domingo, 16 de junio de 1996

Analfabetos voluntarios


Además de leer cada domingo en El semanal a mi vecino, el inglés que tenía todas las almas tan blancas, también leo a su padre, don Julián Marías, en la página sobre cine que publica en Blanco y Negro. Estoy, como ven, rodeado de Marías por todas partes, y ambos comparten con el colacao y los crispis mis desayunos dominicales, y el resto de la semana. Como ya he contado alguna vez, dedico a hojear la prensa del corazón para ver cómo sigue de guapa Isabel Sartorius. Que posiblemente no sea nunca reina de España, pero es un pedazo de mujer —me batiré en duelo con quien lo niegue— como la copa de un pino. Pero a lo que iba. Hace un par de semanas, Marías padre publicó un elogioso comentario sobre la película de Yves Angelo El coronel Chabert, interpretada en 1994 por Gerard Depardieu, alabando esta adaptación a la pantalla de la novela escrita por Honorato de Balzac en 1832. Me alegró infinito leer eso, porque ni la película ni la novela merecen pasar inadvertidas, en estos tiempos en que parece que cuanto hay que leer y ver en el cine pasa, a la fuerza, por las distribuidoras norteamericanas, atraco incluido a una gasolinera de Illinois, con la inevitable fuga a base de pistola, chico y chica, o la hamburguesa de Seattle con su correspondiente negro tocando el saxofón. Algo, sin embargo, le reprocho a don Julián, con todo el respeto de quien es discípulo de sus columnas y amigo de su vástago: que en el comentario sobre El coronel Chabert no mencionase para nada la primera y extraordinaria adaptación realizada en 1943 por Rene le Henaff con guión de Pierre Benoit y actores de la Comedia Francesa, entre los que destaca, junto al perverso personaje de Rosina —encarnada por la magnífica Marie Bell—, la presencia magistral, apabullante, del actor Raimú interpretando a Jacinto Chabert, coronel de la caballería del Emperador, dado por muerto durante la heroica carga de Eylau, vuelto del Más Allá para reclamar lo que es suyo, y convertido en molesto fantasma que turba la tranquilidad y el egoísmo de quienes viven mejor sin él. En España la titularon con la estupidez de Muerto en vida. En fin. He dicho alguna vez que no tengo la lágrima fácil; pero les doy mi palabra de que cada vez que pongo en el vídeo la cinta que guardo como oro en paño, la digna rudeza y la honradez del viejo héroe mutilado, el tono de voz y los gestos lentos y honorables de Raimú encarnando al coronel Chabert en la versión original franchute, me ponen siempre a dos dedos del paquete de kleenex.

Hay algo que les envidio a los gabachos, y es el profundo amor que tienen por su patria, en general, y por su cultura y su literatura, en particular. Leopoldo Alas Clarín, por ejemplo, que para mí escribió una novela mejor que la Bovary de Flaubert, tuvo la desgracia de nacer en España: pero si hubiera sido francés, Ana Ozores y el Magistral serían héroes de la literatura universal, y ahora los tendríamos hasta en la sopa. En Francia se hace mucho cine vacío y sin sentido, tonticomedias o chorridramas, como aquí; pero junto a eso, de vez en cuando se rescatan obras inmortales de la literatura nacional para hacer películas excelentes como La reina Margot o El coronel Chabert, y además la gente va al cine a verlas. No como en este país de gilipollas y de analfabetos voluntarios en que vivimos, donde Isabel Gemio tiene más audiencia que Bearn o Fortunata y Jacinta, y donde la gente hace cola para ver al histrión de Robin Williams, alaba el Silencio de los corderos, película falsa y tramposa donde las haya, o pierde el culo con Tierra y libertad, de Ken Loach, que -nadie se ha atrevido a decirlo, que yo sepa- como película es una puñetera mierda.

Después vienen los amigos y se quejan de que en España no hay historias para el cine, y eligen las novelas de Antonio Gala, o las de Almudena, o las mías, para hacer películas. Tanto el maestro como la chica guapa como el arriba firmante, supongo, agradecemos mucho el detalle. Pero a lo mejor, si los directores y los productores y el resto de la gente leyera algo aparte de las listas de más vendidos, igual se enteraban de que en este país nuestro hubo unos fulanos llamados Galdós, Valle, Baroja, Quevedo, Lope, Bernal Díaz del Castillo, Palacio Valdés, Sender, Moratín, y unos cuantos más, que también escribieron sus cositas. A veces me pregunto si somos así de idiotas, o nos lo hacemos.

16 de junio de 1996

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