domingo, 10 de noviembre de 2002

La carta de Iker II


Te están volviendo loco, lker. Como a esos pobres perros a los que se apalea hasta que sólo ven enemigos. Te están fundiendo los plomos con esa milonga de la patria oprimida y el nosotros y ellos, unos con el chegüevarismo trasnochado de su discurso criminal, y otros con la vileza xenófoba y racista, capaz de afirmar por boca de su lehendakari -en tu carta lo citas aterradoramente satisfecho- que el tuyo es «un pueblo prehistórico». Pues fíjate: mienten como bellacos quienes aseguran que memoria y nacionalismo son la misma cosa, y que éste último equivale a progreso. La Revolución Francesa estableció hace doscientos años que lo importante son los individuos y no los pueblos, y que todos los hombres son iguales ante la ley. Hoy, acorralado por la democracia y la razón, todo nacionalismo necesita apelar a lo más reaccionario que anida en el corazón del hombre, pervirtiendo culturas, ideas y sentimientos. De esa forma, la lengua, la tradición, la memoria de cada pueblo -la patria, en el sentido noble de la palabra- se convierten en armas arrojadizas y excluyentes. Que no te engañen: Astérix es un tebeo. Estudia la Historia. Detrás de cada aventura nacionalista hubo siempre un visionario majara, dos curas fanáticos que necesitaban tener a la parroquia agarrada por los huevos, media docena de burgueses que pretendían pagar menos impuestos, y un pueblo inculto y manipulado que terminó creyéndose distinto, elegido o superior. Y así, tanto importa el qué dirán, que al final cada vecino vigila al otro o teme que lo vigilen. Llegan la delación y el miedo. Y a la gente, insolidaria, egoísta, se le acaba pudriendo el alma. Se convierte en un rebaño de borregos chivatos y cobardes.

Dices también, en tu carta, que «nadie tiene interés en que España siga siendo una, sino muchas distintas»; y añades que la prefieres «fraccionada, y no bajo un centralismo monopolista, incapaz de una diversidad política que cubra las necesidades de todos». Pero te equivocas, Iker. O te equivocan. No es verdad que haya muchas Españas. Hay una sola, llamada así hace ya veinte siglos por los romanos. Que eran unos invasores y unos cabrones, vale. Pero que, por suerte para los invadidos, nos hicieron pasar de la tiniebla prehistórica -ésa que añoran ciertos imbéciles- al progreso y al futuro. Tu confusión, amigo, viene de que nadie te explicó nunca que España no es comprensible sino como plaza pública, escenario geográfico, encrucijada con la natural acumulación mestiza de lenguas, razas y culturas diferentes, donde se relacionan, de forma documentada desde hace tres mil años, pueblos que a veces se mataron y a veces se ayudaron entre sí. Pueblos a los que, si negáramos ese ámbito geográfico-histórico de hazañas y sufrimientos compartidos, sólo quedaría la memoria peligrosa de los agravios. Por eso, junto a la historia de cada cual, es necesario conocer, asumir y respetar la historia común. No la contaminada por el franquismo imperial, que le puso camisa azul a Carlos V y a los almogávares, sino la de verdad. La que nos explica y nos relaciona. En lo que a la historia de España se refiere, te asombraría -si lo permitieran quienes te educan-, conocer la cantidad de nombres de paisanos tuyos vinculados al esfuerzo común en lo bueno y lo malo, junto a catalanes, castellanos, aragoneses o andaluces... ¿De veras no te intriga que, pese al secular centralismo opresor y monopolista, haya tantos monumentos y calles dedicados a vascos fuera de tu tierra, en el resto de España? Lo mismo ocurre con la raza y la lengua. Nadie te las niega; y si gozas del privilegio -para mí dudoso, pero tengo derecho a opinar- de que tu sangre nunca se haya mezclado con la de otros pueblos, ése es asunto tuyo. Yo creo que la gente más guapa, lista e interesante -date una vuelta por Cádiz o por Río de Janeiro, chaval, viaja un poco- es la mestiza; pero se trata de una apreciación personal. En cuanto a tu idioma, ahí lo tienes. Nadie te lo discute ya. Y es así porque el conjunto de los españoles, votando en democracia, hizo posible que lo aprendas y disfrutes, con otras libertades autonómicas que nadie -ni corsos, ni irlandeses, ni bretones, ni escoceses, ni vascos franceses- posee en toda Europa. Pero, por mucho que ames esa lengua, recuerda que también son precisas la referencia o el dominio de otras. Como el latín, que fue la primera lengua común española y clave de la cultura occidental. O como el castellano: patrimonio colectivo de esta plaza pública pudieron serlo el árabe, el euskera, el gallego o el catalán, pero la Historia les negó ese privilegio, y además herramienta hermosa, moderna y potente, que permite comunicarse con cuatrocientos millones de seres humanos repartidos por el mundo.

En fin, amigo. No sé si he respondido a tu carta, pero así lo veo yo. En última instancia, apelo al sentido común y a los viejos libros: ahí comprobarás que en ese lugar del que hablo cabemos todos. Pregúntate cuántos caben en la mezquina patria que quieren fabricarte los oportunistas, los visionarios y los psicópatas.

10 de noviembre de 2011

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