lunes, 28 de agosto de 1995

La chica que se parecía a Claudia


Se acaba, compadre. El domingo que viene estarás de nuevo en casa, todavía moreno, en la rutina de siempre. Con esa cara de panoli que se nos pone al volver, preguntándote si de verdad merecía la pena el gasto, el follón de la carretera, el atasco de tres horas, Pablito vomitándote en el cuello de la camisa, el suegro dando el coñazo con la incontinencia de la vejiga, y tú sudoroso y malhumorado, preguntándote si no hubiera sido mejor quedaros en casa con la tele y un botijo.

Y encima de eso, que ya fastidia, todos los tertulianos de radio, y los enjundiosos columnistas de tronío que no escriben palabrotas, y los refinados estetas sociales de este país, que viven de aplaudirse unos a otros mientras imparten doctrina con la verdad indiscutible y objetiva sentada en el hombro, se han pasado todo el verano dale que te pego, llamándote hortera y gilipollas porque te has ido a veranear a una playa con otros ochocientos mil seres humanos más, en un apartamento con el suelo lleno de arena y con toallas y bañadores colgados en las ventanas, en vez de pasar tus vacaciones a bordo de una goleta en las Bahamas o en un chalet de la Costa Azul, como por lo visto hacen ellos. Porque lo que pasa es que no tienes criterio, ni independencia, ni clase. Y eres un masificado y un capullo.

Así que, a medida que vas pasando las últimas hojas del calendario de agosto, se te va poniendo tan mala leche, un poco se parecen estas vacaciones a las que te planteaste antes del verano, calcadas de los anuncios de la tele, con playas solitarias, y relax, y los críos jugando felices, y puestas de sol con música del ron Bacardi, y la parienta bronceada y más guapa que nunca, y el Ocio, colega, así con mayúscula. Tumbado junto al mar sin hacer nada, viendo pasar la vida con un periódico, una cerveza y unas gambas a la plancha. Un mes al año, que carajo. A cuenta de todo lo demás.

Pero oye lo que te digo. Es cierto que de lo imaginado a lo vivido -y mira que te ocurre cada año, pringao- suele haber tanta diferencia como, por ejemplo, entre un ministro(a) de Cultura español y un ministro(a) de Cultura a secas. O francés, por ejemplo. Y no es menos verdad que el año que viene tropezarás, suegro, Pablito y ochocientos mil fulanos incluidos, en la misma piedra. O en la misma playa. Pero no dejes que te apabullen, tampoco. Porque por mucho que las píen aquí, los dandies y los refinados líderes de opinión -esos a los que molestas con el patín acuático de pedales donde llevas a los críos, imaginándote por un rato lobo de mar, cuando das vueltas alrededor del yate alquilado donde viajan de gorra-, tú tienes derecho a intentarlo. A ver si me entiendes. Tienes derecho a soñarlo y a jugar a que tú también puedes. A ponerte moreno bajo el mismo sol y a gastarte siete mil duros de golpe en una cena de restaurante caro, corno ellos, con farolillos y orquesta, aunque la alegría te haga polvo el presupuesto del verano. Y si no puedes permitirte otra cosa, bien venidos sean el calor, y las moscas, y el embotellamiento, y la playa hasta los topes. Es lo que te apetece, y punto.

Así que no te cortes. Cuando se termine, piensa en esa chica que tomaba el sol en topless y que se parecía a Claudia Schiffer. Y en lo bonito que estaba Benidorm aquella noche, con la luna en el mar. Y aquellas cigalas que te dejaron tiesa la cartera pero que sabían a gloria. Y en la alegría de los enanos con el puñetero cubo y la arena. Y en aquel matrimonio tan agradable que conocisteis, de Soria. Y en el homenaje glorioso que os disteis la parienta y tú -ella bien morena, con la marca del bikini, ya sabes- recién llegados de la playa, cuando los críos estaban abajo en la piscina, media hora sin daros el coñazo. Igual, ¿verdad, compadre?, hasta llegó a merecer la pena.

Y quién sabe. Lo mismo dentro de once meses llega ese momento mágico que llevas toda la vida buscando. Y las vacaciones se parecen por fin a un anuncio de la tele a cámara lenta. Y la parienta se pone más bronceada y más guapa que nunca. O la moza que se parece a Claudia Schiffer se cruza contigo en el ascensor volviendo de la playa, y hay un corte de luz, como en las películas, y os quedáis allí los dos un rato largo. O te toca la bonoloto, o la quiniela, o la bolita del casino, y le pegas fuego a La Manga. Qué sé yo. Tú sueña con lo que te dé la gana, y no dejes que te tiremos los palos del sombrajo. Y a los aguafiestas de pitiminí, a esos que te llaman hortera porque no has invertido este mes en visitar claustros románicos que ellos tampoco han visitado en su puta vida, a esos, amigo, que les vayan dando.

27 de agosto de 1995

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