas parciales y las integrales, forman parte de la vida real. Y que sin esas referencias, los seres humanos sólo serán ecuaciones y tuercas sin alma. Ese chaval se come demasiado el tarro —dice Lola cuando mi amigo termina su cerveza y se larga—. No creo que te dé para un artículo... Pero reconozco que lo del soldado y el moro tiene su puntito.

1 de julio de 2001

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