Llevo tiempo incumpliendo la promesa de dedicar un domingo a mis películas favoritas del cine español. Y de hoy no pasa. Me acordé anoche, cenando con un amigo de los que, como yo, vivieron la infancia y primera juventud en cines de programa doble o sesión continua. Así que estuvimos toda la cena refrescando nombres de películas y directores, e incluso recuerdos comunes de tal o cual estreno. Tengan en cuenta que en materia de cine, y disculpen la chulería de un sexagenario, el mundo actual se divide entre quienes vimos estrenar Ben-Hur, Del infierno a Texas, Duelo en el Atlántico o Misión de Audaces -ese pañuelo de la chica en el cuello de John Wayne, antes de volar el puente-, y quienes no. Los que llegaron luego tuvieron otras cosas. Incluso mejores, tal vez. Pero no ésas. Nunca estuvieron a oscuras en un cine de acomodador y linterna, comiendo pipas mientras en la pantalla sonaba tatachán, tatachán, y aparecía el rótulo de El puente sobre el río Kwai.
Por supuesto, mi lista de cine patrio es larga. Incluye películas de los últimos treinta o cuarenta años, con títulos fundamentales entre los que tengo especial afecto a La escopeta nacional, Los santos inocentes, Las cosas del querer -en mi opinión tan notable como las dos anteriores-, Los lunes al sol, Como un relámpago, Las bicicletas son para el verano, Bajarse al moro -esos entrañables hermanos Juan Echanove y Verónica Forqué-, Mujeres al borde de un ataque de nervios y El día de la bestia, entre otras, sin olvidar mi favorita de esa época: El crack, de José Luis Garci. Esa escena inmortal del inmenso Alfredo Landa, pistola bajo la mesa, diciéndole a Cervino: «Baretta, dame el mechero o te vuelo los huevos» figura en mi santoral privado del mejor cine hecho en España.
Sin embargo, pese al respeto y admiración que tengo por esas películas magníficas, el cine español que de verdad me pone caliente es anterior, de los años sesenta para atrás. Casi todo está rodado en blanco y negro, aunque hay excepciones. En color se rodó Los tramposos -una de mis grandes debilidades, con los sublimes Tony Leblanc y Antonio Ozores en la secuencia genial del timo de la estampita-, Tres de la Cruz Roja y también Cateto a babor; que pese a las apariencias de comedia sensiblera con niño, es un recital interpretativo del gran Alfredo Landa. Pero es en blanco y negro, como digo, donde para mí se encuentra el más valioso tesoro cinematográfico español. Películas, algunas de ellas verdaderas obras maestras, que inexplicablemente no pueden encontrarse en el comercio y nunca pasan por televisión, pues el blanco y negro espanta a la audiencia.
Así que tomen nota de mi lista, si les apetece, y ustedes verán. O no verán. Pero les aseguro que si un día ponen en la tele Plácido, La caza, Surcos, El escándalo, Tarde de toros o Mi tío Jacinto, y se niegan a verlas porque no son en colorines como Sálvame o Gran hermano, los interesados merecen soñar cada noche, el resto de su vida, con Belén Esteban en vez de con la Sarita Montiel de El último cuplé -ésa es en color, por cierto-. Por idiotas. Recuerden de todas formas, que la mía es una lista personal e incompleta, sujeta a error y a olvidos. Incluso a factores difíciles de explicar. En cabeza figura la que considero obra cumbre de nuestro cine, no sólo por la historia que cuenta, sino por la España que disecciona con fría crueldad: Calle Mayor. Para los amantes de lo policíaco, misterioso o fantástico, me parecen ineludibles El clavo -magníficos Rafael Durán y Amparo Rivelles- y la extraña La Torre de los Siete Jorobados. En folklore hispano tengo tres debilidades notorias: La María de la O que interpretaron Carmen Amaya y Pastora Imperio, Morena Clara, y el gran Manuel de Luna guitarreando a Juanita Reina en La Lola se va a los puertos. En materia de comedia española, mi lista, que ahí es muy larga, la encabeza Atraco a las tres, que considero obra maestra absoluta, seguida por El verdugo, Bienvenido míster Marshall y El tigre de Chamberí. Como western hispano de calidad, imposible no citar la magnífica Carne de horca; y en lo que a cine épico y de aventuras se refiere, nuestra particular versión de Tres lanceros bengalíes se llama Harka, de valor documental irrepetible. Sin olvidar la todavía conmovedora Los últimos de Filipinas, o una joya del cine de guerra y resistencia: la película maldita del falangista Carlos Arévalo Rojo y negro, prohibida por el franquismo, con una subyugante Conchita Montenegro y un final desolador que trasciende cualquier simpleza ideológica. Pero a esa película modernísima, turbia, dura y fascinante, ya le dediqué una página entera aquí, hace años.
3 de junio de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario