Es que tienen razón. Vaya si la tienen, porque las cosas ya están pasando de castaño oscuro. La jerarquía vaticana acaba de echarle un chorreo de padre y muy señor mío a las Naciones Unidas, y en concreto al Alto Comisionado para los Refugiados, alias ACNUR, por promover la confusión moral, el sida y el aborto químico. Fíjense ustedes cómo estará el patio que, en estos tiempos de inmoralidad y libertinaje galopante, a los canallas del ACNUR no se les ocurre, para rematar el gorrino, otra cosa que distribuir un folleto en los campos de refugiados, que son unos cuantos y los que te rondaré morena, recomendando el preservativo, la píldora del día siguiente para quien la tenga, y distinguiendo muy clarito entre sexo y procreación. Tela. Todo eso, cuidadín, en vez de plantear valerosamente el indisoluble y sagrado vínculo entre sexo y preñez. O sea: nunca pólvora en salvas, sino ponerla bala donde se pone el ojo, e ir a la legítima -nunca a la zorra que no lo es- no con torpes ganas de arreglarle el cuerpo con un selecto homenaje, sino dispuestos a incrementar los índices de natalidad, asumiendo con responsabilidad y alegría -du, duá, fondo de guitarras de amigas Catalinas y Josefinas, qué alegría cuando me dijeron- la paternidad consciente e inevitable, a razón de una criaturita por cada disparo, y que sea lo que dios quiera. Condición sine qua non, según el magisterio de la Santa Madre, para que la humanidad progrese y luego, además, vaya directamente al cielo. Ese es el verdadero amor. La verdadera entrega de templo a templo, etcétera.
“Por eso son del todo inaceptables -reza el texto eclesiástico que gloso y aplaudo- los medios de control de natalidad que indica el manual de ACNUR. En vez de ser educados en el verdadero amor, en la perspectiva del matrimonio y en el porvenir de una familia, los refugiados son introducidos en un mundo de placer sexual”... Y es que ahí está la madre del agnus. El quid de la cuestión. Porque imagínense ustedes ese caos social, ese marasmo promiscuo de los campos de refugiados, con todos esos hombres y mujeres disfrutando sueltos por el monte o durmiendo juntos en tiendas de campaña con el pretexto de que huyen de algo. Esos hacinamientos humanos tan proclives a las bajas pasiones y a los sucios instintos, hala, todos revueltos, sin freno, sin control, sin pudor. Esas mujeres haciendo sus necesidades de cualquier manera, a la vista de todos. Esas copulaciones incontroladas. Esas viudas, trasuntos de Jezabel, a las que ya dan igual ocho que ochenta. Y para poner coto a las espantosas consecuencias que tal paisaje facilita, en vez de una vigilancia rigurosa que preserve el orden moral, de un control férreo y un adoctrinamiento cristiano que los mantenga a todos alejados de la tentación, obligándolos a emplear sus meses, años y vidas de ocio a estéril en fortalecer el alma disciplinando el cuerpo, a ACNUR no le ocurre otra cosa que atizar las bajas pasiones repartiendo preservativos, esterilizando, facilitando -me tiembla la tecla solo de escribirlo- el aborto no ya sólo a mujeres violadas, que ya es perverso de suyo, y algo habrán hecho esas individuas para verse en tal coyuntura, sino al aborto en general. Con medidas que atentan contra la ley divina en dos órdenes, o categorías: primero, porque “impiden la procreación y facilitan el sexo irresponsable”; y segundo porque ese reclamo del placer, vía desenfreno carnal, “aumenta el riesgo de que se extienda el sida”. Con dos cojones. Por eso la Iglesia -Dios aprieta, pero no ahoga- propone, apurando mucho la casuística y como máximo, “los métodos naturales que respetan el cuerpo y la relación de la pareja, así como favorecen el diálogo y el comportamiento responsable de los cónyuges”. Como debe ser. Es decir: que una refugiada afgana, kosovar o mozambiqueña sea analfabeta y viva hambrienta y en la miseria no debe ser obstáculo, u óbice, para que, in extremis, consulte las tablas de Ogino -que eso sí puede bajo especiales condiciones- o, lo que es más hermoso, en caso de duda se abstenga de conocer varón, incluido el suyo; todo en el marco del diálogo y el comportamiento responsable con su legítimo cónyuge Ibrahim, o Bongo, o Marianoski. Y si su legítimo cónyuge u otros la violan sin animus procreandi, que aplique entonces el infalible método anticonceptivo natural de Santa María Goretti: antes morir que pecar. Eso incluye, supongo, a las monjas negras violadas por sacerdotes africanos, que luego, claro, cuando las echan del convento con su vergonzosa panza a cuestas, tienen que meterse a putas. Por puro vicio.
Me tranquiliza mucho, como ven, que el Vaticano restablezca el orden de prioridades, incluso en medio del la pobreza, el hambre y la vorágine bélica. Ni siquiera en tiempo de guerras y catástrofes es tolerable que cada hoyo se convierta en trinchera. Ojito. De alegrías, las justas. El orden moral, que emana del natural, no puede vulnerarse bajo ningún pretexto. Y a los refugiados, amén de jodidos, los quieren castos.
9 de diciembre de 2001
“Por eso son del todo inaceptables -reza el texto eclesiástico que gloso y aplaudo- los medios de control de natalidad que indica el manual de ACNUR. En vez de ser educados en el verdadero amor, en la perspectiva del matrimonio y en el porvenir de una familia, los refugiados son introducidos en un mundo de placer sexual”... Y es que ahí está la madre del agnus. El quid de la cuestión. Porque imagínense ustedes ese caos social, ese marasmo promiscuo de los campos de refugiados, con todos esos hombres y mujeres disfrutando sueltos por el monte o durmiendo juntos en tiendas de campaña con el pretexto de que huyen de algo. Esos hacinamientos humanos tan proclives a las bajas pasiones y a los sucios instintos, hala, todos revueltos, sin freno, sin control, sin pudor. Esas mujeres haciendo sus necesidades de cualquier manera, a la vista de todos. Esas copulaciones incontroladas. Esas viudas, trasuntos de Jezabel, a las que ya dan igual ocho que ochenta. Y para poner coto a las espantosas consecuencias que tal paisaje facilita, en vez de una vigilancia rigurosa que preserve el orden moral, de un control férreo y un adoctrinamiento cristiano que los mantenga a todos alejados de la tentación, obligándolos a emplear sus meses, años y vidas de ocio a estéril en fortalecer el alma disciplinando el cuerpo, a ACNUR no le ocurre otra cosa que atizar las bajas pasiones repartiendo preservativos, esterilizando, facilitando -me tiembla la tecla solo de escribirlo- el aborto no ya sólo a mujeres violadas, que ya es perverso de suyo, y algo habrán hecho esas individuas para verse en tal coyuntura, sino al aborto en general. Con medidas que atentan contra la ley divina en dos órdenes, o categorías: primero, porque “impiden la procreación y facilitan el sexo irresponsable”; y segundo porque ese reclamo del placer, vía desenfreno carnal, “aumenta el riesgo de que se extienda el sida”. Con dos cojones. Por eso la Iglesia -Dios aprieta, pero no ahoga- propone, apurando mucho la casuística y como máximo, “los métodos naturales que respetan el cuerpo y la relación de la pareja, así como favorecen el diálogo y el comportamiento responsable de los cónyuges”. Como debe ser. Es decir: que una refugiada afgana, kosovar o mozambiqueña sea analfabeta y viva hambrienta y en la miseria no debe ser obstáculo, u óbice, para que, in extremis, consulte las tablas de Ogino -que eso sí puede bajo especiales condiciones- o, lo que es más hermoso, en caso de duda se abstenga de conocer varón, incluido el suyo; todo en el marco del diálogo y el comportamiento responsable con su legítimo cónyuge Ibrahim, o Bongo, o Marianoski. Y si su legítimo cónyuge u otros la violan sin animus procreandi, que aplique entonces el infalible método anticonceptivo natural de Santa María Goretti: antes morir que pecar. Eso incluye, supongo, a las monjas negras violadas por sacerdotes africanos, que luego, claro, cuando las echan del convento con su vergonzosa panza a cuestas, tienen que meterse a putas. Por puro vicio.
Me tranquiliza mucho, como ven, que el Vaticano restablezca el orden de prioridades, incluso en medio del la pobreza, el hambre y la vorágine bélica. Ni siquiera en tiempo de guerras y catástrofes es tolerable que cada hoyo se convierta en trinchera. Ojito. De alegrías, las justas. El orden moral, que emana del natural, no puede vulnerarse bajo ningún pretexto. Y a los refugiados, amén de jodidos, los quieren castos.
9 de diciembre de 2001
No hay comentarios:
Publicar un comentario